Regreso a los kibutz
Los kibutz israel¨ªes reviven a fuerza de relajar la socializaci¨®n Fue uno de los movimientos comunales m¨¢s importantes de la historia y encandil¨® a los a?os sesenta Visitamos varios de ellos, donde viven hoy 143.000 personas
Hoy es el gran d¨ªa para Inbal y Dori. Llevan dos a?os esperando este momento. El kibutz Gal-on decidir¨¢ esta tarde en asamblea si acepta a esta joven pareja israel¨ª como miembros. Habr¨¢ una votaci¨®n y, si todo va bien, Inbal y Dori se convertir¨¢n en una de las miles de parejas culpables de la resurrecci¨®n del colectivismo en Israel.
Los cientos de kibutz que encandilaron a la progres¨ªa de medio mundo durante los primeros a?os de existencia de Israel cuelgan ahora el cartel de completo. Con 143.000 miembros, los kibutz no hab¨ªan tenido nunca antes tantos pobladores en sus 102 a?os de vida. Hoy los j¨®venes quieren sentir el contacto con la naturaleza y el calor de la vida en comunidad. Pero sobre todo vuelven porque el 75% de los kibutz han cambiado a golpe de asamblea la forma de organizarse. Los miembros a¨²n comparten mucho ¨Ccomedor, coche, escuela, sistema de pensiones¡¨C, pero ya no tanto como antes. El individuo ha ganado terreno al grupo. Se han modernizado y adaptado a las exigencias de una sociedad m¨¢s individualista, dicen unos. Se han descafeinado hasta casi perder su raz¨®n de ser, piensan otros. Lo cierto es que han cambiado y que ese cambio ha seducido a miles de israel¨ªes, a los que la colectivizaci¨®n total asfixiaba. Tras d¨¦cadas de declive, aquellos experimentos sociales que sorprendieron al mundo florecen de nuevo.
La joven pareja de Gal-on super¨® el test psicot¨¦cnico, el econ¨®mico y la entrevista hace meses. Ahora forman parte de las 35 familias preseleccionadas que esperan una decisi¨®n final. A pesar de la trascendencia del momento, Dori dice que no est¨¢ demasiado nervioso. Cuando le toc¨® salir al escenario a exponer los motivos por los que ped¨ªa el ingreso hace dos d¨ªas ante el pleno de la comunidad, lo hizo casi a pelo, improvis¨®. Porque al fin y al cabo, ¨¦l naci¨® en este kibutz. Y aqu¨ª, en este vergel pr¨®ximo a la depauperada franja de Gaza, casi todo el mundo lo conoce.
Saben que creci¨® en la casa de ni?os del kibutz, donde las madres dejaban a sus beb¨¦s a los tres d¨ªas de parir y donde los cuidadores criaban a todos los ni?os del kibutz por turnos durante las noches. Por las tardes eran los padres los que se ocupaban de sus hijos. Los recuerdos de la infancia de Dori, como los de muchos ni?os del kibutz, son memorias de una ni?ez feliz. ¡°A m¨ª me encantaba. Pod¨ªa enredar y jugar toda la noche. Si ten¨ªamos alg¨²n problema, hab¨ªa un interfono para llamar a los cuidadores¡±. Crecieron ni?os independientes, muy capaces de relacionarse con su entorno, aseguran los defensores del modelo.
La primera reforma la lideraron madres que se negaban a abandonar
a sus hijos por la noche
Pero la crianza colectiva fue precisamente la primera gran reforma del kibutz. La lideraron algunas madres que se negaron a abandonar a sus hijos por las noches. Con los a?os han aflorado multitud de trau??mas infantiles. Los ni?os diferentes ¨Cel gordo, el feo, el lento, el sensible¨C cuentan, ya de mayores, que sufr¨ªan m¨¢s de la cuenta sin tener al lado a unos padres que les ayudaran a amortiguar los golpes propios de la crueldad infantil. A Inbal, la otra aspirante a Gal-on, como a muchos otros israel¨ªes, la idea de colectivizar hasta los hijos le espanta.
