Los factores que lastran la paz en Colombia
Aspectos como la brecha territorial, la profunda violencia estructural o el narcotr¨¢fico impiden que las din¨¢micas de crecimiento y progreso social y econ¨®mico prosperen en el pa¨ªs suramericano

Por lo general, tiende a pensarse que un Estado que transita de un conflicto armado interno hacia un proceso de construcci¨®n de paz, tal y como sucede en Colombia, es un Estado que m¨¢s pronto que tarde supera los lastres de la violencia en aras de mayores din¨¢micas de crecimiento, prosperidad y progreso social y econ¨®mico. Sin embargo, esta posibilidad, m¨¢s bien, resulta normativa y deontol¨®gica, pues, por lo general, al menos como evoca la experiencia latinoamericana, superar procesos de violencia pol¨ªtica no se traduce, ni mucho menos, en mejoras en la calidad democr¨¢tica ni en las bondades del sistema pol¨ªtico. Es m¨¢s, bastar¨ªa con ver los informes de Freedom House, Human Rights Watch o los trabajos de integridad electoral de la reconocida polit¨®loga estadounidense Pippa Norris para dar buena cuenta de c¨®mo el modelo colombiano ha empeorado en buena parte de sus indicadores de calidad de la democracia y/o electoral. As¨ª, este art¨ªculo busca identificar algunos factores que permitir¨ªan entender tan intrincada situaci¨®n.
1. La brecha territorial del pa¨ªs
Uno de los puntos fundamentales es la fractura regional que sufre Colombia. Se trata de un pa¨ªs en donde el conflicto, desde los a?os sesenta, adoleci¨® de una marcada impronta rural. No es casualidad que la pobreza en el campo cuadruplique los niveles del nivel urbano. Ello, en buena medida, producto de que el pa¨ªs es uno de los m¨¢s ¡®recentralizados¡¯ del continente, como bien muestra el hecho de que m¨¢s del 80% del presupuesto nacional se condense en el gobierno central. A ello hay que a?adir la ausencia de infraestructuras f¨ªsicas, a pesar de los esfuerzos del ¨²ltimo gobierno de Juan Manuel Santos, la ausencia de institucionalidad y recursos en los niveles subnacionales de gobierno y una verdadera dificultad para disponer de posibles, dada la alt¨ªsima informalidad del pa¨ªs y la escas¨ªsima presi¨®n fiscal. El Acuerdo de Paz con la guerrilla de las FARC-EP, en inicio, interven¨ªa directamente sobre uno de los males estructurales de Colombia, el cual, hoy en d¨ªa, se torna irresoluto.
2. La profunda violencia estructural
Relacionado con lo anterior tiene que ver el hecho de que en las ¨²ltimas d¨¦cadas el conflicto armado interno tuvo mayor arraigo en aquellos escenarios regionales con peores registros en cuanto a desarrollo humano, calidad de vida o necesidades b¨¢sicas insatisfechas. No es casualidad que el 82% de los municipios con m¨¢s violencia guerrillera y el 64% de los municipios m¨¢s pobres votara en octubre de 2016 a favor de la firma del Acuerdo de Paz. Aunque las cifras insisten en mostrar una realidad distinta, en el pa¨ªs casi la mitad de la poblaci¨®n vive en situaciones de marcada vulnerabilidad, especialmente en el litoral Pac¨ªfico y en buena parte de la regi¨®n Caribe. Aparte, conviene no olvidar que nos encontramos con uno de los cinco pa¨ªses m¨¢s desiguales del mundo, tanto de acuerdo con el ¨ªndice de pobreza multidimensional que trabaja Naciones Unidas como respecto de los medidores de concentraci¨®n de la riqueza y de propiedad de la tierra.
