'Cierra' la ¨²ltima sala de conciertos en Espa?a
Lo advirtieron plataformas como Alerta Roja, que luch¨® durante a?os por los derechos de los trabajadores de espect¨¢culos

Esta noticia no apareci¨® en los peri¨®dicos. Ning¨²n titular habl¨® del cierre de la ¨²ltima de las salas de conciertos que quedaba en Espa?a. Se fueron perdiendo poco a poco, transform¨¢ndose en algo distinto sin que nos di¨¦ramos apenas cuenta. Al igual que ocurri¨® con ciertos oficios que ya nadie espera encontrar.
Desde luego, hubo pistas que se perdieron por el camino. Por ejemplo, aquella pareja que pas¨® por delante de la esquina donde se conocieron. ¡°?Te acuerdas? Fue en el primer concierto de Vetusta Morla, al que solo asistimos veinte personas. Pudimos verlos tan de cerca¡ en el ¨²ltimo festival solo acertamos a verles por la pantalla¡±. ¡°S¨ª, me acuerdo, ?qu¨¦ echan hoy?¡± Pero no hubo ning¨²n cartel lleno de nombres esperp¨¦nticos e impronunciables colgado en el cristal esta vez. Aquel escenario cerr¨®, como tantos otros, despu¨¦s de la terrible pandemia que asol¨® la ciudad (y el mundo) en el a?o 2020, que ahora parec¨ªa tan lejano.
Tambi¨¦n lo not¨® un grupo de colegas que acababa de formar una banda. Muchos ensayos, muchas horas e ilusi¨®n. Ten¨ªan todas las ganas del mundo de tocar en un escenario profesional y darse a conocer a su gente. Sab¨ªan que el camino ser¨ªa largo, pero hab¨ªa que empezar por alguna parte. Y ese comienzo estaba en las salas. Llamar primero a sus amigos. Que se dieran cuenta de que aquel proyecto iba en serio. Despu¨¦s, que esos amigos llamaran a otros. Y as¨ª sucesivamente hasta alcanzar una base de p¨²blico y, sobre todo, un rodaje de su propuesta musical que les permitiera salir de la casilla de ¡°banda emergente¡± y tocar en escenarios m¨¢s grandes, e incluso en festivales.
Pero no encontraron ninguna sala abierta. Alguien les sugiri¨® hacer el concierto en un centro social autogestionado, por aquello del activismo - y porque eran los ¨²nicos lugares donde poder tocar sin tener un nombre-. Lo intentaron por otro lado, acerc¨¢ndose a antiguos establecimientos que antes hab¨ªan llevado una programaci¨®n activa, pero que ahora se hab¨ªan diversificado y ofrec¨ªan cenas con ambientaci¨®n musical. Obviamente, aquel tampoco era el espacio ideal para iniciar su carrera. Tambi¨¦n probaron en centros culturales y salas de titularidad p¨²blica, e incluso en las universidades que, all¨¢ por finales de los 60 y 70, sirvieron de lanzadera a grandes como Cecilia (que toc¨® en el Colegio Mayor), o Raimon (que desafi¨® a los grises en la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas). Pero nada. Las universidades ya no ofrec¨ªan un escenario. Los centros culturales y las salas p¨²blicas, solo de vez en cuando, y con nombres, de nuevo, consolidados. Pero, ?c¨®mo llegar a consolidarse sin una puerta de entrada para hacerlo?
En aquellos momentos, la ¨²nica entrada que parec¨ªa haberles quedado a los j¨®venes artistas era la televisi¨®n. ¡°Pasar por el aro¡± de concursos de talentos que les obligaban a encajar en un determinado molde prefabricado con canciones de aquellos que, por suerte, s¨ª contaron en su d¨ªa con un espacio donde poder formarse y fallar: Rosal¨ªa, Rozal¨¦n, Leiva, El Kanka¡ Los nuevos m¨²sicos del futuro recitaban sus letras ya manidas en interminables castings con el objetivo de conseguir un trampol¨ªn que les sirviera para hacerse o¨ªr, aunque fuera a base de perder su propia personalidad.
Para aquellos que se negaban a pasar ese tr¨¢mite, o que hab¨ªan sido rechazados por el mismo¡ nada. La conexi¨®n entre las nuevas voces y la industria musical se hab¨ªa cortado. No hab¨ªa nexo de uni¨®n entre el esp¨ªritu de una generaci¨®n criada entre confinamientos infinitos y toques de queda. Las salas hab¨ªan desaparecido. Las redes sociales hab¨ªan recogido su testigo, ofreciendo contenidos infinitos e inabarcables en los que, como siempre hab¨ªa ocurrido, los ganadores eran aquellos que ya eran grandes, y donde era f¨¢cil ¡°hacer trampas¡± pagando a cambio de reputaci¨®n online. Y donde no se pod¨ªa practicar el arte de tocar en un escenario. Porque no hab¨ªa. Y nadie parec¨ªa haberse dado cuenta.
