Angela fue una chica divertida
Trabaj¨® de camarera en una discoteca y vivi¨® de okupa en Berl¨ªn durante parte de su juventud Aunque el jueves comi¨® con Rajoy, lo que realmente le gustar¨ªa es cenar con Vicente del Bosque As¨ª era la canciller Merkel cuando no viv¨ªa bajo la atenta mirada de todo el planeta
Todas las ma?anas, Angela Merkel prepara el desayuno de su marido, calibra el comportamiento del euro en la apertura de los mercados y pasa a deglutir balances econ¨®micos y rivales pol¨ªticos con la misma premiosidad con la que escancia caf¨¦ sobre la taza de su taciturno consorte, Joachim Sauer, un talento en qu¨ªmica cu¨¢ntica. La amorosa rutina de primera hora, confesada a corresponsales diplom¨¢ticos hace un a?o, durante vuelo oficial de Nigeria a Berl¨ªn, convive con su peligroso autoritarismo y un refinado gusto por el estofado de conspirador, preferiblemente de su partido, la Uni¨®n Dem¨®crata Cristiana (CDU), seg¨²n el libro La madrina, publicado a finales de agosto por Gertrud H?ler, adscrita a la vieja guardia oficialista. La canciller alemana, de 58 a?os, disfruta cocinando sopa de patata y ganso con ciruelas pasas; se extas¨ªa con la ¨®pera El holand¨¦s errante, de Richard Wagner, y, aunque cueste trabajo imaginarla de mandil, fue camarera, y okupa en un edificio de apartamentos de la Alemania comunista. Fue una chica divertida dentro de un orden.
La septuagenaria H?ler, de cuyo asesoramiento prescindi¨® Merkel hace tres a?os, nada dice sobre la atribuida ternura dom¨¦stica de la mujer m¨¢s poderosa del mundo, ni sobre su jovialidad en tertulias de cerveza y vino; tampoco recrea las excursiones en bicicleta o sus largas caminatas con Joachim. El libro se adentra en su perfil pol¨ªtico con resentimiento: casi convoca a la rebeli¨®n al presentarla ajena a los valores de la democracia, eg¨®latra y ladrona de ideas. Su desaforada ambici¨®n trasciende fronteras y debiera preocupar a los gobernantes de la Uni¨®n Europea porque preludia el advenimiento en Alemania de una autocracia nueva y sutil, seg¨²n la autora. ¡°Es masculina y fr¨ªa hasta para elegir vestuario¡±. No siempre. Invitada por el rey Harald V de Noruega, en abril de 2008 acudi¨® a la inauguraci¨®n de la nueva ¨®pera de Oslo con un escote tan pronunciado, con una bah¨ªa tan redonda y desnuda, que los flases de los fot¨®grafos reventaron antes de tiempo. Un pol¨ªtico local aprovech¨® el descoque para anunciarse en campa?a: ¡°Tenemos m¨¢s que ofrecer¡±.
Es improbable que hubiera ofrecimiento en el sex appeal de la obertura oper¨ªstica porque Angela Merkel ri?e con la lujuria, y porque, sometida desde ni?a a la vigilancia del padre, un estricto p¨¢rroco luterano, se confiesa impelida por la fe cristiana, y no por las flaquezas de la carne. ¡°La religi¨®n es la base sobre la que yo y muchos otros contemplamos la sacrosanta dignidad del ser humano. Nos vemos como la creaci¨®n de Dios, y eso gu¨ªa nuestras acciones pol¨ªticas¡±. (¡) La fe en Dios me facilita muchas decisiones pol¨ªticas¡±. Debi¨® encomendarse al Alt¨ªsimo para no blasfemar en lombardo cuando el diario The Sun public¨®, en 2006, unas fotos del pompis presidencial al aire, parcialmente expuesto durante el cambio de ba?ador de unas vacaciones italianas.
