Lo ingrato
Siempre duele m¨¢s la ingratitud de los propios, pues son los que est¨¢n llamados a sustentarte
Antonio Basagoiti, el l¨ªder del Partido Popular en Euskadi, tiene con la mirada un problema que es habitual en las personas altas: no se conforma con la distancia que ya tiene con respecto a su interlocutor y busca m¨¢s arriba, donde ya no hay nada. Y, claro, lo que ve es horizonte, no cabeza; a su alrededor puede haber un incendio, pero se da cuenta tarde; ingenuamente espera que el humo venga de otra parte.
Eso lo percib¨ª un d¨ªa, hace dos a?os, cuando lo observ¨¦ en la Universidad Laboral de Gij¨®n, adonde ¨¦l hab¨ªa acudido para escuchar a Juan Cueto y a Manuel Vicent. Presentaba este un libro de Cueto; Basagoiti hab¨ªa visto en alg¨²n lado que esa tarde estos dos pesos pesados de la columna nacional iban a hablar de lo que le hab¨ªa pasado a este pa¨ªs cuando sal¨ªamos de la zona embarrada del franquismo, y all¨ª se fue, en su moto.
Hace dos a?os ¨¦l era la esperanza de su partido en Euskadi, y contribu¨ªa entonces, adem¨¢s, a construir en ese lugar del mundo el tiempo que ahora se vive all¨ª. Antes era dif¨ªcil que ese hombre se echara a la carretera con tan poca carrocer¨ªa, pero entonces ya eso empezaba a ser posible, entre otras razones, gracias a ¨¦l.
Tampoco era habitual que un pol¨ªtico en ejercicio hiciera tanto recorrido tan solo para escuchar hablar a dos escritores sobre la experiencia que les fue com¨²n cuando ¨¦l era un chiquillo que seguramente ni pensaba entrar alg¨²n d¨ªa en el t¨²rmix de la pol¨ªtica. Pero esta es otra historia.
Basagoiti, con Patxi L¨®pez y con otros pol¨ªticos vascos, mantuvo la paciencia que fue necesaria para que su ansiedad por alcanzar la paz no se interrumpiera por la envidia que sienten los que prefieren no llegar nunca que llegar, o por la precipitaci¨®n de los que prefieren no hacer el viaje en absoluto sobre todo para que otros no lo hagan tampoco.
A Basagoiti le llovieron chuzos de punta por atreverse a hacer ese recorrido, probablemente porque est¨¢ acostumbrado a ir en moto, y en ese medio de transporte uno no escucha casi nada de lo que se dice alrededor. Pero m¨¢s de uno de los suyos (sobre todo de los suyos) le puso el aliento en el cogote dici¨¦ndole abiertamente que se iba a estrellar. No solo se lo dijeron: le hicieron notorio que tampoco iban a ayudarle a hacer el recorrido.
?l simul¨® no darse por enterado, por esa facultad de mirar hacia donde no hay nada que tienen los altos, pero ahora que ha perdido tanto en su voluntad de llegar m¨¢s lejos en el Parlamento de Vitoria los que se la ten¨ªan guardada le han restregado los resultados como si ¨¦l fuera culpable de la historia y tambi¨¦n de la voluntad de los electores que fueron consultados.
Independientemente de los juicios que merece el resultado de la contienda en la que fueron barridos tanto L¨®pez como ¨¦l, hay un aspecto de la reacci¨®n que culpa a Basagoiti que refleja el deseo que a veces los propios exhiben de que se haga realidad el fracaso que auguran en silencio (o gritando) en el fondo de sus almas. Siempre duele m¨¢s la ingratitud de los propios, pues son los que est¨¢n llamados a sustentarte. Que tan pronto intenten demoler la casa a¨²n fr¨¢gil que trataba de construir Basagoiti refleja, me parece, lo peor de la pol¨ªtica: la ingratitud con la que se premia, desde los bancos amigos, el esfuerzo desbocado de los motoristas ingenuos.
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