El poder de la lengua espa?ola
El idioma espa?ol es un activo fant¨¢stico en EE UU, Latinoam¨¦rica y todo el mundo
Mientras el Gobierno griego piensa en vender algunas de sus islas para ayudar a pagar sus deudas, dos grandes constructoras espa?olas ¡ªDragados y Judlau, su socio en esta operaci¨®n conjunta¡ª han obtenido un jugoso contrato en Nueva York para reconstruir el sistema de transportes de la ciudad. Por supuesto, no se puede generalizar, y dividir el Mercado Com¨²n Europeo sotto voceen pa¨ªses del norte (industriosos) y pa¨ªses del sur (inestables) es una s¨®rdida forma de prejuicio geogr¨¢fico. Y, de todas formas, Espa?a no es verdaderamente un pa¨ªs del sur, igual que Alemania no siempre fue en el siglo XX, por decirlo con palabras suaves, un modelo de moralidad. Alemania no se reconstruy¨® por motivos ¨¦ticos, sino porque necesit¨¢bamos un parachoques contra Rusia. No conozco las negociaciones que mantuvieron la Autoridad de Transportes y las empresas espa?olas, pero por fin, por fin, ahora que Wall Street y los bancos est¨¢n en una situaci¨®n de debilidad, hemos decidido prestar atenci¨®n a la reconstrucci¨®n f¨ªsica del pa¨ªs (cosas tan anticuadas como t¨²neles y puentes). ?Y qui¨¦n sabe hacerlo? El alcalde Bloomberg est¨¢ ocupado con nuestra necesidad de inmigrantes (tanto cualificados como no cualificados) y est¨¢ muy comprometido en el empe?o de impulsar proyectos de ley que faciliten a los estudiantes extranjeros realizar posgrados en nuestras universidades y luego quedarse en ellas. Mientras tanto, Dragados est¨¢ terminando una tarea proyectada desde hace casi un siglo.
Un d¨ªa de agosto de hace casi 100 a?os ¡ªel 1 de agosto de 1918, para ser m¨¢s exactos¡ª, los ingenieros m¨¢s brillantes de Nueva York dieron el ¨²ltimo paso necesario para la modernizaci¨®n de la v¨ªa r¨¢pida de la ciudad en la estaci¨®n diagonal del cruce de la calle 42 y Park Avenue, el mismo sitio en el que se lleva a cabo la reconstrucci¨®n actual. La atm¨®sfera era de j¨²bilo. La haza?a se compar¨® con el hist¨®rico instante en el que los ferrocarriles de vapor de todo Estados Unidos se cambiaron al ancho de v¨ªa est¨¢ndar en un solo d¨ªa, una proeza de ingenier¨ªa que The New York Times hab¨ªa calificado de ¨¦xito inmenso: ¡°En un plazo incre¨ªblemente breve de tiempo, las v¨ªas de ferrocarril por las que circulaba el tr¨¢fico m¨¢s pesado del mundo se cambiaron por completo y la capacidad de soportar tr¨¢fico se duplic¨®...¡±. La nueva l¨ªnea H de metro en la zona este de Manhattan conectaba las que iban de este a oeste con las que iban de norte a sur, y algunas zonas que hasta entonces no hab¨ªan tenido acceso al suburbano se encontraron con que llegaba casi a su puerta. Mi madre, entonces una adolescente, escribi¨® a su hermano mayor, que estaba destacado en Francia (en la I Guerra Mundial), varias cartas muy descriptivas sobre las festividades con las que se festej¨® el acontecimiento.
Dos grandes constructoras espa?olas -¡ªDragados y Judlau¡ª han obtenido un jugoso contrato en Nueva York para reconstruir el sistema de transportes de la ciudad
Por el contrario, en los a?os sesenta, la ciudad se hab¨ªa convertido en el para¨ªso de los okupas: segu¨ªa habiendo exc¨¦ntricos como yo, artistas, actores, peque?os grupos de intelectuales y profesionales, rodeados de una pl¨¦tora de proxenetas, prostitutas y tr¨¢fico de drogas. Se derrib¨® la vieja y encantadora Estaci¨®n de Pennsylvania (Jackie Onassis consigui¨® salvar la Estaci¨®n Central) y, para asombro de mis amigos europeos, yo viv¨ªa en un enorme piso de altos techos en la zona oeste, con vistas a Central Park, por una miseria. La delincuencia campaba por sus respetos. Los ¡°ciudadanos responsables¡± se hab¨ªan mudado a las afueras y se burlaban de los neoyorquinos. Y nada de arreglar metros, trenes ni t¨²neles. Se consideraba que los trenes eran algo decimon¨®nico, y adem¨¢s Nueva York, que de pronto se convirti¨® en el s¨ªmbolo del mal, estaba en bancarrota. Washington se negaba a ayudarnos y tuvo que ser el Sindicato de Profesores quien pagara las deudas de la ciudad. Nueva York se hab¨ªa convertido en una ciudad turbia y pecaminosa, con una poblaci¨®n que seguramente no necesitaba ferrocarriles. El poder pol¨ªtico del pa¨ªs se hab¨ªa trasladado al sur, a Tejas, al oeste, lugares en los que la gente ten¨ªa coches y aviones. Yo no ten¨ªa coche y los microbuses no se hab¨ªan puesto a¨²n de moda. Un fin de semana de verano que tuve que ir a Long Island, la lluvia entraba por las goteras en el techo del vag¨®n del tren, el aseo estaba en el vag¨®n siguiente y tuve que saltar el ancho espacio entre uno y otro con un peri¨®dico encima de la cabeza; una aventura complicada.
Poco a poco, la ciudad revivi¨®, pero sigue existiendo una grave escasez de mano de obra cualificada para construir puentes y t¨²neles. Nueva York se reconstruy¨® gracias a artistas, estudiantes audaces, europeos e inmigrantes de otros pa¨ªses. Cuando se produjo el 11-S, Manhattan y Brooklyn estaban ya en medio de una expansi¨®n imparable.
No vivo en Espa?a (aunque s¨ª con la imaginaci¨®n) ni soy economista. Pero me atrevo a dar un consejo espont¨¢neo. No dejen que la crisis actual les humille ni les obligue a entonar un mea culpa. El bienestar de los pa¨ªses no se traduce autom¨¢ticamente en una lista de sus mejores valores. Piensen en lo que tienen de bueno. La lengua espa?ola ¡ªque no se menciona mucho en Europa cuando se discute sobre el euro¡ª es un activo fant¨¢stico en Estados Unidos, Centroam¨¦rica, Latinoam¨¦rica y todo el mundo. Hoy es imposible ganar unas elecciones en Estados Unidos sin ella. Juli¨¢n Castro, alcalde de San Antonio, Tejas, ha sido el primer hispano que ha pronunciado el discurso central en la convenci¨®n dem¨®crata (el mismo lugar en el que comenz¨® la trayectoria de Obama hacia la presidencia hace ocho a?os). Se habla de ¨¦l como un posible futuro presidente. Y el poder de la lengua hablada es que se multiplica.
Barbara Probst Solomon es periodista y escritora estadounidense.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.