Espadas sobre fondo de oro
La historia de Bernal es una de las ¨²ltimas ¨¦picas caballerescas y su ¨²nico defecto es el de ser verdadera
En noviembre de 1519 aquellos hombres protegidos por pesadas corazas y con los caballos resopl¨¢ndoles en el cogote se adentraron por el gran camino que sale de Estapalapa. No tardaron mucho en montar la formaci¨®n. A medida que se aproximaban a la gran ciudad, ellos, que s¨®lo conoc¨ªan los pueblos espa?oles y las villas coloniales cubanas, iban quedando cada vez m¨¢s at¨®nitos: ¡°Y de que vimos cosas tan admirables, no sab¨ªamos qu¨¦ nos decir, o si era verdad lo que por delante parec¨ªa, que, por una parte, en tierra hab¨ªa grandes cibdades, y en la laguna, otras muchas; e v¨ªamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho en trecho, y por delante estaba la cibdad de M¨¦xico¡±.
Al frente de un gent¨ªo de ind¨ªgenas enemigos del azteca formaban 400 soldados al mando de Hern¨¢n Cort¨¦s. Para nuestra fortuna uno de ellos era Bernal D¨ªaz del Castillo, nacido en Medina del Campo hacia 1495 en cuna plebeya, aunque acomodada, y sin apenas educaci¨®n porque ten¨ªa entonces 20 a?os y llevaba ya en la aventura americana desde 1514. Este muchacho ser¨ªa el m¨¢s grande cronista de la conquista americana aunque, como ¨¦l dec¨ªa, ¡°no soy latino¡±, es decir, no sab¨ªa lat¨ªn ni pose¨ªa elegancia literaria ninguna. Su escritura, en efecto, es seca, desali?ada, a veces brutal y vehemente, como sin duda fue su juventud, pero de una inmensa eficacia. La Historia verdadera de la conquista de Nueva Espa?a es, a juicio de este modesto comentarista, una obra maestra de la literatura espa?ola capaz de medirse perfectamente con las de Cervantes, no en la perfecci¨®n formal sino en su grandeza narrativa. La reciente edici¨®n, muy diestramente anotada y comentada por Guillermo Ser¨¦s en esa cada d¨ªa m¨¢s impresionante biblioteca cl¨¢sica de la Real Academia, es de todo punto imprescindible para cualquier lector educado. El precio tambi¨¦n es educado.
Esta tremenda historia, sin comparaci¨®n alguna con nada similar en la literatura europea, comenz¨® a escribirla un hombre de 60 a?os cuando ya no pod¨ªa emprender empresa guerrera alguna, pero no la abandon¨® hasta su muerte en 1584, a?adiendo, quitando, reescribiendo, corrigiendo, enmendando el texto sin descanso, en parecida obsesi¨®n a la de Proust. Las razones para escribir, sin embargo, difer¨ªan. A Proust le mov¨ªa el deseo desesperado de salvar alg¨²n sentido antes de que la muerte todo lo aniquilara. A Bernal, en cambio, le mov¨ªan varias indignaciones, la primera y principal de ellas las mentiras de los cronistas oficiales, las cuales le obligaban a tomar la p¨¦?ola ¡°¡porque cosas tan heroicas como adelante dir¨¦ no se olviden, ni m¨¢s las aniquilen y claramente se conozcan ser verdaderas, y porque se reprueben y den por ningunos los libros que sobre esta materia han escrito, porque van muy viciosos y escuros de la verdad¡¡±. Se refiere a cronistas como L¨®pez de G¨®mara, Gonzalo de Illescas o Paulo Jovio, contra los cuales a?adi¨®, por contraste, ese sorprendente adjetivo de ¡°verdadera¡± a su historia. ?l hab¨ªa combatido y sufrido codo con codo con Cort¨¦s durante d¨¦cadas, pero ahora llegaban unos cronistas a sueldo y peroraban disparates pagados por los potentados en busca de f¨¢cil fama. Bernal hab¨ªa hecho con su cuerpo la historia verdadera, pues ¡°a tan excesivos riesgos de muerte y heridas y mil cuentos de miserias pusimos y aventuramos nuestras vidas (¡) y de d¨ªa y noche batallando con multitud de belicosos guerreros, y tan apartados de Castilla¡±, que no pod¨ªa soportar las invenciones de quienes sin haber empu?ado ni una navaja ahora escrib¨ªan la historia de Am¨¦rica.
