El jard¨ªn secreto del banquero feliz
?Cu¨¢l es el misterio tras la entidad financiera m¨¢s solvente de Europa? Carlos March, de la Banca March, lo esconde entre arbustos y rosales
Un d¨ªa de julio, en pleno v¨¦rtigo por la ¡°crisis gigantesca que atenaza¡±, Carlos March no usa el tel¨¦fono en cinco horas. Es el temple del dinero s¨®lido. Abogado nacido en Mallorca en 1945 y residente en Madrid, con aficiones literarias y experto jardinero, esquiva los riesgos y la notoriedad. Preside la Banca March, la m¨¢s solvente de Europa entre las 91 firmas sometidas a las pruebas anuales de estr¨¦s.
En un banco de tama?o medio, ¨²nico en Espa?a, con 242 oficinas, tranquilidad y fortaleza van ligadas a prudencia. Lo exigen un capital exclusivamente familiar y el no cotizar en Bolsa. En el consejo hay hoy seis March: Carlos y su hermano Juan ¨Cambos copresiden el grupo financiero Alba, y el segundo lidera la potente Fundaci¨®n Juan March¨C, m¨¢s dos de sus hijos (la cuarta generaci¨®n: Juan March de la Lastra y Juan March Juan) y dos sobrinos (Javier Vilardell y Juan Carlos Villalonga).
Mantienen ¡°el alma¡± de su imperio, la banca que no vender¨¢n, ni fusionar¨¢n. Siempre habr¨¢ un juan march, en recuerdo del magnate legendario y pol¨¦mico Juan March Ordinas (Santa Margarita, 1880-Madrid, 1962), que cre¨® el banco en 1926. Capitalismo moderno de tradici¨®n, sin aventuras. Los m¨¢s j¨®venes descubren en televisi¨®n que el fundador de la dinast¨ªa financi¨® el avi¨®n Drag¨®n Rapide, que facilit¨® a Franco dar el golpe de 1936. Antes de eso, el potentado regal¨® a los obreros la Casa del Pueblo de Palma. Y cre¨® en 1955 la Fundaci¨®n March, que desarrolla actividades filantr¨®picas ¡°en el campo de la cultura human¨ªstica y cient¨ªfica¡±, con museos y sedes en Cuenca, Palma y Madrid.
Ciudadanos cultivados, con espl¨¦ndidas colecciones de arte (del g¨®tico a Barcel¨®, de Moore a Bacon) y un gran patrimonio personal, los March habitan en la discreci¨®n social. Carlos es reacio al protagonismo medi¨¢tico. Acepta este encuentro para hablar de sus aficiones. ¡°Tengo una barca peque?a para ir a Cabrera¡±, cuenta en su finca S¡¯Avallet, una parte kilom¨¦trica sin urbanizar del sur de Mallorca, con playas salvajes que la familia dej¨® intactas. ¡°As¨ª era la isla hace 50 a?os¡±, reflexiona ante los arenales, libres para quien quiera pasear por ellos. ¡°Las usan los vecinos del pueblo, entran y aparcan¡±.
Medita sobre los a?os que Espa?a vivi¨® en prosperidad. ¡°El ascenso econ¨®mico del aluvi¨®n provoc¨® urgencias casi siempre asentadas en el exhibicionismo y la ignorancia¡±, lamenta. El desarrollo del pa¨ªs, discurre, se precipit¨® a borbotones sin las asas de la cultura y la experiencia. Y lo explica empleando sus habituales s¨ªmiles no financieros. ¡°Se asemej¨® a la fuerza ruidosa de la tormenta que viste arroyos y pantanos, pero que tambi¨¦n erosiona la naturaleza y siega la vida de ¨¢rboles centenarios¡±.
?l siempre trabaj¨® en el grupo familiar, desde la muerte en 1973 de su padre, Juan March Servera, que sobrevivi¨® solo once a?os al fundador de la dinast¨ªa. El t¨¢ndem que Carlos form¨® con su hermano Juan ha funcionado desde entonces en armon¨ªa. Un reparto de papeles y negocios compartidos. La muerte en 2008 de su madre, la matriarca Carmen Delgado, no fractur¨® la alianza. Ahora tienen dos residencias y dos fincas enormes y vecinas en su isla natal, S¡¯Avall y S¡¯Avallet, que antes eran una sola propiedad.
