La ciudad y los cerros
La lucha por la vida desemboca en Caracas en violencia y marginaci¨®n
En mis anteriores visitas a Venezuela en la d¨¦cada de los sesenta del pasado siglo ¡ªinvitado primero por la editorial Monte ?vila y, despu¨¦s, como jurado del premio R¨®mulo Gallegos¡ª, lo que atrajo m¨¢s mi atenci¨®n, y no se ha borrado de la memoria, es el trayecto en autov¨ªa del aeropuerto de La Guaira a Caracas: una ascendente sucesi¨®n de curvas flanqueadas de monta?as y lomas en las que jirones de brumas desdibujaban apenas las laderas cubiertas de chozas de una audaz verticalidad compositiva, en precario equilibrio, superpuestas unas sobre otras.
30 a?os despu¨¦s, comprob¨¦ con melancol¨ªa la tenaz exactitud del recuerdo. Las casitas ¡ªlos ranchos¡ª se repet¨ªan de cerro en cerro, con su abigarrada mezcla de colores, en abrupto y casi milagroso desaf¨ªo a la fuerza de la gravedad. El cintur¨®n de miseria que rodea la capital sigue siendo el mismo. Chozas y m¨¢s chozas de madera vieja y hojalata, como si la modernidad y el progreso del pa¨ªs en los ¨²ltimos 30 a?os, fruto de su renta petrolera, engendraran como fatal corolario unos barrios salvajes, sin plan ni organizaci¨®n algunos, creados por la acuciante necesidad de los campesinos sin techo, atra¨ªdos por el espejismo del ¨¦xito y prosperidad de la capital.
La masa de inmigrantes que ni el oro negro ni las actividades comerciales promovidas por la expansi¨®n de la ciudad pod¨ªan absorber, estaban en el brete de improvisar sus propias leyes, independientemente de un Estado que, a falta de poder integrarlos en el orden social y econ¨®mico que encarna, les resultaba ajeno y hostil. La lucha por la vida ¡ªretratada en algunas novelas que le¨ª a ra¨ªz de mis anteriores visitas¡ª desembocaba inevitablemente en un escenario de violencia, alienaci¨®n y marginalidad. Los cerros coloridos de los ranchitos, como las favelas brasile?as, se convirtieron as¨ª en reinecillos de Taifas, en zonas aut¨¢rquicas e independientes del poder central.
El auge econ¨®mico de Latinoam¨¦rica no anda re?ido con la tribalizaci¨®n
Relector de Ibn Jald¨²n desde el comienzo de la llamada primavera ¨¢rabe, me sorprendi¨® gratamente el reciente y certero ensayo del arabista Gabriel Mart¨ªnez-Gros, especialista en el gran historiador medieval, publicado en la revista Esprit con el t¨ªtulo de L¡¯Etat et ses tribus, ou le devenir tribal du monde en el que extiende su an¨¢lisis contrastado de las actuales zonas sedentarizadas y tribales, controladas o no por el Estado, del mundo ¨¢rabe a Iberoam¨¦rica. La dependencia de unas con otras articula en efecto los elementos contradictorios del progreso econ¨®mico y de una violencia pandillera, originada por la marginaci¨®n territorial y social, como las dos caras de una misma moneda: ¡°El nivel de criminalidad verdaderamente inaudito en la Am¨¦rica Latina de hoy desborda la explicaci¨®n por el paro y la pobreza, por lo dem¨¢s en retroceso. Muestra, sin duda posible, lo que cualquier habitante de una metr¨®poli latinoamericana sabe por experiencia: existen barrios y suburbios en los que la autoridad del Estado ha desertado casi por completo y en donde reinan las nuevas tribus, de escasa rentabilidad, pobres y armadas¡±.
El espectacular auge econ¨®mico de Iberoam¨¦rica no anda re?ido con la exclusi¨®n y tribalizaci¨®n de grandes sectores de la poblaci¨®n, ni con la divisi¨®n de esta entre el territorio productivo urbano y el que segrega, como contrapunto a su riqueza: el de los arrabales que la circundan con una excrecencia imposible de erradicar. El fen¨®meno no se limita a Brasil y a los pa¨ªses de habla hispana y tiende a extenderse tanto en el mundo piadosamente llamado ¡°en v¨ªas de desarrollo¡± como en el coraz¨®n de algunas capitales norteamericanas y europeas ¡ªlas revueltas de la banlieu parisiense de 2008 son un buen ejemplo de ello¡ª, pero en ning¨²n caso la contraposici¨®n de la fuerza centr¨ªpeta del poder estatal a la centr¨ªfuga de lo expulsado a los m¨¢rgenes se manifiesta de forma tan cruda como en Brasil, M¨¦xico o Venezuela.
