Kibera, la ciudad sin nombre
A un mes de las elecciones en Kenia, todo el mundo mira a Kibera En este suburbio en Nairobi, el m¨¢s grande de ?frica, murieron en las anteriores un centenar de personas. Sus habitantes pelean por la normalidad. ¡®El Pa¨ªs Semanal¡¯ estuvo all¨ª.
Un grupo de japoneses cruza las v¨ªas del Uganda Railway Line, que atraviesa Kibera, el mayor suburbio de Nairobi y de ?frica, y asciende por la cuesta jalonada de chabolas. Algunos llevan paraguas para protegerse del sol; otros, botas de agua para cuidar los pies de todo mal. Van de excursi¨®n o prospecci¨®n por esta zona anta?o boscosa (eso significa el t¨¦rmino kibera), que lo sigue siendo, pero con otra vegetaci¨®n m¨¢s densa y, digamos, m¨¢s humana. En marzo habr¨¢ elecciones en Kenia. Y muchos miran ya de reojo hacia aqu¨ª, donde en las anteriores cundi¨® la violencia. Este lugar sin nombre naci¨® de manos de los colonizadores brit¨¢nicos en 1905, quienes, por los servicios prestados, permitieron a los sudaneses (nubios) del King¡¯s African Rifles asentarse all¨ª ¡°informalmente¡±¡ Y esa ¡°soluci¨®n provisional¡± ha cumplido ya un siglo sin que, a d¨ªa de hoy, est¨¦ del todo claro a qui¨¦n pertenece siquiera la tierra (si a los nubios, a los kikuyus o a los luos). Kibera se ha convertido en una suerte de estrella del chabolismo (slum) mundial donde paran o habitan entre medio mill¨®n y un mill¨®n de personas, seg¨²n el inter¨¦s de los c¨¢lculos particulares.
Su fama (infernal) trasciende fronteras, aunque a su lado se levanten m¨¢s de un centenar de suburbios, algunos a¨²n peores, como Korogocho o Mathare. Tantos, que la mitad de los cuatro millones de la poblaci¨®n de Nairobi habita en esas condiciones precarias, definidas por un d¨ªgito: vivir con menos de un d¨®lar al d¨ªa. Un efecto tambi¨¦n de la sobrepoblaci¨®n de las ciudades, fen¨®meno creciente y preocupante, seg¨²n la ONU, que algunos expertos llaman slumificaci¨®n. ¡°Estos lugares son el m¨¢s claro ejemplo del mal orden mundial o, mejor dicho, del desorden¡±, puntualiza el padre comboniano Alex Zanotelli, que lleva un proyecto escolar en Korogocho (significa caos) e invita a la movilizaci¨®n: ¡°Nada vendr¨¢ desde arriba, la ¨²nica soluci¨®n para la gente es organizarse y demandar sus derechos¡±. Muchos ya lo hacen.
El ¨²nico problema de Kibera es la extrema pobreza unido a la falta de viviendas e infraestructuras¡±
Los extranjeros solemos acercarnos a Kibera, por una raz¨®n u otra, como quien va a un museo: a contemplar o confirmar cuadros de miseria. Abundan. En cuanto pones el pie lo ves, suficientes para satisfacer toda mirada u objetivo: ?que quieres enfermos de sida?, los hay a montones; ?embarazos adolescentes?, ¨ªdem; ?ni?os de la calle?, incontables; ?ancianos sin medios?, todos (solo un 10% de mayores en Kenia tiene pensi¨®n); ?malos tratos?, un h¨¢bito tan com¨²n y corriente como las famosas flying toilets (bolsas de pl¨¢stico que son el ¨²nico v¨¢ter para muchos: se usan, se atan y se arrojan a la calle sin m¨¢s), tan gr¨¢ficas.