3. Un Estado que brilla por su ausencia
Uno de los grandes ausentes del conflicto, y corresponsable directo de c¨®mo se ha desarrollado el mismo, es el Estado colombiano. Los centros urbanos del pa¨ªs, empezando por Bogot¨¢, vivieron durante d¨¦cadas a espaldas de la violencia armada. Hasta entrada la d¨¦cada pasada, a¨²n hab¨ªa 200 municipios sin presencia policial, y la verdad es que cuando uno se adentra en la profundidad del pa¨ªs es que se da cuenta de hasta qu¨¦ punto Colombia es un Estado con m¨¢s territorio que soberan¨ªa. A¨²n hoy, es posible encontrar cientos de municipios sin luz el¨¦ctrica, sin v¨ªas de acceso, sin agua potable o directamente con notables niveles de mortalidad infantil. Esto, si cabe, es m¨¢s dif¨ªcil de entender para un pa¨ªs que acaba de entrar en la OCDE y que seg¨²n el Banco Mundial se trata de una econom¨ªa de renta-media que, m¨¢s que todo, debiera pensar en exportar cooperaci¨®n y abandonar as¨ª su tradicional rol de receptor de ayuda.
4. La falta de control territorial
El punto n¨²mero tres del Acuerdo de Paz suscrito con la guerrilla preve¨ªa que una vez que las FARC-EP iniciasen el proceso de tr¨¢nsito a la vida civil y, por ende, la dejaci¨®n de las armas, las fuerzas militares pasar¨ªan a controlar dicho territorio. Ello para establecer las condiciones m¨ªnimas de seguridad que permitiesen al Estado adentrarse en un territorio en donde no tuvo atisbo de presencia durante d¨¦cadas. No sabemos si por incapacidad o si por falta de voluntad, esta circunstancia nunca aconteci¨®. Los departamentos que antes del Acuerdo de Paz presentaban mayores niveles de violencia producto de la lucha armada, como son los del suroccidente y los del nororiente del pa¨ªs, lo son igualmente en la actualidad. El Ej¨¦rcito pens¨® que el posconflicto y el cambio de paradigma en la seguridad hac¨ªa que debiera ser la Polic¨ªa Nacional quien ocupara el vac¨ªo de poder dejado por las FARC-EP. A su vez, la Polic¨ªa atribuy¨® al Ej¨¦rcito una consolidaci¨®n territorial que, todo sea dicho, fue responsabilidad suya en todo el devenir del conflicto armado. Sea por unos o por otros, buena parte del territorio colombiano es ajeno al monopolio efectivo de la violencia.
5. La transformaci¨®n de la violencia
La paz no es la ausencia de guerra. La paz es la ausencia de las condiciones materiales y simb¨®licas que alimentan esa guerra, de manera que, si ¨¦stas no se superan, nada garantiza que la violencia se supere. Es decir, por mucho que las FARC-EP iniciasen un proceso de desarme, el caldo de cultivo id¨®neo para la violencia se mantuvo f¨¦rtil, de modo que se erigi¨® como escenario de disputa para otros muchos grupos que son tambi¨¦n protagonistas de la violencia en Colombia. As¨ª, el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional ha engrosado sus filas y se ha recompuesto en territorios otrora controlados por las FARC-EP. Lo mismo sucede con el hasta hace poco tiempo casi inexistente Ej¨¦rcito Popular de Liberaci¨®n. A estos hay que a?adir bandas criminales y grupos post paramilitares que, en suma, seg¨²n fuentes policiales, superar¨ªan los 10.000 efectivos en liza.
6. Un narcotr¨¢fico que no cesa
Asumiendo como buena la tesis de dos de los mayores expertos sobre la violencia en Colombia, como son James Henderson y, sobre todo, Daniel P¨¦caut, sin el narcotr¨¢fico, muy posiblemente no estar¨ªamos hablando ni de guerrillas ni de una magnitud de la violencia como la que presenta el pa¨ªs. En la ¨²ltima d¨¦cada, se ha pasado de 48.000 hect¨¢reas cultivadas a m¨¢s de 200.000, volviendo a registros m¨¢s propios de la ¨¦poca en la que Colombia era sin¨®nimo de narcoestado. Aunque muchos consideren que la soluci¨®n es la aspersi¨®n a¨¦rea con glifosato, dicha afirmaci¨®n es muy cuestionable y obvia un elemento de sostenibilidad que s¨ª integran los cultivos alternativos. Cultivos que requieren de una acci¨®n del Estado en forma de inversi¨®n, subsidios, tejido productivo, modernizaci¨®n, productividad y competitividad que son la eterna promesa incumplida y una raz¨®n de peso para entender el porqu¨¦ de la ¡®insuperabilidad¡¯ del problema cocalero en el pa¨ªs.
