Anastasia Wambui Maina
Korogocho es uno de los barrios pobres (slum) de las afueras de Nairobi, la capital de Kenia, al igual que Kibera o Mathare. Se expande alrededor del basurero de Dandora, donde va a parar toda la basura de la gran ciudad: de sus casas, calles, hospitales y f¨¢bricas. Sus habitantes viven, principalmente, de buscar entre los deshechos pl¨¢sticos, metales y papeles que luego venden al peso o, los bienes m¨¢s codiciados, tel¨¦fonos m¨®viles, zapatos o mandos de control remoto. Son m¨¢s de 6.000 mujeres, hombres, ni?as y ni?os los que se ganan la vida as¨ª. Pero el dinero que se consigue es poco, por eso muchos de ellos tienen una segunda ocupaci¨®n como la prostituci¨®n o la venta de Changaa (destilado local ilegal).
Es un barrio violento, en el que todo el mundo lleva cuchillos para defenderse ya que te pueden matar por unas pocas monedas. El otro gran asesino de Korogocho es el VIH/SIDA; se cuentan por cientos los que mueren cada a?o por su culpa.
Basurero de Dandora. Foto Africanews.
Todo esto me lo cuenta Anastasia Wambui Maina en una de las salas de la planta baja de la casa de los Misioneros Combonianos en Madrid (c/ Arturo Soria 101. No dej¨¦is de visitar el museo africano que hay all¨ª). Ha venido a recoger el Premio a la Fraternidad 2011 que concede la revista Mundo Negro. Hablamos un par de horas, antes de que se vaya a comprar algunos recuerdos para llevar a su familia, quiere camisetas del Real Madrid y del Barcelona para sus hijos y nietos.
Su familia es grande: seis hijos, tres nietos y seis hu¨¦rfanos, hijos de amigas o familiares que han muerto v¨ªctimas del VIH, que ha acogido en su casa. En cambio, los nietos son de uno de sus hijos que muri¨® cuando fue asaltado en la calle por unos j¨®venes que quer¨ªan robarle lo poco que ten¨ªa.
Anastasia se define como una mujer m¨¢s de Korogocho que lucha para salir adelante. De sus padres hered¨® el negocio de Changaa. Ella lo destilaba detr¨¢s de su casa utilizando granos de ma¨ªz, az¨²car y levadura. Le digo que se trata de un licor ilegal y que mata a muchas personas. Me responde que no el que ella hac¨ªa, que era natural, pero s¨ª el que se fabrica ahora utilizando productos qu¨ªmicos, as¨ª no hay que destilarlo y no produce olor, por lo que la polic¨ªa no puede localizarlo. Cuando se mezclan mal los ingredientes es cuando se producen las muertes o la ceguera.
Cuenta que durante los a?os que vend¨ªa alcohol form¨® un ¡°merry-go-round¡± con otras vendedoras de Changaa. No entiendo la palabra que me dice (?carrusel?) y le pido que me explique de qu¨¦ habla. Ahora comprendo, se trata de la forma m¨¢s com¨²n de ahorrar que existe en muchos pa¨ªses de ?frica, las tontinas: un grupo de personas que contribuye cada mes con una cuota fija de dinero y el total recaudado se entrega, por turno, a uno de los miembros.
El ¨¦xito logrado por el merry-go-round que ella dirig¨ªa la llev¨® a ser elegida por las mujeres de Korogocho como su l¨ªder para representarlas a nivel local. Sobre su rol en la comunidad, asegura sentirse elegida para hacer algo que saque a la gente de la situaci¨®n en la que vive ahora, para provocar un cambio en sus vidas. Esta orgullosa de los logros que los l¨ªderes locales han conseguido hasta el momento: asfaltar las calles y traer la luz. Pero recuerda que queda mucho por hacer, como conseguir el t¨ªtulo de propiedad de las tierras donde est¨¢n construidas sus casas.
Cuando de verdad cambi¨® la vida de Anastasia fue cuando fund¨® la cooperativa Badilisha Maisha (Cambio de Vida). Esta organizaci¨®n se engloba en la red Kutoka (?xodo) formada por las parroquias cat¨®licas de la zona para abordar de forma coordinada los problemas de los barrios marginales de Nairobi y liderada por el padre John Webootsa. La cooperativa ofrece formaci¨®n y microcr¨¦ditos para facilitar la creaci¨®n de peque?os negocios a las mujeres de Korogocho con el fin de que tengan una vida digna lejos del basurero o de la prostituci¨®n.