No caben en su mentalidad ni el biquini, ni invasiones de la intimidad del calibre brit¨¢nico, ni menos las procacidades telef¨®nicas sobre su anatom¨ªa grabadas a Silvio Berlusconi por la polic¨ªa. M¨¢s proclive a la toca que al pareo, Merkel solo husmea a fondo en los presupuestos de la zona euro y en las intenciones de los maquinadores cortesanos, pocos y valientes, porque quien asome la cabeza en su presencia corre el peligro de perderla. La canciller alemana no parece haberla perdido nunca excepto cuando, hace m¨¢s de tres d¨¦cadas, dej¨® a su primer marido, Ulrich Merkel, pasmado y sin lavadora, la ¨²nica pieza que se llev¨® del domicilio compartido en el Berl¨ªn de la guerra fr¨ªa.
Estudiante, como ella, de Ciencias F¨ªsicas, le conoci¨® durante un viaje a Mosc¨² y Leningrado, y aunque nada se sabe sobre las causas de la ruptura, cabe suponer en Ulrich alg¨²n atisbo de anarqu¨ªa que desquici¨® a una pareja incompatible con el desbarajuste. Casada en 1977, a los 23 a?os, se divorci¨® en 1981. ¡°Parece un poco tonto, pero me cas¨¦ porque todo el mundo se casaba. No fui al matrimonio con la suficiente madurez¡±. Procedentes de Leipzig, los dos pipiolos hab¨ªan llegado a la capital para buscar un trabajo relacionado con sus licenciaturas en F¨ªsicas. Afrontaban graves problemas de alojamiento, pues el organismo encargado de asignar viviendas solo lo hac¨ªa cuando los solicitantes ten¨ªan empleo, del que carec¨ªan.
La ecuaci¨®n era retorcida: daban trabajo a quien ten¨ªa piso, y piso a quienes ya viv¨ªan en la ciudad. La Administraci¨®n municipal supon¨ªa que muchos resolver¨ªan ¡°creativamente¡± el d¨¦ficit habitacional, porque su burocracia era ca¨®tica, seg¨²n justific¨® Merkel en una entrevista con S¨¹ddeutsche Zeitung. Tras el divorcio, se lio la manta a la cabeza y okup¨® un piso vac¨ªo en el n¨²mero 24 de la calle Marienstrasse de Berl¨ªn. M¨¢s adelante, instal¨® la lavadora de autos en otro m¨¢s espacioso, tambi¨¦n sin amueblar. All¨ª vivi¨® decentemente durante una temporada, sin las org¨ªas y fumaderos de las comunas del Berl¨ªn occidental, y criticando lo justo a Erich Honecker, ¨²ltimo jefe de la RDA antes de la ca¨ªda del Muro, en 1989.
Un marido con fregona
La rese?a publicada por Angela Merkel en la revista feminista Emma en 1993, hace casi tres decenios, siendo ministra de Juventud y Familia con el canciller Helmut Kolh (1982-98), demostr¨® ductilidad, electoralismo y oportuno sentido del humor. Las tareas reservadas al marido debieran ser "limpiar y fregar el retrete". No cab¨ªa otra iron¨ªa en una publicaci¨®n alzada en armas contra el machismo y el sometimiento de la mujer. A prop¨®sito de la emasculaci¨®n del maltratador John Bobbitt por su esposa, Lorena, la fundadora de la revista, Alice Schwarzer, escribi¨®: "Desarm¨® a su marido. Una lo ha logrado. Una que contraataca. A las v¨ªctimas no les queda otra opci¨®n. Al fin".
La se?ora Merkel nunca redujo a su marido a la condici¨®n de fregona, ni ella adopt¨® automatismos sumisos en el reparto de las tareas dom¨¦sticas del matrimonio, domiciliado en el Berl¨ªn elegante, en un piso propiedad de una inmobiliaria de matriz espa?ola. Una empleada se ocupa de su mantenimiento. Pero no todos los hombres y mujeres son como Joachim y Angela. Despu¨¦s de su viaje oficial a Nigeria, la gobernante record¨® haber preguntado al presidente del pa¨ªs africano, si le gustaba cocinar.
