Matias Ntundo: Xilograf¨ªas y Machamba
No me fue f¨¢cil encontrar a Matias Ntundo. Alejandro de los Santos, de Afribuku, me hab¨ªa hablado de ¨¦l. En Pemba, la capital de la provincia mozambique?a de Cabo Delgado, me comentaron que unos a?os antes la AECID hab¨ªa organizado una exposici¨®n con sus trabajos. Sin embargo, toda la informaci¨®n que pude conseguir sobre ¨¦l era que habitaba en la zona de Mueda. Hacia all¨ª me dirig¨ª y empec¨¦ a preguntar. Camal, el conductor que me acompa?aba, me habl¨® de un grupo de escultores que vive y trabaja en Nandimba, una aldea que est¨¢ en la carretera que lleva hasta Negomano, donde se encuentra el puente sobre el r¨ªo Ruvuma que une Mozambique con Tanzania. Le ped¨ª a Camal que me llevase a conocer a los artistas de Nadimba. Fue as¨ª como, por casualidad, encontr¨¦ a Matias Ntundo y pas¨¦ la ma?ana hablando con ¨¦l del arte de hacer xilograf¨ªas.
Algunas de las obras de Matias Ntundo.
El cartel en ingl¨¦s (Nyakenya Ebon Art Wood Carving), a pesar de estar todav¨ªa en territorio mozambique?o, nos indic¨® que hab¨ªamos llegado a nuestro destino. Encontr¨¦ a tres hombres sentados en el suelo esculpiendo figuras de madera. El m¨¢s joven se levant¨® y entr¨® en la peque?a construcci¨®n que hace de almac¨¦n y tienda y sac¨® una silla para que me sentase. All¨ª, desde la altura, dirig¨ª los saludos y expliqu¨¦ el motivo de mi visita: buscaba a Matias Ntundo. Los escultores no disimularon su cara de desilusi¨®n, imagino que cre¨ªan que hab¨ªa llegado hasta all¨ª para comprar algunas de sus piezas. Les dije que despu¨¦s de hablar con Matias quer¨ªa hablar con ellos sobre su trabajo.
Esto pareci¨® gustarles y el joven se levant¨®, dejando la figura que estaba terminando en el suelo, y me dijo que esperara. Fue el momento en que una multitud de ni?os y ni?as me rode¨® y empez¨® a mirarme y a pedirme dinero y cigarrillos en ingl¨¦s.
El escultor volvi¨® tras 15 minutos y me inform¨® de que hab¨ªa encontrado a Matias en su casa y que este vendr¨ªa a verme. Cuando lleg¨®, tras los saludos de rigor, le dije que hab¨ªa venido para conocer su trabajo. Es entonces cuando me indic¨® que le siguiera. Me anunci¨® que me iba a ense?ar su pueblo. Me qued¨¦ un poco perpeljo, yo ven¨ªa buscando un artista de xilograf¨ªas y parec¨ªa encontrarme con un gu¨ªa tur¨ªstico, pero me dej¨¦ llevar. Ya se sabe que en estas tierras es mejor abandonarse a lo que pueda surgir. Me mostr¨® una aldea muy ordenada, construida en cuadr¨ªcula, con calles rectas y parcelas cuadradas delimitadas por setos de flores, en medio a las cuales se levantan las casas, de barro con techos de paja. Todo estaba muy limpio. Casi no se ve¨ªa gante, solo algunos ancianos y ni?os. Me explic¨® Matias que todo el mundo estaba en las machambas, que es como se conocen aqu¨ª a los campos de cultivo.
?l mismo, me dice, estaba a punto de salir para la suya cuando vinieron a llamarle. Le digo que pensaba que ¨¦l viv¨ªa de su trabajo y me contesta que estoy muy equivocado, que solo los blancos pueden ser artistas pero que a un mozambique?o le es imposible vivir de su arte, por eso tiene que trabajar los campos, para poder comer. Contin¨²a diciendo: ¡°un artista sin dinero no es artista, porque hay que comer, solo cuando tienes un poco de dinero que te asegure la comida puedes dedicarte a tu arte¡±.
Matias Ntundo delante de su casa.
Es as¨ª como llegamos a su casa, que no se diferencia de las dem¨¢s que hemos visto. Entramos por la puerta que da directamente al patio. Este est¨¢ limpio con un pozo a la derecha y unas construcciones al fondo donde est¨¢n la cocina y la letrina. Me pide que me siente en un banco de cuerdas que hay en el porche. ?l entra en la casa y le oigo trastabillar, mover cosas, abrir puertas. Llama y sale una mujer de la cocina, cruza el patio, me saluda y entra en la casa. A los pocos minutos sale y tras ella aparece Matias que me invita a seguirle.