¡°Paisaje de miseria¡±, aparece anotado en mi libreta. ¡°Paisaje met¨¢lico, chamizos improvisados donde trabajan de d¨ªa fruteros, sastres, carpinteros, peluqueras, y duermen de noche decenas de personas hacinadas¡¡±. Ni rastro de saneamiento o infraestructura. Aguas f¨¦tidas. Monta?as de basura donde juegan los ni?os. ¡°Siete de cada diez personas del ?frica subsahariana no tienen acceso a la electricidad¡±, escribi¨® Jeremy Rifkin en La tercera revoluci¨®n industrial, pero aqu¨ª son nueve y medio de diez, siendo justos con la mara?a de cables de luz que se ven al alzar la mirada. De ellos se nutre el grueso de residentes¡
¡°Pl¨¢stico, madera o adobe¡±, dice otra nota, ¡°en las paredes exteriores¡±. Desechos fuera y ahogo existencial dentro. Descorres una cortina y ah¨ª hay un drama en mil actos. En una habitaci¨®n de ocho metros cuadrados, empapelada con peri¨®dicos, vive con sus cuatro hijos Mary Anyango, de 39 a?os. Su marido la abandon¨®. Peluquera sin clientes, Mary, enferma de sida desde hace cuatro, nos habla de estigma y dificultades cotidianas. Pero no har¨ªa falta. Podr¨ªamos guardar silencio. Su escueta morada, por la que paga 20 euros al mes (2.000 schilling), lo dice todo: una cama donde todos duermen, las jud¨ªas viudas que cocina en un hornillo, su rostro herido por una ca¨ªda reciente, las miradas suspicaces de los vecinos en un callej¨®n pestilente donde debes pegarte a la pared para dejar paso, porque, te han avisado, la tuberculosis ha regresado a Kibera.
Las medicinas a Mary no le cuestan. Pertenece a un grupo de apoyo a enfermas (WOFAK). Todas las cl¨ªnicas y centros hospitalarios aqu¨ª son mantenidos en mayor o menor medida por ONG y organizaciones en su mayor¨ªa estadounidenses (no en vano, el presidente Obama tiene en Kenia sus ra¨ªces), muchas n¨®rdicas¡ Un programa de suministro y uso de medicamentos por el m¨®vil se est¨¢ introduciendo con ¨¦xito. M¨¦dicos Sin Fronteras, por ejemplo, hace llamadas personales con lo b¨¢sico: ¡°?lo has tomado?, ?qu¨¦ tal?, ?c¨®mo te sientes?¡±. Para el enfermo, un mundo. La hija adolescente de Mary escucha y luego lo dice: quiere ser dentista. Su madre la mira y esta vez calla.
Los periodistas del International Reporting Project (IRP), de la Universidad Johns Hopkins (programa financiado por la Fundaci¨®n Bill & Melinda Gates, entre otros), nos interesamos por asuntos de planificaci¨®n familiar, salud reproductiva o aquello que m¨¢s mata en Kenia: el sida. En las oficinas del estadounidense CDC (The Centers for Disease Control and Prevention) nos dan la lista del top ten de asesinos en 2011: 38% por VIH; 10%, infecciones respiratorias; 7%, diarreas; 5%, tuberculosis; 5%, malaria¡ En Kibera, todo el doble.
Los pol¨ªticos alientan los conflictos tribales
para acceder al poder y fomentan as¨ª la violencia¡±
El CDC est¨¢ aqu¨ª con el fin de detectar y controlar brotes de enfermedades en origen. ¡°En 2011 respondimos a casi 250 brotes y situaciones de emergencia en 20 pa¨ªses¡±, se autopromocionan. ¡°Las infecciones que aparecen en los slums se extienden r¨¢pido a Nairobi, a otras partes del pa¨ªs o del planeta, por avi¨®n, en tan solo unas horas¡±. Con buenas instalaciones y personal, monitorizan con rigor a los enfermos. Solo en 2011 atendieron 4.000 consultas de ni?os con VIH. Geoffrey Bakhuya, desde el lado gubernamental, lo sabe bien, pues se encarga en el suburbio de cuatro centros de promoci¨®n de la salud, en general, y sexual, en particular. ¡°Esto es imprescindible para los j¨®venes, porque la mayor¨ªa de las veces el inicio al sexo es forzado, no libre; la falta de espacio obliga a compartirlo todo, tambi¨¦n la cama¡±, dice. Ofrecen anticonceptivos, tratamiento para ETS e informaci¨®n para adolescentes (los embarazos y matrimonios tempranos est¨¢n a la orden del d¨ªa), asistencia 24 horas para abusos y hasta hacen campa?as con conciertos para enrolar a j¨®venes divulgadores. El aborto est¨¢ prohibido, pero se practica mucho, asegura.