Las casas de ni?os ya no funcionan en ning¨²n kibutz de Israel. Cada chaval duerme en casa con sus padres. El d¨ªa lo pasan en la escuela infantil y jugando con los amigos entre el verdor de estos minipoblados, en los que no entran los coches. Los ni?os corretean y van de una casa a otra, sin que ninguna valla les corte el paso. Porque el kibutz es un lugar com¨²n. Lo dicen los estatutos y lo demuestra la arquitectura de estas comunidades repartidas por todo el pa¨ªs y que a simple vista podr¨ªan parecer una urbanizaci¨®n espa?ola con vecinos muy bien avenidos. Un paseo por el interior de cualquier kibutz enseguida desvela que esto es otra cosa.
A las nueve de la ma?ana es hora punta en el comedor comunal de Ein Hashofet, en el norte del pa¨ªs, en la Galilea. Huevos cocidos, aceitunas, arenques ahumados y una bonita cristalera por la que entra el sol y a trav¨¦s de la cual se puede ver a los alumnos del colegio. Decenas de hombres y mujeres de todas las edades llenan sus bandejas con un op¨ªparo desayuno propio de un buf¨¦ de hotel de lujo. Aqu¨ª esto es el pan nuestro de cada d¨ªa. Comida subvencionada a precio de saldo, a cuenta del fondo com¨²n.
Los 480 miembros depositan su salario en la caja comunal. A cambio reciben una paga mensual para sus gastos. La cuant¨ªa de la paga depende del tama?o de la familia. El kibutz se encarga del resto. Salud, escuela, universidad ¨Cque aqu¨ª consideran ¡°una necesidad b¨¢sica en la vida¡±¨C, pensiones para los mayores y cultura, entre una infinidad de servicios. Hay un lema que preside todo el invento y que resume muy bien la filosof¨ªa sobre la que se asienta el kibutz: ¡°Todo el mundo pone lo que puede y recibe lo que necesita¡±.
Tienen un pub, un auditorio, un peque?o museo, una piscina, un dentista gratuito, un diario interno que da cuenta de nacimientos, muertes y otros eventos, y hasta un minizoo en el que cada ni?o adopta y da nombre a uno de los animales. Compran adem¨¢s bienes y servicios en bloque al mundo exterior, lo que les permite beneficiarse de ofertas como, por ejemplo, en tel¨¦fonos m¨®viles.
As¨ª se han organizado en Ein Hashofet cuatro generaciones durante 75 a?os. Desde que a finales de los a?os treinta, jud¨ªos polacos y estadounidenses recalaran en este pedazo de territorio. Las fotos de la ¨¦poca muestran un terreno bald¨ªo. En las im¨¢genes algo posteriores se ven ya las peque?as viviendas unifamiliares. Diminutas, porque no hab¨ªa lugar ni para ni?os ni para lavadoras ni para casi nada. Apenas una cama de matrimonio y poco m¨¢s. El resto: ba?os, duchas, casas de ni?os, cocinas¡ todo era com¨²n. Con los a?os, las casas se fueron ampliando y ahora son peque?os chal¨¦s con todo tipo de comodidades.
¡°Con la llamada privatizaci¨®n, 190 kibutz han dejado de compartir bastantes cosas¡±
Hoy, el 25% de los ingresos de Ein Hashofet proceden de la agricultura ¨Caguacates, pollos, vacas¨C y el resto viene de la producci¨®n industrial. Elaboran un componente de las luces de ne¨®n y piezas de autom¨®viles. La f¨¢brica de helados y quesos da salida a parte de la producci¨®n l¨¢ctea. All¨ª, un empleado masajea las cervicales de una compa?era junto a las m¨¢quinas. El ambiente laboral es a todas luces muy relajado. Eitzik Shafran, uno de los miembros, explica que funcionan con todo tipo de ajustes laborales. Los jubilados, por ejemplo, pueden trabajar a tiempo parcial, si quieren, para seguir contribuyendo a la comunidad.