La Revoluci¨®n bolivariana de Ch¨¢vez ha intentado romper el fatalismo de dicha dicotom¨ªa a partir de un socialismo sui generis mediante la creaci¨®n de programas sociales ¡ªalimenticios, sanitarios, educativos, culturales¡ª destinados a la poblaci¨®n m¨¢s pobre y vulnerable. Seg¨²n el programa de Naciones Unidas para el desarrollo, Venezuela es el pa¨ªs con menos desigualdad entre pobres y ricos en Am¨¦rica Latina y, conforme a los datos del Gobierno de Caracas, el n¨²mero de aquellos habr¨ªa descendido del 49,4% a un 28,8% desde que Ch¨¢vez asumi¨® el poder. Pero dichas cifras son discutibles y la prensa de oposici¨®n afirma que el 50% de los venezolanos viven en chozas o sin casa propia, como los que se hacinan en el extrarradio de la capital. Si el pueblo ¡ªla propaganda oficial habla de pueblo, no de ciudadan¨ªa¡ª, tiene hoy acceso a los programas de comida y medicina gratuitas ¡ªun logro que ni la oposici¨®n puede negar¡ª el hibrido de democracia y populismo de la Revoluci¨®n bolivariana no ha alcanzado a desenclavar a la poblaci¨®n de los ranchitos ni a ofrecerles una vivienda digna. Sus incuestionables mejoras se han hecho a cuenta del man¨¢ petrolero, sin crear las bases de un crecimiento estructural de la econom¨ªa por medio de la diversificaci¨®n industrial y comercial generadora de empleo.
Ch¨¢vez ha intentado combatir las diferencias a trav¨¦s de distintos? programas sociales?
Si proyectos como el metrocable o telef¨¦rico del cerro de San Agust¨ªn desde el que se puede atalayar como el Diablo Cojuelo la impresionante superposici¨®n de techos de hojalata, caba?as de bajareque con toda su gama heterog¨¦nea de colores, escuelas reci¨¦n creadas con pintadas patri¨®ticas, escalerillas a salto de pendiente y vertederos sin recogida alguna, son sin duda encomiables, mas ser¨ªan necesarios una docena de telef¨¦ricos m¨¢s para permitir a los centenares de miles de habitantes atrapados en los ranchitos el libre acceso a la ciudad, y aun as¨ª ello no eliminar¨ªa su end¨¦mica estructura tribal ni el alt¨ªsimo nivel de violencia que engendra. El n¨²mero de homicidios del ¨¢rea metropolitana caraque?a es uno de los m¨¢s altos de Am¨¦rica. Los chamos (chavales) de las colinas que rodean la capital act¨²an por libre en el territorio que controlan. Con fecha de 17 de marzo, el n¨²mero de agentes de polic¨ªa asesinados desde comienzo de a?o ascend¨ªa a 27. Si a ello agregamos la corrupci¨®n latente en la administraci¨®n y el acoso a los opositores y a sus ¨®rganos de expresi¨®n, el panorama no es alentador pese al entusiasmo sincero de los militantes de la Revoluci¨®n bolivariana con quienes convers¨¦ despu¨¦s de mis intervenciones publicas en la Feria del Libro.
La campa?a electoral para los comicios del 7 de octubre promete ser dura. Si a los factores en juego que he enumerado a vuelapluma se a?ade el de incertidumbre sobre el estado de salud del Presidente, la por ahora previsible victoria de este en las encuestas no resolver¨ªa la dicotom¨ªa entre la ciudadan¨ªa urbana y la fragmentaci¨®n tribal de los cerros. El discurso de Ch¨¢vez al pie de la escalerilla del avi¨®n a su regreso hace poco de La Habana, conmovedor para muchos y autopar¨®dico hasta la caricatura para otros, con sus reiteradas invocaciones a la patria, el pueblo, Dios, Cristo, Bol¨ªvar, Fidel, Marx e incluso Nietzsche evidenci¨® el corte radical entre dos mundos opuestos. El plebiscito a favor o en contra del l¨ªder no resolver¨¢, sino aplazar¨¢ con precarios pero electoralmente rentables paliativos los conflictos que enfrentan a la sociedad venezolana. La belleza sombr¨ªa de los cerros, envueltos en jirones de niebla, acompa?ar¨¢ aun largo tiempo al viajero que asciende por la v¨ªa del aeropuerto con su mezcla incre¨ªble de miseria y grandiosidad.
Juan Goytisolo es escritor.
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