El grupo japon¨¦s asciende tras su gu¨ªa. As¨ª se suele venir aqu¨ª. As¨ª vamos nosotros, periodistas, tras el nuestro, Jeremiah Tora, de etnia kisii. ?l lo sabe todo del lugar, pues es de aqu¨ª y trabaja para Samuel Siringi, periodista de The Daily Nation, que coordina el programa del IRP y lo recomienda cuando hay necesidad. Y la hay. Porque en las calles y callejones de Kibera, en sus adarves y cuestas, no hay indicaciones ni n¨²meros; un oriundo se orienta a ciegas, pero un for¨¢neo no, y menos al caer la noche, cuando reinan las sombras.
¡°Tanques enormes de agua¡±, siguen las anotaciones. Se trata de contenedores instalados en algunas calles donde la almacenan cuando abren la ca?er¨ªa hac¨ªa all¨ª dos veces por semana. Luego algunos la distribuyen. Y cobran tres schilling por 20 litros. ?Mafias? Michael Mumo, director de la emisora Capital FM, nos dice: ¡°Es complicado explicar lo mucho que se cuece en Kibera. No hay grandes mafias, solo las de la propia seguridad de la zona. Esperamos cambios en las elecciones cercanas¡±. Aqu¨ª preguntas o mencionas a seg¨²n qu¨¦ pol¨ªtico y casi te escupen a la cara. Pero al tiempo se suelen creer lo que estos les cuentan. ¡°Solo tenemos agua dos d¨ªas porque en Nairobi no hay bastante¡±, cuentan los amigos de Alwin, del Youth Lindi Organisation. ¡°?Que no hay?, pero si los turistas tienen hasta piscinas¡±¡, se?ala un visitante. ¡°Protestad para tener suministro regular¡¡±, otro. ¡°Entonces el agua nos costar¨ªa¡±, puntualizan ellos. Cierto. Si no se tienen servicios, no se pagan servicios. Si no hay dinero, tampoco.
He ah¨ª la cuesti¨®n. Hileras de envases amarillos esperan su turno ante las mangueras. Mujeres y ni?os (ni?as casi siempre) la transportan a sus tugurios.
El d¨ªa que hay agua es una fiesta. Su posesi¨®n crea conflictos. Como el negocio de la compraventa de chabolas. ¡°Mucha gente gana aqu¨ª mucho¡±, dice Jeremiah. Hay muchas camas calientes que hacen imposible saber cu¨¢ntos en verdad habitan. ¡°Mil chelines al mes [diez d¨®lares] cuesta una habitaci¨®n, y algunos tienen muchas¡±. Negocios y trapicheos, econom¨ªa sumergida pura. Mercaderes del renacimiento por todas partes: algunos venden diez zapatos; otros, tres pimientos; otros, botes de carb¨®n. Los hay con aspiraciones: ¡°Hot Line Electronics¡±, anuncia un cartel. Una pizarra propone partidos de f¨²tbol de la Champions. ¡°Butchery, carnicer¨ªa¡±, apunta otro, entre moscas. Vemos entrega de compra a domicilio y hasta a un fot¨®grafo que se patea los senderos, c¨¢mara al hombro. Un d¨®lar, una foto, dice que cobra, optimista. Los tel¨¦fonos m¨®viles facilitan mucho las cosas.