La aparente prosperidad esconde, sin embargo, importantes dificultades econ¨®micas. El azar, el destino y, sobre todo, la decisi¨®n de los padres fundadores quisieron que Ein Hashofet firmara sus contratos de distribuci¨®n de piezas para autom¨®viles con la General Motors (GM) estadounidense. Miguel Zarkus, el secretario general del kibutz, explica que ¡°cuando GM entr¨® en crisis, la producci¨®n en Ein Hashofet se par¨®¡±. Luego cambiaron las leyes ambientales y tambi¨¦n perdieron el dominio del mercado de los componentes de las l¨¢mpa??ras. Despu¨¦s lleg¨® la crisis financiera global. ¡°Empezaron los miedos. Antes nadie dudaba del sistema colectivo. Ahora ya hay gente que se plantea la privatizaci¨®n del kibutz. Cuando las familias tienen miedo, impera el s¨¢lvese quien pueda. El modelo comunitario es mucho m¨¢s f¨¢cil cuando las cuentas est¨¢n saneadas¡±, sostiene Zarkus, con barba cana y aire sesentayochero.
¡°El modelo comunitario es mucho m¨¢s f¨¢cil con cuentas saneadas¡±
Ein Hashofet es uno de los 64 kibutz tradicionalistas que quedan en Israel. Uno de los que no han optado por la llamada privatizaci¨®n, por la que hasta 190 kibutz han dejado de compartir bastantes cosas, pero en los que todav¨ªa hay un fondo com¨²n para casos de enfermedades graves, jubilaciones, desempleo y otras necesidades acuciantes. Lo llaman privatizaci¨®n, pero en realidad casi lo ¨²nico que no es com¨²n son los salarios. Operan bajo el principio de la responsabilidad mutua. Cuando un miembro flaquea, la comunidad sale al rescate. En los privatizados hay coches comunes, y multitud de decisiones todav¨ªa se votan en asamblea. La diferencia con los tradicionalistas es que el sueldo se lo guarda cada uno y lo gasta como quiere, salvo la cuota que se paga a la comunidad. Ese ha sido el gran cambio, el gran atentado a la premisa igualitaria del universo kibutz.
Ese es adem¨¢s el gran debate que la mayor¨ªa de los kibutz en Israel ha mantenido durante a?os y que ahora aterriza en Ein Hashofet: el de c¨®mo competir en una econom¨ªa globalizada y, sobre todo, el de cu¨¢nto compartir cuando vienen las vacas flacas. De momento, la mitad de los miembros est¨¢n a favor de la mal llamada privatizaci¨®n, y la otra mitad, en contra. El tiempo dir¨¢. Mientras, han plantado olivos y naranjos y empiezan a probar suerte con la energ¨ªa solar.
Las privatizaciones son procesos largos que pueden durar seis u ocho a?os y en los que, votaci¨®n tras votaci¨®n, la comunidad se reinventa a s¨ª misma. Shlomo Getz, profesor de la Universidad de Haifa y conocido como el gran experto en el colectivismo israel¨ª, explica c¨®mo naci¨® la necesidad del cambio: ¡°Algunos empezaron a envidiar la capacidad de consumo de los que no viv¨ªan en los kibutz. Ve¨ªan c¨®mo compraban coches, viajaban al extranjero¡ Luego estaba lo que llamamos problema de los aprovechados. No todo el mundo trabajaba igual, pero todos cobraban lo mismo y recib¨ªan lo que necesitaban. Igual solo hab¨ªa un 5% de aprovechados, pero muchos miembros ten¨ªan la sensaci¨®n de ser los ¨²nicos que de verdad trabajaban y de que los dem¨¢s se aprovechaban de ellos¡±.
As¨ª, poco a poco, el 75% de los kibutz mud¨® de piel. Decidi¨® seguir compartiendo, pero menos. Ese cambio, seg¨²n los entendidos, ha favorecido la llegada en masa de nuevos miembros. ¡°La gente vuelve porque la apertura [privatizaci¨®n] de los kibutz ha hecho posible que los j¨®venes vivan en una comunidad, pero a la vez sean due?os de sus actos y de sus salarios. Que dependan menos unos de otros. Los kibutz son adem¨¢s un reducto de tranquilidad donde la gente vive con las puertas abiertas¡±, explica Marc Levy, director general del Movimiento del Kibutz, la federaci¨®n de comunidades, en su sede en Tel Aviv.
