La tiran¨ªa de la memoria
Fidel Castro confunde la narraci¨®n de su vida con el relato de la historia de Cuba, y no duda en alterar detalles. ?C¨®mo podr¨ªa reivindicar la vida del padre Varela si esta es incompatible con un r¨¦gimen de partido ¨²nico?
?Por qu¨¦ un pol¨ªtico como Fidel Castro, que gobern¨® durante medio siglo Cuba y que no sigui¨® gobern¨¢ndola s¨®lo porque su salud se lo impidi¨®, que tiene a su hermano menor al mando del pa¨ªs y que jam¨¢s es cuestionado en la opini¨®n p¨²blica de la isla, dedica su retiro a justificar insistentemente su lugar en la historia? En los ¨²ltimos seis a?os, Castro ha publicado cuatro libros de memorias y ha agenciado la publicaci¨®n de alguna biograf¨ªa favorable. ?Cu¨¢l es la ra¨ªz de esa obsesiva administraci¨®n de un legado pol¨ªtico?
Hay algo significativo, por no decir sintom¨¢tico, en el hecho de que este dictador haya iniciado su carrera pol¨ªtica anunciando que la historia lo "absolver¨ªa" y que la termine enfrascado en alegatos personales sobre su comportamiento en el pasado. Si no fuera forzar demasiado el paralelo, podr¨ªa observarse en Fidel Castro el gesto de Luis XVI en la Torre del Temple, narrado por Lamartine en la Historia de los girondinos (1847). El historiador franc¨¦s destacaba que en su alegato justificativo, antes de ser condenado a muerte por traici¨®n a la patria, Luis XVI atribuy¨® toda la tragedia francesa a la "situaci¨®n" y al "tiempo" que le toc¨® vivir.
Los cuatro ¨²ltimos libros de Fidel Castro ¡ªBiograf¨ªa a dos voces (2006), una larga entrevista autobiogr¨¢fica con Ignacio Ramonet, La ofensiva estrat¨¦gica (2010), La victoria estrat¨¦gica (2010) y el m¨¢s reciente, Guerrillero del tiempo (2012),otra larga entrevista autobiogr¨¢fica, en dos tomos y m¨¢s de mil p¨¢ginas, con la periodista cubana Katiushka Blanco¡ª son narraciones que reiteran pasajes conocidos de la vida del pol¨ªtico cubano: la infancia en Bir¨¢n, los estudios en el jesuita Colegio de Bel¨¦n, la turbulenta juventud universitaria, el Moncada, M¨¦xico, el Granma, la Sierra Maestra, la entrada en La Habana en enero del 59, Playa Gir¨®n, los atentados, los sabotajes y su larga "lucha contra el imperio", frase con la que se despachan de un plumazo los ¨²ltimos 50 a?os de la historia de Cuba.
Si alguna historia conoce el pueblo de Cuba es la de la Revoluci¨®n, machacada durante cinco d¨¦cadas?
Pasajes tan conocidos que hasta un escritor cubano, Norberto Fuentes, los cont¨® ya en primera persona y mejor prosa. Si alguna historia conoce el pueblo de Cuba es esa, ya que, en s¨ªntesis, no es otra que la historia oficial de la Revoluci¨®n Cubana, machacada durante cinco d¨¦cadas a varias generaciones de ni?os y j¨®venes. La misma historia que en cinco d¨¦cadas han contado la radio y la televisi¨®n, los carteles y la fotograf¨ªa, el cine, la pl¨¢stica y los cientos de escritores y periodistas que han aspirado, alguna vez, al cobijo del Estado cubano. La misma historia que repite d¨ªa con d¨ªa la cronolog¨ªa ¨¦pica y el pante¨®n heroico del Gobierno insular.
El culto a la personalidad de Fidel Castro ha sido la pieza clave de la historia oficial cubana. Lo que sucede en los ¨²ltimos a?os es que mientras la mayor¨ªa de los historiadores j¨®venes de la isla se aparta de ese relato, este ¨²ltimo se concentra m¨¢s y m¨¢s en la persona del propio Castro. Es esa persona la que, al final de sus d¨ªas, narra la historia de la naci¨®n cubana en forma de autobiograf¨ªa, como si la historia del pa¨ªs cupiera dentro de la historia de su yo. S¨®lo que ahora, a diferencia de hace medio siglo, Castro no est¨¢ interesado en presentar la Revoluci¨®n como fin de la historia de Cuba sino en retrasar la historia de Cuba posterior a ¨¦l.
Estos libros poseen, aunque pronunciados, todos los vicios de las historias oficiales de cualquier dictadura moderna. En ellos no se reconoce la diversidad de actores sociales y pol¨ªticos que se enfrent¨® a la dictadura de Fulgencio Batista, ni la fractura de la comunidad cubana luego del triunfo revolucionario, ni los perjuicios econ¨®micos y culturales que tuvo la integraci¨®n al bloque sovi¨¦tico y la adopci¨®n de las peores pol¨ªticas centralizadoras, ateas, machistas, homof¨®bicas, racistas e intolerantes. Estos libros no son la memoria cr¨ªtica de un revolucionario: son la justificaci¨®n de una vida en el poder. La historia que lo ¡°absuelve¡± no es la Historia sino el relato que ¨¦l y sus seguidores escriben.
