Un nuevo paradigma
Se abre un periodo de experimentaci¨®n del islam pol¨ªtico tanto en T¨²nez y Libia como en Egipto y, probablemente pronto, en Siria, bajo dominio saud¨ª y con el apoyo directo de Estados Unidos y Europa
Desde las revoluciones de 2011, algo est¨¢ cambiando entre Estados Unidos, Europa y los pa¨ªses ¨¢rabes musulmanes. Hasta esa fecha el paradigma de la pol¨ªtica exterior occidental, asumidas todas las diferencias, se resum¨ªa en la defensa, a cualquier precio, de la estabilidad interna en los pa¨ªses ¨¢rabes, del control de las fronteras occidentales frente a los flujos migratorios y, por fin, de la lucha en contra del integrismo religioso. Los pa¨ªses europeos apoyaban a reg¨ªmenes dirigidos por dictadores supuestamente laicos (Mubarak, El Asad, Ben Ali, Gadafi), mientras que Estados Unidos y Gran Breta?a, aunque sosten¨ªan a los mismos dirigentes (con matices trat¨¢ndose de Gadafi y El Asad), pon¨ªan hincapi¨¦ sobre la diferencia entre el islamismo conservador, que merec¨ªa el apoyo, y el integrismo, enemigo irreductible. Esta sensibilidad americana y brit¨¢nica a favor del islamismo conservador, incluso el de los Hermanos Musulmanes de Egipto, hunde sus ra¨ªces en una vieja tradici¨®n, inaugurada en 1944 en el acuerdo de Quincy entre Roosevelt y el rey Ibn Saud, cuyo objetivo era asegurar la perennidad del r¨¦gimen wahabita a cambio del petr¨®leo ¨¢rabe. A partir de este momento, Arabia Saud¨ª se volvi¨® una potencia casi-americana en la regi¨®n, probablemente m¨¢s involucrada en la estrategia estadounidense de lo que ser¨ªa Israel m¨¢s tarde.
Americanos, brit¨¢nicos y saud¨ªes estuvieron estrechamente unidos en la lucha en contra del nacionalismo laico ¨¢rabe desde los a?os cincuenta hasta la d¨¦cada de 2000, favoreciendo la constituci¨®n por doquier de fundaciones, institutos, editoriales isl¨¢micos para hacer frente a las ideolog¨ªas de izquierdas. Esta ofensiva religiosa acompa?aba, en el mundo musulm¨¢n, a la ¡°doctrina Eisenhower¡± de lucha en contra del comunismo. La revoluci¨®n isl¨¢mica iran¨ª, en 1979, sorprendi¨® a todo el mundo y trastorn¨® el mapa geopol¨ªtico regional. De repente, Arabia Saud¨ª tuvo un adversario en el mismo terreno religioso, aunque chi¨ª. Ir¨¢n, descartado de la escena isl¨¢mica y ¨¢rabe desde que la CIA hab¨ªa instalado en el poder al sah Mohamed Reza, volvi¨® as¨ª como potencia aut¨®noma y radicalmente opuesta a Estados Unidos y a sus aliados regionales. Y desde 1979, EE<TH>UU, las potencias europeas, Arabia Saud¨ª y Egipto, lo combatieron, incluso apoy¨¢ndose sobre el Irak nacionalista de Sadam Husein. De all¨ª la guerra de ocho a?os entre Irak e Ir¨¢n, que cost¨® m¨¢s de dos millones de muertos a ambos pa¨ªses, y que acab¨® sin vencedor.
Desde aquel entonces, el objetivo de las monarqu¨ªas petrol¨ªferas era contrarrestar la expansi¨®n iran¨ª. ?En nombre de qu¨¦ ideolog¨ªa? Arabia Saud¨ª, leg¨ªtimamente, no confiaba en el nacionalismo prosovi¨¦tico y antifeudal de Sadam Husein. Siria era aliada de hecho con Ir¨¢n por razones a la vez religiosas (pertenencia del clan El Asad a una rama chi¨ª-alauita) y pol¨ªticas (control de los chi¨ªes libaneses). La ¨²nica alternativa posible era oponer al chi¨ªsmo el sunismo. As¨ª que la primera guerra del Golfo en 1991 y la invasi¨®n americano-brit¨¢nica en 2003, de Irak, marcaron el fracaso definitivo del nacionalismo ¨¢rabe y el auge, en todas partes, de los enfrentamientos confesionales interisl¨¢micos.
