C¨®mo se reconoce a un fil¨®sofo de derechas
El vaciado de conceptos como incertidumbre o utop¨ªa indica la penuria te¨®rica del pensamiento progresista pero hay algo que permite identificar el discurso conservador: siempre ignora el dolor que produce la injusticia
Antes de entrar en m¨¢s afinados matices vaya por delante mi impresi¨®n de que en el ¨¢mbito de las ideas en este pa¨ªs ocurre algo parecido a lo que ocurre en el de la pol¨ªtica. En este ¨²ltimo, parece claro que un importante sector de la izquierda explot¨®, hasta dejarla exhausta, la identificaci¨®n entre derecha y franquismo. La apur¨® tanto porque, sin duda, le hab¨ªa venido rindiendo durante a?os notables dividendos. Pero la identificaci¨®n ten¨ªa fecha de caducidad, y hubo avisos de que tan f¨¢cil rentabilidad era el preludio de una ruina futura. Ya se vio lo que suced¨ªa en el momento en el que aparec¨ªa alg¨²n joven dirigente del PP no identificado con las posiciones m¨¢s extremas de su partido, capaz de asumir propuestas que en otros pa¨ªses asumir¨ªa sin pesta?ear un liberal conservador (como las de la legalizaci¨®n del matrimonio homosexual, la necesidad de promover y apoyar desde el Estado las diferentes lenguas y culturas existentes en el territorio nacional, la exigencia de luchar contra la corrupci¨®n o la conveniencia de ir introduciendo una perspectiva laica en determinadas esferas de la vida social): de inmediato dejaba con el paso cambiado, con esa imagen moderna, a una izquierda confiada en detentar el monopolio de los ideales de la Ilustraci¨®n, de la democracia deliberativa e incluso de la pol¨ªtica misma.
Aunque el dibujo anterior se le pueda antojar sumario a alguien (e incluso es posible que en parte lo sea, pero en todo caso no mucho m¨¢s que la realidad misma: ?o es que se nos ha olvidado la campa?a del doberman?), lo cierto es que da la sensaci¨®n de que algunos de sus trazos los volvemos a encontrar cuando analizamos lo que viene sucediendo en el ¨¢mbito del pensamiento. En efecto, tambi¨¦n aqu¨ª pareci¨® consolidarse con los a?os un conjunto de expectativas que le endosaban al pensamiento conservador o de derechas una serie de rasgos espec¨ªficos, de manera que cualquiera que no los compartiera, o marcara distancia respecto a ellos, pasaba a ser considerado por exclusi¨®n como inequ¨ªvocamente progresista o de izquierdas.
La izquierda paga ahora haber limitado la? batalla ideol¨®gica a identificar derecha con franquismo
Intentemos -en la medida de lo posible por tratarse de ideas- ser un poco concretos. Si, pongamos por caso, damos por descontado que todos los fil¨®sofos de derechas son siempre unos dogm¨¢ticos recalcitrantes, bastar¨¢ con introducir oportunamente en cualquier texto el t¨¦rmino "incertidumbre" para que quien lo haga quede nimbado con un aura de escepticismo cr¨ªtico que muchos tienden a identificar sin mayor reflexi¨®n con una actitud progresista. No hay duda de que en su momento la idea de incertidumbre ven¨ªa animada de un impulso revulsivo, radical, en la medida en que cumpl¨ªa la funci¨®n de impugnar las viejas certezas y los incuestionados convencimientos de cualquier tipo. Pero cada vez con mayor frecuencia constatamos lo f¨¢cil que resulta reconvertir el signo de la misma y ponerla al servicio de un fin m¨¢s bien conservador, a base de transformarla en un posibilismo de baja intensidad.
La idea de incertidumbre, en efecto, posee algo de arma de doble filo. Porque, de un lado, resulta incontestable que en determinados momentos de la vida de los individuos y de los grupos humanos la aceptaci¨®n de la incertidumbre se constituye en la oportunidad para que asuman radicalmente su propio destino, aceptando que ya no disponen del cobijo de lo seguro (por inexorable o por garantizado) y, por lo tanto, no les queda m¨¢s remedio que ponerse en juego, que decidir, que hacerse cargo de su propia existencia sin posibilidad de endosarle a nada ni nadie exterior a s¨ª mismos esa inalienable responsabilidad. Sin embargo, la incertidumbre tambi¨¦n puede funcionar como la excusa perfecta que legitima la cobard¨ªa de no intervenir. Tal cosa sucede cuando se apela a ella como argumento para posponer cualquier actuaci¨®n o intervenci¨®n en el seno de lo real, como si la mencionada falta de seguridad constituyera una situaci¨®n provisional o transitoria, susceptible de ser superada recurriendo a los remedios oportunos. (No otra, a fin de cuentas, era la m¨²sica de fondo que parec¨ªa sonar tras las declaraciones de muchos cr¨ªticos del 15-M -con Bauman a la cabeza- que, tras empezar reconociendo ret¨®ricamente lo mal que est¨¢ todo, pasaban a destacar el d¨¦ficit de discurso de los indignados y su falta de objetivos pol¨ªticos definidos, para terminar proponiendo que se sustituyeran tan ciegas protestas por m¨¢s estudio y an¨¢lisis de las nuevas realidades desencadenantes de la indignaci¨®n).
