As¨ª ser¨¢n los conciertos del futuro
Una vez terminado el estado de alarma, deberemos tener cuidado de no dejar la escena cultural, cada vez m¨¢s tecnol¨®gica, al libre albedr¨ªo, si no queremos caer en las consecuencias de la liberalizaci¨®n de un sector ya de por s¨ª precarizado

Qui¨¦n lo dir¨ªa que se pod¨ªa hacer el amor por telepat¨ªa¡ El tema de Kali Uchis, confirmada como el reclamo nost¨¢lgico de aquella edici¨®n, sonaba justo cuando sus miradas se cruzaron. Aunque estaba claro que no volver¨ªa a ocurrir. ?l hab¨ªa pasado por el acceso preferente y a ella todav¨ªa le quedaban horas para conseguir alcanzar el recinto. Adem¨¢s, siendo VIP, seguramente ni siquiera saldr¨ªa de los golden circles, espacios di¨¢fanos y casi vac¨ªos situados justo delante del escenario, en los que solo los agraciados compradores dorados pod¨ªan pasar.
Ella suspir¨®, cansada. Hab¨ªa adquirido el abono m¨¢s barato convencida por su colega. Que si era el reencuentro de Daft Punk veinte a?os despu¨¦s, que si no se lo pod¨ªan perder¡ Hubiera sido m¨¢s pr¨¢ctico comprar la entrada por streaming y verlo en casa sin necesidad de gastarse tokens al precio de oro y pasar colas largu¨ªsimas al sol para, despu¨¦s de todo, tener que ver el concierto por una pantalla, porque estaba claro que no iban a conseguir acercarse tanto como para atisbar el escenario. Al final, pensaba, les tocar¨ªa quedarse en el espacio ¡°de los cutres¡±, el Escenario Lanzadera, en el que las bandas emergentes tocaban tan solo cinco minutos cada una. Rebautizado de manera tan despectiva con raz¨®n, porque a nadie parec¨ªa interesarle y el sonido era m¨¢s bien mediocre.
Sacudi¨® la cabeza. A su madre le molestar¨ªa que pensara as¨ª. ¡°?Por alg¨²n lado tienen que empezar las bandas emergentes!¡±, dir¨ªa, con ese retint¨ªn tan de ¡°en mi ¨¦poca los conciertos s¨ª que molaban¡±. Su madre fue programadora all¨¢ por la Gran Pandemia y le tra¨ªa por el camino de la amargura que su hija gastara sus escasos ahorros en un macrofestival como aquel. Era un tema que le tocaba. La sala donde hab¨ªa trabajado tanto tiempo hab¨ªa acabado convertida en un restaurante elegante, con m¨²sica de ambientaci¨®n, al desviar las comunidades todo el presupuesto disponible (cada vez m¨¢s escaso en el ¨¢rea de Cultura) a los grandes festivales que, seg¨²n ellos, daban visibilidad internacional y trabajo a miles de personas. Daba igual que ese supuesto trabajo se saldara en j¨®venes que prefer¨ªan servir copas gratis, a cambio de estar cerca de los conciertos, y estudiantes que acced¨ªan a currar a cambio de una supuesta primera experiencia en la industria musical.
Nadie parec¨ªa querer controlar eso en un mundo en el que el ocio se hab¨ªa convertido, cada vez m¨¢s, en un objeto de lujo.
Poco a poco llegaron al espacio de prueba PCR. Ella respir¨® hondo. Le daban miedo esos hombres enfundados de pies a cabeza en trajes negros de peligro biol¨®gico. En aquel momento, comenz¨® a maldecir a su madre. Si al menos le hubiera prestado algo de dinero para conseguir el acceso VIP, con el que te permit¨ªan entrar tan solo ense?ando el pasaporte inmunitario¡
Su colega tampoco parec¨ªa muy contenta. Llamaba a los sanitarios dementores, refiri¨¦ndose a aquella novela que sol¨ªa leer su padre de peque?o. El mal trago dur¨® solo unos minutos. Al terminar, en la palma de ambas manos luc¨ªa una peque?a luz verde. Tocaba rezar para que no se volviera roja durante la fiesta.
I wanna hold your hand¡ Los Beatles cantaban desde el Escenario Remember, donde se pod¨ªan revivir conciertos m¨ªticos del pasado, transformados a 3D. Era el espacio favorito del chico, sobre todo cuando tocaban bandas de rock. Hac¨ªa tiempo que ya no aparec¨ªan muchas formaciones grupales en los escenarios. La industria hab¨ªa preferido optar por artistas individuales. Eran m¨¢s asequibles y f¨¢ciles de manejar e incurr¨ªan en menos gastos. Pero nada se le pod¨ªa comparar a la telepat¨ªa que parec¨ªa tejerse entre los miembros de un grupo tocando al un¨ªsono.
