La superaci¨®n del Estado de las Autonom¨ªas
No parece factible la reforma constitucional necesaria para erigir un Estado federal
Mientras no alcancemos una organizaci¨®n territorial satisfactoria, la inestabilidad ir¨¢ en aumento, algo siempre dif¨ªcil de soportar, pero altamente arriesgado en tiempos de crisis. El factor nuevo es que ahora, como condici¨®n indispensable para superar la crisis, la UE presiona a favor de una reforma a fondo del Estado: en su actual organizaci¨®n no funciona ni es econ¨®micamente viable.
Han pasado 34 a?os y el nacionalismo vasco y el catal¨¢n siguen sin sentirse c¨®modos en un modelo que se cre¨® para ellos. Pese a que la Constituci¨®n reconociera los llamados ¡°derechos hist¨®ricos de los territorios forales¡±, sobre cuya base el Estatuto elabora un concierto econ¨®mico, queda bien patente el fracaso del Estado de las Autonom¨ªas en el Pa¨ªs Vasco. A pesar de tama?a concesi¨®n, que en buena parte se debi¨® al prop¨®sito de reconvertir a ETA, y que el llamado nacionalismo moderado haya gobernado durante decenios, promoviendo la lengua y una conciencia nacional hasta consolidar un grado de autonom¨ªa sin parang¨®n incluso en los Estados federales, no ha dejado por ello de radicalizarse.
La desactivaci¨®n, y ya cercana desaparici¨®n de ETA, lejos de haber resquebrajado el independentismo, lo ha fortalecido. Por la v¨ªa pac¨ªfica y democr¨¢tica aumentan las probabilidades de conseguir la soberan¨ªa plena, aunque, por un lado, Francia no tolerar¨¢ f¨¢cilmente un Euskadi independiente que reivindica un pedazo de su territorio y, por otro, una buena mitad de la poblaci¨®n no puede convivir con un nacionalismo de ra¨ªz ¨¦tnica.
Aunque habr¨ªa cabido esperar que la crisis m¨¢s bien frenar¨ªa esta tendencia, una parte en aumento de la poblaci¨®n catalana tambi¨¦n se inclina por un Estado propio. Pese al estropicio en que termin¨® la reforma del Estatuto, que ha favorecido de manera clara al independentismo, no fue, sin embargo, un intento tan descabellado como tantas veces se ha repetido, al venir impuesto por una renovada presi¨®n nacionalista en la sociedad catalana, por el Gobierno tripartito, que coaligaba autonomistas con independentistas, y por el af¨¢n de mostrar a los vascos lo mucho que se podr¨ªa lograr por la v¨ªa constitucional.
La Constituci¨®n del 78, por escandaloso que suene, ha propiciado las tendencias secesionistas
No se olvide que el aumento de la presi¨®n nacionalista tiene que ver con las dificultades crecientes a las que se enfrenta el modelo industrial de Catalu?a, que lleva tiempo resinti¨¦ndose de haber perdido la posici¨®n que desde mediados del siglo XIX hab¨ªa ocupado en la Pen¨ªnsula: ser cabeza y motor de la econom¨ªa espa?ola. Los decenios de gobierno nacionalista tampoco han impedido que al final saliera reforzada un ala independentista que, al formar parte del Gobierno tripartito, ha ido ampliando a¨²n m¨¢s su base social; incluso en sectores del PSC se ha producido un viraje hacia un catalanismo que cada vez se confunde m¨¢s con el nacionalismo.
Decenios de Estado de las Autonom¨ªas no han servido para reducir las din¨¢micas centr¨ªfugas, al contrario, la Constituci¨®n de 1978, por escandaloso que suene, ha propiciado en el fondo las tendencias secesionistas. Mal que nos pese, cabe establecer una correlaci¨®n entre la pujanza que han adquirido los nacionalismos y el Estado de las Autonom¨ªas. Muy lejos de haber conseguido el objetivo principal de integrar el nacionalismo, vinculando a Catalu?a y al Pa¨ªs Vasco a una Espa?a plural, organizada de nueva planta, se ha expandido en regiones donde era inexistente, o mucho m¨¢s d¨¦bil, como Extremadura, Andaluc¨ªa o Canarias.
Hay que librarse de la ofuscaci¨®n de que el Estado de las Autonom¨ªas constituye la soluci¨®n ¨®ptima, cuando en realidad, adem¨¢s de unos costos impagables, lleva en su entra?a una din¨¢mica centr¨ªfuga que a la larga lo hace inviable. Con todo, comprendo la reacci¨®n desaforada ante los que pon¨ªamos de relieve los d¨¦ficits, ahora evidentes del Estado de las Autonom¨ªas: la cr¨ªtica de la Constituci¨®n implica la de la transici¨®n ¡°mod¨¦lica¡±, que a su vez legitima el orden pol¨ªtico establecido, la ¡°monarqu¨ªa parlamentaria¡±.
