Prisioneros de la palabra
Tenemos la informaci¨®n, pero no documentos, ni siquiera tenemos fotocopias¡±. Esto es lo que contest¨® Ben Bradlee, director de The Washington Post, a su amigo Gordon Manning, jefe de noticias de la CBS, cuando le pidi¨® los papeles que avalaran lo publicado en torno al esc¨¢ndalo Watergate. Pese a la inexistencia de documentos, las fuentes (que los reporteros del caso mantuvieron en secreto) eran tan fiables y variadas, que Walter Conkrite, el gran gur¨² de las noticias televisadas en Am¨¦rica, decidi¨® hacer un reportaje sobre el caso, y a partir de ah¨ª este se convirti¨® en foco de atenci¨®n de todo el pa¨ªs. Habr¨ªa que recomendar vivamente a los asesores y portavoces del PP que lean con atenci¨®n las memorias de Bradlee, las de Katherine Graham, propietaria del Post,y los libros de Woodward y Bernstein sobre Watergate, para que sepan lo que es preciso no hacer cuando un partido pol¨ªtico se enfrenta a un esc¨¢ndalo desvelado por la prensa.
As¨ª conocer¨¢n que la primera reacci¨®n del presidente del Partido Republicano Bob Dole fue acusar al Post y a su director de estar en connivencia con el candidato dem¨®crata McGovern, que se enfrentaba a Nixon en las elecciones de 1972. ¡°El Partido Republicano ha sido v¨ªctima de un bombardeo de alegaciones infundadas y falsas¡±, declar¨®, para acabar sentenciando que ¡°la reputaci¨®n del Post ha ca¨ªdo tan bajo que ha desaparecido casi por completo¡±. El portavoz de la Casa Blanca Ron Ziegler asegur¨®, por su parte, que los art¨ªculos del peri¨®dico estaban ¡°basados en rumores e indirectas e intentan, por asociaci¨®n, encontrar culpables, pero no han conseguido encontrar ning¨²n nexo entre Watergate y la Casa Blanca, porque no existe¡±, y el director de la campa?a de Nixon abund¨® en la falsedad de las revelaciones porque ¡°media docena de investigaciones lo han demostrado as¨ª¡±.
El presidente Nixon decret¨® una especie de apag¨®n informativo para los dos principales diarios del pa¨ªs (The Washington Post y The New York Times) y decidi¨® privilegiar con declaraciones y entrevistas a peri¨®dicos afines a ¨¦l, que sol¨ªan titular sus primeras p¨¢ginas con los desmentidos de la Casa Blanca. El espionaje en la sede del Partido Dem¨®crata por parte de antiguos colaboradores de la CIA, cuyo conocimiento supuso la punta del iceberg del caso Watergate, sucedi¨® en junio de 1972. Apenas cinco meses despu¨¦s, Richard Nixon fue elegido presidente por abrumadora mayor¨ªa. Le vot¨® un 60% del censo y gan¨® en todos los Estados salvo en Massachusetts. Pero la acusaci¨®n formal de los implicados en Watergate, en marzo de 1974, fue el inicio de una concatenaci¨®n de eventos que tornaron la situaci¨®n en absolutamente incontrolable. Nixon dimiti¨® en agosto, menos de dos a?os despu¨¦s de su estruendosa victoria.
Ya durante todo aquel proceso, Henry Kissinger, que se preocup¨® de mantener su amistad personal con Katherine Graham, insisti¨® sobre la inconveniencia de publicar noticias que menoscabaran el prestigio de la Casa Blanca, del presidente y del Gobierno en general, en un momento en el que el liderazgo de EE UU resultaba clave para el futuro del mundo libre.
Aquellos periodistas y editores de The Washington Post son hoy h¨¦roes mundiales de nuestra profesi¨®n, pero entonces fueron tachados de irresponsables, mentirosos, malos patriotas y fabuladores. Fueron presionados, espiados, amenazados y ridiculizados hasta el extremo, incluso por muchos de sus colegas. Ahora nadie duda de que contribuyeron como pocos a la estabilidad y consolidaci¨®n del sistema de libertades en su pa¨ªs.
Cuando temas como los papeles de B¨¢rcenas saltan a la luz, son frecuentes las llamadas a la responsabilidad de los periodistas a la hora de publicar materiales que afectan a la gobernanza, la estabilidad econ¨®mica o la convivencia de su pa¨ªs. En ocasiones, estos llamados responden a una sincera preocupaci¨®n de quienes los hacen. Pero casi siempre el poder trata de encubrir presiones o censuras, cada vez m¨¢s dif¨ªciles de establecer, por otra parte, en la sociedad de la informaci¨®n. Los periodistas no son responsables de las consecuencias de los hechos sobre los que informan, sino de reportarlos con honestidad y aplicando las t¨¦cnicas exigibles que garanticen el rigor de sus informaciones. Los verdaderos responsables de las desgracias que de cada situaci¨®n se deriven son quienes cometieron los hechos, los impulsaron, permitieron u ocultaron. Creemos, por ello, que la lectura de las experiencias relacionadas con Watergate puede ayudar a los responsables pol¨ªticos a poner en pr¨¢ctica las lecciones de una famosa sentencia de nuestro refranero: ¡°Uno es due?o de sus silencios y prisionero de sus palabras¡±.
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