El asesinato de John F. Kennedy y Cuba
Los libros de Brian Latell y Robert A. Caro aportan nuevos datos sobre el magnicidio de Dallas
En el 2013 se cumplir¨¢n 50 a?os del asesinato de Kennedy, y entonces, al igual que a menudo desde hace medio sigo, aparecer¨¢n nuevas versiones y/o revelaciones a prop¨®sito del curso exacto de aquellos acontecimientos. En tiempos recientes han surgido dos fundamentos nuevos, parcialmente conocidos, de una interpretaci¨®n novedosa, antes suscrita ¨²nicamente por analistas fantasiosos y ahora por estudiosos serios. Me refiero en particular a Castro¡¯s Secrets: The CIA and Cuba¡¯s Intellligence Machine, el nuevo libro de Brian Latell, analista en jefe de la CIA para Am¨¦rica Latina durante 30 a?os, y en menor medida al cuarto tomo de la biograf¨ªa monumental de Lyndon B. Johnson por Robert A. Caro,The Passage of Power: The Years of Lyndon Johnson.
El libro de Latell retoma las versiones ya publicadas por cineastas alemanes de dudoso prestigio, por autores norteamericanos algo fr¨ªvolos, y por escritores m¨¢s informados, como Jefferson Morley, en su biograf¨ªa de Winston Scott, jefe de la delegaci¨®n de la CIA en M¨¦xico en esa ¨¦poca, y de Tim Weiner, autor del laureado Un legado de cenizas: Una historia de la CIA. Como es sabido desde 1963, en septiembre de ese a?o Lee Harvey Oswald, que viv¨ªa en Dallas con su esposa rusa Marina, viaj¨® a la Ciudad de M¨¦xico para conseguir una visa e ir a Cuba para ¡°luchar por la revoluci¨®n¡±. Visit¨® por lo menos en tres ocasiones la Embajada cubana, entre el 27 de septiembre y el 2 de octubre de 1963; fue filmado al entrar y salir de la Embajada por las c¨¢maras de la CIA que operaban frente a la misma; y, seg¨²n las informaciones que obtuvo Latell de una serie de informantes de la Direcci¨®n General de Inteligencia (DGI) cubana que se entregaron a Estados Unidos recientemente o hace a?os, fue interrogado (debriefed) por funcionarios cubanos.
Finalmente nunca se le concedi¨® la visa, pero de acuerdo con Latell, los agentes cubanos durante esas semanas le ¡°dieron cuerda¡±. En particular, se le escuch¨® a Oswald gritar saliendo de la Embajada, cuando se le neg¨® la visa: ¡°?Pues entonces van a ver, voy a matar a Kennedy!¡±. Dicha exclamaci¨®n de Oswald nunca fue reportada por la gente de la CIA en M¨¦xico a sus superiores en Estados Unidos, aunque supieron de ella. Oswald hab¨ªa tomado contacto con la inteligencia cubana desde 1959, en Los Angeles, cuando busc¨® a personal del consulado de Cuba en aquella ciudad para ¡°ponerse a las ¨®rdenes de la revoluci¨®n¡±, antes de marcharse a la URSS.
La segunda aportaci¨®n nueva de Latell consiste en las confesiones de un agente de inteligencia cubano, Florentino Aspillaga ¡ªel de mayor jerarqu¨ªa en haberse cambiado de bando, hace 20 a?os, pero que ha empezado a hablar de estos temas solo ahora¡ª y que en 1963 era el encargado de la estaci¨®n de escucha de Jaimanitas, a las afueras de La Habana, donde segu¨ªa las comunicaciones por radio de Estados Unidos y en particular de Washington. Seg¨²n este informante, el d¨ªa anterior al asesinato de Kennedy, es decir el 21 de noviembre, fue instruido a redirigir sus antenas hacia al Estado de Texas y en particular a la ciudad de Dallas, para ver si algo suced¨ªa ah¨ª. En otras palabras, seg¨²n este informante, los cubanos sab¨ªan o cre¨ªan saber que algo iba a suceder en Dallas el d¨ªa 22 de noviembre de 1963.
Los cubanos sab¨ªan o cre¨ªan saber que algo iba a suceder en Dallas el? 22 de noviembre de 1963
Esto, seg¨²n Latell, se compagina con el hecho mismo ¡ªaunque no con el contenido¡ª de la conversaci¨®n que sostuvo ese d¨ªa fat¨ªdico Castro con el periodista franc¨¦s Jean Daniel, fundador y director de Le Nouvel Observateur durante 40 a?os. Castro pas¨® el d¨ªa entero con Daniel, conversando sobre una enorme cantidad de banalidades, salvo cuando alrededor de las tres de la tarde (debido a la diferencia horaria), lleg¨® la noticia de la muerte de Kennedy. Castro, seg¨²n Latell, habr¨ªa utilizado la presencia de Daniel para contar con un testigo independiente y prestigioso de su consternaci¨®n y total sorpresa ante los acontecimientos sucedidos en Texas.