La casa no es muy grande, tres habitaciones y una especie de sal¨®n al fondo con una mesa pegada a la pared, dos sillas y una estanter¨ªa. Sobre la mesa, cubierta con un mantel, y apoyados contra la pared, han colocado un diploma de honor concedido por el gobierno mozambique?o, un libro de ¡°Fabulas de Cabo Delgado¡±, ilustrado por ¨¦l, y el grueso cat¨¢logo de la exposici¨®n que en el a?o 2010 mont¨® la AECID.
Diploma y libros de Matias Ntundo.
Nos sentamos. El ambiente no tiene mucha luz. Sobre la mesa despliega algunos de sus trabajos, xilograf¨ªas que reflejan la vida diaria de su pueblo, los macondes: escenas de trabajos en las machambas, aldeas, fiestas¡ Las va mostrando una por una. Luego, despliega un segundo grupo, son escenas de la guerra y tambi¨¦n las ense?a una a una, aunque no se detiene tanto en ellas como en las anteriores. Empezamos a hablar.
Es dif¨ªcil determinar su edad, pero puede tener unos 60 a?os. De peque?o aprendi¨® a esculpir la madera, como tantos otros macondes. Siendo joven conoci¨® a Maya Z¨¹cher, artista suiza que lleg¨® a Mozambique en 1979 bajos los auspicios de la Associa??o de Amizade Franco-Mo?ambicana. Ella ense?¨® el arte de la xilograf¨ªa a distintos artistas de las provincias de Cabo Delgado, Zamb¨¦zia y Nampula.En 1982 fue cuando encontr¨® a Ntundo, el cual se convirti¨® en el m¨¢s avanzado de sus disc¨ªpulos. En 1983 presentaron juntos una exposici¨®n en Maputo. Luego Z¨¹cher quiso llevarlo a Suiza para que siguiera perfeccionando su arte. Se encontraba all¨ª, preparando los documentos para el visado, cuando muri¨® y Matias Ntundo se qued¨® sin maestra.
Pero le apasiona su arte y por eso sigui¨® haciendo xilografias, perfeccionando el trabajo ¨¦l mismo, con los conocimientos que Maya le hab¨ªa transmitido.
Cuando le pregunto d¨®nde trabaja me dice que all¨ª mismo, en su casa. Se levanta de su silla y entra en una de las habitaciones para volver a salir con una caja hecha de alambre y chapas de botellas. La abre y saca su instrumentos de trabajo, que empieza a extender sobre la mesa. Tambi¨¦n trae un bote de tinta y una plancha de madera.
Herramientas de trabajo.
Me comenta que el ideal ser¨ªa hacer 100 copias de cada modelo, pero la dificultad para conseguir el papel y la tinta y la falta de clientes hace que no imprima tantas. Quizas siete o diez de cada uno. Me dice que la gente no viene hasta un lugar tan lejano para comprar sus trabajos. Me comenta que vende cada xilograf¨ªa por 500 meticales (unos 14 euros), aunque lo normal es que las de por menos, ya que los pocos clientes que llegan hasta all¨ª regatean el precio, como ¡°si estuvieran comprando baratijas en el mercado¡±.
A Matias Ntundo le duele no tener qui¨¦n contin¨²e su trabajo. Su ¨²nico hijo var¨®n, que estaba aprendiendo con ¨¦l, muri¨®. Sus hijas, al ser mujeres, no pueden tallar la madera, seg¨²n la tradici¨®n maconde, por eso ninguna de ellas ha aprendido a hacer xiolgraf¨ªas.
Matias Ntundo ense?andome sus trabajos.
Matias sue?a con tener una escuela donde ense?ar a los j¨®venes y transmitir su arte. Adem¨¢s, me confiesa, no le importar¨ªa ense?¨¢rselo incluso a mujeres, porque los tiempos est¨¢n cambiando y al fin de cuentas ¨¦l aprendi¨® de una mujer. Ha pedido al gobierno de la provincia de Cabo Delgado, a la que pertenece Nandimba, y al de Maputo, que le ayuden a poner en practica el proyecto, pero hasta ahora no ha obtenido respuesta.
Despu¨¦s de pasar la ma?ana juntos me regala dos de sus trabajos. Me acompa?a hasta el centro de arte donde nos encontramos. All¨ª me espera Camal, durmiendo en el coche. Le digo que no se moleste, que siga durmiendo, que ahora quiero hablar con los escultores y conocer su trabajo. Al fin y al cabo estoy en territorio maconde, famoso por sus esculturas de madera.
TODAS LAS FOTOS CHEMA CABALLERO
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