La crisis no es ninguna plaga b¨ªblica
Frente al desconcierto general, necesitamos desesperadamente un di¨¢logo p¨²blico comprensible, una cultura econ¨®mica de responsabilidad y salvaguardar la fr¨¢gil cohesi¨®n social durante los a?os dif¨ªciles
En 1912, un poeta espa?ol escuch¨® la risa cantarina de una mujer a trav¨¦s de su la pared de su dormitorio, en una residencia de estudiantes. Aquel poeta hab¨ªa alcanzado ya una altura considerable, pero era demasiado tributario del recargado estilo modernista de la ¨¦poca. La mujer le dijo que encontraba su poes¨ªa artificial y cursi. Cuatro a?os despu¨¦s, se casaron en Nueva York, y en el libro que escribi¨® entonces, el poeta encontr¨® una veta de que alumbrar¨ªa la poes¨ªa de toda una generaci¨®n. En uno de los poemas, escribi¨®: ¡°porque no se trata de decir cosas chocantes¡ sino de decir la verdad sencillamente, la mayor verdad y del modo m¨¢s claro posible¡±.
Las nuevas formas tecnol¨®gicas de comunicaci¨®n han intensificado la tendencia a que los flujos informativos se presenten como ¡°cosas chocantes¡±, a la b¨²squeda desesperada de nuestra atenci¨®n. Los mayores proveedores de titulares, como partidos pol¨ªticos y agentes econ¨®micos, adoptan estrategias informativas no para explicar lo que pasa, si no para consolidar cierta imagen objetivo, sobre mantras tan inconcretos como ¡°la confianza¡± o ¡°la seriedad¡±. El lector que en ese fuego cruzado de titulares y declaraciones trate de entender la verdad sencillamente est¨¢ abocado a la ansiedad constante.
A fecha de hoy, la verdad que se decanta de esas turbulencias medi¨¢ticas se podr¨ªa resumir as¨ª: ¡°la crisis es una maldici¨®n macroecon¨®mica provocada por la burbuja del ladrillo que causaron bancos sin escr¨²pulos, la connivencia interesada de los pol¨ªticos y en general todas nuestras fallas como pa¨ªs, y de la cual, seg¨²n este gobierno, saldremos adelante con sus reformas, y seg¨²n la oposici¨®n, no saldremos adelante con este gobierno¡±. Bien, la verdad no es exactamente esa; la crisis no es castigo b¨ªblico de los mercados a nuestras culpas. Ampliemos la imagen de nuestro peque?o gran pa¨ªs al mundo.
Las hip¨®tesis (incumplidas) de los mercados producen crisis. Hemos llegado hasta aqu¨ª por una conjunci¨®n triple de eventos: primero, el ahorro internacional global creci¨® exponencialmente por el despegue de Asia y el boom del petr¨®leo; segundo, Espa?a ten¨ªa una historia de crecimiento reciente que contar para captar pr¨¦stamos exteriores; tercero, los mercados asumieron que la eurozona funcionar¨ªa solidariamente y prestaron a bajo inter¨¦s a todos sus pa¨ªses (la hip¨®tesis era: ¡°si llega una crisis de un pa¨ªs, Alemania avalar¨¢ y asumir¨¢ sus deudas, a cambio de mayor integraci¨®n pol¨ªtica y para prevenir crisis incontrolables¡±). Durante unos a?os, la econom¨ªa espa?ola era una bola de endeudamiento rodante: infraestructuras, hipotecas, operaciones empresariales. Burla burlando, la deuda neta exterior de Espa?a se acerc¨® al valor de un a?o de nuestro PIB; en los pa¨ªses que pagan intereses m¨¢s bajos, es un tercio de su PIB. Era de manual que las expansiones de endeudamiento acaban en cr¨¦ditos err¨®neos. En 2010, cuando los mercados descubren que la eurozona no va a funcionar solidariamente, su hip¨®tesis pasa a ser: ¡°Alemania no responde de las deudas de terceros pa¨ªses, porque es su ¨²nica forma de forzar la integraci¨®n y porque puede mantener la crisis en cauces controlados¡±. En 2010, los espa?oles descubren que los mercados existen.
La bomba de nuestras finanzas solo volver¨¢ a funcionar si se ceba con dinero exterior
Parad¨®jicamente, con la peseta nunca habr¨ªamos llegado aqu¨ª. Con una moneda independiente, el cr¨¦dito exterior habr¨ªa demandado cada vez un mayor tipo de inter¨¦s, autorregul¨¢ndose. En el l¨ªmite, si se hubiera llegado a una crisis de deuda, habr¨ªa sido mucho antes. En esa crisis de deuda, el ajuste hacia los prestamistas externos se habr¨ªa hecho mediante una devaluaci¨®n, que es un acuerdo instant¨¢neo de ajuste de rentas: vendemos nuestro trabajo m¨¢s barato al exterior, compramos m¨¢s caro al exterior. No es indolora, porque sube el coste de la vida y bajan los m¨¢rgenes de las empresas, pero disemina el sacrificio y los pol¨ªticos no tienen que tomar decisiones sobre recortes: la inflaci¨®n hace el trabajo por ellos. Adem¨¢s, amplios colectivos permanecen al amparo de la inflaci¨®n con cl¨¢usulas de indexaci¨®n. Los colectivos m¨¢s perjudicados (ahorradores, j¨®venes que empiezan a trabajar cada vez con menores sueldos) no tienen otra alternativa que conformarse.