Latell aduce tambi¨¦n una argumentaci¨®n adicional y complementaria. Recuerda, como es sabido desde 1975, que la CIA realiz¨® m¨²ltiples intentos de asesinato de Fidel Castro en esos a?os, desde tentativas serias aunque fallidas, hasta otras absurdas, como ponerle un polvo en la barba que lo dejara imberbe, o regalarle un traje de neopreno que estuviera envenenado y lo matara o atrajera a los tiburones cuando buceaba. Todos esos intentos fracasaron, obviamente; pero prosiguieron, hata tal punto que en esos mismos d¨ªas, el Gobierno de Estados Unidos, mediante representantes de Robert Kennedy, el hermano del presidente encargado de la pol¨ªtica del derrocamiento de Fidel, sosten¨ªan negociaciones en Paris con un funcionario cubano, supuestamente desertor, de nombre Rolando Cubela, que a¨²n vive en Madrid. Seg¨²n Latell, se trataba en realidad de un doble agente cubano, que informaba a La Habana de todo lo que negociaba con la gente de Kennedy a prop¨®sito de un nuevo atentado. A Fidel le sobraban motivos para vengarse de los atentados ordenados por los Kennedy.
Pero nada de esto fue puesto en conocimiento de la Comisi¨®n Warren, responsable de investigar el magnicidio; nunca escuch¨® las versiones del jefe de la delegaci¨®n de la CIA en M¨¦xico, Winston Scott; nunca interrog¨® a Robert Kennedy o a otros sobre los intentos de asesinato de Fidel Castro; nunca investig¨® seriamente la posibilidad de que Oswald hubiera sido cilindreado [manipulado] por la inteligencia cubana durante sus visitas a la Embajada.
Todo ello no sucedi¨® por dos razones: porque nadie quer¨ªa revelar que se hubiera tratado de matar a Castro en vano tantas veces; y porque se supon¨ªa que Alan Dulles, fundador y director de la CIA y miembro de la Comision Warren, transmitir¨ªa la informaci¨®n de manera confidencial al presidente de la Comisi¨®n y ministro del Tribunal Supremo, Earl Warren.
Por tanto, la versi¨®n seg¨²n la cual Fidel Castro abrigaba un motivo para permitir, sino? alentar, el asesinato de Kennedy, debido a los m¨²ltiples intentos de Kennedy por asesinarlo, no fue investigada ni puesta en conocimiento de la instancia investigadora. Nunca fueron atendidos los informes de Scott en M¨¦xico desde Washington, y jam¨¢s fueron revisados con cuidado los documentos y las intervenciones telef¨®nicas y fotos procedentes de M¨¦xico. En investigaciones posteriores, jam¨¢s fueron interrogadas a fondo dos mujeres clave que trabajaban en la Embajada de Cuba: Luisa Calder¨®n, de la DGI, y Silvia Dur¨¢n, una empleada local que, seg¨²n Latell, se involucr¨® con Oswald en el Distrito Federal.
?Por que Johnson, el sucesor de Kennedy que s¨ª sab¨ªa de los intentos de asesinato de Castro por los Kennedy, no insisti¨® en la investigaci¨®n, estando convencido de que Fidel Castro era el responsable del atentado? Porque sab¨ªa que la m¨¢s m¨ªnima filtraci¨®n al respecto, en el clima que imperaba en Estados Unidos a finales de 1963 y principios de 1964, hubiera provocado un clamor generalizado por una invasi¨®n norteamericana a Cuba, replicando el peor escenario de la Crisis del Caribe un a?o antes. ?Y c¨®mo sabemos lo que pensaba Johnson? Por dos declaraciones de Johnson citadas en la interminable biograf¨ªa de Robert A. Caro, una en 1965, otra ya jubilado: ¡°Los Kennedy quisieron deshacerse de Castro, pero Castro se deshizo de ellos primero (¡) Los Kennedy operaban una jodida Murder Inc. en el Caribe.¡±
Robert A. Caro sugiere que Robert Kennedy nunca dej¨® de sospechar que el asesinato de su hermano fue provocado por sus propias obsesiones contra la Mafia o contra Castro: ¡°Medio siglo despu¨¦s de la muerte de JFK, prevalece la especulaci¨®n entre los ¨ªntimos de su hermano sobre si conoc¨ªa alg¨²n dato duro que indicara que sus cruzadas contra el dictador cubano o el crimen organizado¡ habr¨ªan afectado a JFK, y si su abatimiento se vio intensificado por una sensaci¨®n de responsabilidad, o incluso de culpa, por la muerte de su hermano.¡±
Brian Latell no afirma ¡ªnadie podr¨ªa hacerlo¡ª que Castro mand¨® matar a Kennedy, ni que los cubanos ¡°motivaron¡± al ¡°tonto ¨²til¡± de Oswald. Pero en su importante, novedoso y sugerente texto, presenta una tesis m¨¢s sofisticada: La Habana se hallaba al tanto del inminente atentado, y no hizo nada para evitarlo o avisar a su v¨ªctima. Los Castro, los Kennedy, los historiadores y los chismosos como este autor, moriremos todos sin saber ¡ lo que los cubanos sab¨ªan.
Jorge G. Casta?eda es analista pol¨ªtico y miembro de la Academia de las Ciencias y las Artes de Estados Unidos. Su m¨¢s reciente libro es Ma?ana o pasado. El misterio de los mexicanos.
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