Un romano con lanza y reloj
Las teleseries de ¨¦poca necesitan trajes de ¨¦poca, decorados de ¨¦poca¡ y palabras de la ¨¦poca
Las teleseries cuya acci¨®n se desarrolla en tiempos pasados, casi siempre revueltos, nos transportan a la luz del candil, a aquellas pastas hechas en casa; a los sombreros y pamelas, las capas y las toquillas, el tabaco de hebra, el continuo trajinar en las acequias, el movimiento de las calesas y los carros, el manteo que viste el cura, qu¨¦ cosas pasaban entonces, por cierto; a las cofias de las criadas, las horcas de los campesinos.
??Y las palabras?
?Los asesores de vestuario han hecho un buen trabajo. Desde aquella pel¨ªcula de romanos en la que un extra aparec¨ªa con una lanza en la mano y un reloj en la mu?eca, estos detalles ya se cuidan mucho.
??Pero y las palabras?
?Las palabras tambi¨¦n nacen en alg¨²n momento. Ni nos vestimos ahora como nuestros bisabuelos, ni los pastores de principios de siglo dec¨ªan anglicismos.
?Las teleseries de ¨¦poca necesitan trajes de ¨¦poca, decorados de ¨¦poca¡ y palabras de la ¨¦poca.
?Se nota en esto, vaya por delante, un esfuerzo de algunos guionistas espa?oles.
?As¨ª, un personaje quiere echar un p¨¢rrafo con otro, quiz¨¢s para quitarle lo que lleva en la sesera porque no le parece un buen pensamiento; y aprovechar¨¢ para referirle una historia que debe conocer sin demora, porque Raimundo est¨¢ empezando a amoscarla, y a Emilia desde que lleg¨® de La Puebla se la ve muy moh¨ªna. Y si alguien se pone pesado, cualquiera le puede espetar: ¡°Y vuelta la mula al trigo¡±. Se aprecia sin duda la buena voluntad, la intenci¨®n de marcar con claridad que los lenguajes van con las ¨¦pocas.
?L¨¢stima lo del reloj.
?Como suced¨ªa con aquel romano disfrazado pulcramente para el p¨¦plum, con sus sandalias bien liadas y su lanza impecable ¨Cy con su reloj--, las bocas de algunos de estos personajes situados en siglos anteriores visten anacronismos verbales que disuenan del esmero que se aplica en las dem¨¢s reconstrucciones.
Los guionistas no consiguen apartarse del penoso lenguaje de nuestro siglo
?En ?guila Roja (lo recogi¨® Isa¨ªas Lafuente en su Unidad de Vigilancia de la SER) una buena persona avisa de que quieren linchar a alguien, cuando en el siglo XVII a¨²n no hab¨ªa nacido el expeditivo Charles Lynch, aquel juez virginiano que consider¨® un engorro eso de abrir juicio a unos acusados; y nadie hab¨ªa conjugado a¨²n, por tanto, el verbo ¡°linchar¡±; como tampoco exist¨ªa entonces ¡°boicotear¡±, porque el irland¨¦s Boycott (el primer ser humano a quien se aplic¨® un boicoteo, en 1880) no era todav¨ªa ni proyecto de administrador agrario.
??sos y otros relojes pueden aparecer en las series de ¨¦poca que pasan a diario por nuestras pantallas.
?¡°Ir¨®nicamente, me has salvado la vida¡±, reconoce uno de estos personajes de telenovela. (En vez de ¡°parad¨®jicamente¡±). Pero esa clonaci¨®n del ingl¨¦s es muy reciente, con dif¨ªcil presencia en la ¨¦poca de la serie y mucho menos en un ¨¢mbito rural. ¡°No necesito que sigas d¨¢ndome la vara¡±, a?ade otro. (Tal expresi¨®n se usaba entonces para otorgar el mando a los alcaldes, y se les daba la vara sin que se molestasen por ello). Y un tercer actor dir¨¢ luego, vestido con su sombrero y su capa: ¡°Est¨¢ viviendo un episodio puntual¡±. (O sea, lo que ven¨ªa siendo ¡°pasajero¡± o ¡°espor¨¢dico¡±). Y ¡°eso nos ralentiza todo¡± (como nos quejamos ahora pero como nadie habr¨ªa lamentado entonces cuando las cosas se retrasaban).
