Las v¨ªas de la autodeterminaci¨®n
La supuesta naturalidad de la secesi¨®n es recurrente del discurso independentista
Una de las exigencias del lenguaje democr¨¢tico que est¨¢ siendo constantemente incumplida es la de utilizar enunciados un¨ªvocos, evitando los eufemismos y cortinas de humo dirigidas a esconder la verdadera significaci¨®n. La inversi¨®n de significados era adecuada para el fascismo, ya que ofrec¨ªa lo contrario de aquello que estaba dispuesto a practicar. El ¡°Arbeit macht frei¡± ser¨ªa el mejor ejemplo. El habitual recurso de los pol¨ªticos del d¨ªa al eufemismo es a su vez un signo de que impera la pol¨ªtica como manipulaci¨®n: a la cadena perpetua se le llama nosequ¨¦revisable; al blindaje de las comunicaciones internas del Estado, ley de transparencia, y en el terreno que nos ocupa, al independentismo, soberanismo; a la confederaci¨®n, federalismo asim¨¦trico; al Estado catal¨¢n, Estado propio; a la puesta en marcha de la independencia, ¡°transici¨®n democr¨¢tica¡±; a la autodeterminaci¨®n, ¡°derecho a decidir¡±. En su discurso, Mas no us¨® una sola vez la palabra ¡°independencia¡±. El asunto es de extrema gravedad, ya que si algo requiere un proceso de secesi¨®n que respete las reglas democr¨¢ticas es precisamente claridad, que todos sepan qu¨¦ se propone el secesionista, sobre qu¨¦ fundamentos asienta su prop¨®sito y en qu¨¦ modos piensa resolver los contenciosos que pudieran surgir en el curso de la separaci¨®n.
El menosprecio de Espa?a forma parte de la tradici¨®n catalanista
La supuesta naturalidad de la secesi¨®n es el tema recurrente del discurso independentista. Si ¡°un pueblo¡± quiere ser independiente, ahora Catalu?a, todo dem¨®crata debe apoyarlo. ?Qu¨¦ hay de malo en ello?, como dec¨ªa Ibarretxe. Para empezar, ha de subrayarse la excepcionalidad de tal hecho. Ni la ONU ni la declaraci¨®n de Derechos Humanos amparan el derecho de autodeterminaci¨®n, salvo para situaciones coloniales. En el mundo democr¨¢tico, solo existe el antecedente de Quebec, la excepci¨®n que confirma la regla, y no lo es precisamente de ejercicio de la democracia, ya que consiste en que los independentistas, que andan ahora por el 30% lo, planteen una y otra vez. ¡°Si no sale, lo volveremos a intentar¡±, explicaba una independentista en TV-3. Con semejante procedimiento, el Girona puede arrebatarle al t¨ªtulo al Bar?a. Hay autodeterminaciones recientes, caso de Kosovo, pero ni Serbia ni Yugoslavia eran marcos democr¨¢ticos. La secesi¨®n era emancipaci¨®n. Estos requisitos faltan en los casos catal¨¢n y vasco. Forman parte de una estructura estatal democr¨¢tica, que adem¨¢s prev¨¦ la reforma constitucional, l¨®gicamente dif¨ªcil, como requiere el problema, pero que si se sustenta en una mayor¨ªa estable y cualificada tendr¨¢ el respaldo suficiente fuera de Catalu?a para que el objetivo resulte alcanzado. En suma, de natural lo que est¨¢ ocurriendo no tiene nada: una ciudadan¨ªa que durante d¨¦cadas, en elecciones estrictamente democr¨¢ticas, vota en sentido autonomista, experimenta por causas conocidas una radicalizaci¨®n. El 20% se ha convertido en 50%. Por cierto, que quienes siguen rechaz¨¢ndola desde la sociedad no cuentan, ni tienen voz p¨²blica. Los no independentistas ignoran la naci¨®n: pol¨ªticamente no son. La Catalu?a de Mas es un bloque pol¨ªtico, envuelto ahora en una estelada, que solo con el ¡°Estado propio¡± alcanzar¨¢ su destino. Los procedimientos democr¨¢ticos, v¨¢lidos solo si atienden a la finalidad perseguida; la Constituci¨®n, un obst¨¢culo a ignorar. Secesi¨®n, sedici¨®n. Mas sabe que con un 51% en sondeos, pierde. No trata de atender la demanda de la sociedad catalana, sino del ¡°pueblo catal¨¢n¡±, de aquellos que comparten su objetivo. Se trata, pues, de ir manipulando la opini¨®n a favor del efecto-mayor¨ªa. A partir de un blanco y negro elemental en la exposici¨®n de motivos, se sab¨ªa que iba a la independencia, aunque propusiese autodeterminaci¨®n, m¨¢s aceptable. Cada paso prepara el siguiente, de acuerdo con su idea de que la voz de la calle, el 11-S, determine la voz de las urnas. Desde el principio, cuando Mas pens¨® en imitar la senda de Quebec en los noventa, la democracia queda sepultada bajo una demagogia premeditada, porque democracia es procedimiento, no subordinaci¨®n a un fin.
En tales circunstancias, lo menos que cabe exigir es comprobar la permanencia de ese nuevo ¡°sentimiento¡± pol¨ªtico, mediante elecciones no plebiscitarias, esto es, confirmadas en condiciones normales, sin consultas tipo Gibraltar que son refer¨¦ndums encubiertos, y respetando al Estado constitucional vigente. A Rubalcaba le falt¨® esto; ciertamente, la Constituci¨®n es revisable, pero antes ¡ªlo que ignora ya un PSC roto¡ª resulta exigible su cumplimiento. La manifestaci¨®n de la Diada impone su ley, arrastrando literalmente a los catalanes a aceptar el decisionismo de Mas. Un proceso cuyos antecedentes en la historia europea no son precisamente democr¨¢ticos.
La secesi¨®n no es algo normal y necesariamente tiene efectos traum¨¢ticos, incluso para Europa, cuya fragmentaci¨®n ¡ªCatalu?a, Euskadi, Padania, Escocia, Flandes¡ª supone una cat¨¢strofe. Adem¨¢s, Espa?a no es Yugoslavia. Tres siglos de vinculaci¨®n y multitud de intereses comunes debieran contar. A pesar de los efectos de una siembra de odio, entre la extrema derecha centralista y el catalanismo, que ya pudo ser apreciada en la historia interminable del Estatut. El menosprecio de Espa?a forma parte de la tradici¨®n catalanista, desde sus primeras manifestaciones, como Lo catalanisme de Valent¨ª Almirall. Y la ¡°transici¨®n nacional¡± no disminuir¨¢ la xenofobia, ni el car¨¢cter ultraconservador de CiU.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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