Sheldon Adelson y el nuevo modelo productivo
El magnate del juego viene para quedarse y con su presencia el turismo ya no ofrecer¨¢ sobre todo sol y playas, sino casinos y burdeles. Una opci¨®n incompatible con el ideal p¨²blico de la moral
Por si alguien a¨²n lo ignora o lo ha olvidado: Sheldon Adelson es un riqu¨ªsimo magnate norteamericano cuya inmensa fortuna viene de la explotaci¨®n de casinos de juego, hoteles y lugares de lo que p¨²dicamente se llama a veces ¡°vida nocturna¡±, una denominaci¨®n no del todo exacta porque muchos prost¨ªbulos abren tambi¨¦n de d¨ªa. Es, en definitiva, un empresario destacado, tal vez el mayor del mundo, de lo que en tiempos m¨¢s serios, o puritanos, o mojigatos, o hip¨®critas (ponga el lector el adjetivo que mejor le cuadre) se llamaba en Espa?a la industria del vicio.
En la correspondiente entrada de la web puede encontrar el lector informaci¨®n sobre sus actividades filantr¨®picas, los pleitos en los que se ha visto enzarzado y sus iniciativas pol¨ªticas. Entre ellas, el cuantioso y seguramente desinteresado apoyo financiero que en las primarias del Partido Republicano ha prestado, primero a Newt Gingrich, el m¨¢s siniestro de los en general poco atractivos candidatos republicanos, y ahora ya, desaparecido Gingrich, a Romney. Su postura pol¨ªtica se identifica con lo que en la Europa de hoy se suele llamar liberalismo: una doctrina que propugna la reducci¨®n del Estado al m¨ªnimo posible y considera perversa su intervenci¨®n en la sociedad y, sobre todo, en el mercado, pues tanto la una como la otra funcionan mejor cuando menos trabas se pongan a la libertad de sus miembros, aunque con eso queden los d¨¦biles a merced de los fuertes: el reino animal del esp¨ªritu, que dijo el otro. Algo bien distinto y aun opuesto a lo que los americanos entienden por liberalismo, pues los liberales son all¨ª quienes, como los socialdem¨®cratas (y no solo ellos) en Europa, creen que es misi¨®n del Estado intervenir en la sociedad para proteger la libertad de todos, al d¨¦bil frente al fuerte, las minor¨ªas frente a la mayor¨ªa, y junto a ello, reducir las diferencias en cuanto sea posible hacerlo sin incrementar la pobreza.
El simple hecho de que nos haya elegido muestra que no teme encontrar? resistencias en Espa?a
El centro de la actividad empresarial de Adelson est¨¢ en Las Vegas, una ciudad del Estado de Nevada famosa por este g¨¦nero de diversiones; una de las pocas de los Estados Unidos en las que la prostituci¨®n puede ejercerse sin restricci¨®n alguna. A partir de ese centro, se va extendiendo por otros lugares del mundo. Ya tiene grandes instalaciones en Asia, en Macao y en Singapur, y ahora quiere abrirlas tambi¨¦n en Europa.
Como cabeza de puente ha elegido Espa?a. Para nuestra verg¨¹enza y nuestra desgracia, creemos algunos. El simple hecho de que nos haya elegido muestra que no teme encontrar aqu¨ª resistencias, o no mayores que en otros Estados europeos, pero quiz¨¢ hasta ¨¦l mismo se haya visto sorprendido por el entusiasmo con el que nuestros pol¨ªticos han acogido su iniciativa. La alborozada disposici¨®n a darle cuanto pida y a¨²n m¨¢s. Y seg¨²n las informaciones de prensa, lo que pide no es poco: edificabilidad sin restricciones en los terrenos elegidos, v¨ªas de acceso, servicios de agua y energ¨ªa, exenci¨®n de impuestos y cuotas de la Seguridad Social, supresi¨®n de trabas en el mercado de trabajo, en la inmigraci¨®n y en el movimiento de capitales. Incluso, para no olvidar detalle alguno, eliminaci¨®n de la prohibici¨®n de fumar en lugares cerrados; una petici¨®n que la presidenta de la Comunidad de Madrid estar¨ªa, seg¨²n dice, muy dispuesta a satisfacer si tuviera competencia para hacerlo. Por fortuna, no la tiene. Ni para esta ni para muchas de las otras demandas del se?or Adelson, que exigir¨ªan reformas legales que tal vez no resistir¨ªan el control del Tribunal Constitucional. Pero de todo esto tienen ya seguramente cumplida noticia tanto el se?or Adelson, como los prominentes hombres de negocios en cuyas manos ha puesto su proyecto espa?ol, asesorados como est¨¢n por grandes despachos madrile?os, ni es el aspecto jur¨ªdico de la cuesti¨®n el que aqu¨ª quiero tratar.