La gran vuelta al kibutz de los ¨²ltimos dos o tres a?os se produce despu¨¦s de un par de d¨¦cadas de crisis profunda. En los a?os ochenta, los kibutz se encontraron con un nivel de endeudamiento desorbitado. Adem¨¢s, respond¨ªan solidariamente los unos de los otros, lo que supuso un problema a?adido. La principal culpable de la crisis del modelo colectivo fue la gran inflaci¨®n israel¨ª de aquellos a?os. El paso de la casa de ni?os a la de los padres fue otro de los factores definitivos. Las familias se embarcaron en grandes inversiones para ampliar sus viviendas en un momento econ¨®micamente inoportuno. A la vez, las empresas propiedad de los kibutz empezaban a quedarse atr¨¢s, a ser incapaces de competir. Cuentan los miembros de las comunidades que se dieron cuenta de que para triunfar en la econom¨ªa moderna hab¨ªa que especializarse, que no todos los miembros del kibutz serv¨ªan para todo. Que el maestro o el que orde?aba las vacas no pod¨ªa convertirse en el gerente de la f¨¢brica de un d¨ªa para otro.
Coincidi¨® adem¨¢s con un momento en el que el paternalismo estatal de los primeros a?os de vida de Israel empezaba a diluirse con un salto a la econom¨ªa capitalista, que en algunos sectores se produjo a velocidad de v¨¦rtigo. ¡°Los kibutz empezaron a vaciarse¡±, relata Getz. ¡°Las deudas eran de los kibutz, no de los individuos, y mucha gente simplemente se fue. Entonces surgi¨® la necesidad de replantearse el sistema¡±, cuenta en el porche de su casa Gadot, en el norte, junto a L¨ªbano.
¡°Ha empezado a llegar sangre nueva. la lista de espera para entrar es de al menos un a?o¡±
La crisis forz¨® un gran pacto entre los bancos y el Estado. Condonaron parte de la deuda seg¨²n la capacidad real de devoluci¨®n de cada kibutz y, a cambio, las comunidades cedieron parte de sus tierras al Estado y privatizaron la industria l¨¢ctea. Hoy d¨ªa, la gran mayor¨ªa de los kibutz son empresas rentables. Muchos combinan la producci¨®n agr¨ªcola con la fabricaci¨®n de todo tipo de productos. Envases pl¨¢sticos, blindaje para coches, piezas de electrodom¨¦sticos. Casi de todo. Sus miembros suman apenas el 1% de la poblaci¨®n de Israel, pero representan el 40% de la producci¨®n agr¨ªcola y en torno al 9% de la industrial.
Viendo la vitalidad que se respira en el comedor de Ein Hashofet, resulta casi imposible pensar que hace 15 a?os este kibutz, como los del resto del pa¨ªs, languideciera. Sucedi¨® casi de repente, hace unos a?os, cuando empez¨® a llegar sangre nueva, parejas j¨®venes que hu¨ªan de la gran ciudad y la inseguridad urbana. Que buscaban un lugar agradable para ver crecer a sus hijos ¨Caqu¨ª van en bicicleta a la guarder¨ªa¨C y que anhelaban la vida en comunidad. Hoy, la lista de espera para entrar es de al menos un a?o. Cuando hay vacantes, los que superan la entrevista personal y las tres votaciones est¨¢n dentro. Ahora, en Ein Hashofet esperan tener m¨¢s tierras y algo m¨¢s de dinero para poder ampliar.
El cambio ha permitido la supervivencia, pero tambi¨¦n ha generado lo que algunos viven como nuevas contradicciones. Amikam Osem, un pionero veterano, lo explica muy bien. Dice que una cierta privatizaci¨®n ha sido necesaria. Bien. Que se abrieron las puertas y muchos miembros empezaron a trabajar fuera, en las ciudades. Mientras, las f¨¢bricas y los sembrados se llenaron de obreros de fuera ¨Ctailandeses y palestinos con pasaporte israel¨ª sobre todo¨C. Tambi¨¦n bien. ¡°El problema es que los beneficios de esos campos y esas f¨¢bricas siguen yendo a los miembros del kibutz, y eso no es justo. Si somos tan socialistas, habr¨¢ que repartir los dividendos entre los trabajadores, digo yo¡±.
