Los espejismos del Apocalipsis
Aunque Mario Vargas Llosa y otros pensadores auguren la extinci¨®n de la alta cultura, en realidad asistimos a un cambio forzado por la transformaci¨®n social, educativa y tecnol¨®gica de Occidente
El asunto no es nuevo pero en los ¨²ltimos tiempos casi parece un trending topic medi¨¢tico. Numerosos intelectuales, y entre ellos algunos de los mejores, han detectado la disoluci¨®n galopante de la cultura human¨ªstica en los fuegos fatuos de un mercado cultural acr¨ªtico. ?Qu¨¦ est¨¢ pasando para que crean honradamente y denuncien sin tapujos la ¡°banalizaci¨®n de la cultura¡± y, sobre todo, la suplantaci¨®n de la alta cultura por la cultura trivializada del espect¨¢culo? Me lo pregunt¨¦ en clave vagamente humor¨ªstica en un librito de hace unos meses, El intelectual melanc¨®lico, y me vuelve a agobiar ahora la pregunta que anim¨® aquel panfleto.
Los argumentos de los apocal¨ªpticos no son triviales ni desde luego faltan razones para el alarmismo. Pero el diagn¨®stico sobre la extinci¨®n de la alta cultura me parece un tanto un¨ªvoco o unidimensional, y no descarto que la tentaci¨®n de aceptarlo delate sobre todo la dificultad de muchos de nosotros para adaptarnos a las transformaciones actuales. Hoy nos las vemos con la red de est¨ªmulos culturales m¨¢s ingobernable, rica y socializada que haya tenido Occidente en su historia. En esa nube proliferan sin tasa productos culturales, eventos, exposiciones o pel¨ªculas inmisericordemente toscos y literalmente estupidizadores. Es verdad tambi¨¦n que hoy resulta m¨¢s dif¨ªcil discriminar el pu?ado de obras y creadores que verdaderamente fertilizan el presente, quiz¨¢ porque tanto en los circuitos de las ¨¦lites como en los m¨¢s comerciales han intervenido nuevos criterios y a veces han ensanchado o incluso rebajado las antiguas exigencias de calidad.
La ¨¦lite de intelectuales cualificados? ha perdido la exclusividad de los ¨®rganos reguladores del poder de opinar y juzgar
El car¨¢cter mutante e invasivo de la cultura del espect¨¢culo ha promovido una suerte de espejismo que impide reconocer no s¨®lo la subsistencia de la alta cultura (o la cultura en el sentido cl¨¢sico), sino su continuidad fecunda y l¨®gicamente irregular. Es verdad que no como antes, no en los mismos medios, no por los mismos circuitos ni con las mismas ¨¦lites, no con los mismos lenguajes ni desde luego bajo las mismas especies de prestigio social o de exclusividad intelectual. El efecto orientador que la alta cultura generaba antes en las ¨¦lites intelectuales de Europa, y que hoy Vargas Llosa echa de menos expresamente, se ha visto suplantado por una nueva coyuntura m¨¢s abierta, menos exclusiva, m¨¢s imprevisible y necesariamente, por tanto, tambi¨¦n m¨¢s incierta. No discutimos ya en torno a proyectos unitarios o a una gran idea sino sobre m¨²ltiples propuestas, ideas blandas y alguna dura, emplazadas en m¨²ltiples estratos, con motivaciones muy dispares y una atomizaci¨®n cierta. Es una crisis de ¨¦xito m¨¢s que de fracaso, porque esa multiplicaci¨®n desorientadora exige mayor cautela anal¨ªtica y, en todo caso, no basta ya, por fortuna, con acudir a una docena de referentes internacionales para saber qu¨¦ pasa (como tanto le gustaba pensar a Ortega). Es decir: ninguno de estos cambios significa a mi modo de ver la terminante disoluci¨®n de la exigencia, la calidad o la seriedad de la cultura en Occidente.
Los tres primeros cap¨ªtulos de La civilizaci¨®n del espect¨¢culo, de Mario Vargas Llosa, contienen sin embargo el augurio de la extinci¨®n de esa alta cultura tal como se ha entendido hasta hoy. Pero me pregunto si no estamos m¨¢s bien ante un cambio de modulaci¨®n y de funcionamiento de la alta cultura forzado por la misma transformaci¨®n social y educativa de Occidente, y quiz¨¢ tambi¨¦n por el empuje de la civilizaci¨®n del espect¨¢culo, al hilo de otros innumerables cambios, incluidos los tecnol¨®gicos. La cultura vive en estado permanente de transformaci¨®n, tanto la m¨¢s alta como la m¨¢s popular. Si la alta cultura obviase los cambios o subsistiese al margen de ellos, ser¨ªa en efecto un puro f¨®sil sin el menor inter¨¦s. Pero la alta cultura es alta porque se adapta a todo y su gracia consiste justamente en su maleabilidad en cualquier circunstancia (con libertad y sin ella, con mercado y sin ¨¦l). Es cl¨¢sica por esa capacidad de hablar a muchos y en muchas ¨¦pocas, incluido el presente inasible e ingobernable. Y trivializar¨ªa su funci¨®n si estuviese ausente de esos cambios o si considerase que son el enemigo a batir: de hecho, la trivializaci¨®n que nos incumbe o deber¨ªa incumbirnos no ata?e a la opini¨®n del ama de casa o el administrativo de banca que emite un juicio sobre Macbeth en su blog o cree equiparable a Bach y Leonard Cohen (la trivializaci¨®n grave no juega en esos estratos culturales: simplemente les es inherente), sino a la que radica en el incumplimiento de la exigencia intelectual de quienes tienen el deber y la solvencia para encarnar la alta cultura.