Para no pensar mal, hay que creer que el entusiasmo de muchos pol¨ªticos y en especial la cateta y desvergonzada pugna entre comunidades aut¨®nomas (inicialmente entre Madrid y Barcelona, pero despu¨¦s tambi¨¦n Valencia y quiz¨¢ otras comunidades) por atraerse los favores de Adelson nace de la fe en su proyecto. De la confianza en su promesa de invertir varios miles de millones de d¨®lares, que dar¨¢n lugar a la creaci¨®n de decenas de miles de puestos de trabajo. Tal vez esa esperanza est¨¦ bien fundada, pero tal vez no. En la Red pueden tambi¨¦n encontrarse (aunque con dificultad creciente) los datos que algunas plataformas ciudadanas dan sobre el coste econ¨®mico y medioambiental del proyecto y el Financial Times ofrec¨ªa hace pocos d¨ªas un largo reportaje sobre el crecimiento de la industria del juego en las reservas indias y otras zonas deprimidas de Estados Unidos. Adem¨¢s de recordar el conjunto de actividades (prostituci¨®n, narcotr¨¢fico, blanqueo de capitales, mafias) que suelen acompa?arla, afirmaba que seg¨²n algunos estudios recientes, por cada d¨®lar invertido en esa industria, crec¨ªa el gasto p¨²blico en tres d¨®lares.
Si dejan de lado la moral nadie podr¨¢ tomarse en serio su preocupaci¨®n por los valores
Quiz¨¢ nuestros pol¨ªticos tienen buenas razones para desechar esos reparos, pero hasta ahora no hemos tenido ocasi¨®n de conocerlas, porque todo se lleva en el mayor secreto. Los madrile?os y catalanes visitan Las Vegas y los hombres de Adelson y hasta el mismo magnate visitan Madrid, pero siempre con mucha reserva. Hasta el punto, se dice, que Adelson se encoleriz¨® cuando en la prensa se trasluci¨® la noticia de una visita suya a Alcorc¨®n.
Si el negocio fuera exclusivamente privado, nada habr¨ªa que objetar. Pero en una democracia es inadmisible mantener en el secreto de los despachos un negocio de esta trascendencia, en el que es parte el Estado. Estado son, como se repite una y otra vez, ¡°tambi¨¦n las comunidades aut¨®nomas¡±, pero el negocio implica igualmente al Estado en el sentido m¨¢s estrecho del t¨¦rmino, a las Cortes Generales y al Gobierno. Por sus dimensiones, pero, sobre todo, por el significado que cabe atribuirle en la cacareada b¨²squeda de un nuevo modelo productivo.
En Espa?a es jur¨ªdicamente l¨ªcita la pr¨¢ctica de los juegos de azar y l¨ªcita tambi¨¦n la de la prostituci¨®n, aunque esta se encuentra m¨¢s bien en un limbo jur¨ªdico. Tenemos ya casinos de juego, bares de alterne, salas de masaje, puticlubs de carretera y prostitutas que ofrecen sus servicios en la calle e incluso se anuncian en los peri¨®dicos de informaci¨®n general; una publicidad que, como puede verse en el informe que el Consejo de Estado hizo sobre el tema, no suele encontrarse en la prensa de los pa¨ªses de nuestro entorno. Los municipios han percibido impuestos de estos establecimientos y las comunidades aut¨®nomas cobran, como impuesto transferido, el que grava los juegos de azar, pero nadie hasta ahora hab¨ªa considerado que estas actividades ocupasen un lugar m¨ªnimamente significativo en nuestro modelo productivo y, menos a¨²n, se hab¨ªa confiado en ellas para salir de nuestros males.
Hasta que lleg¨® Eurovegas. Tal vez quienes con tanto entusiasmo lo acogen lo hagan urgidos por la crisis y pensando que con ella no se altera el modelo productivo ya existente ni se condiciona ese indefinido ¡°nuevo modelo productivo¡± de nuestro futuro. Creo que yerran tanto en lo uno como en lo otro. Seg¨²n todas las muestras, Sheldon Adelson viene para quedarse y con su presencia entre nosotros, el turismo, que durante mucho tiempo seguir¨¢ siendo parte de nuestro modelo productivo, ya no ofrecer¨¢ sobre todo sol y playas, sino casinos y burdeles. Una opci¨®n perfectamente compatible con los recortes presupuestarios en investigaci¨®n y desarrollo. Pero incompatible me parece con la moral p¨²blica. O m¨¢s precisamente con el ideal p¨²blico de la moral. Como decisi¨®n privada, puede comprenderse y perdonarse a quienes piensan, como Polly, la enternecedora prostituta de la ?pera de los tres peniques, que ¡°lo primero es comer, la moral es para despu¨¦s¡±. Pero el Gobierno de Espa?a no deber¨ªa guiarse por este cinismo resignado y p¨ªcaro. Nunca, pero menos a¨²n en estos tiempos en los que por la codicia de muchos empresarios, la incapacidad de no pocos pol¨ªticos y la mala cabeza de todos, nuestros gobernantes han pasado a ser capataces de unos poderes an¨®nimos y difusos, pero implacables, que, seg¨²n ellos dicen, continuamente les obligan a hacer lo que no les gusta.
Forzados a hacer todos ellos la misma pol¨ªtica econ¨®mica y social, hab¨ªan intentado mantener sus diferencias ideol¨®gicas en el campo de los valores morales: por ejemplo, ampliando la libertad de la mujer gestante para abortar o, por el contrario, restringi¨¦ndola para protegerla as¨ª de la presi¨®n social que la induce al aborto. Si dejan de lado la moral a la hora de optar por el ¡°nuevo modelo productivo¡±, nadie podr¨¢ nunca volver a tomarse en serio su preocupaci¨®n por los valores.
Francisco Rubio Llorente es catedr¨¢tico jubilado de la Universidad Complutense y director del Departamento de Estudios Europeos del Instituto Universitario Ortega y Gasset.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.