Muchas chabolas se alquilan y hay muchas ¡®camas calientes¡¯, es imposible saber cu¨¢nta gente habita aqu¨ª¡±
Este podr¨ªa ser el lugar ¡°con m¨¢s emprendedores del planeta¡±, apuntaba The Economist en un reportaje titulado Boomtown slum, donde describe las posibilidades de tanta clientela y avisa que reducir el slum a la sola realidad de la miseria es un error. Levantarse cada ma?ana as¨ª y ponerse en marcha hacia algo tiene su valor. Mucho. Vidas de callada desesperaci¨®n, que dir¨ªa Thoreau, somos todos. Pero aqu¨ª m¨¢s, y su empe?o para salir adelante impresiona a cualquiera. Aunque ni los medios ni el inter¨¦s pol¨ªtico les acompa?en. Basta observar el entusiasmo con que Najat Mohammed, de 23 a?os, musulmana, expone lo que su grupo, el Lindi Youth, hace d¨ªa tras d¨ªa para generar ingresos y servicios que les ayuden a sobrevivir y sirvan a otros¡ Ayudados por la embajada japonesa, estos j¨®venes levantaron un local y aseo p¨²blico, y con el alquiler organizan eventos, ofrecen ordenadores, financian estudios y negocios¡ Los aseos p¨²blicos en Kibera son escasos (unos 50), suelen estar pagados por entidades internacionales cuyos nombres aparecen escritos en sus muros, cual grafitis de saneamiento universal.
La revista Forbes ya le dedic¨® espacio a los emprendedores kibere?os hace un a?o, en una serie escrita por Chelina Odbert, quien se derrumbaba ante la visi¨®n de Kibera desde lo alto (desde lo que llaman Kiberapanorama, en Raila State): ¡°Miras por encima de este paisaje sin l¨ªmite de techos de zinc oxidados¡ y los datos, las estad¨ªsticas sobre las que tanto se discute, que si aqu¨ª habita un mill¨®n o medio, dejan de tener importancia. A pie de calle¡ est¨¢n las personas, y en Kibera te cruzas con montones de ellas¡¡±. Individuos que se mueven camino de Nairobi en busca de sustento o por las 13 villages (Kianda, Soweto, Lindi, Kisumu, Lindi, Makina¡) que lo componen. Por no tener, Kibera no ten¨ªa ni mapa hasta 2009. ¡°Era un agujero pintado pegado a Nairobi, sin m¨¢s¡±, dicen los creadores de MapKibera.org. En formato digital, se puede seguir ahora la actualidad y hasta ofrecen consejos de seguridad: c¨®mo defenderse de una violaci¨®n, sin ir m¨¢s lejos. O c¨®mo tener los ojos abiertos ante abusos en todas sus formas.
¡°El ¨²nico problema de Kibera es la pobreza¡±, afirma Ken Odhiambo, nacido en el suburbio de Majengo, en el este de la capital, y director de la Community Media House de Nairobi, que dirige el African Slum Journal (ASJ). Este es un proyecto period¨ªstico audiovisual a iniciativa de Voices of Africa Media Foundation con la idea de fortalecer los medios continentales para dar a conocer la voz de sus ciudadanos (voamf.org). Durante los ¨²ltimos a?os ha formado a m¨¢s de cien reporteros en siete pa¨ªses. En Nairobi cuentan con doce: ¡°Siempre deben ser residentes del slum, se les elige para ser el rostro de una zona, por ejemplo, Mr. y Mrs. Kibera¡±. La organizaci¨®n los recluta y entrena, pero las ideas son de ellos. Y ellos intentan ir m¨¢s all¨¢ del discurso t¨®pico de ¡°solo miseria¡±. Y hay otros empe?ados: dentro del suburbio hay una escuela de cine (kiberafilmschool), varios peri¨®dicos, radios¡
Hasta 2009, Kibera no ten¨ªa ni mapa. Era un agujero pegado a Nairobi sin m¨¢s. Ahora hay uno interactivo: mapkibera.org
