La inflaci¨®n adulterada
Estamos ante una subida de costes, no frente a un aumento generalizado de los m¨¢rgenes empresariales
Da la impresi¨®n de que el debate sobre la inflaci¨®n, sus causas y c¨®mo combatirla transita, en buena parte, por caminos equivocados. Durante estos meses el debate no ha estado exento, sino m¨¢s bien al contrario, de posturas y posiciones err¨®neas o interesadas, adulter¨¢ndolo. El problema no es menor porque sobre un an¨¢lisis equivocado se construyen pol¨ªticas equivocadas. Recojo en los siguientes p¨¢rrafos dos de estas posibles desviaciones que hay que destacar para evitar, en los pr¨®ximos meses, un debate pol¨ªtico in¨²til.
Desviaci¨®n primera. La inflaci¨®n es solo consecuencia de los excesos fiscales y monetarios de a?os pasados. No, la inflaci¨®n en Europa se inicia, y ha continuado en buena parte, como una inflaci¨®n de oferta o inflaci¨®n de costes. Esto quiere decir que el aumento generalizado de los precios tiene su origen en que algunos de estos, b¨¢sicos y esenciales en las cadenas de producci¨®n, aumentaron considerablemente por razones conocidas y vinculadas a los cuellos de botella pospand¨¦micos y a las reverberaciones de la geopol¨ªtica internacional, antes y despu¨¦s de la invasi¨®n. Hablamos, obviamente, del gas y del petr¨®leo, aunque tambi¨¦n de otros precios que dependen estrechamente de los anteriores, como son los fertilizantes, la electricidad o los carburantes. El resto de precios no vinculados directamente con estos crecieron por repercusi¨®n de los primeros para evitar p¨¦rdidas y cierres o por efecto directo de la guerra (por ejemplo aceites y grasas).
Es por esto por lo que lo llamamos inflaci¨®n de oferta o inflaci¨®n de costes. Por el contrario, la inflaci¨®n de demanda, aquella motivada por un aumento de la demanda que no puede satisfacer la oferta y vinculadas a pol¨ªticas de expansi¨®n del gasto tanto fiscales como monetarias, tal como muestran estudios recientes del Banco Central Europeo (BCE), es y ha sido minoritaria en Europa hasta la fecha (no tanto en EE UU). Esta distinci¨®n es muy importante, sobre todo para entender c¨®mo combatirla y qu¨¦ esperar. As¨ª, ni las subidas de tipos ni una ¡°austeridad¡± fiscal ser¨ªan pol¨ªticas suficientes para traer a la inflaci¨®n a su nivel deseado.
Desviaci¨®n segunda. Esta inflaci¨®n de costes ha sido causada por un aumento generalizado de los m¨¢rgenes empresariales. Sin embargo, hasta la fecha no tenemos informaci¨®n de que sean los m¨¢rgenes los que expliquen el incremento de precios sino, como he explicado, la traslaci¨®n de costes a precios. Ni los datos que dispone actualmente el Banco de Espa?a ni el BCE dan a entender que esto haya ocurrido, con la importante salvedad, claro est¨¢, de los sectores ¡°energ¨¦ticos¡± y otros que han experimentado un incremento excepcional de demanda, tensando sus precios. En este ¨²ltimo grupo incluir¨ªamos a la hosteler¨ªa.
Y es que se?alar a los m¨¢rgenes no es casual y tiene, en cierto modo, una clara intencionalidad pol¨ªtica para tomar posiciones ante negociaciones futuras. Desde el inicio de este episodio de inflaci¨®n se ha advertido, una y otra vez, de los riesgos que esta implica. En particular, estos riesgos se concentran en la aparici¨®n de los llamados efectos de segunda ronda y que se producen cuando salarios y m¨¢rgenes sobrerreaccionan a la subida de precios, como profilaxis ante la p¨¦rdida de poder adquisitivo. Esta reacci¨®n generar¨ªa otro tipo de inflaci¨®n, tambi¨¦n de costes, que tendr¨ªa la capacidad de retroalimentarse.
Es cierto que desde que las cifras de inflaci¨®n empezaron a crecer, al mencionarse la posibilidad de este riesgo, se descargaba sobre los salarios la responsabilidad de la moderaci¨®n necesaria. En muy pocas ocasiones los m¨¢rgenes empresariales aparec¨ªan. La raz¨®n de este sesgo hacia los salarios nace, precisamente, por la ense?anza de la estanflaci¨®n de los 70 que todos estudiamos. En aquel momento, el mercado de trabajo fue el principal veh¨ªculo por el que avanz¨® la inflaci¨®n. Adem¨¢s, por su naturaleza, los salarios son precios que, en buena parte, sabemos d¨®nde y c¨®mo se gestan, lo que facilita su control. Por el contrario, los m¨¢rgenes son m¨¢s dif¨ªciles de gestionar directamente.
Es por este ¡°relativo olvido¡± que se pueda entender la reacci¨®n de sindicatos y dem¨¢s representantes de trabajadores en su af¨¢n de se?alar a los m¨¢rgenes como ¨²nicos causantes. Y es que nadie serio puede culpar a los salarios de causar la inflaci¨®n cuando estos caen en t¨¦rminos reales m¨¢s de un 7% anual. Pero no es menos cierto que tampoco hay indicios de un aumento generalizado de los m¨¢rgenes sino de un aumento extraordinario de estos en pocas actividades y por razones concretas. Es por ello que cualquier debate sobre un posible pacto de rentas debe iniciarse desde estas premisas.
Es muy importante, as¨ª, centrar estas dos cuestiones. Por un lado, estamos ante una inflaci¨®n de costes. Segundo, ni una subida generalizada de los salarios ni de los m¨¢rgenes, salvo las excepciones mencionadas en estos ¨²ltimos, explicar¨ªan el aumento de buena parte de los precios hasta no hace mucho. Si hay que debatir un pacto de rentas, estas premisas deben estar en el inicio de cualquier discusi¨®n dentro de ella.
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