Colombia: el desaf¨ªo de hacer pol¨ªtica
La negociaci¨®n entre el Gobierno y las FARC implica que se subordinen los elementos belicistas a la b¨²squeda de acuerdos. Pero el tema del tr¨¢fico de drogas puede hacer que sectores de la guerrilla no participen
En la prensa colombiana no pasa mucho tiempo sin que alguien cite el aforismo de Clausewitz seg¨²n el cual la guerra es la prolongaci¨®n de la pol¨ªtica por otros medios. Pero por m¨¢s que esta frase se haya vuelto el requisito ineludible para hacer gala de erudici¨®n y granjearse la atenci¨®n del p¨²blico se trata de una simplificaci¨®n peligrosa: los medios cambian los fines, el caballo que se dejaba cabalgar comienza a arrastrar al jinete, el fiel servidor de ayer se convierte en el chantajista de hoy. Esa parece ser la lecci¨®n que han aprendido tanto la clase dirigente colombiana como la guerrilla, a juzgar no solo por la decisi¨®n de dialogar sino por los mecanismos que han acordado para hacerlo.
Comencemos por el caso de las FARC. Nacida de un alzamiento campesino que el gobierno trat¨® de sofocar con bombardeos a mediados de los 60 (?hace ya casi 50 a?os!), por decenios subordin¨® la acci¨®n pol¨ªtica a los imperativos militares y con esta percepci¨®n acudi¨® a las mesas de negociaci¨®n. El fallido proceso de paz de 1999-2002 es un ejemplo. La frondosa agenda de di¨¢logo se estanc¨® en los temas sustantivos mientras se discut¨ªan en detalle los aspectos militares (zona de despeje y canjes de prisioneros, por ejemplo). Desde el punto de vista de las FARC, su formidable aparato militar de aquel entonces era el mecanismo para colocar contra la pared al establishment y forzarlo a hacer las reformas que de otro modo no aceptar¨ªa.
El resultado: la mayor cadena de fracasos pol¨ªticos y militares de las FARC en su larga historia. Por una parte, el gobierno colombiano respondi¨® fortaleciendo su Ej¨¦rcito. Se suele olvidar que la Administraci¨®n Pastrana, la misma que adelant¨® aquellos di¨¢logos, tambi¨¦n introdujo con apoyo norteamericano el Plan Colombia, uno de los mayores aumentos en el presupuesto militar que haya registrado el pa¨ªs, aun antes de la ofensiva lanzada por la Administraci¨®n Uribe. Pero el da?o que el militarismo le hizo a las FARC tambi¨¦n ven¨ªa de adentro. Como las armas cuestan dinero, sus frentes m¨¢s rentables (es decir, aquellos m¨¢s involucrados con el narcotr¨¢fico y el secuestro) adquirieron m¨¢s peso relativo dentro de la organizaci¨®n, lo cual se traduc¨ªa en peores patrones de reclutamiento y en m¨¢s violencia contra la poblaci¨®n civil: ni el secuestro ni el narcotr¨¢fico requieren de manifiestos. Es probable que las FARC no hayan a¨²n medido la descomunal deslegitimaci¨®n que se infligieron a s¨ª mismas con tales t¨¢cticas. La m¨¢quina de guerra que se presentaba como una herramienta para la pol¨ªtica termin¨® destruyendo la pol¨ªtica.
La guerrilla a¨²n no ha medido la descomunal deslegitimaci¨®n que se infligi¨® con el narcotr¨¢fico
Pero las ¨¦lites colombianas tambi¨¦n han visto c¨®mo los medios terminan por cobrar vida propia. La campa?a contrainsurgente que se lanz¨® desde mediados de los 80 con base en grupos paramilitares, fruto de la alianza non sancta entre terratenientes de zonas de conflicto, miembros del ej¨¦rcito y narcotraficantes, promet¨ªa acabar con la guerrilla sin necesidad de ninguna concesi¨®n. Pero, no solamente este camino no logr¨® la derrota definitiva de las FARC, sino que tambi¨¦n termin¨® por cambiar el equilibrio de poder dentro del establishment. Los numerosos congresistas con nexos con grupos paramilitares son solo la manifestaci¨®n m¨¢s visible de una estructura de poder pol¨ªtico y econ¨®mico en las provincias que compite con las ¨¦lites tradicionales y que, ahora comienza a verse, pone en peligro sus intereses.
Pol¨ªticos advenedizos que disputan viejos feudos a partir del proselitismo armado, nuevos empresarios con nexos mafiosos, conglomerados agroindustriales construidos sobre tierras apropiadas por paramilitares, miner¨ªa ilegal o con licencias dudosas, son solo algunos ejemplos de este proceso mediante el cual los antiguos subordinados militares se convierten en un poder rival.