No sirve el Estado de las Autonom¨ªas, pero tampoco un Estado confederal, como el que abiertamente propuso el plan Ibarretxe, y m¨¢s subrepticiamente se trasluce en el proyecto de Estatuto que sali¨® del Parlamento de Catalu?a. No habr¨¢ que insistir en que Espa?a no durar¨ªa mucho convertida en una confederaci¨®n de Estados, pero tampoco si se mantuviese indefinidamente el Estado de las Autonom¨ªas, tal como de manera harto borrosa lo dibuja la Constituci¨®n, ya que por su propia din¨¢mica desemboca en una confederaci¨®n.
Como volver al viejo centralismo ser¨ªa la peor de las soluciones, adem¨¢s de inalcanzable por medios democr¨¢ticos, la disyuntiva que se plantea es dejar la Constituci¨®n tal como est¨¢, todo lo m¨¢s con algunos retoques, lo que supondr¨ªa seguir apoyando una din¨¢mica que tiende a desembocar en una confederaci¨®n, antesala de la independencia; o bien, decidirse por un Estado federal, como la mejor forma de reintroducir una din¨¢mica centr¨ªpeta, manteniendo la pluralidad constitutiva de Espa?a.
Son muchas las razones que abonan a favor del Estado federal, aun a sabiendas de los muy distintos tipos que existen y de las dificultades por los que pasan algunos. Ahora bien, tan favorable como ser¨ªa un Estado federal para salir del atolladero, tan improbable es que se pueda conseguir en la Espa?a actual. Las razones son muchas y muy variadas, pero cabr¨ªa resumirlas en dos: la derecha no quiere desprenderse del Estado unitario que subyace en el de las Autonom¨ªas, ni catalanes ni vascos est¨¢n dispuestos a renunciar a la tendencia confederal impl¨ªcita en este modelo, que consideran la v¨ªa ¨®ptima para deslizarse de manera suave hacia la independencia.
No sirve el Estado Auton¨®mico, pero tampoco un Estado confederal
En suma, en una Espa?a tan polarizada como la actual no parece factible una reforma constitucional de la envergadura que ser¨ªa necesaria para erigir un Estado federal, incluso todo lo asim¨¦trico que impusieran las Comunidades hist¨®ricas. Metidos en este laberinto, de pronto la crisis pone en cuesti¨®n todo el andamiaje de las Administraciones, desde la municipal, la provincial, la auton¨®mica a la central del Estado, y adem¨¢s son nuestros socios comunitarios los que nos exigen una reforma que en ning¨²n caso puede llevarse a cabo con la urgencia que la situaci¨®n requiere.
Si el Estado federal no parece factible, al menos, aprovechando la crisis, habr¨ªa que reducir el Estado de las Autonom¨ªas a su m¨ªnima expresi¨®n. No son pocos los que aquejados de la vieja querencia centralista pretenden utilizar la situaci¨®n para lograr este objetivo. ?Qu¨¦ gran oportunidad de aprovechar la necesidad de adelgazar al Estado para recentralizarlo! Lo malo es que este intento contar¨ªa con la oposici¨®n radical de Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco, pero tambi¨¦n de las otras comunidades que la clase pol¨ªtica local y la administraci¨®n auton¨®mica que habr¨ªa que desmontar defender¨ªan con el mismo, o mayor furor.
Por grandes que sean las ganas y la crisis ofrezca la mejor coyuntura, no cabe, sin embargo, desarmar el Estado de las Autonom¨ªas, sin poner en cuesti¨®n las instituciones democr¨¢ticas, o provocar que se escindan las autonom¨ªas hist¨®ricas. Aunque para Rajoy ser¨ªa un golpe casi definitivo, me temo que muchos de los suyos anhelen ¡°el rescate¡± para implicar a las instituciones europeas e internacionales en una operaci¨®n tan complicada y peligrosa como es la reforma del Estado. El descalabro del actual r¨¦gimen ha adquirido tales dimensiones que los mismos que lo montaron y lo han apoyado hasta ahora, ya solo conf¨ªan en que la vuelta de otros ¡°cien mil hijos de San Luis¡± les saquen las casta?as del fuego. El Estado de las Autonom¨ªas surgi¨® con la democracia, pero su supresi¨®n podr¨ªa suponer el fin de la democracia.
Ignacio Sotelo es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa.
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