La edad de las usurpaciones
En plena falsificaci¨®n de identidades, tratar de desbaratar las mentiras que circulan por Internet es una batalla perdida
Vivimos en una ¨¦poca en la que se est¨¢n llevando a cabo usurpaciones de los espacios sociales y las personalidades que invita a pensar.
Pondr¨¦ para empezar el ejemplo de los caf¨¦s. La clase de establecimiento que a¨²n llamamos caf¨¦ fue un invento de los fumadores del siglo XVIII, que se reun¨ªan en ellos para tomar caf¨¦, por supuesto, pero sobre todo para fumar un buen puro o una buena pipa, lejos de las narices a las que ofend¨ªa el olor a tr¨®pico. Y as¨ª continu¨® siendo durante todo el siglo XIX (Baudelaire y Rimbaud sab¨ªan mucho de eso).
Pero ahora los no fumadores han conseguido arrojar a los fumadores de un espacio estrechamente vinculado al tabaquismo desde su origen, instaurando en ellos la prohibici¨®n de fumar. Como si prohibiesen ba?arse en unas termas o narcotizarse en un fumadero de opio o conducir en una carretera o follar en un prost¨ªbulo o rezar en una iglesia, desvirtuando el fundamento espec¨ªfico del lugar. Am¨¦n y sigo.
Las ferias de libros de nuestro tiempo tambi¨¦n muestran otra forma de usurpaci¨®n de lo m¨¢s pintoresca. Si uno escucha la lista de nombres que expanden los altavoces de la Feria del Libro de Madrid, observa que casi todos son nombres de estrellas medi¨¢ticas o de otra naturaleza m¨¢s o menos espuria, si bien de vez en cuando, y como por casualidad, aparece el nombre de alg¨²n escritor. De modo que podemos decir que actualmente la Feria del Libro es sobre todo la feria de los que escriben libros recurriendo a negros, que han colonizado la fiesta de la cultura como entra?ables par¨¢sitos, usurpando un espacio que no les pertenec¨ªa, y en el que capean con m¨¢s autoridad que Julio C¨¦sar en la Galias cuando dijo aquello de Vini, vidi, vinci.
Otro ejemplo de usurpaci¨®n de espacio social es el que se est¨¢ llevando a cabo en las mismas calles. La calle ha sido siempre en Occidente el espacio p¨²blico por excelencia, y toda revoluci¨®n y toda involuci¨®n se han hecho fuertes o d¨¦biles sobre todo en las calles: lugares de todos y para todos por los que poder pasear, curiosear, sentarse¡ Sin embargo es observable como van desapareciendo los bancos de las calles y las plazas. Dicen que lo piden los comerciantes, entre otras corporaciones filantr¨®picas. Hay que consumir, y colocar bancos confortables en las aceras no incita al consumo. Tambi¨¦n son enemigos de esos bancos, antes tan numerosos, los due?os de establecimientos con terraza. Si quieres sentarte, paga y consume algo, que las calles ya no son lo que eran. Como detalle arcaico, en algunas calles de Madrid han colocado sillas aisladas, como patos perdidos en un inmenso garaje. Por ejemplo, en la calle Fuencarral han colocado dos o tres sillas, all¨ª, en medio de la riada de transe¨²ntes y la explosi¨®n de comercios. Nadie para mucho tiempo en ellas. Los que all¨ª asientan sus posaderas se notan observados como monos de parque zool¨®gico por los peatones que circulan en las dos direcciones y que los ahogan con sus cuerpos y sus alientos y sus pedos. Tambi¨¦n en Nueva York, en el centro de Times Square, han puesto algunas sillas. La gente aguanta en ellas como mucho cinco minutos. Te rodean por todas partes anuncios luminosos y transe¨²ntes. Es como estar en el centro de un mandala sofocante. Ni puedes leer el peri¨®dico ni mantener con nadie una conversaci¨®n razonable. As¨ª que te largas de all¨ª r¨¢pidamente, como quien se libra de un potro de tortura, y hasta entiendes por qu¨¦ en Nueva York est¨¢n pr¨¢cticamente prohibidos los bancos callejeros.
Garc¨ªa M¨¢rquez tendr¨¢ que cargar con la falsa carta que le convert¨ªa en un devoto cristiano
En l¨ªneas generales, casi todos los espacios sociales est¨¢n siendo usurpados por las particularidades. Lo particular se impone a lo social ahogando toda posibilidad de reacci¨®n colectiva. Los cines eran espacios claramente sociales y asistir a ellos fue, en la edad de oro del cinemat¨®grafo, una ceremonia social de bastante envergadura y que funcionaba como sistema de cohesi¨®n al ser generadora de muchos mitos, y los mitos sirven para cohesionar y crear tejido social, entre otras cosas. Ahora el cine se ve en casa, desde la cama o el sof¨¢. Sigue habiendo cine, pero su antiguo espacio social se ha desvanecido. Asombrosamente, ver una pel¨ªcula se ha convertido en un asunto individual. La cama y el sof¨¢ le han usurpado el cine su espacio social y ceremonial.