La inflaci¨®n tiene otro efecto crucial: que se indulta a los responsables del endeudamiento excesivo porque las deudas quedan diluida en la econom¨ªa inflacionista. Es un efecto similar al conocido riesgo moral de rescatar a bancos que midieron mal sus riesgos, pero son demasiado grandes para quebrar: se est¨¢ plantando la semilla de su futura irresponsabilidad renovada. En esta crisis, los ciudadanos alemanes, finlandeses u holandeses no aceptan el riesgo moral de indultar al sistema pol¨ªtico-econ¨®mico espa?ol. Tienen una cultura clara de que jugar con la inflaci¨®n no es el camino de desarrollar una econom¨ªa competitiva; pagar entre todos la vajilla rota por los embriagados de la fiesta no es el camino de que aprendan a comportarse.
En las ¨²ltimas semanas parece estar quedando claro que la bomba de nuestra econom¨ªa solo volver¨¢ a funcionar si se ceba con dinero exterior. La sociedad espa?ola ha depositado su soberan¨ªa en aquellos a quienes les debe dinero. Todo nuestros debates giran en torno a las soluciones que nuestros prestamistas de ¨²ltimo recurso (el BCE, el Fondo Europeo de Estabilidad) fijan para asegurarse de que podremos devolver el dinero. Puede que nos pidan que reduzcamos gastos directos de hoy (subsidio de desempleo) y de ma?ana (pensiones) para asegurarse de que generaremos super¨¢vit para pagarles. Ser¨¢ dif¨ªcil de negociar, por una sencilla regla: quien paga, decide. En palabras de Mario Draghi: ¡°No podemos tener un sistema en el que t¨² gastas lo que quieres, y luego me pides que emitamos deuda conjunta¡±.
A una velocidad incierta, posiblemente la moneda com¨²n nos llevar¨¢ a un Gobierno com¨²n
Todo guarda una desafortunada semejanza con una guerra. Se enfrenta un norte ahorrador, industrial y meritocr¨¢tico con un sur estancado y endeudado. La troika pone a sus personas de confianza al frente de las finanzas de cada pa¨ªs como un emperador a sus mariscales. Las oligarqu¨ªas nacionales maniobran tras cortinas de humo para preservar centros de poder cercanos. La duraci¨®n del conflicto se mide en a?os. Por fortuna, los bombardeos son solo medi¨¢ticos, y a los j¨®venes se les arrebata su vida normal, pero no mueren. ?D¨®nde est¨¢ el esp¨ªritu de Europa? ?D¨®nde el principio universal de la Ilustraci¨®n, el poder ¨²ltimo de la raz¨®n y las palabras sobre las diferencias interesadas que en nombre de la naci¨®n o la religi¨®n destruyen lo humano?
Llegar¨¢n soluciones parciales. Hasta ahora, tras cada explosi¨®n de la prima de riesgo, ha habido cambios. A una velocidad incierta, posiblemente la moneda com¨²n nos llevar¨¢ a un gobierno com¨²n. Quiz¨¢s, si se nos preguntara en refer¨¦ndum, muchos ciudadanos desear¨ªamos un gobierno europeo democr¨¢tico, abierto y fuerte: en especial, ante la certeza creciente de que los nacionales tienen cada vez menos fuerza ante los grandes agentes econ¨®micos globales, y de que en los asuntos internacionales, del clima a las guerras, Europa tiene m¨¢s voz que la suma de sus partes.
En cuanto a Espa?a, todos los relatos pol¨ªticos parecen estropeados, y adaptarlos lleva a la clase gobernante al paroxismo verbal: seg¨²n el d¨ªa y el sujeto, la culpa de la crisis es de la herencia recibida, del despilfarro auton¨®mico, del centralismo presupuestario o del dogmatismo teut¨®n, cuestiones que guardan una relaci¨®n tan directa con nuestras elecciones reales como la inmortalidad del cangrejo. ?En qu¨¦ momento empezamos a separarnos tanto de las palabras? Necesitamos desesperadamente un di¨¢logo p¨²blico comprensible, una cultura econ¨®mica de responsabilidad, salvaguardar la cohesi¨®n social durante los a?os dif¨ªciles. Debatamos c¨®mo repartir la gran derrama sin desperdiciar la fuerza de una generaci¨®n joven entera. Hablemos en Europa de problemas que no son exclusivos nuestros: la diosa globalizaci¨®n que ayuda a muchos ciudadanos asi¨¢ticos a salir de la miseria rural, parece condenar a no pocos hijos de la clase media europea a trabajar m¨¢s en precario de lo que nunca hubi¨¦ramos imaginado.
Dentro un tiempo, cuando las guerras del siglo XX se vayan convirtiendo en una pesadilla lejana, en esta pen¨ªnsula soleada seguiremos viviendo cuarenta y tantos millones de personas bajo unas u otras reglas pol¨ªticas y Europa ser¨¢ Europa o no ser¨¢; en ese tiempo los europeos que lean poes¨ªa en espa?ol seguir¨¢n encontrando en Juan Ram¨®n Jim¨¦nez palabras de intenso amor a este mundo. Y dando gracias, por cierto, de que Zenobia le ense?ara a cambiar y a vivir.
Emilio Trigueros es qu¨ªmico industrial y especialista en mercados energ¨¦ticos.
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