Una justificaci¨®n que intenta movilizarse, por adelantado, contra el juicio que las futuras generaciones de cubanos deber¨¢n emitir y contra la ascendente visi¨®n plural de la historia del siglo XX que se abre paso entre los j¨®venes historiadores, dentro y fuera de la isla. Basta leer a los autores m¨¢s fieles a la l¨ªnea oficial y a los periodistas y blogueros que amplifican la ortodoxia del partido ¨²nico para constatar la ansiedad y hasta la desesperaci¨®n que les produce la heterog¨¦nea conectividad de la era global. Las memorias de Fidel Castro, editadas por la editorial Abril de la Uni¨®n de J¨®venes Comunistas de Cuba, aspiran infructuosamente a ser lectura de cabecera para j¨®venes cubanos del siglo XXI.
Benedicto XVI puede declarar Venerable de la Iglesia al padre Varela en su viaje a la isla
Luego de m¨¢s de medio siglo el peor efecto de ese persistente culto a la personalidad no es la simplificaci¨®n hist¨®rica del periodo revolucionario o el vaciamiento de contenidos ciudadanos de la experiencia cubana posterior a 1959: es la reducci¨®n del pasado prerrevolucionario cubano a mera pincelada en la memoria de Castro. Una pincelada en la que grandes y complejas personalidades del siglo XIX, como F¨¦lix Varela y Jos¨¦ Mart¨ª, tienen valor en la medida que funcionan como antecedentes del propio Castro.
Sobre la caricatura de Jos¨¦ Mart¨ª en la historia oficial cubana se ha escrito mucho y bien, pero sobre la de F¨¦lix Varela menos, a pesar de que su importancia es tanta como la del primero ?Qu¨¦ tan conocido es el pensamiento de Varela, cuya venerabilidad delibera actualmente la Congregaci¨®n de la Causa de los Santos en Roma, por la ciudadan¨ªa de la isla? Si, como muchos esperan, Benedicto XVI declara Venerable de la Iglesia al padre Varela, durante su pr¨®xima visita a La Habana, no estar¨ªa de m¨¢s que el clero cubano o alguno de sus miembros aclaren si la visi¨®n de Varela que sostienen los te¨®logos vaticanos es la misma que defienden Fidel Castro y las instituciones culturales y educativas del Gobierno cubano.
Fil¨®sofo moderno, cr¨ªtico de la escol¨¢stica tomista, primero partidario de Fernando VII, luego liberal gaditano, m¨¢s tarde republicano anticolonial y abolicionista y, al final de su vida, sacerdote entregado a las penurias de su feligres¨ªa en Nueva York y San Agust¨ªn, Varela no puede ser considerado precursor intelectual de un r¨¦gimen de partido ¨²nico, basado en la ideolog¨ªa marxista-leninista. A lo sumo podr¨ªa aceptarse que la fuerza que posee la idea de justicia en su obra, como sostuviera Cintio Vitier en su cl¨¢sico ensayo Ese sol del mundo moral (1974), es un elemento de la tradici¨®n republicana del siglo XIX que, en efecto, retoman las ideolog¨ªas revolucionarias del siglo XX cubano.
Pero entre esa observaci¨®n de Vitier y el estatuto de Varela como precursor de Fidel Castro y su marxismo-leninismo en Cuba hay un trecho que no se puede saltar con un m¨ªnimo de rigor hist¨®rico. No hay manera de conciliar la Constituci¨®n liberal de C¨¢diz de 1812, que tanto admir¨®, estudi¨® y coment¨® Varela, con las constituciones comunistas de Cuba de 1976 y 1992, que rigen a¨²n la vida p¨²blica de ese pa¨ªs caribe?o. Varela fue una buena prueba de que liberalismo y catolicismo, en contra de lo que auguraban las voces m¨¢s estridentes de ambas tradiciones, eran conciliables. El siglo XX, por su parte, demostr¨® que marxismo y cristianismo tampoco eran corrientes de pensamiento incapaces de dialogar.
Los di¨¢logos entre diversas tradiciones ideol¨®gicas han probado ser tan necesarios como fecundos. Con frecuencia, las mezclas doctrinales logran acomodar m¨¢s eficazmente las ideolog¨ªas a la realidad que los purismos filos¨®ficos. Pero por mucha flexibilidad que empe?en, las ideas pol¨ªticas no pueden eludir contradicciones fatales como la del comunismo y la democracia, el partido ¨²nico y los derechos de asociaci¨®n y expresi¨®n, el totalitarismo y la libertad. Si de ideas pol¨ªticas se trata F¨¦lix Varela y Fidel Castro no est¨¢n del mismo lado.
Rafael Rojas es historiador.
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