La confesada relectura reciente de Ortega ha dramatizado en Vargas Llosa intuiciones antiguas que no formul¨® con el car¨¢cter taxativo de hoy. Su argumento central estriba en detectar la suplantaci¨®n en la sociedad actual del criterio de valor por el del precio, el de la calidad por la cantidad. Sin embargo, la cultura del espect¨¢culo actual est¨¢ poniendo en el mercado no ¨²nicamente productos banales y masivos sino tambi¨¦n aquellos otros que encarnan los niveles m¨¢s altos de exigencia. La simultaneidad de canales publicitarios o mercantiles induce a pensar en un igualitarismo que me parece que es s¨®lo otro espejismo m¨¢s. Las distinciones entre mejor y peor se han hecho m¨¢s borrosas y confusas pero eso no significa que sean invisibles o inoperantes. Del mismo modo, puede debatirse la calidad en los ¨²ltimos 20 a?os en la alta cultura, por supuesto, pero esa misma ponderaci¨®n deber¨ªa descartar su supuesto exterminio. Dir¨ªa incluso que sus condiciones de posibilidad son cuando menos no inferiores a otros tiempos, ni en calidad ni en cantidad, aun cuando aproveche los mismos canales de la cultura banal y haya modificado buena parte de sus formas de expresi¨®n, actuaci¨®n y difusi¨®n, y aun cuando sea tambi¨¦n mucho m¨¢s dif¨ªcil jerarquizarla.
Discutimos m¨²ltiples propuestas, emplazadas en muchos estratos, con una atomizaci¨®n cierta
Est¨¢, como siempre y como todo lo dem¨¢s, en proceso de cambio, pero no de extinci¨®n sino de adaptaci¨®n casi antropol¨®gicamente inteligente. La alta cultura es solo diferente de los tiempos en que era mucho m¨¢s elitista que ahora, no por mejor y m¨¢s excelente, sino por much¨ªsimo m¨¢s reducida a un pu?ado de nombres. No creo por tanto que estemos asistiendo al final de la cultura human¨ªstica sino a una nueva transformaci¨®n de su legado, y no veo tampoco la facilidad o la permisividad tontorrona como ley general de los mejores novelistas, los mejores ensayistas o los mejores estudios universitarios (ni creo que est¨¦n condenados a la catacumbas o al fracaso comercial, o en todo caso no m¨¢s que antes). Han cambiado muchas cosas, y ha cambiado, por ejemplo, el papel de la ¨¦lite de intelectuales cualificados. Han perdido la exclusividad de los ¨®rganos reguladores del poder de opinar y juzgar, pero no tiene por qu¨¦ ser una cat¨¢strofe: lo que ha ocurrido es quiz¨¢ que la ¨¦lite ha tenido que renovar esfuerzos para disputar el espacio p¨²blico y combatir, en esas nuevas condiciones, con una variedad ingente de opinantes, columnistas o autores que interpretan, juzgan y construyen discurso intelectual (y no siempre ni todos desde la pura indigencia). Esa nueva situaci¨®n no comporta necesariamente que la ¨¦lite no sea escuchada, ni que la cultura seria est¨¦ en falta si aspira a entretener a la gente. Al fin y al cabo, la seriedad no est¨¢ re?ida con el entretenimiento, y el mismo p¨²blico que se entretiene con tontadas es candidato a entretenerse con tontadas menos tontas. De hecho, la civilizaci¨®n actual incluye la obra de un buen pu?ado de autores que son al mismo tiempo cultura del espect¨¢culo y alta cultura, porque ambas pueden o incluso deben ser capaces de fecundarse, sacando partido de lo mejor de s¨ª mismas. Y en el ¨¢mbito hisp¨¢nico el primer nombre de aquel pu?ado de nombres es precisamente Mario Vargas Llosa.
Jordi Gracia es catedr¨¢tico de Literatura Espa?ola en la Universidad de Barcelona.
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