En la inmensa mayor¨ªa de los kibutz no se ve una kip¨¢, con la que se tapan la coronilla los jud¨ªos m¨¢s religiosos. El perfil del pionero fundador del Estado de Israel era el de un jud¨ªo laico y askenaz¨ª ¨Cde origen europeo¨C con ideales sionistas y socialistas. Se trataba de colonizar la tierra, de hacer florecer el desierto, como ordenaba el padre del pa¨ªs, David ben Guri¨®n. De crear un nuevo mundo y de labrar la imagen del nuevo jud¨ªo, en la que la cultura reemplazar¨ªa a la religi¨®n. Quer¨ªan acometer revoluciones personales, ¡°reducir la distancia entre lo que se dice y lo que se hace¡±.
Pero la presencia de la religi¨®n crece a marchas forzadas en Israel y eso tambi¨¦n se nota en los kibutz. En algunos se construyen sinagogas y hay incluso un par que son religiosos al 100%. Es decir, no admiten por ejemplo miembros que no respeten las reglas del kashrut, las que el juda¨ªsmo impone para la alimentaci¨®n, entre ellas la separaci¨®n de carne y l¨¢cteos. El sabbat, el d¨ªa de descanso, se cumple a rajatabla.
Es el caso de Sha¡¯alvim, en el centro del pa¨ªs. Aqu¨ª, todas las cabezas van cubiertas con una kip¨¢. Unos son nacionalistas-religiosos, y otros, haredim ¨Cultraortodoxos¨C, ¡°pero todos somos sionistas¡±, aclara Moshe Oren, uno de los fundadores. Hace esta aclaraci¨®n porque parte de la comunidad ultrarreligiosa de Israel se declara antisionista y en contra de la creaci¨®n del Estado de Israel. Piensan que solo el Mes¨ªas, cuando llegue, podr¨¢ fundar un Estado jud¨ªo. Los religiosos de Sha¡¯alvim pertenecen, sin embargo, a otra corriente. A la de los que piensan que el camino de la redenci¨®n pasa por asentar la que consideran la tierra prometida. Son fruto del variad¨ªsimo c¨®ctel ideol¨®gico-teol¨®gico que en Israel compite por la identidad del Estado. ¡°Cuando llegamos, ¨¦ramos religiosos, pero tambi¨¦n ten¨ªamos ideales socialistas. No quer¨ªamos ser peque?oburgueses¡±. A principios de los cincuenta, unas diez familias aterrizaron en estas tierras, pegadas a la frontera que hasta 1967 fue Jordania, con la idea de poblarlas y proteger las fronteras. Hoy viven aqu¨ª unas 70 familias, pero est¨¢n construyendo un barrio nuevo para alojar a los que vienen. Oren nos recibe en su casa, un peque?o habit¨¢culo decorado con fotos de la familia y todo tipo de objetos religiosos. ?l es uno de los primeros pobladores. Nacido con el nombre de Marcel Tanenbaum, recal¨® en Sha¡¯alvim en 1956 tras escapar del nazismo en Estrasburgo. Enseguida comenzaron a cultivar la tierra y a criar ganado. Hoy, buena parte de la actividad del kibutz gira en torno a la gran yeshiva hesder, donde estudiantes israel¨ªes y estadounidenses combinan ense?anzas religiosas con el Ej¨¦rcito.
