Buenos d¨ªas
Autor invitado: Nuno Cobre
LEVANTA LA MANO. En medio del juicio, el hombre de pendiente dorado levanta la mano y le pide al juez que le deje ir al ba?o un minuto. El juez mira a los dos polic¨ªas y luego concede con una leve afirmaci¨®n de cabeza. En la aldea que encuentras a las afueras de la capital siguen hablando de la mujer de vestido rosa. La misma que pas¨® por aqu¨ª para dejar la caja de cart¨®n en medio de un descampado marr¨®n y extra?o. El abogado de corbata acaba de entrar en una habitaci¨®n sin ventanas diciendo que no entiende nada. Un hombre de placa dorada le ha dicho que se siente y se limite a contestar las preguntas. El empresario industrial Grendulyt se rasca su calva cuando recibe una llamada telef¨®nica y cuando escucha la voz al otro lado de la l¨ªnea, palidece.
En la calle los ni?os juegan al f¨²tbol y corretean por todos lados chillando y d¨¢ndole patadas al bal¨®n. En los bares suena Amadou & Mariam y centenares de africanos bailan alrededor de cervezas y vino de palma. Siempre el tr¨¢fico y la gente buscando la vida: los cocos, el mango, los neum¨¢ticos que ruedan y ruedan.
El hombre de pendiente dorado se dirige al ba?o escoltado por los dos polic¨ªas. Uno de ellos abre la puerta y empuja al acusado dentro de los servicios con desprecio. Los polic¨ªas se quedan afuera sabedores de que el hombre de pendiente dorado no puede escapar. Un Peugeot destartalado y envuelto en una nube de humo deja a la mujer del vestido rosa en la aldea. ?sta mira a todos lados y comienza a caminar muy deprisa portando una caja de cart¨®n. El abogado de corbata les invita a pasar a su despacho y a continuaci¨®n le ofrece un caramelo a la hija de su cliente, una ni?a de cinco a?os que lleva un lazo rosado en el pelo. El abogado mira a la ni?a e imita a un elefante abanicando sus manos sobre sus sienes. La ni?a r¨ªe, la madre tambi¨¦n r¨ªe e informa que ha de salir a comprar algo y que no tardar¨¢.
A las doce del mediod¨ªa, Grendulyt llama al director del peri¨®dico m¨¢s influyente del pa¨ªs y con voz firme, y con voz temblorosa, acusa al jefe tribal de comerciar con m¨¢scaras africanas y de llevarse una buena cantidad de dinero por ello. La noticia sale en la portada de la edici¨®n de tarde. A las doce de la noche, Grendulyt se dirige a un hotel con una botella de Ron Pompero casi vac¨ªa en la mano. Al hombre de negocios le acompa?a una mujer que no para de carcajear y re¨ªr groseramente por la calle. Grendulyt avanza entre tambaleos y tambi¨¦n suelta risotadas y otros ruidos. Mucho ruido.
Por la avenida principal flanqueada de palmeras y acacias circulan varios coches nupciales ataviados de ribetes azules, turquesas y dorados. Los amigos de la novia y del novio van diciendo que hoy empieza una nueva vida para la pareja, una vida de felicidad, hijos y prosperidad. Se ayudan en la euforia de unos altavoces que despiden el Waka Waka, de Shakira, que hace sonre¨ªr y bailar a m¨¢s de uno, a m¨¢s de cuarenta, a toda la calle. Los peque?os comerciantes venden cacerolas, platos, llaveros y ves como el mundo se mueve. Ves como el mundo se est¨¢ moviendo.
El hombre del pendiente de oro ha dejado una hojilla de afeitar sobre el lavabo y luego se ha quitado los zapatos, los calcetines, los pantalones y la camiseta hasta quedarse en calzoncillos. En unos calzoncillos amarillos. El hombre del pendiente de oro se sienta debajo del lavabo y no recurre al retrete para expulsar los excrementos que salen de su ano sino que deja que estos se desparramen por el suelo. La mujer del vestido rosa sigue caminando deprisa, vuelve a mirar para atr¨¢s y se da cuenta que ya casi nadie la ve. Est¨¢ muy lejos. El abogado mira a la ni?a de cinco a?os durante varios segundos. La ni?a tambi¨¦n lo mira un poco con la boca abierta y ojos nerviosos. El abogado se levanta de su asiento con la agilidad de un gato y se sienta al lado de la ni?a desde donde puede observar mejor las piernas que salen de la falda blanca y corta de la imp¨²ber. Grendulyt cree ver algo, una mujer, una botella de ron, pero realmente lo que est¨¢ sintiendo es un corte en el brazo, un escozor que lacera como el beso de un escorpi¨®n. Todo se ve borroso. Ahora.
