Ni?os de campo, ni?os de ciudad; juegos de campo, juegos de ciudad
Aterrizamos en Barcelona despu¨¦s de unos d¨ªas en un caser¨ªo en Navarra. Al shock de la vuelta al curro se suma la sacudida de conciencia que me provocan siempre los ni?os de campo. Lo distinta que es su vida de la de mis enanas urbanitas. C¨®mo pasan el d¨ªa entero en el campo y con el ganado: entero literalmente, porque tambi¨¦n all¨ª los cr¨ªos acaban de tener una semana de vacaciones. C¨®mo su juguete favorito son los tractores. Tienen de varios tama?os, el de la foto es el m¨¢s grande y deseado. C¨®mo les construyen todo tipo de aperos con madera o lo que pillen. C¨®mo pasan horas y horas reproduciendo campos en miniatura y jugando a imitar las tareas que ven hacer a padres, t¨ªos y abuelos: empacan hierba, recogen helecho para las cuadras de vacas y los corderos, pasan la pala quitanieves¡ C¨®mo llegan a la escuela y cuentan el trabajo que les da tal cordero que naci¨® antes de tiempo o si hay una vaca enferma.
Si lo comparo con mi realidad de casa, me da casi apuro decirlo: la de cuatro a?os se divierte pintando y recortando, juega a disfrazarse, a peluqueras, a hablar con el m¨®vil con sus amigas y ahora empieza con los juegos de mesa. La de once meses juega a jugar con la mayor, que pasa bastante. B¨¢sicamente, sus juegos est¨¢n limitados por los 80 metros cuadrados de casa, el patio de la escuela o el parque. Vale, hay fines de semana de campo y playa, pero repito: b¨¢sicamente, casa, cole y parque. Y nuestras preocupaciones nada tienen que ver con las de las familias del campo.
Si a todo esto sumo que acabo de empezar a leer La ciudad de los ni?os, del pedagogo italiano Francesco Tonucci, mi agobio crece. No lo he terminado, pero ya que ¨¦ste no es un texto cient¨ªfico, creo que las 40 p¨¢ginas le¨ªdas valen para explicar que Tonucci reivindica una ciudad pensada a partir de los ni?os. Una revoluci¨®n que el pedagogo defiende que supondr¨ªa una vida mejor para todos. Tonucci parte de una idea tan gr¨¢fica como real: antes nos daba miedo el bosque y nos sent¨ªamos seguros en la ciudad, lugar de encuentro e intercambio. De unas d¨¦cadas a esta parte, la realidad se ha invertido y el bosque se ha convertido en algo ¡°bonito, luminoso, objeto de sue?os y de deseo¡±, mientras la ciudad se ha convertido en algo ¡°feo, gris, agresivo, peligroso y monstruoso¡±.
El espacio urbano se ha convertido en objeto de valor comercial, se ha optado por los criterios de separaci¨®n y especializaci¨®n como criterio de desarrollo, ha perdido su vida, ha cedido espacio al coche y los servicios se han pensado desde el punto de vista de los adultos. Y para su comodidad. Tonucci, por ejemplo, cuestiona los parques infantiles: est¨¢n alejados de las casas, de forma que los ni?os tienen que ir acompa?ados de adultos que tienen que vigilarles: ¡°y bajo vigilancia no se puede jugar¡±. Critica que se trate de espacios allanados, sin lugares donde esconderse ¡°uno de los componentes m¨¢s importantes del juego infantil¡±, que se predetermine el juego con ¡°instalaciones pensadas para actividades repetitivas y poco motivadoras, como columpiarse, como si un ni?o tuviera m¨¢s que ver con un h¨¢mster que con un explorador, un investigador o un inventor¡±.
El veterano pedagogo italiano, que firma como Frato cuando ejerce de ilustrador, habla de ni?os que est¨¢n m¨¢s solos que nunca ¨Ccuando oficialmente sus derechos est¨¢n reconocidos como nunca-, de que los accidentes dom¨¦sticos han aumentado en paralelo a la presencia de ni?os en las casas ¨Cconvertidas en fortalezas- o de las negativas consecuencias que tiene llevar a los peque?os en coche a todos lados -a la escuela, a las extraescolares-, por la p¨¦rdida de referentes de proximidad.
Tonucci cre¨® un laboratorio en la ciudad italiana de Fano en 1991, La ciudad de los ni?os, en la que se da voz a los m¨¢s peque?os. Un proyecto al que se sumaron m¨¢s ciudades y del que desconozco el resultado, porque la edici¨®n que estoy leyendo es de s¨®lo cinco a?os despu¨¦s. S¨ª llego a comparar las ideas de Tonucci, la realidad del caser¨ªo y la m¨ªa para ver que los ni?os de campo pasan todo su tiempo de ocio jugando en un monte que es todo menos llano, donde nadie les vigila y se entregan a la imaginaci¨®n y el invento. No lo idealizo, la vida en el caser¨ªo tambi¨¦n es muy dura. Tiene sus pros y contras, como de la ciudad. Pero a veces me gustar¨ªa que estuvieran m¨¢s repartidos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.