7. Una guerrilla fracturada y sin legitimidad
Por c¨®mo se han dado los acontecimientos, algunos de ellos ajenos por completo a la extinta guerrilla, lo cierto es que las FARC-EP tambi¨¦n presentan importantes responsabilidades. Aparte de un preocupante retorno a la criminalidad, en forma de disidencias, es posible encontrar fisuras en su alto mando, especialmente entre Iv¨¢n M¨¢rquez y Jes¨²s Santrich por un lado, y Timochenko por otro. Estos tienen diferencias de calado en cuanto a c¨®mo debe dirigirse la implementaci¨®n, de qu¨¦ manera ha de entenderse la participaci¨®n pol¨ªtica o c¨®mo deb¨ªa haber sucedido la dejaci¨®n de armas. Estas fisuras se extienden al interior del Secretariado y del Estado Mayor Central, y permitir¨ªan entender por qu¨¦ algunos de sus l¨ªderes como los referidos M¨¢rquez y Santrich, pero tambi¨¦n otros como El Paisa o Roma?a, est¨¢n en paradero desconocido -posiblemente en Venezuela-. A todas luces no es el mejor mensaje, tanto para el grueso de una estructura guerrillera, que pareciera haber experimentado un distanciamiento en lo que el Acuerdo ha supuesto para las bases y lo que ha implicado para la comandancia, como para el conjunto de la sociedad colombiana. Una sociedad en donde las extintas FARC-EP no gozan de la legitimidad que s¨ª tuvo, por ejemplo, la guerrilla del M-19, y que se traduce en los apenas 50.000 votos obtenidos en las ¨²ltimas elecciones.
8. Un Gobierno irresponsable
Por si fuera poco, la llegada de Iv¨¢n Duque a la presidencia fue la gota que colm¨® el vaso. El candidato uribista lleg¨® con todo un andamiaje pol¨ªtico dispuesto a polarizar, ensombrecer y desdibujar cualquier compromiso que resultase del Acuerdo suscrito con las FARC-EP. El uribismo siempre se sinti¨® m¨¢s c¨®modo con un Estado ¡®hobbesiano¡¯ que brindara seguridad a su poblaci¨®n a cambio del control sobre las libertades. La paz s¨®lo podr¨ªa llegar a Colombia a trav¨¦s de la humillaci¨®n y la derrota militar de los grupos alzados en armas, de manera que cualquier escenario alternativo no se vislumbraba. La miop¨ªa uribista, en lugar de poner en valor su contribuci¨®n a derrotar estrat¨¦gicamente a las FARC en la d¨¦cada pasada, y asumir la bandera de la implementaci¨®n del Acuerdo, opt¨® mezquinamente por todo lo contrario. Desfinanciar el Acuerdo, desentenderse de los compromisos m¨¢s profundos del mismo, y aspirar a un cumplimiento de baja intensidad que conduce a una realidad en la que el pa¨ªs retorna hacia dificultades que, abordadas por Juan Manuel Santos, sensu contrario, demandaban soluciones de Estado y largo aliento.
En conclusi¨®n, tras diez a?os investigando la violencia en Colombia, llegando a cientos de municipios y entrevistando a un sinf¨ªn de guerrilleros, paramilitares, v¨ªctimas de la poblaci¨®n civil y miembros de las Fuerzas Militares, siempre dese¨¦ poder escribir sobre la nueva paz que iniciar¨ªa con las FARC-EP y que continuar¨ªa sobre otras aristas de la violencia. Por desgracia, eso no ha sucedido y el pa¨ªs pareciera empecinado en volver a los a?os de una seguridad democr¨¢tica y una militarizaci¨®n de la vida p¨²blica que, a todas luces, hicieron mucho da?o al pueblo y que evocan una de las p¨¢ginas m¨¢s oscuras de su historia reciente.
* Jer¨®nimo R¨ªos es investigador postdoctoral de la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas de la Universidad Complutense de Madrid (@Jeronimo_Rios_). Ha publicado m¨¢s de setenta trabajos sobre violencia pol¨ªtica en Am¨¦rica Latina en revistas de reconocido prestigio como Rationality and Society, Geopolitics, Latin American Perspectives o Journal of Policing, Intelligence and Counter Terrorism.
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