Lo que t¨² viste, Jackie
Jacqueline Kennedy coprotagoniz¨® la primera presidencia de la era medi¨¢tica.- Cincuenta a?os desp¨²es, sus confesiones salen a la luz y revelan los secretos de la vida cotidiana y pol¨ªtica en los d¨ªas ¨¢ureos de Camelot
John F. Kennedy es el primer presidente de la era moderna de Estados Unidos. Antes de ¨¦l, todos fueron personajes en blanco y negro de los que la mayor¨ªa de las generaciones presentes saben por los libros de historia, figuras lejanas en el tiempo y, sobre todo, en el afecto. Kennedy es el primero que gan¨® unas elecciones gracias a la televisi¨®n y el primero que comprendi¨® el poder de su personalidad y su imagen, tanto como de su cargo.
Para ayudarle a lograrlo, fue decisiva la colaboraci¨®n de su esposa, Jacqueline Kennedy, que complement¨® magistralmente el papel del presidente, no solo para constituir la m¨¢s perfecta pareja pol¨ªtica de la historia, sino para darle a este a¨²n m¨¢s brillo, gracia y dimensi¨®n universal. Jacqueline ilumin¨® la Casa Blanca y convirti¨® un herm¨¦tico centro de poder en un divertido club social y en el hogar de todos los norteamericanos. Jacqueline dise?¨® el Despacho Oval que hoy conocemos y humaniz¨® hasta tal punto las circunstancias de la presidencia de John Kennedy que consigui¨® que trascendiera m¨¢s su vida que su obra.
Sus alusiones no se observan ya como una ofensa pol¨ªtica, sino como travesuras simp¨¢ticas
"No era feminista. Pero nadie le pudo negar que tom¨® sus propias decisiones"
Este es el prop¨®sito del libro que acaba de aparecer en Estados Unidos con ocho horas de entrevistas a Jacqueline Kennedy: tratar de hacer justicia con una mujer que viv¨® callada la construcci¨®n de su leyenda y se fue en silencio a la tumba. "John Kennedy hubiera r¨¢pidamente asegurado que los principales hitos culturales de su presidencia probablemente no habr¨ªan ocurrido si no se hubiera casado con Jacqueline Bouvier", afirma el historiador Michael Beschloss, que ha coordinado, junto a la ¨²nica hija viva de aquel matrimonio, Caroline Kennedy, la publicaci¨®n de esta memoria oral.
Las entrevistas fueron grabadas entre marzo y junio de 1964 por Arthur Schlesinger, un profesor de Harvard que ejerci¨® como el m¨¢s cercano colaborador de John Kennedy, despu¨¦s de su hermano Robert. Cuando Bob y Jacqueline decidieron, por consejo del primero, dejar un testimonio grabado de sus a?os como Primera Dama, no hab¨ªa desde luego nadie m¨¢s capacitado para hacerlo, ni de mayor confianza, que Schlesinger. Las cintas quedaron guardadas y selladas desde entonces en la Biblioteca de Kennedy ?cada presidente norteamericano tiene una que preserva sus logros? hasta que Caroline ha decidido sacarlas a la luz ahora coincidiendo con el 50 aniversario de la presidencia de su padre.
Jacqueline grab¨® otras dos entrevistas despu¨¦s de enviudar. Una est¨¢ en la Biblioteca a disposici¨®n de los investigadores, y la otra, la ¨²nica en la que habla de sus sentimientos tras el asesinato de John Kennedy en Dallas en 1963, seguir¨¢ bajo llave todav¨ªa durante otro medio siglo.
Este libro es, por tanto, la ¨²nica oportunidad que el p¨²blico tiene de escuchar a Jacqueline Kennedy recordando sus d¨ªas junto a John, antes y durante su etapa en la Casa Blanca, de una forma, por lo general, desinhibida y sincera. Ella era consciente de que estaba hablando para la historia y, como consecuencia, se observa en sus palabras el tono de atrevimiento de quien sabe que no tendr¨¢ que responder por ellas. La alusi¨®n a Charles de Gaulle como un "megal¨®mano", a Indira Ghandi como "una estirada, amargada, una mujer mandona y horrible" o la confesi¨®n de que su marido ten¨ªa dudas sobre lo que podr¨ªa ocurrir si Lyndon Johnson ?como efectivamente sucedi¨®? llegaba a la presidencia, no se observan ya como una ofensa pol¨ªtica sino como las travesuras simp¨¢ticas de una ni?a bien educada.
