Testigos de ni?os, testimonios de ancianos
En Espa?a hace falta derribar un muro de silencio y no callar a los que piden justicia
El proceso de Kafka cuenta la condena de un inocente. El acusado, Josef K, vaga entre funcionarios judiciales buscando la raz¨®n de su culpa. Harto de proclamar su inocencia ¡ª"como hacen todos los culpables", le dir¨¢ el capell¨¢n de la prisi¨®n¡ª acabar¨¢ descubriendo que ha tenido la mala suerte de topar con un tribunal que "arresta a personas inocentes".
Kafka es un exagerado porque los tribunales no est¨¢n para acusar a inocentes, todo lo m¨¢s para silenciarles, como hizo el juez del Supremo, Juan Saavedra, que despidi¨® a quien lleg¨® hasta ¨¦l para pedir justicia por sus muertos y desaparecidos con un "abst¨¦ngase de perturbar al Supremo".
Hace ya unas semanas una peque?a muestra de los miles de asesinados se ha hecho o¨ªr. Es una novedad. No ven¨ªa por lo suyo sino para defender al ¨²nico juez que prest¨® o¨ªdos a su testimonio. Aunque han entrado por la puerta del servicio, los jueces ¡ªy con ellos la opini¨®n p¨²blica¡ª se est¨¢n enterando. Muchos de ellos eran ni?os cuando ocurrieron los hechos y hoy, cuando los cuentan, son octogenarios. Todo un mundo de silenciamiento, callando lo que sab¨ªan, como Concepci¨®n Gonz¨¢lez, de 83 a?os, a cuyo padre "unos falangistas lo molieron a palos". Siempre supo qui¨¦n hab¨ªa sido el asesino porque se paseaba por el pueblo con el reloj robado a la v¨ªctima, pero no pod¨ªa decir nada. Jes¨²s Pueyo quer¨ªa saber c¨®mo hab¨ªan matado a su padre y a sus tres t¨ªos, por ser rojos, y a sus dos primas, por bordar una bandera republicana. Y d¨®nde estaban porque no hab¨ªa podido enterrar a ninguno. Aunque hab¨ªa ensayado bravamente para no llorar ante los jueces, no pudo llegar a tiempo. Muri¨® con 90 a?os de espera. Mar¨ªa Mart¨ªn, de 81 a?os, lleva toda la vida pidiendo raz¨®n de su madre y de otros 27 republicanos, asesinados en alg¨²n lugar de Arenas de San Pedro, que ella s¨ª se sabe, pero donde no la dejan escarbar. Ha escrito al Rey y a todos los mandamases sin repuesta alguna. S¨®lo el juez Garz¨®n. Dijo que si le condenaban "se borrar¨ªa de espa?ola". ?De qu¨¦ sirve un pa¨ªs que no permite enterrar dignamente a sus muertos?, se dice esta anciana Ant¨ªgona.
Averg¨¹enza pensar que nuestra historia reciente se haya construido sobre tanta crueldad y tanto sufrimiento
Han sido pocos los relatos, pero tan elocuentes que averg¨¹enza pensar que nuestra historia reciente se haya construido sobre tanta crueldad y tanto sufrimiento. Josef K muri¨®, dice el asesino, "como un perro", pero no era un perro porque su muerte ignominiosa, a?ade el narrador, "fue como si la verg¨¹enza le hubiera sobrevivido". La sangre del inocente nos averg¨¹enza.
?Por qu¨¦ tanto empe?o en privar a la sociedad de estos testimonios? ?Por qu¨¦ los testimonios de estos ni?os que han llegado a viejos esperando ante la ley que se les d¨¦ paso, son tan peligrosos?
Quiz¨¢ sirve de ayuda otro caso, el juicio a Eichmann en Jerusal¨¦n, en 1961. Ben Gourion quiso utilizar el caso para reforzar, dentro y fuera, la estrategia sionista de su gobierno. Dentro, abogando por el tipo de jud¨ªo que representa Paul Newmann, en Exodus, activo, luchador, nacionalista y no como esos pobres de la di¨¢spora que v¨ªctimas de su pacifismo se hab¨ªan dejado matar como corderos. Y fuera, pidiendo el respeto y la confianza en un Estado, el de Israel, dispuesto a que no se repitiera el genocidio del pueblo jud¨ªo. Con lo que no contaban los pol¨ªticos era con el testimonio de los sobrevivientes que viv¨ªan silenciados en el propio Estado de Israel. De repente muchos descubrieron los horrores del Holocausto y se preguntaron si el vecino de al lado podr¨ªa ser uno de los que tuvieron que cavar su propia tumba, o escap¨® por suerte de la selecci¨®n, o tuvo la desgracia de pertenecer a un Sonderkomando o combati¨® en el gueto o sobrevivi¨® de alguna manera a aquel infierno. Todos conoc¨ªan la tragedia pero desconoc¨ªan las experiencias tr¨¢gicas que el compa?ero de trabajo, el amigo y hasta el familiar, rumiaban en la intimidad. La sociedad se conmovi¨® y se peg¨® a los transistores como si del dial emanara la substancia cohesiva de una nueva sociedad. Israel ya no fue el mismo pa¨ªs. La memoria de la Shoah entr¨® a formar parte de su identidad nacional. ?Es eso lo que temen, que repensemos c¨®mo somos?
Claro que son casos diferentes. Los israel¨ªes ten¨ªan que vencer el muro de silencio y de ignorancia pero contando con una sociedad bien dispuesta. En Espa?a tambi¨¦n hay que derribar un muro de silencio, pero desde una sensibilidad decididamente opuesta, en el caso de los herederos del franquismo, o prudencialmente distanciada, en el caso de los protagonistas de la transici¨®n. Ahora bien, lo que piden los testigos es ser escuchados y que se les haga justicia, aunque sea bajo la forma modesta del reconocimiento de una injusticia. No venganza, sino piedad. Pero ni eso, de ah¨ª que fuera de Espa?a nadie entienda lo que ha hecho el Supremo con la justicia.
Reyes Mate es Profesor de Investigaci¨®n del CSIC.
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