Maltrato indecente
El empleo de ataduras en los ancianos enfermos ingresados en residencias ha provocado en Catalu?a un debate (EL PA?S, 14-5-12) que por su inter¨¦s social deber¨ªa extenderse al resto de Espa?a.
Atar a una persona enferma es una obscenidad, un acto inmoral solo explicable en algunos estados transitorios de agitaci¨®n; y atar en las residencias a los ancianos enfermos a?ade, a mi juicio, una finalidad mercantil que lo envilece a¨²n m¨¢s: rebajar costes; el enfermo inmovilizado permite reducir el n¨²mero de cuidadores ahorrando salarios. Visito con frecuencia una residencia concertada con la Comunidad de Madrid, concretamente su planta 3? donde 44 enfermos de alzh¨¦imer son asistidos por cuatro cuidadoras, un ratio cuidador / enfermo de 0,09, la cuarta parte del de 0,35 dispuesto en la orden 612/1990 de la citada Comunidad. Los enfermos que no est¨¢n encamados son reunidos durante el d¨ªa en un sal¨®n-comedor sentados en sillas de ruedas y casi todos, no menos del 95%, atados a las sillas con cinturones. Ninguna cuidadora los acompa?a, y as¨ª, amarrados y solos, permanecen horas mientras las cuidadoras hacen otros trabajos. A pesar de esto, la residencia, seg¨²n afirma su direcci¨®n, ¡°ha pasado todas las inspecciones de la Comunidad madrile?a¡±. ?Hacia d¨®nde miraron los inspectores?
Aseguran en la residencia que las ataduras a los ancianos se hacen siempre por prescripci¨®n facultativa y con expreso permiso de la familia. Pero estas condiciones de aparente salvaguarda son en realidad simples tr¨¢mites que permiten el abuso, e incluso lo ocultan disfraz¨¢ndolo de cuidados y respeto: los m¨¦dicos que prescriben en la residencia, en cualquier residencia, son contratados y pagados por la misma, sujetos por tanto a un conflicto de intereses (de no seguir los de la residencia ponen en riesgo los suyos, su empleo), y basta la recomendaci¨®n del m¨¦dico para que conceda el permiso la familia, si alguna fuese renuente se le exige, por escrito, que exima de responsabilidad a la residencia en el caso de que el anciano sufra alg¨²n percance. La asustan. De hecho, nada impide generalizar el uso del cintur¨®n, esa indecencia.¡ª Enrique Costas Lombard¨ªa.
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