Comenta lo generoso que ha sido Juan, los regalos que les ha hecho a ¨¦l, a su finca y a una de sus hijas. Su hermano mayor, que parece ser m¨¢s socarr¨®n y serio, es tambi¨¦n cazador y pescador, experto en arte, y se cuenta que fue escritor en secreto.
La familia gestiona una fortuna inversora de cien a?os. Y sus fichas de inversiones no son de casino. Con la Corporaci¨®n Alba, el holding de inversiones que fundaron en 1986, los March est¨¢n en ACS, Acerinox, Indra, Prosegur, Ebro Foods, Cl¨ªnica Baviera, Pepe Jeans, Ros Roca, Flex, Mecalux o Antevenio.
En el temporal, ¡°tras la burbuja y la crudeza del drama inmobiliario¡±, Carlos destaca la necesidad de ¡°nadar a contracorriente¡±. La situaci¨®n, defiende, ¡°obliga de manera acuciante a entendernos en cuestiones obvias¡±, a apostar por las relaciones abiertas, ¡°de manos blancas¡±. Y recuerda el caso de la primera gran burbuja, la de la especulaci¨®n con los bulbos de los tulipanes del siglo XVII. No le gustan esas flores, dice, sus colores chillones le aburren.
El terrateniente prefiere explicar otra parte de su vida, la de los paisajes no vulnerados de Mallorca, la de las rehabilitaciones rurales en Andaluc¨ªa y la de su ¡°propia obra¡±: los jardines que ¨¦l crea lento, que expresan ¡°una idea¡± y dan ¡°instantes de felicidad¡±. Sobre ellos, sobre los que tiene en el sur de Espa?a, escribi¨® Altarejos, un jard¨ªn en la dehesa (El Viso), un libro de 300 p¨¢ginas que, m¨¢s que una curiosidad, es una memoria de vida.
Es la meditaci¨®n de un europeo. Y la de un lector voraz. Sus p¨¢ginas desgranan los 35 a?os que ha dedicado a las 10 hect¨¢reas de bello jard¨ªn natural ¨C¡°290 rosales, cientos de ¨¢rboles¡±¨C que adecu¨® en la finca de caza que tiene al norte de Sevilla, de 10.000 hect¨¢reas. Su esposa, Conchita de la Lastra, es andaluza.
Le gusta distanciarse de la exhibici¨®n ¡°altanera del nuevo rico¡±. En urbanizaciones donde ¡°lo cursi con apariencia de elegancia y riqueza es rid¨ªculo y de mal gusto¡±. Se reafirma mallorqu¨ªn, como sus hijos. Dice que ¨¦l naci¨® en la Mallorca in¨¦??dita, en el campo. Conviene que el desarrollo global y la cultura suscitaron en Espa?a ciudades m¨¢s limpias, museos mejor dotados y actos culturales m¨¢s concurridos, pero lamenta que ¡°tambi¨¦n hay bosques devastados, playas reconvertidas en bloques de hormig¨®n, aguas contaminadas¡±.
Amante de la naturaleza y cazador, se?ala un halc¨®n que aparece durante el paseo por S¡¯Avallet. ¡°Cada d¨ªa capturan una perdiz salvaje, solo se comen la pechuga¡±. March cuida que la casta brav¨ªa de la perdiz no se acabe, contagiada por la de granja. ¡°Se extingue la raza aut¨®ctona. Pero aqu¨ª no¡±.
Guarda una foto con F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente, el de El hombre y la tierra, de TVE, que captur¨® en su finca cinco halcones para que el rey Juan Carlos los ofrendara al rey de Arabia Saud¨ª.
En ambos lados del cono sur mallorqu¨ªn no hay urbanizaciones en 15 kil¨®metros. March fren¨® a la autoridad de los ochenta que quer¨ªa abrir carreteras y parkings. La dictadura planific¨® all¨ª una central nuclear y un puerto. ¡°Se salv¨® para siempre, est¨¢ protegido por ley. Renunciamos a construir¡±, asegura. ¡°No existe cultura aut¨¦ntica con la inmediatez del beneficio, con el enriquecimiento de unos pocos en pocos a?os¡±.
Habla de tres hoteles que destrozaron otras calas. Los March, en cambio, poseen latifundios intactos: el vecino y enorme de S¡¯Avall, propiedad de su hermano Juan, con el jard¨ªn de cactus que cre¨® su madre; Ternelles, de Leonor March, y Ses Comunes, de Gloria March.