Pase¨® la mirada por aquel c¨¦sped tan artificialmente verde. Luego, sac¨® su m¨®vil. Aparecieron muchos rostros de golpe. En los festivales siempre era m¨¢s f¨¢cil conseguir matches. Pero ninguno era el de la chica de la entrada. De repente, un barullo agit¨® al p¨²blico. Desde las enormes pantallas se hab¨ªa visto caer al vac¨ªo a uno de los bailarines a¨¦reos. Al parecer, hab¨ªa muerto. ?l resopl¨®. Todos los a?os pasaba algo as¨ª y siempre se saldaba de la misma forma: con retrasos en los conciertos grandes. ¡°Ahora seguro que nos toca esperar para ver a Daft Punk¡±, coment¨® su colega.
No dejemos que las grandes cifras de las que hacen alarde los festivales no nos permitan ver a las escenas peque?as, de las cuales se nutre la industria musical
?l propuso pasar por Queens of Stone Age, donde hab¨ªan reproducido rob¨®ticamente a algunos de los integrantes ya fallecidos de la banda y Josh Homme se desga?itaba desde una silla de ruedas. Ellos ten¨ªan la posibilidad de pasear por los escenarios que quisieran. De hecho, aquella hab¨ªa sido la principal raz¨®n del chico para comprar el abono de mayor precio (con ayuda de sus padres, claro). Los del abono low cost solo pod¨ªan acudir a los conciertos que les marcaba su algoritmo. Al comprar la entrada, se generaba un horario virtual por NFT en el que se les facilitaba un mapa de aquellos conciertos que m¨¢s les podr¨ªan gustar y, por consiguiente, a los que podr¨ªan ir. Ellos, sin embargo, eran libres de asistir al que quisieran.
Ella esperaba la salida de Los Queens agarrada a la alambrada que les separaba del golden circle y, m¨¢s all¨¢, del escenario. Le fastidiaba que se le empa?aran las gafas por efecto de la mascarilla. ¡°En el golden no es obligatoria¡±, pens¨®, amargada. Su colega trataba de acercarse entre la muchedumbre con dos car¨ªsimos tubos de cerveza por los que hab¨ªa tenido que esperar casi una hora.
Josh Homme se acerc¨® al micr¨®fono. ¡°??Qu¨¦ es esto!?¡±, grit¨®. ¡°?No tengo a nadie delante!, ?dejad a la gente pasar, hijos¡¡± El resto de las palabras fueron censuradas por el pitido autom¨¢tico, que imped¨ªa pasar palabras malsonantes o despectivas para grupos minoritarios y todo ese rollo que se puso de moda en los a?os veinte. Pero hicieron efecto. Los de seguridad abrieron la alambrada. Ella y su amiga corrieron dentro, respirando el aire purificado de la zona VIP.
?l la reconoci¨® al instante. Pero le daba algo de verg¨¹enza acercarse. Por si acaso, sac¨® el m¨®vil y la fotografi¨® a escondidas. ¡°Esta persona no cumple tus est¨¢ndares¡±, le dijo Siri, una vez escaneado el rostro de la chica. Programada por algoritmo para saber qu¨¦ tipo de mujeres pod¨ªan gustarle, tambi¨¦n permit¨ªa mandarle un zumbido a la otra persona en caso de que existiera compatibilidad. Ten¨ªa en cuenta la clase social, la est¨¦tica, la edad¡
Ella le vio. Decidi¨® sacar su m¨®vil y hacer lo mismo. ¡°?Esta persona es conveniente para ti!¡±, recit¨® la voz electr¨®nica. ?l recibi¨® un zumbido y se acerc¨®. La cogi¨® de la mano. Ella dio un respingo. Ya nadie se tocaba al conocerse. Era un gesto muy arriesgado por su parte. Yo por ti, t¨² por m¨ª¡, sonaba ahora. Confi¨®. ?l comenz¨® a sudar. Mientras, ella parec¨ªa flotar.
Dur¨® tan solo unos segundos. Como si la sacaran de un sue?o a patadas, la luz de la palma de su mano se torn¨® roja. ?l se alej¨® inmediatamente. Aquello significaba que la chica hab¨ªa dado positivo. R¨¢pidamente, los sanitarios se acercaron a ella y taparon su rostro con una escafandra de cristales tintados, mientras otro le arrebataba el m¨®vil. Su compa?era no pudo hacer nada. No sab¨ªa d¨®nde se la llevaban.