Lo advirtieron, eso s¨ª, plataformas como Alerta Roja, que luch¨® durante a?os por hacer escuchar los derechos de los trabajadores de espect¨¢culos. Pero, en aquel ya olvidado 2021, el ocio nocturno parec¨ªa haber sido demonizado por los medios, acus¨¢ndolo de todos los casos de repunte. Ir de ca?as se consideraba algo de mal gusto, teniendo en cuenta c¨®mo estaban las cosas. Comprar la entrada para un concierto ya era el colmo. Incluso a Raphael, ese reconocido artista, llegaron a criticarlo por realizar un bolo con todas las medidas de seguridad posibles. Al final, dejaron de luchar. Y solo algunos de aquellos negocios quedaron en pie. Pero de otra manera.
Cabe recordar, ahora que a¨²n hay tiempo, que las salas de conciertos son importantes en la cadena de la industria de la m¨²sica. Y, como tal, deben ser protegidas
Tambi¨¦n lo vaticin¨® aquel documento publicado por la Fundaci¨®n Alternativas en el 2020, al que no hicieron mucho caso las autoridades competentes porque, despu¨¦s de todo, tan solo se trataba de salas. ?A qui¨¦n le iban a importar las salas? No eran espacios grandes que generasen beneficios representativos. Ni eran f¨¢ciles de gestionar por parte de las administraciones. ?Eran bares que programaban conciertos?, ?o eran escenarios que pod¨ªan convertirse despu¨¦s en discotecas? Demasiado complicado.
Para cuando lleg¨® a cerrar la ¨²ltima sala de conciertos concebida tal y como lo hicieron en su nacimiento, durante el tardo franquismo, como un lugar donde ¡°estar juntos de otra manera¡± para las incipientes tribus urbanas, y en la famosa Movida, como espacio de gestaci¨®n de nuevos sonidos no controlados por ninguna autoridad¡ Para entonces, el altavoz que hab¨ªa dado su primera oportunidad a tantos m¨²sicos, se hab¨ªa apagado. Y se trataba de una p¨¦rdida irreparable, como lo son todas las que dejan sin alternativas a aquellos que tienen algo nuevo que decir. Y que eligen la m¨²sica como medio de expresi¨®n.
Muchas veces parece que aquello que tenemos m¨¢s cerca nos resulta menos importante, al darlo por sentado. Damos por hecho que en la esquina de nuestro barrio hay un espacio en el que los nombres de bandas, a cada cual m¨¢s dantesca, tienen la oportunidad de tocar y dar a conocer su talento. Tambi¨¦n damos por hecho que alguna de ellas llegar¨¢ a triunfar, y nosotros podremos presumir de haberlas visto ¡°cuando no las conoc¨ªa nadie¡±. Pero a veces toca preocuparse por lo peque?o, porque suele ser lo m¨¢s d¨¦bil. Aunque no por ello sea menos importante.
Las salas de conciertos han adquirido una responsabilidad social que las convierten en parte del pulm¨®n cultural de las ciudades. Un hecho que las ha llevado a ser consideradas Patrimonio cultural en Madrid y Barcelona. Pero que no ha conseguido que sean comprendidas por las administraciones que deb¨ªan protegerlas. Porque, a pesar de ser espacios gestionados de forma privada, han suplido la obligaci¨®n de los centros culturales, las universidades e incluso de salas de titularidad p¨²blica, de dar un espacio de libertad y aprendizaje a los ¨ªdolos musicales de nuestro futuro.
Cabe preguntarse, en este estado de extrema urgencia en el que se encuentran, qu¨¦ es lo que perderemos si estos espacios desaparecen. Y tratar de poner de nuestra parte para que esta noticia no llegue a hacerse realidad. Cabe recordar, ahora que a¨²n hay tiempo para hacerlo, que las salas de conciertos son importantes en la cadena de la industria de la m¨²sica. Y, como tal, deben ser protegidas.
* Elena Rosillo es doctora en Comunicaci¨®n y programadora de la sala Vesta de Madrid; tambi¨¦n colabora en La Marea, donde mantiene una secci¨®n de recomendaci¨®n musical
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