Dice estar con los ecologistas conscientes, los investigadores moderados, los bot¨¢nicos, los cazadores aut¨¦nticos, ¡°y no los pegatiros¡±. Es cr¨ªtico con ¡°los cantos apocal¨ªpticos¡± del exvicepresidente estadounidense Al Gore sobre el cambio clim¨¢tico y ¡°sus mitos¡±, que, asegura, enganchan a los ecologistas demagogos y utopistas y a los verdes extremistas antitodo.
Razona lento y mira lejos. Usa en su relato im¨¢genes de la naturaleza. No habla de euros ni de hect¨¢reas. Como mucho, se lamenta de los precios ¡°desorbitados, prohibitivos y astron¨®micos¡±, pero la ¨²nica cifra que llega a mencionar son los 100 euros que cuesta un arbusto. Le parece un abuso.
No hablar de dinero es una norma. La isla acoge a personajes mundiales, entre otras cosas, gracias a su discreci¨®n. Alerta, eso s¨ª, sobre ¡°insensatos¡± en la econom¨ªa. Y, de nuevo, sobre esos ¡°exhibicionistas¡± que compran bienes para hacer ¡°un alarde de estatus¡±. ¡°Algunos coleccionistas exhiben sus piezas como prueba de riqueza¡±, arguye. ¡°Admiran no el cuadro de Picasso [su familia posee algunos], sino los millones de su valor presunto¡±. En el jard¨ªn de Altarejos hay una ¨²nica escultura, un henry moore. El resto de estatuas est¨¢n vivas: olivos de quinientos a?os, ¡°con los troncos retorcidos que parecen gigantescas esculturas pardas, desafiando la muerte y clamando por la vida¡±.
En su veraneo, Carlos March va a la playa y anda, mucho, por sus tierras. A veces despacha con colaboradores. Lee. Y come sin excesos. Ha rescatado el huerto y sus tomates, que catan sus nietos. En la sobremesa oye c¨®mo los cortan para el ¡°pan con aceite¡± at¨¢vico. Su esposa, Conchita, alaba las rebanadas asadas con tomate, aceitunas amargas y alcaparras menudeadas que serv¨ªa su suegra.
Dedica alabanzas a amigos escritores y revela que aqu¨ª, en la seca S¡¯Avallet, prepara otro libro. Otro manifiesto sobre plantas. Un jard¨ªn en la garriga. Sobre un espacio en seco, al sol inclemente y al aire salado de poniente, en un bosque austero, semides¨¦rtico, poblado de lentiscos, acebuches, aladiernos, pinos barraqueros, tendidos por el viento marino que quema yemas y derrota las copas.
Durante el paseo aprecia unas ¡°joyas¡±, las sabinas centenarias, protegidas. De le?a dura imbatible y de tono met¨¢lico. Y describe tres variedades de estepas, matojos pelados, que estallar¨¢n en tres flores. Estima las l¨ªneas curvas del paisaje. Y cuando aparece un higueral evoca a Carmen, su madre, amante de la naturaleza. ¡°Ella plant¨® esas higueras. Y me dijo: ¡®Cuando las veas y no est¨¦, te acordar¨¢s de m¨ª¡±. Tambi¨¦n recuerda a su padre, Juan March Servera, que compr¨® la finca. Era un gourmet y fuente de autoridad ante cualquier duda culinaria.
Cita a Baudelaire y muestra pasi¨®n por Machado, ¡°que construye la eternidad desde lo cotidiano¡±. Dice ver una s¨ªntesis personal ¨®ptima entre Descartes, Freud y algunos rom¨¢nticos. ¡°La gente act¨²a con racionalidad, pero tambi¨¦n con los sentimientos y la raz¨®n¡±. Carlos March se retrata en la b¨²squeda del equilibrio y la ponderaci¨®n en la madurez, ¡°entre la nostalgia del Ed¨¦n y el orgullo de la Torre de Babel¡±. Y sentencia que no hay nada m¨¢s est¨²pido que confundir lo normal con lo vulgar.
Los otros March: moda, arte, aventuras y cuch¨¦
Los j¨®venes March, la cuarta generaci¨®n de la dinast¨ªa, se han diversificado. Hay financieros, pero tambi¨¦n modistas de fama, aventureras submarinas o curadoras de arte.