En la calle, Anthony le dice a sus amigos que ha encontrado trabajo como contable en un banco. Los amigos lo celebran abraz¨¢ndolo y gritando hurras. Anthony dice que hace unos a?os hubiese sido imposible encontrar un trabajo como este en un sitio como este. Y mientras pronuncia esta frase, se queda mirando al nuevo puente de hormig¨®n construido por los chinos, a trav¨¦s del cual decenas de coches se abren paso a fuerza de regates y desorden. El mundo se est¨¢ moviendo.
El hombre del pendiente de oro ya se ha acostumbrado y cuando se traga un trozo m¨¢s de su propia mierda, piensa que tan poco sabe tan mal y que todo est¨¢ por descubrir. Afuera, los polic¨ªas han golpeado varias veces la puerta y le han gritado que salga ya. Pero el hombre del pendiente de oro prefiere cortarse el cuello con la cuchilla de afeitar y luego toda la sangre se va esparciendo y fundi¨¦ndose con los excrementos, formando un cuadro futuro y m¨¢s all¨¢ de la abstracci¨®n, una nueva corriente fundada por un violador. La mujer de traje rosado llega por fin a un rinc¨®n del descampado totalmente abandonado y desierto. Sin brisa. La madre no puede evitar abrir por ¨²ltima vez la caja y observar el rostro de su hijo que ha vivido tres a?os en esta vida. La mujer de vestido rosa vuelve a cerrar la caja, la deja en medio de los hierbajos y se marcha caminando y luego corriendo y despu¨¦s pensando. Pensando. Pensando. El abogado ha acariciado el pelo de la ni?a lentamente ante los escalofr¨ªos de ¨¦sta y ha empezado a deslizar la otra mano por los muslos de la peque?a hasta encontrar sus bragas y luego su vagina a la que penetra con su dedo ¨ªndice que introduce repetidas veces.
La puerta del despacho se abre poco despu¨¦s y en el umbral surge la figura esbelta de la madre de la ni?a. Dicen que cuando Grendulyt lleg¨® al hospital ya estaba muerto. Los doctores hablan de paro card¨ªaco pero el certificado de defunci¨®n no dice nada. Por la tarde, el m¨®vil de la mujer de las carcajadas y el del jefe tribal comienza a sonar. Todo es m¨²sica.¡°Nunca mi vida fue tan interesante y especial¡±, me dice Ferdi mientras atravesamos el nuevo puente construido por los chinos. ¡°Este pa¨ªs avanza¡±.
Por la calle, una muchachada salta y corretea por la calle mostrando una cartulina donde aparece un mu?eco sonriendo bajo un sol hermoso y radiante. La ni?a se acerca a nuestro coche y nos pega la cartulina en el cristal. Y lo vemos. Vemos un sol hermoso y radiante que atraviesa el puente y llega a la sala del tribunal, al descampado, al despacho del abogado, al tanatorio y a todos los rincones del pa¨ªs y del continente.
Un sol gigante y colosal que no para de repetirnos lo mismo, buenos d¨ªas, buenos d¨ªas, buenos d¨ªas.
(*) Nuno Cobre vive, escribe y publica su blog Las palmeras mienten desde alg¨²n lugar de ?frica que prefiere no desvelar. Otra manera de ver el continente, con el cuerpo fisicamente all¨ª, pero con los recuerdos y la mirada de un mundo m¨¢s occidental, que irremediablemente van y vienen. Otras entradas: En qu¨¦ quedamos tiempo, De Rosa Cebra y otros colores.
(**) Fotograf¨ªas de Lola Huete Machado. Vista a trav¨¦s de una ventana en una comunidad de Ada (Ghana), y m¨¢scara africana.
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