A la usurpaci¨®n de espacios sociales se ha a?adido, en los ¨²ltimos tiempos, la usurpaci¨®n de personalidades y la falsificaci¨®n de identidades al por mayor. Una caso muy ilustrativo fue el de de la carta que Garc¨ªa M¨¢rquez le dirig¨ªa a Dios cuando ya ve¨ªa cercana su hora, y que circul¨® por Internet como Pedro por su casa. El texto es de una cursiler¨ªa pr¨¢cticamente infinita, y en ella vemos a M¨¢rquez convertido en un devoto cristiano que le habla con ¨ªntima pastosidad a Dios. Era como usurparle a M¨¢rquez su personalidad atea y laica. Algunos amigos del colegio que me han salido al encuentro de Facebook han alabado largamente esa carta tan emotiva y entra?able, tan llena de humildad cristiana. Hace tiempo hice alg¨²n esfuerzo por desbaratar, al menos ante ellos, esa mentira, pero ya vi que era una batalla perdida. Lo siento por Garc¨ªa M¨¢rquez, que va a tener que cargar con una cruz que nadie se merece.
Otro buen ejemplo a ese respeto es el de la falsificaci¨®n de la figura de Roberto Bola?o. En la historia de Bola?o que circula por ah¨ª como un mithos, Bola?o figura como un alcoh¨®lico en M¨¦xico y como un heroin¨®mano en Blanes. Fui amigo de Bola?o y puedo asegurar que ni probaba el alcohol ni ninguna otra droga blanda o dura, y los que lo conocieron en M¨¦xico aseguran que apenas si tomaba una cerveza de vez en cuando. Esa es la verdad, por m¨¢s que se disgusten los amantes de las vidas malditas y peregrinas. Y dir¨¦ algo m¨¢s, a pesar de la enfermedad hep¨¢tica que le segu¨ªa los pasos como cien espadas de Damocles con patas, era un hombre tremendamente feliz a ratos y no solo a ratos. En blogs dedicados a su figura, glosan su vida y su obra, y algunos acaban diciendo que, de todas formas, no envidian la vida de Bola?o, tan alcoh¨®lico, tan yonqui y tan tirado.
Tambi¨¦n con Bola?o me plante¨¦ desbaratar tantas mentiras, pero en mi ¨²ltima estancia en Nueva York me di cuenta de que se trataba una vez m¨¢s de una batalla perdida. All¨ª el mito de Bola?o maltratado por las drogas es m¨¢s duro que el granito, y est¨¢ perfectamente asentado. Ya no creo que haya forma de matarlo, porque se puede matar a una persona pero no se puede matar un mito. Y la f¨¢bula de Bola?o que m¨¢s triunfa es la de monje drogadicto y perdido en una oscura calle de Blanes a la que nunca llegaba la luz, como aquella de la canci¨®n de Lone Star de mi adolescencia.
El mito de un Roberto Bola?o maltratado por las drogas est¨¢ m¨¢s asentado que el granito
Para completar la funci¨®n, otro espacio que est¨¢ siendo usurpado, y que ata?e parad¨®jicamente a la personalidad y la individualidad, es el de la soledad en s¨ª, donde la individualidad se hace fuerte y la imaginaci¨®n se torna m¨¢s musculosa, en parte porque la gente se ha acostumbrado a estar siempre conectada: necesita estarlo. De modo que te encuentras en una cita galante, hablando con un posible candidato a tu cama en un bar, y de pronto empieza a sonar el m¨®vil: intromisi¨®n del otro, o de los otros en general, en un espacio antes m¨¢s cerrado que una campana de cristal: el espacio de la seducci¨®n. Tambi¨¦n puede sonar el m¨®vil en medio de un coito. Probablemente no contestes, pero eso no ha impedido que el otro o los otros interrumpan una ceremonia vinculada a la intimidad m¨¢s soberana y animal, y m¨¢s relacionada con los espacios cerrados y las sombras.
Es imposible escribir la historia del presente, si lo hici¨¦ramos, empezar¨ªamos a dudar de nuestra misma existencia. ?No seremos como fantasmas luchando por distinguirse en medio de una mara?a cada vez m¨¢s densa de espacios usurpados y personalidades modificadas por la ley de la ficci¨®n f¨¢cil y truculenta? Yo jurar¨ªa que s¨ª y que ya todos danzamos alegremente en este carnaval que dura todo el a?o y que es algo as¨ª como la imagen de una nueva eternidad: la eternidad de los simulacros.
Jes¨²s Ferrero es escritor.
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