Democracia, capitalismo e igualdad
Los pa¨ªses occidentales tienen un reto colosal al que enfrentarse para evitar un desgaste de sus valores
En 2016 los acad¨¦micos Manuel Funke, Moritz Schularick y Christoph Trebesch publicaron en la revista European Economic Review un trabajo interesant¨ªsimo que relacionaba las crisis financieras con el auge del populismo. Para ello, miraban datos de m¨¢s de 140 a?os sobre la composici¨®n parlamentaria para 20 pa¨ªses y m¨¢s de 800 elecciones. ?Su conclusi¨®n?, sencilla: las crisis financieras generaban en los a?os siguientes de su concurrencia el auge de partidos de extrema izquierda y derecha, minando las instituciones democr¨¢ticas de los pa¨ªses.
Establecida esta relaci¨®n quedaba retratar qu¨¦ mecanismo pudiera estar detr¨¢s de este proceso. Una hip¨®tesis candidata la ofrecieron Daron Acemoglu y James Robinson en un art¨ªculo interesant¨ªsimo publicado en el a?o 2000.
La l¨®gica de estos autores es la siguiente. Durante el momento de la construcci¨®n de las sociedades democr¨¢ticas modernas, principalmente en el siglo XIX -aunque para muchas de ellas en la primera mitad del siglo XX-, la reacci¨®n democr¨¢tica basada en la ampliaci¨®n del derecho al voto pudo tener un efecto positivo al consolidar la integraci¨®n de grupos sociales en un proceso virtuoso. La ampliaci¨®n y consolidaci¨®n del voto hacia colectivos antes apartados de las decisiones del poder pol¨ªtico pudo explicar la cada vez mayor presencia de pol¨ªticas redistributivas en la agenda de los partidos. Este proceso pudo beneficiar a grupos de poblaci¨®n que, sin ellas, no habr¨ªan tenido las mismas razones para defender un sistema que no los apoyaba o reconoc¨ªa previamente. As¨ª pues, y este es el giro propuesto por Acemoglu y Robinson, la democratizaci¨®n no ser¨ªa solo una consecuencia del desarrollo econ¨®mico y de la reducci¨®n de desigualdades, sino posiblemente tambi¨¦n una causa.
Es obvio que esta tesis tendr¨ªa, en la pr¨¢ctica, una lectura contraria si recorremos el sentido inverso en la relaci¨®n causal. Es decir, esta relaci¨®n ser¨ªa end¨®gena. As¨ª, s¨ª tambi¨¦n es verdad el camino contrario, se podr¨ªa argumentar que la paralizaci¨®n de los mecanismos redistributivos (autom¨¢ticos y pol¨ªticos), como consecuencia de los efectos de la crisis econ¨®mica experimentada a partir de 2008, podr¨ªa debilitar el compromiso de parte de la poblaci¨®n con el sistema vigente. En otras palabras, si el derecho al voto deja de funcionar como mecanismo redistributivo, las bases democr¨¢ticas de la sociedad se debilitan, elevando el apoyo a aquellos partidos que se alimentan de la desesperaci¨®n y necesidad de los votantes.
Tras una crisis es factible, por lo tanto, asistir a una involuci¨®n democr¨¢tica, donde se llegue a considerar que el voto no es un medio para alcanzar mejores posiciones en bienestar. Se minar¨ªa as¨ª no solo el simbolismo que esto supone, sino tambi¨¦n todo lo que con ello se ir¨ªa y que lo sustenta: los valores democr¨¢ticos y la defensa de las libertades.
Junto a este proceso democr¨¢tico, otras megatendencias pueden haber apoyado aquel c¨ªrculo virtuoso y, m¨¢s recientemente, uno vicioso. Por ejemplo, el cambio tecnol¨®gico se volvi¨® m¨¢s ¡°benigno¡± en t¨¦rminos sociales y distributivos a partir del ¨²ltimo tercio del siglo XIX y durante los dos primeros del XX, lo que explicar¨ªa no s¨®lo el fomento del crecimiento econ¨®mico sino adem¨¢s que ¨¦ste fuera m¨¢s inclusivo en las econom¨ªas occidentales. Como afirmara Kuznets en 1955 ¡°por fin la tecnolog¨ªa era integradora¡±. La desigualdad descend¨ªa a la par que el capitalismo y el sistema de mercado, tal y como lo conocimos hasta hace poco, se consolidaban.
Hoy, sin embargo, sabemos que la tecnolog¨ªa ha polarizado el mercado de trabajo y, por ello, la distribuci¨®n de salarios. Este camino ha sido reforzado por una globalizaci¨®n que ha beneficiado a occidente por el lado del consumo mientras que lo ha desnudado de buena parte de los empleos que anta?o rellenaban ese espacio de trabajadores industriales de clase media trabajadora. Esta erosi¨®n en la clase media no es, pues, positiva para un sistema democr¨¢tico que la necesita.
Si todas estas explicaciones son correctas, la conclusi¨®n necesaria es que las democracias occidentales tienen un reto colosal al que enfrentarse en el futuro (ya vamos tarde) con tal de evitar un desbaste de sus valores fundamentales. Enriquecer la capacidad de crear valor v¨ªa una mayor y mejor educaci¨®n, crear ventajas competitivas para diferenciarse de un resto del mundo que ha venido a competir, evitar que las nuevas tecnolog¨ªas sigan abriendo una brecha entre los trabajadores son pol¨ªticas muy necesarias. Pero, adem¨¢s, es cr¨ªtico llevar a cabo una profunda revisi¨®n del sistema de transferencias de tal modo que no dejemos espacio al rencor hacia un sistema que no tiene en cuenta las necesidades de ciertos colectivos mientras se premia a otros. En un momento en el que vivimos donde las tendencias marcan todo lo contrario, es muy peligroso creer que los problemas se solucionan solos.
Manuel Alejandro Hidalgo es profesor de la Universidad Pablo de Olavide y economista de EsadeEcPol.
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