Otras de las menciones sorprendentes del libro, la que se refiere a Martin Luther King ?"no puedo ver una foto de ¨¦l sin pensar en lo terrible que es ese hombre ?, tienen que entenderse en el contexto del momento en el que fueron hechas, en plena campa?a del entonces director del FBI, John Edgar Hoover, por destruir la imagen del l¨ªder de la lucha por los derechos civiles, lo que incluy¨® la distribuci¨®n de grabaciones en las que este hac¨ªa referencia a supuestas org¨ªas o hablaba en t¨¦rminos irrespetuosos sobre el funeral del presidente Kennedy.
El libro ?que se vende al precio de 60 d¨®lares, incluidos ocho CD? pretende ser tambi¨¦n una reivindicaci¨®n de la influencia que su principal protagonista tuvo sobre su marido. Esto se consigue solo a medias. Jacqueline parece bien informada de los acontecimientos que le toc¨® vivir y muestra cierta sagacidad para descubrir el car¨¢cter de algunas de las personalidades con las que tuvo que lidiar. Pero no da la impresi¨®n de que su punto de vista condicionara mucho la opini¨®n del presidente, ni demuestra ning¨²n papel activo en las jornadas fren¨¦ticas que, con frecuencia, se vivieron en aquellos tiempos en la Casa Blanca.
La presidencia de John Kennedy coincidi¨® con algunos de los sucesos m¨¢s turbulentos de la segunda mitad del siglo pasado. El desembarco en Bah¨ªa de Cochinos, la divisi¨®n definitiva de Berl¨ªn y la crisis de los misiles son acontecimientos que provocaron momentos de alta tensi¨®n y condicionaron la realidad posterior hasta muy recientemente. Jacqueline estuvo al lado del presidente en todos esos momentos, pero sobre ninguno de ellos expresa en esta entrevista una sola opini¨®n pol¨ªtica. Estuvo all¨ª, s¨ª, reconfortando al guerrero.
En su libro The brilliant disaster, sobre el ataque organizado por Estados Unidos contra Cuba, Jim Rasenberg, describe a Kennedy la tarde del 19 de abril de 1961, cuando el fracaso de la operaci¨®n ya era evidente, "al borde de las l¨¢grimas, tumbado en la cama de Jacqueline". Unos meses despu¨¦s, mientras que en Berl¨ªn los comunistas comenzaban a levantar la divisi¨®n de la ciudad, "Jackie parec¨ªa sacada de una revista de modas, con su blusa azul y sus shorts rojos" cuando compraba helados para la familia en Nantucket, en la costa de Massuchusetts, tal y como lo relata Frederick Kempe en el libro Berl¨ªn, 1961.
En casi todas las cr¨®nicas de la ¨¦poca, las alusiones a Jacqueline inclu¨ªan los adjetivos de "adorable y et¨¦rea". "Una virgen g¨®tica", dijo de ella la prensa francesa durante su visita a Par¨ªs. The Washington Post la describe, durante una recepci¨®n en la Casa Blanca a los miembros del Congreso, "radiante en un vestido de encaje rosa y blanco con zapatos rosas a juego y una horquilla de diamantes en el pelo". Durante la trascendental cumbre Kennedy-Kruschev en junio de 1961 en Viena, el corresponsal de la agencia Reuters, Adam Kellett-Long, que despu¨¦s se har¨ªa famoso por la primicia sobre los movimientos de tanques sovi¨¦ticos en Berl¨ªn, alude a la nube de fot¨®grafos que se abalanz¨® sobre Jacqueline pidi¨¦ndole una pose, y a?ade: "Y ella se dej¨®; se comport¨® como Marilyn Monroe o cualquier estrella de cine; lo estaba disfrutando".
Todo ello es perfectamente consecuente con la funci¨®n que Jacqueline quiso conscientemente desempe?ar de acuerdo a sus propios valores. En este sentido, probablemente el p¨¢rrafo m¨¢s revelador del libro es en el que la protagonista confiesa: "Todas mis opiniones son las que tiene mi marido. Esa es la verdad. ?C¨®mo voy a tener yo opiniones pol¨ªticas? Las suyas siempre iban a ser mejores. Yo no concibo votar a alguien distinto a quien vote mi marido. La verdad es que nosotros ten¨ªamos una relaci¨®n victoriana o asi¨¢tica".
?"?Una mujer japonesa?", le pregunta Schlesinger.
?S¨ª, y creo que eso es lo mejor.