Aun dentro de la legalidad, el ¨¦nfasis militarista est¨¢ pasando una pesada factura. El presupuesto de defensa del pa¨ªs ronda el 6% del PIB, suficiente para duplicar el ingreso del 20% m¨¢s pobre de la poblaci¨®n, m¨¢s que el flujo neto de capitales hacia el pa¨ªs que, seg¨²n el mismo discurso del gobierno, ha llegado atra¨ªdo por las mejoras en seguridad.
El esquema de di¨¢logo acordado por el gobierno y las FARC sugiere que ambos sectores est¨¢n buscando la forma de subordinar sus elementos belicistas a los dictados del proceso pol¨ªtico. As¨ª lo ilustra elocuentemente el hecho de que el primer punto que se discutir¨¢ en la agenda de negociaci¨®n sea el del desarrollo econ¨®mico y social de las zonas rurales del pa¨ªs.
El conflicto por la tierra ha sido por d¨¦cadas el que ha dado los ¨ªmpetus a la violencia en Colombia. En los a?os recientes, a la sombra de la acometida contrainsurgente, los grupos paramilitares, en connivencia con poderes econ¨®micos locales, expropiaron millones de hect¨¢reas en una ¡°contrarreforma agraria¡± que representa la mayor redistribuci¨®n de tierra de la historia reciente del pa¨ªs. La Administraci¨®n Santos ha lanzado esfuerzos a¨²n incipientes para revertir este proceso mediante la llamada ¡°Ley de V¨ªctimas¡±. Su decisi¨®n de poner el tema agrario como el primero a discutir apunta en el mismo sentido. De continuar, este camino lleva a que las ¨¦lites pol¨ªticas y econ¨®micas del pa¨ªs, que incluyen sectores para los que la propiedad agraria ya no es tan importante como en el pasado, asuman la defensa de sus intereses en la mesa de negociaciones prescindiendo de los elementos armados que antes se presentaban como los ¡°salvadores de la patria¡±. El equipo de negociadores del gobierno incluye a un dirigente gremial estrechamente ligado a los industriales colombianos mientras que los sectores latifundistas brillan por su ausencia. Adem¨¢s, los voceros de la derecha m¨¢s recalcitrante han lanzado ya tantas y tan altisonantes cr¨ªticas al proceso de paz que no es exagerado decir que se han autoexcluido del di¨¢logo subsiguiente.
Aunque dentro de la legalidad, el ¨¦nfasis militarista est¨¢ pasando una pesada factura
Dentro de las FARC puede darse un proceso an¨¢logo. El nuevo procedimiento prioriza los acuerdos sustantivos de manera que, si avanzan los di¨¢logos, el aparato militar de la guerrilla deja de ser el garante de las reformas para enfrentarse a un dilema in¨¦dito: si persevera en su actuar, lejos de presionar por m¨¢s concesiones lo que lograr¨¢ ser¨¢ sabotear aquellas concesiones que ya se hayan obtenido en la mesa.
Nada de esto es garant¨ªa de ¨¦xito pero s¨ª sirve para advertir los posibles peligros. Para que el esquema funcione es necesario que ambas partes logren conservar su unidad interna durante el proceso.
El caso de las FARC ofrece varios interrogantes. Una de las guerrillas m¨¢s viejas del mundo, ha logrado mantener una f¨¦rrea unidad de mando durante d¨¦cadas a pesar de todas las tensiones internas y del asedio constante de las armas del Estado. Esto hace pensar que su actual liderazgo puede llevarlas en bloque hasta la desmovilizaci¨®n final. Pero, y la agenda de negociaciones reconoce este punto, si no se atiende con creatividad el tema del narcotr¨¢fico, sectores muy poderosos de las FARC pueden optar por salirse del proceso en una peligrosa deriva hacia la delincuencia com¨²n, repitiendo un patr¨®n que se observ¨® en los a?os 50 en Colombia.
Por su parte, el presidente Santos ha dado muestras de entender que entre sus antiguos aliados pueden surgir nuevos ¡°enemigos agazapados de la paz¡±, para usar la expresi¨®n acu?ada en el primer proceso de paz del a?o 83. Ya se ha visto c¨®mo uno de los obst¨¢culos a la restituci¨®n de tierras ha sido el asesinato y la intimidaci¨®n de l¨ªderes campesinos. Si esto ha ocurrido sin haber negociaciones con la guerrilla, cabe preguntarse qu¨¦ ocurrir¨¢ cuando se vaya a implementar un nuevo acuerdo sobre propiedad rural.
A pesar de los riesgos de fracaso que todos los colombianos reconocen, hay razones para el optimismo. Cada uno a su manera, ambos bandos han salido escaldados de sus escarceos con Clausewitz. Los m¨¢s eruditos de ambas partes tal vez puedan acudir a la m¨¢xima de Arist¨®teles que describ¨ªa la pol¨ªtica como ¡°el arte de lo posible¡±. A aquellos menos dados a altos vuelos literarios tal vez les baste con repetir con Perogrullo que la mejor forma de avanzar en pol¨ªtica es haciendo pol¨ªtica.
Luis Fernando Medina es investigador senior del CEACS-Fundaci¨®n Juan March.
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