La sucesi¨®n al frente de los negocios parece asegurada: Juan March de Lastra, hijo de Carlos y Conchita, es vicepresidente de la Banca March y est¨¢ en la c¨²pula de corporaci¨®n financiera Alba, mientras que su primo Juan March Juan, hijo de Juan y Mar¨ªa Antonia, m¨¢s joven, es consejero del n¨²cleo duro la banca y de otras firmas inversoras. Dos de sus primos, Juan Villalonga March y Javier Vilardell March (hijos de Gloria y Leonor March, hermanas del t¨¢ndem presidencial Carlos y Juan), se sientan en el consejo de la Banca March, ¨²nica en Espa?a de propiedad exclusivamente familiar y de cuya solvencia es premiada como la primera de Europa.
La marca March est¨¢ de moda. Carmen March acaba de ser fichada como directora creativa de Pedro del Hierro, donde se encargar¨¢ de la costura y de supervisar las l¨ªneas comerciales. Esta modista y dise?adora de ra¨ªz (los Juan de Can Ribas ten¨ªan f¨¢bricas de tejidos en Mallorca) abri¨® su propia casa en Madrid tras triunfar en las pasarelas. Cerr¨® el portal y la producci¨®n en 2010 porque, dijo, ¡°la opci¨®n no era viable financieramente¡±. Su hermana arquitecta, Catalina, fue su ayudante. Ricas pero no despilfarradores. La prima mayor Mercedes Vilardell March es comisaria de exposiciones de arte contempor¨¢neo (es especialista en Miquel Barcel¨®) y asesora de coleccionistas.
Mar¨ªa March Juan es una aventurera de riesgo, submarinista en los 'Desaf¨ªos' de Cuatro. Acudi¨® en traves¨ªa al Polo Norte, se sumergi¨® en bikini en agua helada y otra vez buce¨® ante las fauces de los tiburones de Ciudad del Cabo. Con su primo ?lvaro Villalonga March, en 2006, localiz¨®, a cien metros de profundidad, los pecios de los barcos de guerra italianos 'Impetuoso' y 'Pegaso', hundidos ante Mallorca en 1943. Sobre el hallazgo naci¨® 'La ¨²ltima misi¨®n', un documental de Rub¨¦n Casas y Antonio Lara con voz de Miguel Bos¨¦, amigo de la saga. Mar¨ªa March abri¨® este verano un negocio, una escuela de submarinismo en Port Adriano, Calvi¨¤.
En familia de cine suele hablar el director Jaime Rosales, casado con la bi¨®loga Leonor March Juan. Rosales, autor de culto y de ¨¦xito, gan¨® el Goya a mejor pel¨ªcula con ¡®La Soledad¡¯ en 2008. Present¨® su ¨²ltima producci¨®n ¡®Sue?o y silencio¡¯ tras el crudo ¡®Tiro en la cabeza¡¯.
La otra familia
Existe una rama de los March desligada del conglomerado de las finanzas familiares desde hace medio siglo. Es la de los hermanos March Cencillo, hijos de Bartolom¨¦ March Servera y Marit¨ªn Cencillo. Al morir el padre en 1998 pagaron 21,6 millones de euros de impuestos y evidenciaron disputas sobre cu¨¢l era el patrimonio latente de la Fundaci¨®n Bartolom¨¦ March, que cre¨® aqu¨¦l, bibli¨®filo y amante del arte, y que tiene su sede en la biblioteca palacio March en Palma, ante la catedral, y en el caser¨®n de verano en Cala Ratjada.
El clan March Cencillo -primos de los banqueros- mantiene en su poder un ¡®goya¡¯ (¡®La condesa de Benavente¡¯, valorado en nueve millones) y un tr¨ªptico g¨®tico que su padre pens¨® donar a la fundaci¨®n. El miembro m¨¢s conocido de esta saga, por aparecer junto a la exmodelo Naty Abascal, es Manolo March, propietario de la mansi¨®n de Son Galcer¨¢n, en alquiler o en venta millonaria y cuyas colecciones subast¨®. Esta bella casa litoral, entre Valldemossa y Dei¨¤, la habit¨® su hermano desaparecido, Juanito March, que dese¨® ser escritor y a cuya memoria se da un premio de novela breve.
Las dos hermanas March Cencillo, al final del franquismo, vivieron bodas famosas: Marita, con Alfonso Fierro, y Leonor, con Francisco Chico de Guzm¨¢n, descendiente del Duque de Ahumada. Este verano un nuevo eslab¨®n se cerr¨®: Alfonso Fierro March se cas¨® con la rica hotelera Sabina Flux¨¢ Thienemann.
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