Porque Kibera es todo lo que se dice, s¨ª, pero tambi¨¦n islas de limpieza, paz y solidaridad: familias que adecentan lo poco que tienen, vecinos que son comunidad, d¨ªas de colada en los que huele a jab¨®n y a telas al aire, escuelas bulliciosas, equipos de f¨²tbol, m¨²sica a todas horas en las chabolas¡ ¡°Kibera son¨® mucho y se magnific¨® con la violencia poselectoral que aqu¨ª se vivi¨® en 2007¡±, asegura Odhiambo. Sin duda, es el barrio m¨¢s cinematogr¨¢fico (aqu¨ª se rod¨® El jardinero fiel), televisivo y literario: Robert Neuwirth lo incluye en su libro Ciudades de sombra, ¡°las urbes del futuro¡± las denomina, all¨ª donde, seg¨²n sus c¨¢lculos, se est¨¢n desplazando en este mismo minuto 180 personas desde ¨¢reas rurales. El slum preferido por los ej¨¦rcitos de salvaci¨®n, los predicadores y los estudiosos de todo tipo de asuntos sociales, cient¨ªficos y hasta tecnol¨®gicos (la empresa Cisco quiere implantar aqu¨ª un proyecto robot de cl¨ªnicas de detecci¨®n electr¨®nicas que permiten diagnosticar desde la distancia con el hospital de Nairobi). Tanta atenci¨®n y af¨¢n que se calcula que el n¨²mero de ONG y organizaciones podr¨ªa superar de largo los 10.000 (seg¨²n public¨® The Daily Nation).
¡°Tierra roj¨ªsima¡±, otra nota en la libreta. En Kibera, si bajas la vista hacia tus pies, estar¨¢n cubiertos con ella en un minuto; si la subes, tambi¨¦n; todo envuelto por ese polvo africano. Hay un modo de saber qui¨¦n es de aqu¨ª y qui¨¦n no. El visitante planta, al principio, los pies con cuidado en los surcos excavados en ¨¦poca de lluvias torrenciales. Luego se olvida. La suciedad se normaliza. Los oriundos solo miran adelante. Hay quien interpreta que es porque ya no ven. Quiz¨¢ sea para no ver m¨¢s. Y sentir menos. ¡°La costumbre de la pobreza es el gran enemigo¡±, nos contar¨¢n en Radio Pamoja, en Kianda, fundada por Adam Hussein en 2007: 18 personas empe?adas en romper la aton¨ªa con sus programas. ¡°Los de m¨²sica de madrugada son excelentes¡±, se r¨ªen, desde su piso alto con habitaciones acondicionadas como estudios, terraza y vistas.
Asunto informativo preferente son las pr¨®ximas elecciones generales (presidenciales y parlamentarias) del 4 de marzo. Y el fantasma de la violencia tras las de 2007 se aparece cada d¨ªa. Kibera fue punto caliente: un millar de muertos hubo en el pa¨ªs; m¨¢s de un centenar por aqu¨ª. Un triste cap¨ªtulo. Hubo desacuerdo con el resultado electoral que daba la presidencia de nuevo a Mwai Kibaki (de la tribu kikuyu). Raila Odinga (de la luo) se hab¨ªa cre¨ªdo ganador y luego result¨® que no. Los kikuyu fueron perseguidos brutalmente. La mayor¨ªa hoy en Kibera es luo. F¨¢cil de imaginar la expectaci¨®n.
Menos f¨¢cil es aclarar si Kenia tiene tribus o son las tribus las que tienen a Kenia. Sus divisiones, privilegios y tradiciones marcan todo en este Estado del este de ?frica con 41 millones de habitantes (una media de 4,6 hijos por mujer y una esperanza de vida de 58 a?os) y una renta per capita que no llega a 2.000 d¨®lares¡ Lo marca m¨¢s all¨¢ de lo recogido en la Constituci¨®n de 2010. ¡°Hay 42 tribus en Kenia, kikuyus, masais, luo, kalenjin¡ y eso define nuestra identidad. Los pol¨ªticos alientan los conflictos tribales sobre todo cuando se trata de acceder a cargos. Si uno de tu tribu ocupa el poder, a los tuyos les ir¨¢ bien, esa es la idea¡±, cuenta Siringi, que vivi¨® de lleno los episodios de violencia entonces, pues era jefe en la oficina de Eldoret.
