V¨ªctimas y asesinos de ETA
El relato de la memoria tiene que distinguir entre los causantes de la violencia y los que la sufrieron
Berl¨ªn, octubre de 1932. En el clima guerracivilista que reina en v¨ªsperas del acceso de Hitler al poder, la lucha por la calle a muerte entre nacionalsocialistas por un lado, e izquierdas varias por otro lado, se cobra una nueva v¨ªctima. Se trata de Richard Harwik, miembro de las SA. En su camino se hab¨ªa cruzado un comunista. Los dos se enzarzaron en una discusi¨®n envenenada por el alcohol. Uno grita ¡°?Heil Hitler!¡±, el otro ?Heil Mosc¨²!. El primero recurre a su bicicleta como ariete, a lo que el segundo replica con un pu?etazo que dio con el nazi en el suelo, con tan mala fortuna que se golpe¨® mortalmente en la ca¨ªda. En su oraci¨®n f¨²nebre, Goebbels estiliz¨® su muerte como muestra suprema de sacrificio. Silenci¨®, porque no se ajustaba al patr¨®n heroico, que Harwik era cualquier cosa menos un modelo a seguir. Hab¨ªa sido condenado a prisi¨®n por robo y agresi¨®n grave; se alist¨® en la I Guerra Mundial con papeles falsos, para acto seguido desertar. Datos menores. Goebbels ya ten¨ªa decidido que era carne de gloria y que merec¨ªa un puesto de honor en el pante¨®n martirial nazi.
Este cruce con la historia alemana presenta algunas ense?anzas interesantes al hilo de la batalla pol¨ªtica que se acaba de inaugurar en Euskadi tras el cese definitivo del terrorismo de ETA. No porque el nazismo y el terrorismo etarra sean fen¨®menos asimilables en todos sus extremos. El primero sacraliz¨® la raza y expuls¨® del ¨¢mbito de obligaci¨®n moral de la comunidad a grupos sociales enteros, como los jud¨ªos; el nacionalismo radical vasco quintaesenciado en ETA nunca ha presentado aristas racistas y ha asesinado seg¨²n el m¨¦todo muestral, escogiendo a sus v¨ªctimas por qui¨¦nes eran, pero tambi¨¦n por lo que representaban en tanto que piezas de un Estado ¡°opresor¡± (miembros de fuerzas de seguridad, jueces, etc.).
No son diferencias balad¨ªes. Sin embargo, al menos en un aspecto se tocan: ambos movimientos han rodeado sus dogmas respectivos con un despliegue lit¨²rgico que sit¨²a en primer plano a los ca¨ªdos por la causa. Sin la manipulaci¨®n de la sangre derramada en el altar de la patria y su capacidad para movilizar emociones entre la poblaci¨®n, ni los primeros habr¨ªan llegado a detentar el poder, ni los segundos habr¨ªan sido capaces de preservar durante d¨¦cadas un considerable colch¨®n social de apoyo que ha coadyuvado decisivamente a la persistencia del terrorismo.
Ahora se batalla para? explicar qu¨¦ aliment¨® la violencia en el Pa¨ªs Vasco y Navarra
Se ha abierto un tiempo nuevo. A partir de ahora la batalla se librar¨¢, se est¨¢ librando ya, por ocupar el relato, es decir, por delimitar y rellenar eso que nos contaremos a nosotros mismos y a las generaciones futuras para explicar qu¨¦ aliment¨® la violencia pol¨ªtica en el Pa¨ªs Vasco y Navarra. En el centro de esa narrativa figurar¨¢ qui¨¦n contar¨¢ como v¨ªctima y qui¨¦n como victimario. El nacionalismo radical, secundado por sus nuevos compa?eros de viaje de EA y Alternatiba, ha empezado su particular ceremonia de la confusi¨®n al referirse a 1.200 ¡°v¨ªctimas de la violencia de los Estados¡±. Si damos por buena la cifra de 857 personas asesinadas por ETA que se recoge en el libro Vidas rotas, y a?adimos los 225 miembros de ETA fallecidos en circunstancias diversas que a fecha de marzo de 2009 cuentan con un roble en el ¡°bosque de los gudaris¡± de Aritxulegi y son exaltados como tales, tendremos despejada gran parte de la inc¨®gnita de qu¨¦ se esconde tras esa cifra.
Ahora bien: conviene no pasar por alto imposturas de digesti¨®n imposible. Detr¨¢s de esos 225 gudaris que conforman el arsenal ¨¦pico del nacionalismo radical hay v¨ªctimas, victimarios y tambi¨¦n quienes no encajan f¨¢cilmente en ninguna de las dos categor¨ªas. En el listado de gudaris figuran miembros de ETA v¨ªctimas de organizaciones terroristas, auspiciadas o no desde despachos oficiales, que deber¨¢n servir a la sociedad de recordatorio de que, en la lucha contra el terrorismo, los atajos que se desv¨ªen del marco impuesto por el Estado de Derecho son repugnantes en t¨¦rminos morales, adem¨¢s de contraproducentes en la pr¨¢ctica. Su inclusi¨®n en el relato de la memoria en curso resulta leg¨ªtima e imprescindible. Ahora bien: intentar colar de matute casos de etarras fallecidos durante la comisi¨®n de actos terroristas resulta un escarnio y una afrenta may¨²scula a la memoria de las v¨ªctimas, de todas las v¨ªctimas. En fin, hay etarras glorificados como gudaris que no encajan en ninguno de los grupos anteriores. Algunos de ellos fallecieron de forma natural, por accidente o se suicidaron; pero tambi¨¦n los hay que murieron en circunstancias oscuras bajo custodia de fuerzas policiales. Cuando de preservar la memoria se trata, no todos deber¨ªan figurar en el mismo saco.
El arsenal ¨¦pico del nacionalismo radical incluye a 225 etarras muertos
En el relato a forjar habr¨¢ que discriminar claramente entre agentes causantes y sujetos pacientes del terrorismo, entre v¨ªctimas y asesinos. De la depuraci¨®n de ambas categor¨ªas pende nuestra memoria compartida y, con ella, la justicia.
Por cierto: 225 es la cifra que el nacionalsocialismo recog¨ªa en su listado oficial de ¡°testigos de sangre¡± hasta marzo de 1933, un mes despu¨¦s de que se abriese el episodio m¨¢s ignominioso de la historia contempor¨¢nea.
Jes¨²s Casquete es profesor de Movimientos Sociales en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Es autor de "En el nombre de Euskal Herria".
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