Goodluck Jonathan se ri¨® abiertamente como diciendo ¡°qu¨¦ cosas tienes usted. ?Yo, un hombre hecho y derecho preparando el desayuno de mi mujer?. Ni hablar¡±. Cuando Merkel le dijo que a ella le gustaba preparar el desayuno de su marido, el jefe nigeriano se levant¨® de la silla, alz¨® la copa y propuso un brindis de este tenor: ¡°que las mujeres nigerianas sigan el ejemplo de nuestra invitada y todas las ma?anas preparen el desayuno a sus hombres¡±.
?Cu¨¢l fue la principal ilegalidad de Merkel en la capital? No registrar su nuevo domicilio en la comisar¨ªa de polic¨ªa como es preceptivo. No hubo muchas m¨¢s. ¡°Transfer¨ª normalmente el alquiler a la Administraci¨®n municipal de vivienda. Por aquel entonces, cualquier dinero era bienvenido¡±. No tuvo mucho durante sus 35 primeros a?os de vida en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana, donde dedic¨® m¨¢s tiempo al ganchillo que al activismo anticomunista y la rebeld¨ªa antisistema. Durante la hist¨®rica jornada del derrumbe, la hija del p¨¢rroco respet¨® su tonificante sauna diaria, y solo al anochecer se acerc¨® al Berl¨ªn libre. ¡°Llam¨¦ a mi madre para recordarle el pacto que hicimos: ir¨ªamos al hotel Kempinskin a comer ostras¡±, cont¨® a The New York Times.
En sus a?os errabundos, la chica del Este vest¨ªa vaqueros Levi¡¯s, y trabaj¨® de camarera en una discoteca. Recib¨ªa un extra por cada consumici¨®n: una especie de descorche simp¨¢tico, sin malicia. Debi¨® de ser pizpireta y repartir sonrisas a destajo, pues el sobresueldo casi igualaba su salario mensual, seg¨²n sus confidencias a Patricia Lessnerkrausen, recogidas en el libro Merkel. Poder y pol¨ªtica. Sal¨ªa de marcha. ¡°Era una chica alegre y le gustaba bailar¡±. La jarana de soltera acab¨® en 1981, al conocer a Joachim, entonces casado y con dos hijos, profesor en la Academia de Ciencias de Berl¨ªn, con quien recobr¨® el sosiego, las complicidades de pareja y el placer por la lectura y el hervido de codillo. Se casaron en 1998. Durante muchos a?os, le redact¨® la lista de la compra, y el cient¨ªfico la cumplimentaba todos los viernes en un supermercado. El matrimonio vive hoy en el Berl¨ªn elegante, en un piso propiedad de una inmobiliaria de matriz espa?ola.
Sin muros, ni c¨¢rceles, la carrera de Merkel hacia el centro y el pragmatismo, hacia el poder federal, comenz¨® en 1989. Fue una ascensi¨®n jalonada por los restos de los hombres que menospreciaron su instinto pol¨ªtico y sus temibles fauces. Tras exhaustivas indagaciones en vecindarios, registros y allegados, los bi¨®grafos apenas si han encontrado locuras rese?ables en la vida privada de Frau Merkel m¨¢s all¨¢ de la admitida barrabasada juvenil de arrastrarse dentro de una gruta arb¨®rea resinosa y pringar la sudadera. M¨¢s sugerente parece su sue?o de mujer futbolera: cenar con Vicente del Bosque. El entrenador espa?ol tiene mucho terreno ganado con los dos europeos y el Mundial, pero si acierta en la descripci¨®n matem¨¢tica de la materia a escala molecular, la canciller alemana es suya. La seriedad y la qu¨ªmica cu¨¢ntica debieron de ser dos de las herramientas de Joachim Sauer para seducirla. El actor norteamericano Dustin Hofman tambi¨¦n le hace til¨ªn.