?En Amar en tiempos revueltos, el inspector Vallejo le pregunta a Bonilla si la noche anterior se fue ¡°de farra¡±, expresi¨®n que no podemos imaginar habitual en el Madrid de la posguerra y que nos llegar¨ªa mucho tiempo despu¨¦s como americanismo (desde el portugu¨¦s de Brasil).
¡°Es por eso que me ofrezco a mediar por ¨¦l¡±, proclama la se?ora Montenegro en El secreto de Puente Viejo, anticip¨¢ndose a su tiempo y a su pueblo con un raro galicismo entonces en Espa?a, aunque no tanto en Am¨¦rica.
?Y el triste Trist¨¢n nos ofrece una premonici¨®n del triste lenguaje de nuestros tristes d¨ªas: ¡°Cuando me posicion¨¦ a favor de Pepa¡¡±.
?M¨¢s tarde nos informa el mismo personaje: ¡°Mi padre tuvo una aventura con ?gueda¡±, para definir esa ¡°relaci¨®n amorosa ocasional¡± que entrar¨ªa en el Diccionario unos cien a?os despu¨¦s.
?¡°?Vale?¡±. ?gueda, la madre de la partera, precede en unos decenios a Bel¨¦n Esteban y a millones de telespectadores que ahora s¨ª preguntan de ese modo en busca de asentimiento o conformidad; expresi¨®n que Mar¨ªa Moliner considerar¨¢ en 1966 un neologismo.
?Y en la taberna del pueblo, el cartel pegado en la pared anuncia: ¡°Se renta habitaci¨®n¡±, un verbo extra?¨ªsimo en la Espa?a de entonces y aun en la de ahora.
?Los guionistas, pese a su gran esfuerzo de estilo y aunque dan en la flor de usar expresiones preciosas, no consiguen apartarse siempre del penoso lenguaje de nuestro siglo, y les hacen proferir a sus personajes expresiones como ¡°est¨¢ hecho desde el cari?o¡± o ¡°lo tengo m¨¢s claro que este agua¡±; y ponen en boca del pobre cura don Anselmo al final de una boda: ¡°Puedes besar a la novia¡±; como si los muchachos estuviesen cas¨¢ndose en Cincinatti.
?Pero sorprende m¨¢s todav¨ªa que Raimundo, un tabernero de ley, le diga al tontaina de Juan: ¡°Una mentira repetida mil veces no se convierte en verdad¡±. Con ello no s¨®lo se anticipaba unos treinta a?os a Joseph Goebbels sino que ya se ocupaba incluso de desmentirle.
?Las series espa?olas basadas en ¨¦pocas lejanas han alcanzado una calidad ins¨®lita, tanto por el trabajo de los actores como por los guiones o la ambientaci¨®n. Se cuidan el decorado y la vestimenta, se estudian las modas, los utensilios y las armas a fin de no errar en la minucia y reconstruir con fidelidad un tiempo pasado, sin temor a que por ello el espectador de hoy sienta lejana esa trama. Sin embargo, parece que falta en algunas el dialect coach de los anglosajones (si lo llam¨¢semos as¨ª, quiz¨¢s nos parecer¨ªa m¨¢s importante) para asesorar sobre acentos y ¨¦pocas; o que tal vez se desde?an, como en tantos otros aspectos de nuestros d¨ªas, la precisi¨®n y el respeto hist¨®rico para con la cultura del idioma espa?ol.
?As¨ª que algunas series nos acaban recordando a aquel aut¨¦ntico adelantado de su tiempo: el romano del reloj; a quien, al menos, no le obligaban a decir que se estaba posicionando para la batalla.
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