Mi anciano ¨ªdolo
Entre los reproches m¨¢s frecuentes de nuestro tiempo y que encuentro m¨¢s incomprensibles est¨¢n el de ser ¡°euroc¨¦ntrico¡± y el de adoptar un punto de vista masculino. Hace ya muchos a?os le¨ª un fragmento de una novela m¨ªa en M¨²nich, que empezaba diciendo algo as¨ª como ¡°Cuando uno vive solo, y adem¨¢s en el extranjero ¡¡±, y luego segu¨ªan unas consideraciones que, en efecto, val¨ªan lo mismo para un hombre que para una mujer. En el coloquio posterior una se?ora me ech¨® en cara que el texto dijera ¡°uno¡±, dando por sentado que eso equival¨ªa a ¡°un hombre¡±, en vez de ¡°una persona¡±, lo cual habr¨ªa incluido tambi¨¦n a las mujeres. Le respond¨ª que el narrador era un var¨®n ¨Ccomo el autor, aunque esto era secundario¨C y que habr¨ªa resultado inveros¨ªmil que no pensara en s¨ª mismo y en su experiencia al decir lo que dec¨ªa, o que en una novela ¨Cno en un escrito burocr¨¢tico o period¨ªstico¨C se hubiera afanado por utilizar un l¨¦xico ¡°neutro¡± e ¡°incluyente¡±. La gente habla y piensa desde su subjetividad, normalmente, y por ello es l¨®gico que un europeo sea ¡°euroc¨¦ntrico¡±, no va a esforzarse en mirar la realidad con ojos chinos o paname?os. Eso ya lo hacen el chino y el paname?o, como debe ser, y probablemente nadie los rega?e por eso.
Felipe de Edimburgo es mi ¨ªdolo porque a us 95 a?os sigue preservando su subjetividad heroicamente
Pero lo que se exige hoy a todo el mundo es que renuncie a su perspectiva, o que la deforme o la adapte. Que nunca condene lo que le parece b¨¢rbaro si pertenece a una religi¨®n, etnia o esfera distintas de las suyas. Que no se burle de lo que le resulte chocante; es m¨¢s, que ni siquiera manifieste extra?eza ante lo que le es ajeno y absurdo. Que respete cuanto hay y se da en el mundo, as¨ª lo encuentre disparatado, estrafalario o de una comicidad irresistible. O incluso atroz, en ocasiones. Tanto se nos ha forzado a todos a poner cara de p¨®ker ante cualquier costumbre que nuestra subjetividad juzgue extravagante, tanto se nos presiona para que prescindamos de ¨¦sta, que cuando alguien no hace caso de estas imposiciones soltamos la carcajada que llevamos a?os reprimiendo. Los dignatarios que viajan deben de pasarse media vida aguant¨¢ndose la risa, sofocando el rubor y aplacando la irritaci¨®n que han de causarles las numerosas ceremonias rid¨ªculas a que los someten sus anfitriones, no se sabe si para honrarlos o m¨¢s bien para vejarlos. Cada vez que veo que salen unos a bailarle algo a reyes o a pol¨ªticos o al Papa, por ejemplo, observo sus expresiones serias o atentas y me imagino que est¨¢n pensando: ¡°?Cu¨¢ndo va a terminar esta tabarra?¡±, o ¡°Esperemos que no me den un puntapi¨¦ en la cara, estos danzantes disfrazados de jen¨ªzaros (o de lo que toque)¡±. Al parecer tampoco pueden negarse a que les encasqueten gorros y sombreros raros, all¨ª donde vayan, con el innegable prop¨®sito de que hagan el memo y salgan en las fotograf¨ªas feos de cojones, como se dice muy vulgarmente. Mi retina se resiente cada vez que se le reaparece la imagen de Felipe Gonz¨¢lez con un gorro peruano calado (de esos que tapan las orejas), alcanzado sin duda por su peor enemigo. Yo hace a?os que me jur¨¦ no aceptar doctorados honoris causa, sobre todo en Espa?a, al ver que se humilla a los homenajeados coloc¨¢ndoles un espantoso birrete con cortinilla que hasta a Brad Pitt o a Beckham convertir¨ªa en adefesios.
Por todo esto es mi ¨ªdolo el marido de la Reina de Inglaterra, Felipe de Edimburgo, que a sus noventa y un a?os lleva sesenta y cinco preservando su subjetividad heroicamente, gastando bromas amables y soltando lo que se le antoja. Hac¨ªa tiempo que no me re¨ªa yo solo leyendo la prensa hasta que la corresponsal Brenda Otero nos hizo un resumen de sus salidas en este diario. A la actriz Cate Blanchett, al informarle ¨¦sta de que se dedicaba al cine, le consult¨® c¨®mo arreglar su DVD; a un jefe aborigen de Australia le pregunt¨® si todav¨ªa segu¨ªan lanzando flechas, y compar¨® el atuendo tradicional del Presidente de Nigeria con un camis¨®n. A un hombre que hab¨ªa perdido una pierna lo inst¨® a pasar ginebra de contrabando dentro del pie artificial; a unos estudiantes brit¨¢nicos en China les advirti¨® que si permanec¨ªan demasiado tiempo en ese pa¨ªs se les acabar¨ªan rasgando los ojos, y en una gala ben¨¦fica se tap¨® los o¨ªdos, atronado, durante la actuaci¨®n de Alicia Keys. A una nonagenaria en silla de ruedas que se proteg¨ªa del fr¨ªo con un material parecido al aluminio no pudo evitar soltarle ¡°?La van a meter a usted en el horno?¡±; y al o¨ªrle decir a un parlamentario que representaba a la ciudad de Stoke-on-Trent, s¨®lo se le ocurri¨® responderle: ¡°Qu¨¦ lugar m¨¢s espantoso¡±. La Reina, aunque mucho m¨¢s comedida, por fuerza ha de compartir su sentido del humor impertinente, y alguna vez lo saca a relucir: en la visita del Papa a Londres, al ver el ¡°papam¨®vil¡±, se preocup¨® por Su Santidad y los suyos: ¡°Ese es un coche muy peque?o¡±, le dijo. ¡°?Est¨¢ seguro de que caben todos?¡±
Cuando vemos a alguien as¨ª en privado o en la ficci¨®n (el personaje de Maggie Smith en la popular serie Downton Abbey, por ejemplo), nos re¨ªmos y lo celebramos y lo agradecemos. Ya va siendo hora de recuperar un poco la subjetividad, de no ser tan ecu¨¢nimes con todo, de no poner cara de inter¨¦s y respeto ante lo que a nosotros nos resulte exc¨¦ntrico, chocante o risible. Me imagino la respuesta de mi anciano ¨ªdolo cuando lo ri?eran por su comentario sobre el Presidente nigeriano: ¡°Bueno, a m¨ª me record¨® a un camis¨®n, qu¨¦ quieren¡±.
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