En la discoteca recib¨ªa un extra por cada consumici¨®n. Debi¨® de ser pizpireta y repartir sonrisas a destajo, pues el sobresueldo casi igualaba su salario mensual de camarera
El corresponsal diplom¨¢tico de la revista Spiegel, Dirk Kurbjuweit, escribi¨® hace un a?o que la estereotipada imagen de la Merkel bur¨®crata, g¨¦lida, distante, de pantal¨®n y chaqueta abotonada, es solo la cara de la moneda: la que quiere transmitir al mundo. ¡°He viajado con ella muchos a?os, he participado en todas las conversaciones off the record y la he observado¡±. ?Qu¨¦ descubri¨® Kurbjuweit en el anverso? No mucho. Merkel no es un cascabel, aunque a corta distancia, en grupos peque?os, puede mostrarse vehemente, dicharachera, emocionada por la alegr¨ªa y la tristeza. Los elementos dominantes de su personalidad, al derecho y al rev¨¦s, siguen siendo la distancia, el an¨¢lisis y el sentido de la observaci¨®n, desarrollado en la Alemania de partido ¨²nico y polic¨ªa pol¨ªtica, donde conven¨ªa abrir bien los ojos y cerrar la boca.
El corresponsal la vio llorar una vez, pero no de pena, sino de risa. El ataque sobrevino al evocar un chusco episodio: los lituanos sospechaban que Bielorrusia estaba construyendo una central nuclear cerca de sus fronteras, por lo que el primer ministro de Lituania decidi¨® comprobar sobre el terreno la veracidad de las sospechas. Disfrazados de turistas, el gobernante y su familia se acercaron pedaleando a la frontera con Bielorrusia, simulando observar la naturaleza. La polic¨ªa recel¨® del dominguero pelot¨®n y detuvo al primer ministro. Al llegar a este punto del relato, Merkel comenz¨® a re¨ªrse a mand¨ªbula batiente, a l¨¢grima viva. No pod¨ªa hablar. Le parec¨ªa incre¨ªble, surrealista, desternillante, la maniobra del mandatario b¨¢ltico. La se?ora no es de carcajada frecuente, ni se altera en p¨²blico, como comprob¨® el camarero que en febrero derram¨® una cerveza sobre su espalda. ¡°?Mierda!¡±, exclam¨® el chaval. Merkel se dio la vuelta y le sonri¨®.
Nadie conoce su entra?a porque la oculta entre los silencios y la circunspecci¨®n de su comportamiento. No tiene ideolog¨ªa, sus valores son intercambiables, y de nadie se f¨ªa, le acus¨® Gertrud H?ler en el libro del rencor. Meticu?losa, obsesionada por el detalle y el dato, trabajadora hasta la extenuaci¨®n, puede hacer bostezar al ministro de Sanidad mientras se sumerge en las cifras e informes de su departamento. Y aunque a veces finja perplejidad, Merkel acudi¨® a las negociaciones con Rajoy y Monti sabedora de que la cara de Mar¨ªa Dolores Amor¨®s incidi¨® en el d¨¦ficit fiscal, y al tanto de la evasi¨®n impositiva de las tragaperras italianas.
Contrariamente a su colmillo en los galimat¨ªas pol¨ªticos, se mueve con desinter¨¦s por los vericuetos de la moda pese a los avances de su ropero, atendido por los talleres de Anna Von Griesheim y Bettina Schoenbach. Su reacci¨®n fue algo destemplada cuando, hace a?os, alguien la cit¨® desali?ada: ¡°Me preocupo de llevar un estilo pr¨¢ctico. El peinado tiene que mantenerse en su sitio doce horas o m¨¢s, y no puedo ir a empolvarme la nariz cada dos horas¡±. Nunca lo hizo. No perdi¨® el tiempo en coloretes y estilismos en su cabalgada hacia la canciller¨ªa del Reich, siempre acechada por caimanes de corbata y gomina, porque de haberlo perdido, no ser¨ªa hoy la mujer que huele a poder y respeto, seg¨²n percibi¨® el sindicalista C¨¢ndido M¨¦ndez, que la tuvo cerca.
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