Tras la ¡®primavera ¨¢rabe¡¯ lo importante no es el adjetivo ¡°isl¨¢mico¡±, sino el sustantivo ¡°democracia¡±
Las revoluciones democr¨¢ticas de 2011 plantean ahora nuevos retos. Se ha abierto un peligroso periodo de inseguridad. Han surgido nuevos actores pol¨ªticos, a veces desconocidos o cuyas estrategias quedan opacas. El hecho m¨¢s decisivo, tanto para Estados Unidos como para los europeos y Arabia Saud¨ª, ha sido la ca¨ªda de Hosni Mubarak en Egipto. ?l era el verdadero guardi¨¢n del orden occidental. Y eso porque Arabia Saud¨ª ni entendi¨® ni acept¨® el apoyo de Washington a los revolucionarios de la plaza de Tahrir. Tampoco pod¨ªa aceptar una evoluci¨®n democr¨¢tica laica, que representaba un peligro mortal para s¨ª misma. Raz¨®n por la cual el periodo de vacilaci¨®n no dur¨® mucho. La contraofensiva fue iniciada desde Riad; est¨¢ triunfando ahora, aunque probablemente de manera coyuntural. Su concepto es claro: se trata de recuperar la revoluci¨®n democr¨¢tica cuya din¨¢mica era potencialmente laica, dado que los islamistas no tuvieron un papel importante en la contienda, y transformarla en victoria del islam pol¨ªtico. Para ello, Arabia Saud¨ª, Catar y las innumerables organizaciones privadas del islamismo financiero internacional, derramaron toneladas de dinero a los movimientos islamistas. Los islamistas tunecinos, como los egipcios, utilizaron esta ayuda ¡°divina¡± para comprar votos y corromper a sectores enteros de la poblaci¨®n en las elecciones frente a los dem¨®cratas y laicos. Esta estrategia de Arabia Saud¨ª ha conseguido un verdadero ¨¦xito. Para este pa¨ªs, como para sus aliados islamistas en Egipto y T¨²nez, se trata fundamentalmente de utilizar la democracia para islamizar la sociedad. Y lo est¨¢n intentando ahora, democr¨¢ticamente.
Frente a esta nueva situaci¨®n, las potencias occidentales est¨¢n reorientando poco a poco su diplomacia. Atrapadas en las redes de la contraofensiva saud¨ª, la apoyan objetivamente. Eligieron a los islamistas como interlocutores privilegiados, tanto en Egipto como en T¨²nez; favorecieron la victoria de los islamistas supuestamente ¡°liberales¡± en Libia y, m¨¢s claramente, est¨¢n sosteniendo directamente a los islamistas sirios ¡ªarmados por Arabia Saud¨ª¡ª frente a la dictadura de El Asad.
El nuevo paradigma parece ser el de una b¨²squeda de la estabilidad regional interna en los pa¨ªses ¨¢rabes bas¨¢ndose en los islamistas conservadores, que se han convertido en los nuevos aliados. Las fuerzas democr¨¢ticas laicas ¨¢rabes parecen demasiado d¨¦biles, no constituyen una elecci¨®n seria de momento¡ Se abre de hecho un periodo de experimentaci¨®n del islam pol¨ªtico tanto en T¨²nez, Libia, como en Egipto y probablemente ma?ana en Siria, bajo dominio saud¨ª y benefici¨¢ndose del apoyo directo de Estados Unidos y Europa. Por supuesto, hay que matizar este paradigma en funci¨®n de los intereses particulares de cada uno, pero en el fondo, es id¨¦ntico para todas las potencias occidentales.
Las fuerzas laicas ¨¢rabes parecen demasiado d¨¦biles, no constituyen una elecci¨®n seria
Este cambio es, evidentemente, necesario. Hay que tener buenas relaciones, tanto de intereses como de vecindad, con los pa¨ªses de la ribera sur del Mediterr¨¢neo. Sin embargo, desde 2011 hemos entrado en una larga ¨¦poca de desestabilizaci¨®n. Nada es menos seguro que la hip¨®tesis de que la ¡°islamizaci¨®n¡± de estas sociedades pueda tener un ¨¦xito f¨¢cil. Pues no se trata solo de un problema ideol¨®gico, de ¡°recuperaci¨®n cultural¡±, tal y como lo afirman los islamistas, sino m¨¢s bien de un hecho sociol¨®gico: el auge de nuevas clases sociales dentro de los sistemas econ¨®micos y pol¨ªticos. Quieren reemplazar a las capas occidentalizadas, orientadas hacia Occidente. En T¨²nez, hoy d¨ªa, los islamistas de El Nadha miran hacia Oriente y prometen a sus seguidores la promoci¨®n social dentro de los aparatos del Estado y de la funci¨®n p¨²blica. ?En detrimento de qui¨¦n? En Egipto, la misma evoluci¨®n social. La mirada de los islamistas, al igual que la de los grupos sociales que les apoyan, est¨¢ dirigida hacia Oriente. Es una tendencia de fondo.
Ahora bien, los islamistas no tienen un proyecto econ¨®mico diferente del de los reg¨ªmenes dictatoriales: abogan por un liberalismo incapaz de solucionar las demandas econ¨®micas de sus seguidores. El clash social parece cierto, aunque los islamistas lo van a cubrir de ret¨®rica religiosa. Lo demuestra ya el actual enfrentamiento entre los sindicatos tunecinos y el poder islamista.
Por otra parte, la demanda migratoria hacia Europa se va a incrementar, inevitablemente, tal y como ocurri¨® en Argelia cuando el partido islamista gan¨® las elecciones, en 1990. Por esa raz¨®n es por la que el nuevo paradigma europeo, m¨¢s all¨¢ de los intereses inmediatos, debe tomar en cuenta las aspiraciones de los dem¨®cratas y republicanos ¨¢rabes, aunque solo sea porque, despu¨¦s de las revoluciones democr¨¢ticas de 2011, lo importante para todos no es tanto el adjetivo: ¡°isl¨¢mico¡±, sino, m¨¢s bien, el sustantivo: democracia.
Sami Na?r, catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica, es profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Su ¨²ltimo libro es La lecci¨®n tunecina (Galaxia Gutemberg).?
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