Jacqueline Kennedy no ejerci¨® el feminismo que hizo c¨¦lebre, por ejemplo, a Eleanor Roosevelt, quien super¨® el dolor de estar casada con un hombre que siempre am¨® a otra mujer y se convirti¨®, ella s¨ª, en la primera dama con m¨¢s poder de la historia. Jacqueline respetaba a Eleonor y lo que esta representaba, pero ella decidi¨® m¨¢s bien, aunque sin saberlo, ser la primera posfeminista. "No era feminista, pero nadie le puede negar que tom¨® sus propias decisiones a lo largo de su vida", afirma Beschloss.
Decisiones muy dif¨ªciles, por cierto. A Jacqueline le gustaban los caballos y la vida social; odiaba la pol¨ªtica y Washington. Y, en cuanto pudo, escap¨® de ello. En el libro menciona a Onassis, con quien se casar¨ªa cuatro a?os despu¨¦s de esta entrevista. Dice que, estando en Montecarlo en 1959, ella y John acudieron en el yate del millonario griego a una cena con Winston Churchill organizada por los Agnelli. De Churchill dice que estaba ya "gaga", pero no hay opini¨®n sobre Onassis. Los norteamericanos nunca admitir¨¢n que esa boda les decepcion¨®. La persona destinada por la historia a llevar la antorcha de Kennedy acab¨® siendo la viuda de un armador griego y, m¨¢s tarde, una editora y un icono de la moda en Nueva York.
Nada de eso importaba ya mucho. La leyenda estaba ya escrita. Este libro la alimenta y la cultiva. Y nos traslada en carroza de plata a los mejores d¨ªas de Camelot, el modelo que ella misma escogi¨® para su cuento personal, un cuento eterno en el que, 50 a?os despu¨¦s, la princesa todav¨ªa viste un traje de Chanel rosa.
Informaci¨®n reservada
De los archivos de la Biblioteca Kennedy al mundo. 50 a?os despu¨¦s del mandato de JFK, Jackie se confiesa.
Sobre Martin Luther King: "[JFK] nunca dijo nada realmente contra Luther King. Desde entonces Bobby [Kennedy] me habl¨® de las cintas de esas org¨ªas que ten¨ªan y c¨®mo Martin Luther King se rio del funeral de Jack. Dijo que el cardenal Cushing estaba borracho y cosas como que casi tiran el ata¨²d. (...) Es un tipo tramposo".
Sobre indira gandhi: "La se?ora Gandhi y yo tuvimos una comida de se?oritas en la salita. (...) Ella lo odiaba. Le gustaba estar con los hombres. Es un horror de mujer. (...) No me gusta un pelo. Siempre parece que est¨¢ chupando un lim¨®n".
Eisenhower y el golf: "No creo que Jack tuviera muy buena opini¨®n de ¨¦l. (...) En la puerta de la oficina de Jack pensamos que hab¨ªa termitas. Estaba todo lleno de agujeritos. (...) Eran los tacos de sus zapatos de golf. Supongo que tuvo que haber caminado por toda la Casa Blanca con ellos".
La siesta presidencial: "[JFK] Nunca se ech¨® la siesta antes, pero en la Casa Blanca creo que se hizo a la idea de hacerlo porque era tan bueno para su salud. (...) Dijo que Churchill sol¨ªa hacerlo. (...) Eran de 45 minutos, y se desvest¨ªa por completo y se pon¨ªa su pijama".
Sobre ser sucedido por Johnson: "Jack me lo dijo muchas veces: 'Oh, Dios, ?puedes imaginarte lo que le pasar¨ªa al pa¨ªs si Lyndon fuera presidente?". En la imagen, Lyndon Johnson tomando posesi¨®n de la presidencia en 1963, tras el asesinato de John Kennedy.
La Crisis de los misiles de Cuba de 1962: "Por favor, no me mandes a Camp David. (...) No me mandes a ninguna parte. Si pasa algo, todos nos quedaremos contigo aqu¨ª. Incluso si no hay sitio en el refugio antibombas de la Casa Blanca. (...) Quiero morir contigo y los ni?os tambi¨¦n quieren en lugar de vivir sin ti".
Una broma macabra: Superada la crisis de los misiles, JFK se preguntaba si Lincoln habr¨ªa sido tan gran presidente si no hubiera sido asesinado en la Reconstrucci¨®n tras la Guerra Civil. Jacqueline rememora: "Recuerdo a Jack diciendo, despu¨¦s de la crisis, cuando todo sali¨® tan bien: 'Bien, si alguien me va a disparar, este ser¨ªa el d¨ªa perfecto".
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