Basta con que alguien escriba en un medio progresista para dar por descontado que es de izquierdas
Consideraciones an¨¢logas podr¨ªan plantearse, por cambiar de ejemplo, respecto del concepto de utop¨ªa, cuyo empleo habr¨ªa padecido tambi¨¦n una notable mudanza. De ser reivindicado en el contexto pol¨ªtico sesentayochista por los sectores pretendidamente m¨¢s revolucionarios con el objeto de dejar atr¨¢s a los juzgados por ellos como tibios o reformistas, habr¨ªa pasado a poder ser reclamado ahora por cualquiera, precisamente para compensar con una exagerada promesa de futuro una actitud en muchos casos perfectamente adaptativa en el presente. Lo ut¨®pico habr¨ªa quedado convertido de esta manera en algo inocuo por completo. Hacer referencia a la utop¨ªa, en efecto, ha dejado de servir en nuestros d¨ªas para identificar la adscripci¨®n ideol¨®gico-pol¨ªtica de nuestro interlocutor. La utop¨ªa, entendida como ilusi¨®n abstracta situada en una posici¨®n de absoluta exterioridad, indiferente a sus condiciones de realizaci¨®n, puede ser utilizada incluso por el m¨¢s reaccionario de los pensadores en la medida en que no plantea, por definici¨®n, la cuesti¨®n del presente en cuanto objeto de transformaci¨®n posible.
Estos ejemplos, como cualesquiera de los muchos m¨¢s que no costar¨ªa el menor esfuerzo traer a colaci¨®n aqu¨ª, constituyen todo un indicio de la penuria te¨®rica hacia la que se ha ido deslizando el pensamiento progresista. Tal ha sido el retroceso en materia de ideas que ha llegado un momento en que basta con que alguien escriba en un peri¨®dico de tendencia socialdem¨®crata o publique en una editorial de las que suele acoger a autores considerados como de izquierdas para dar por descontado, sin mayor escrutinio posterior, que el susodicho participa del esp¨ªritu de quienes le acogen. Pero que nadie se vaya a alarmar interpretando que lo que se pretende reivindicar aqu¨ª es alguna forma, adecuadamente puesta al d¨ªa, de pureza de sangre en materia de ideas (pureza que, por cierto, para ser debidamente justificada requerir¨ªa a su vez de la existencia de alguna variante de comisarios pol¨ªticos para asuntos te¨®ricos, que se dedicaran a dictaminar qui¨¦n posee y qui¨¦n no los t¨ªtulos para acreditarse de forma leg¨ªtima como de los nuestros). O lo mismo desde otro lado: perder¨ªa su tiempo quien intentara inferir a qui¨¦n o a qui¨¦nes mira de reojo este papel, como si el prop¨®sito del mismo hubiera sido en alg¨²n momento el de desenmascarar a alguien. En realidad, si algo tiene una m¨ªnima importancia es el convencimiento que subyace a todo lo planteado hasta aqu¨ª.
El significado de las ideas, como el de las palabras, depende del marco en el que se usan
Se trata del convencimiento, en el fondo bien modesto, de que de las ideas en general probablemente quepa predicar el mismo principio que Wittgenstein predicaba de las palabras, a saber, que su significado radica en ¨²ltimo t¨¦rmino en su uso. Pues bien, de modo an¨¢logo cabr¨ªa afirmar no s¨®lo que las ideas adoptan distintas tonalidades y determinaciones seg¨²n su uso, sino que incluso adquieren un signo radicalmente diferente en funci¨®n del marco discursivo en que se las emplee. Marco que, por cierto, podr¨ªa de nuevo remitirnos al Wittgenstein que afirmaba que los usos en cuesti¨®n (y, por tanto, los discursos) se inscriben a su vez en formas de vida.
En resumidas cuentas: desconf¨ªen ustedes (a no ser que sean de derechas, claro) de quienes jam¨¢s tienen presente en sus escritos a la creciente multitud de los que padecen en sus propias carnes el sufrimiento, el dolor o la explotaci¨®n generados por una estructura social y econ¨®mica injusta. Una ausencia tan clamorosa no puede ser olvido ni descuido: es opci¨®n firme y decidida. Leg¨ªtima, por descontado, pero que m¨¢s valdr¨ªa, por el bien de todos, que quedara explicitada por sus autores. Aunque s¨®lo fuera para evitar malentendidos. O, con m¨¢s precisi¨®n, para saber con qui¨¦n nos estamos jugando los cuartos (los nuestros, eso siempre).
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
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