Asfixia
Busco un libro que me salve la vida, aunque no figure entre los diez mejores del a?o
Desesperado, entro en la Fnac a la caza de un libro que me salve la vida. Arrastro la desesperaci¨®n desde la Casa del Libro y sigo con ella hasta La Central, la nueva tienda de los alrededores de Callao. Un libro que me salve la vida, pero del que no me haya hablado nadie todav¨ªa, que no haya salido en los peri¨®dicos, que no se encuentre entre los diez mejores del a?o, quiz¨¢ que ni siquiera se haya publicado, aunque misteriosamente est¨¦ ah¨ª, para m¨ª, y nos reconozcamos al instante. Con la desesperaci¨®n intacta, abandono la zona y bajo al metro donde una pareja de adolescentes, junto a la m¨¢quina expendedora de billetes, se salvan la vida el uno al otro a cuchilladas, si sus lenguas fueran dos cuchillos. Eso es salvarse la vida con desesperaci¨®n, me digo, mientras la m¨¢quina me da un sablazo. Ya en el tren, una mujer ecuatoriana observa con desasosiego la pantalla del m¨®vil a la espera de una llamada, de un mensaje, de un whatsApp que le salve la vida. Y estos que ahora entran a tocar la guitarra est¨¢n pidi¨¦ndonos en realidad que les salvemos la vida. Arriba la gente hace cola frente a los establecimientos de Apuestas y Loter¨ªas del Estado para adquirir un d¨¦cimo, otro, ahora el del Ni?o, que les salve la vida. S¨¢lvame la vida, suplican a la lotera, pobre, que despacha la suerte ella misma con el agua al cuello, sin atreverse a gritar socorro por si el socorro estuviera contemplado en la Reforma Laboral como causa objetiva de despido. Hasta los maniqu¨ªes de los escaparates, asm¨¢ticos perdidos, te piden con desesperaci¨®n que les salves la vida. Me salve usted la vida, por favor, gritan disimulando el ventol¨ªn. Llevamos aqu¨ª desde las siete, dice alguien, sin especificar si de la ma?ana o de la noche, desde la siete, insiste, y no me salva nadie de esta jodida ciudad de un mill¨®n de muertos, que dec¨ªa el poeta.
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