Aquellos que est¨¢is tuiteando sobre Kibera, hacedlo con responsabilidad, ofreced datos, pero no expand¨¢is rumores¡±
As¨ª pues, los pol¨ªticos suelen aparecer con inter¨¦s por la jungla. Cuando toca. Y ahora toca. A principios de enero estuvo el mismo Odinga. Kibera pertenece a su circunscripci¨®n, lo cual ya dice mucho de ¨¦l y de sus promesas. Sobre todo si uno sube, como la periodista de Forbes, a contemplar el panorama desde ese Raila State, que lleva su nombre. Bloques de pisos cochambrosos, huertos imposibles en las cunetas, chavales jugando en los descampados¡ Raila State es un intento fallido y corrupto (pues ocuparon los pisos quienes no deb¨ªan) de reasentar a los kibere?os en 2009. Un te¨®rico 2,5% del presupuesto del pa¨ªs va a un fondo de desarrollo para este tipo de colonias. Pero en Kibera se ve que se esfuma. ¡°La corrupci¨®n¡±, dice Siringi, ¡°hace imposible la prosperidad o lidiar siquiera con los asuntos urgentes de salud y de crecimiento de la poblaci¨®n que lucha por los recursos. De ah¨ª los enfrentamientos¡±. Gracias, dice, a que hay libertad de prensa. Un ¡°a ver esta vez qu¨¦ pasa¡¡± se pronuncia expectante en todos los foros. Incluso en Internet: los tuits bajo #Kibera vuelan desde hace d¨ªas. ¡°Aquellos que est¨¢is tuiteando sobre Kibera, hacedlo responsablemente. Mantened a otros informados, pero no expand¨¢is falsos rumores¡±, ped¨ªan distintas organizaciones, como Uweza, cuando se supo de protestas por las nominaciones en la zona de Olympic Estate. Otros oriundos, como Mchizi Mtaani, se quejaban. ¡°Es falso, siempre la misma canci¨®n con nosotros¡±. Su p¨¢gina (encoutersfromkibera) habla de h¨¦roes locales y de la ciudad de chocolate que es Kibera cuando llueve. ¡°Hubo un tiempo en que me avergonzaba vivir aqu¨ª, ya no¡±, confiesa.
¡°La pobreza es invisibilidad¡±, escribi¨® William T. Wollmann en su brutal Los pobres. El autor se fue por el mundo busc¨¢ndolos para preguntarles: ¡°?Por qu¨¦ eres pobre?¡±. ¡°Porque es mi destino¡±, le dec¨ªan. ¡°Mis pobres¡±, concluye, ¡°no est¨¢n desesperados. Tienen buenos y malos d¨ªas. Como todos¡±. Un d¨ªa nosotros conocimos a las Vision Sister, grupo de 60 mujeres de toda tribu y religi¨®n que se protegen entre s¨ª de la violencia en todas sus formas. Lo cuentan Dama Katana, que va vestida de azul (¡°aqu¨ª el color de las mujeres¡±), y Lydia Amunga, que puntualiza: ¡°Salvo el royal blue, que es masculino¡±. Ellos, los hombres, ahora las toman en serio: comenzaron hace tres a?os sin local y tienen ya sus aseos comunitarios y un local bien dispuesto. ¡°Kibera es el sitio con m¨¢s abusos en todas sus categor¨ªas¡¡±, dicen. Tierra de nadie, la llaman. ¡°A largo plazo queremos ser centro de atenci¨®n de referencia, con nuestros m¨¦dicos, oficinas, incluso casas de acogida, pues ya tenemos terreno¡±. A corto, ayudan, asisten, protegen, aconsejan a otras¡ A Lydia le preguntamos por qu¨¦ lo hace, por qu¨¦ ayuda a otros. Ella es angli?cana. ?Lo hace por cuestiones religiosas? Ni lo piensa. ¡°Por humanidad¡±, contesta.
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