Ahora son 200 las socias de esta cooperativa, por ello la reuni¨®n semanal ha tenido que dividirse en dos grupos. Todas ellas contribuyen con una cantidad y las que reciben los microcr¨¦ditos se comprometen a devolver el dinero poco a poco, sin cuotas fijas y sin intereses, porque el objetivo es ayudar a las mujeres, no explotarlas como hacen los bancos. Han ampliado sus actividades y han creado un fondo para ayudar a las socias a acceder a los centros de salud, que son muy caros. Cada una contribuye con 100 shillings (1 euro, me explica Anastasia) al mes y cuando necesitan ir al m¨¦dico o llevar a sus hijos, la cooperativa les ayuda. Tambi¨¦n tienen un fondo de emergencia para ayudar a pagar las matr¨ªculas de los colegios, ya que para ellas la educaci¨®n de los hijos es ¡°n¨²mero uno¡±. ¡°Es lo mejor que podemos hacer por ellos y por nuestro barrio: educarlos. As¨ª el d¨ªa de ma?ana tendr¨¢n las oportunidades que nosotras no hemos tenido¡±.
Su sue?o es que alg¨²n banco o instituci¨®n les ayude a llegar a m¨¢s mujeres. Le pregunto que c¨®mo ser¨ªa eso. Responde: ¡°Tendr¨ªan que conceder peque?os pr¨¦stamos sin intereses, como hacemos nosotras, pero los bancos solo quieren llevarse el fruto de nuestro sudor, no ayudarnos¡±. Me cuenta que en su pa¨ªs hay algunos bancos como el Kenyan Women¡¯s Finance Trust que presumen de ayudar a las mujeres con microcr¨¦ditos, pero cobran intereses del 21% por ellos y me pregunta: ¡°?Qu¨¦ mujer de Korogocho, que mujer que se dedique a la prostituci¨®n, a buscar entre la basura o a vender Changaa, puede pagar ese dinero? ?No es un robo?¡±.
Gracias a la ayuda de la cooperativa Anastasia dej¨® su negocio de Changaa y abri¨® uno nuevo de venta de le?a para cocinar. Ahora tiene dos puestos, uno lo lleva ella y el otro, en la otra punta del barrio, su marido.
Su marido, como la mayor¨ªa de los hombres del barrio estaba en paro antes de empezar a colaborar en la econom¨ªa familiar. Durante toda la conversaci¨®n, Anastasia se queja de la irresponsabilidad de los hombres que nunca est¨¢n en casa, que nunca cuidan de sus hijos, que maltratan a sus mujeres, que se emborrachan... "Cuando una mujer muere, el marido no quiere saber nada de los hijos, por eso hay tantos ni?os de la calle en Korogocho", se lamenta.
Me repite continuamente que las mujeres sufren mucho y que por eso, en la cooperativa Badilisha Maisha las est¨¢n ayudando a no depender de nadie, especialmente de los hombres, y a luchar por ellas, por sus familias y por su futuro. ¡°Nosotras, las mujeres, tenemos que ser un buen ejemplo para nuestros hijos y ense?arles a ser independientes¡±, dice. Y tras una peque?a pausa, contin¨²a: "No olvidemos que ellas son el futuro de ?frica. Sin nosotras, nuestros pa¨ªses no cambiar¨¢n. Nosotras somos las que luchamos para que nuestros hijos tengan una vida mejor mientras los hombres desaparecen y cuando tienen algo de dinero no se acuerdan de sus hijos o de sus esposas, solo piensan en emborracharse y en divertirse, pero todo eso tambi¨¦n cambiar¨¢ gracias a la educaci¨®n que le estamos dando a nuestros hijos".
Me quedo mirando a Anastasia y le digo que en lo que me est¨¢ contando hay algo que no me cuadra, si los hombres son tan malos por qu¨¦ ella sigue viviendo con su marido. Sonr¨ªe, suspira: ¡°Yo no quer¨ªa ser como esas mujeres que tienen cada hijo de un hombre distinto¡±. Luego me cuenta que no fue f¨¢cil aguantar a su marido, pero ¡°gracias a la ayuda de Dios¡± ha ido cambiando. ¡°Esta ma?ana mismo me ha llamado al tel¨¦fono y me ha dicho que no me preocupe de nada que est¨¢ cuidando de los ni?os sin problema y que todo est¨¢ saliendo bien. Han sido muchos a?os de paciencia antes de poder o¨ªr estas palabras¡±, dice casi en voz baja y con una ligera sonrisa de satisfacci¨®n.
Le pregunto de d¨®nde saca esa fuerza que la lleva a luchar para mejorar las condiciones de vida de otros. No duda, ni piensa, contesta r¨¢pidamente, con mucha seguridad: ¡°Dios siempre est¨¢ junto a m¨ª, ?l est¨¢ haciendo un buen trabajo conmigo. No lo puedo ver, pero lo siento siempre a mi lado. Si no, ?c¨®mo te explicar¨ªas que una mujer pobre, que nunca termin¨® la escuela, como yo, pudiera estar hoy aqu¨ª hablando contigo? ¡°La gente ve lo que yo hago, pero no soy yo, es Dios quien act¨²a a trav¨¦s de m¨ª¡±.
Tiene que irse y llega la hora de despedirnos: ¡°Si vas a Nairobi ven a visitarme, es f¨¢cil encontrarme, pregunta en la capilla cat¨®lica de San John Korogocho, todo el mundo me conoce all¨ª, es mi Iglesia¡±.
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