Lo asombroso es que esta historia sea una obra maestra de la literatura
¡°Tan apartados de Castilla¡±, en efecto, porque la segunda indignaci¨®n de Bernal es que le estaban quitando sus privilegios y posesiones para beneficiar a unos se?oritos reci¨¦n llegados y sin m¨¢s m¨¦rito que su encumbrada parentela. A partir de 1542, cuando el soldado se acercaba a la peligrosa cincuentena, las ¡°Leyes Nuevas¡± promovidas por Las Casas para ¡°frenar la esclavitud de los indios, fijar l¨ªmites a la perpetuidad de las encomiendas y dotar de cierta igualdad a los nativos¡± (Ser¨¦s), leyes sin duda tan necesarias como justas, despojaron a los viejos soldados de sus propiedades y beneficiaron a los bur¨®cratas emparentados con la nobleza. Las reivindicaciones de Bernal (que respetaba a Las Casas y nunca le dirigi¨® la menor invectiva) asemejan a veces a las del pleiteante obsesivo de Dickens, aunque siempre desde la digna actitud de un soldado viejo y maltratado. De haber vivido en el siglo XVIII se habr¨ªa comparado con el general Belisario.
Lo asombroso es que esta historia escrita por un hombre sin apenas formaci¨®n (aunque lector de novelas de caballer¨ªas), enfurecido por cronistas mentirosos, perturbado por la abyecta pol¨ªtica espa?ola, sea a pesar de todo una obra maestra de la literatura. Lo milagroso es que Bernal fuera siendo devorado por la pasi¨®n literaria y a medida que avanzaba en el relato la gracia misma de la narraci¨®n venciera sobre sus venganzas y miserias privadas, quiz¨¢s como le sucedi¨® tambi¨¦n al gran Saint Simon en su interminable historia. La pura pasi¨®n literaria fue lo que le empuj¨® a introducir toda suerte de detalles, cuadros de g¨¦nero, observaciones y escenas de modo que el lector fuera tropezando con ¡°di¨¢logos, an¨¦cdotas, cat¨¢logos detallados de naves, caballos, provisiones, descripciones fisiogn¨®micas de espa?oles, mexicanos, t¨¢cticas militares etc.¡± (Ser¨¦s), lo que da una viveza singular a esta cr¨®nica distinta de todas, pero pr¨®xima a la de Herodoto a quien Bernal desconoc¨ªa. Aunque ¡°no era latino¡±, Bernal s¨ª era un narrador natural y tan avanzado en su ¨¦poca que algunos expertos, como ?ngel Delgado, no dudan en ponerlo junto a Cervantes como el primero en dar pasos metaliterarios antes de hora.
Esta es, pues, la historia de un soldado de cuna humilde que se atribuye sin pudor el valor de sus haza?as como un h¨¦roe antiguo y siente la injusticia de no acceder a una nobleza, la de las armas, en nada distinta a la que merecieron Amadis o Juan de Austria. No sab¨ªa que iba a ser la conquista de Am¨¦rica, justamente, lo que acabara con la vieja nobleza guerrera y diera paso a un funcionariado gandul que en pocos a?os arruinar¨ªa el imperio, como siempre ha sucedido en Espa?a.
Y no s¨®lo en Espa?a, tambi¨¦n para el resto de Europa se avecinaba esa ¨¦poca que Max Weber llam¨® la del desencanto del mundo, cuyo ¨²ltimo y residual modelo heroico ser¨ªa Alonso Quijano, el hidalgo pobre que sigue creyendo en los encantamientos y milagros de un mundo que ¨¦l todav¨ªa lee a lo cristiano, aunque se rompa la crisma contra la sociedad pr¨¢ctica, pragm¨¢tica, funcional, que se r¨ªe de ¨¦l como de un orate porque ha aprendido que la vida va en serio.
El mundo en el que se cri¨® Bernal era todav¨ªa un lugar donde eran posibles los milagros y en el que las haza?as tra¨ªan consigo gloria, honra y nobleza. El mundo en el que muere Bernal es ya el de los primeros laboratorios cient¨ªficos, los incipientes Estados administrados por una burocracia de casta, y unos s¨²bditos que van a ir dejando de creer en los encantamientos y milagros para dedicarse a ganar dinero, o, como prefer¨ªa decirlo Karl Marx, a construir un Para¨ªso de los humanos levantado con el trabajo humano y no regalado por la divinidad. La historia de Bernal es una de las ¨²ltimas ¨¦picas caballerescas europeas y su ¨²nico defecto es el de ser verdadera.
F¨¦lix de Az¨²a es escritor.
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