El chico corri¨® a los puestos sanitarios de la zona VIP para esterilizarse en protocolo de urgencia. Hab¨ªa estado cerca. ¡°Ya van m¨¢s de una docena de luces rojas en esta jornada¡±, le chiv¨® la enfermera. ¡°Es incre¨ªble el poco cuidado que tiene la gente¡±. ?l respir¨® aliviado. Al menos, no se perder¨ªa a Daft Punk.
Los festivales, tal y como los conocemos hoy en d¨ªa, surgieron en los a?os 70 como espacio de libertad y democracia, en el que todos los asistentes pudieran regodearse en el significado que tra¨ªa la m¨²sica en aquellos momentos de cambio social: la revoluci¨®n y la llegada de una era que se vaticinaba abierta y emancipadora. La f¨®rmula, de hecho, fue triunfal. Hoy en d¨ªa es uno de los recursos m¨¢s rentables de la m¨²sica en directo en Espa?a, provocando una proliferaci¨®n que lleg¨® a considerarse como ¡°burbuja¡± en los a?os previos al 2020. Cada ciudad de Espa?a contaba con su propio festival, llegando a albergar 850 al a?o con un impacto de m¨¢s de 400 millones de euros en el 2018.
Sin embargo, la libertad de la que presum¨ªan m¨ªticos nombres como Woodstock se torn¨® en met¨¢fora del sistema capitalista m¨¢s liberalizado, encontrando en una misma organizaci¨®n desde sueldos millonarios a trabajadores a pie de calle sin remuneraci¨®n. Gigantes con pies de barro que nos devuelven, irremediablemente, a una escena sustentada en una regulaci¨®n difusa y desconocedora de la idiosincrasia propia de la industria cultural en nuestro pa¨ªs.
En estos momentos nos encontramos al borde de una situaci¨®n que todos parecemos estar esperando como ¡°agua de mayo¡±: el final del estado de alarma ha encendido las esperanzas de una escena pauperizada debido a las medidas del confinamiento, dejando a miles de familias sin trabajo y a merced de las ayudas p¨²blicas. En este contexto, cabe preguntarse c¨®mo ser¨¢ la vuelta a la tan ansiada ¡°normalidad de antes¡±.
No dejemos morir aquello que tanto tiempo y esfuerzo nos cost¨® conseguir en la industria cultural: una escena en la que todos podamos tener una oportunidad, vengamos de donde vengamos
Si ya de por s¨ª antes de la pandemia el panorama era de precariedad y diferencias salariales abismales en un mismo circuito, la entrada en juego de la tecnolog¨ªa -con el NFT a la cabeza y algoritmos cada vez m¨¢s intuitivos- y la necesidad acuciante de trabajo pueden llevarnos a caer a¨²n m¨¢s en una liberalizaci¨®n que se salde, de nuevo, con la clase m¨¢s baja de los trabajadores de la cultura.
La m¨²sica siempre ha sido sin¨®nimo de libertad de expresi¨®n y de revoluciones que nos llevan a contemplar realidades m¨¢s abiertas. Una herramienta cultural transversal que siempre ha estado a la vanguardia tecnol¨®gica, desde la aparici¨®n del magnet¨®fono al streaming. Y, sin embargo, actualmente nos encontramos con la generaci¨®n en la que se ha premiado el individualismo y la autoproducci¨®n. En la que el ocio ha sido comunicado a trav¨¦s de los medios casi como un acto de peligrosidad social.
Con esta coctelera en juego, cabe recordar que, para volver a hacer de la m¨²sica un estandarte de libertad y democracia, tambi¨¦n habr¨¢ que proteger a la parte menos visible de la industria. Que vuelvan los festivales no significa que vuelva la normalidad ni una escena en buena salud. M¨¢s bien, implican un riesgo de devaluaci¨®n de condiciones salariales en base a la necesidad de los trabajadores por encontrar un sustento con el que hacer frente al mal estado de las cuentas.
No dejemos que las grandes cifras de las que hacen alarde los festivales no nos permitan ver a las escenas peque?as, de las cuales se nutre la industria musical. No enfoquemos todo el esfuerzo de lo p¨²blico a ayudar a los grandes. No dejemos morir aquello que tanto tiempo y esfuerzo nos cost¨® conseguir en la industria cultural: una escena en la que todos podamos tener una oportunidad, vengamos de donde vengamos.
* Elena Rosillo es doctora en Comunicaci¨®n y programadora de la sala Vesta de Madrid; tambi¨¦n colabora en La Marea, donde mantiene una secci¨®n de recomendaci¨®n musical
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