¡°Es el precio de la ocupaci¨®n. el mundo
nos ve ahora como colonizadores¡±
El caso de Sha¡¯alvim es especialmente interesante, porque de alguna manera ilustra la emigraci¨®n ideol¨®gica de ciertos sectores de la sociedad israel¨ª. Oren y el resto de los llamados pioneros llegaron a Sha¡¯alvim porque quer¨ªan conquistar la tierra y participar en la construcci¨®n del Estado de Israel en el que cre¨ªan. Los hijos de Oren ¨C¡°con la ayuda de Dios tenemos muchos¡±¨C se consideran tambi¨¦n sionistas e idealistas y viven en asentamientos en los territorios ocupados palestinos. ¡°No se trata de colonizar, sino de liberar, porque esta tierra [Cisjordania] nos pertenece desde que Dios la cre¨®¡±, estima Oren. Algunos de sus nietos ¨Cunos 50, dice que ha perdido la cuenta¨C viven en los outpost, grupos de caravanas incrustadas en el coraz¨®n de Cisjordania e ilegales incluso seg¨²n la ley israel¨ª. En los cincuenta, los pioneros, los idealistas patriotas, fundaban kibutz. Hoy levantan outposts y pueblan los asentamientos que ponen en peligro cualquier acuerdo de paz con los palestinos.
La intimidad de la gran familia del ki??butz da calorcito, acoge. Pero tambi¨¦n en ocasiones asfixia. ¡°No solo conozco a todos los miembros del kibutz, s¨¦ tambi¨¦n con qui¨¦n se acuesta cada uno¡±, confiesa entre risas Amikan Osem, el pionero veterano que vive en Afikim, en el valle del Jord¨¢n. Este kibutz ha acogido a 100 nuevas familias en el ¨²ltimo a?o. Osem conoce Afikim como la palma de su mano y le gusta ense?arlo subido en uno de los t¨ªpicos triciclos el¨¦ctricos que circulan por los kibutz de todo el pa¨ªs y que se fabrican aqu¨ª. Deja escapar una mueca-sonrisa cuando recuerda los a?os de los ¨Cy sobre todo las¨C voluntarios/as. Muchos israel¨ªes siguen a?orando el desembarco de las n¨®rdicas, las inglesas, las estadounidenses. ¡°Aqu¨ª sabes qui¨¦n es tu madre, pero nunca est¨¢s seguro de qui¨¦n es tu padre¡±, dice un chascarrillo que recorre los kibutz y que hace alusi¨®n a aquellos a?os. La juventud internacional recalaba en este rinc¨®n del planeta, deseosa de aprender, de cumplir su sue?o socialista¡ y de divertirse. Amor¨ªos y rollos de verano hubo muchos. Matrimonios, tambi¨¦n unos cuantos.
Ahora los j¨®venes solidarios se embarcan en flotillas que aspiran a romper el embargo de la franja de Gaza, o por lo menos a llamar la atenci¨®n sobre este castigo colectivo al m¨¢s de mill¨®n y medio de palestinos que all¨ª viven. Y los kibutz reciben ahora voluntarios cristianos sionistas y surcoreanos que quieren ver mundo, pero que no son necesariamente idealistas. ¡°Es el precio de la ocupaci¨®n. Ahora el mundo nos ve como opresores, como colonizadores¡±, admite Levy, director general del movimiento.
El perfil del voluntario ha cambiado. El del kibutz est¨¢ todav¨ªa en mutaci¨®n, se est¨¢ reinventando. Por un lado ha resucitado el deseo de volver a la tierra. Los j¨®venes se apuntan en las listas de espera porque quieren vivir una vida m¨¢s simple y, en definitiva, ser m¨¢s felices. Quieren vivir en comunidad, pero sin que el grupo les reemplace y decida por ellos. El consenso pasa a veces por diluir el invento. La esencia, sin embargo, permanece de momento. ¡°El kibutz a¨²n est¨¢ buscando su identidad. No va a ser lo que era antes, pero todav¨ªa tiene que decidir qu¨¦ quiere ser de mayor¡±, cree Diana Bogoslavsky, directora del conglomerado empresarial de los kibutz del valle del Jord¨¢n. El futuro es incierto. Tanto, que desde hace 20 a?os una legi¨®n de agoreros vaticinan la muerte del kibutz, que dicen que de la privatizaci¨®n a la defunci¨®n hay un paso. Pero por ahora disfrutan una segunda vida y con su nueva piel demuestran a diario que no hay una forma ¨²nica de organizarse en sociedad, sino muchas.
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