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REPORTAJE

El coraz¨®n negro de Brasil

Es el pa¨ªs m¨¢s extenso y poblado de sudam¨¦rica, un ¡®milagro¡¯ de desarrollo con mucho camino por recorrer y grandes tradiciones que preservar. El estado de Bah¨ªa resume la identidad de Brasil: mezcla, contrastes, mitos, herencia y una naturaleza desbordante que sumerge al viajero en la esencia de una tierra de alegr¨ªa contagiosa.

Un grupo de ni?as de Salvador de Bah¨ªa.
Un grupo de ni?as de Salvador de Bah¨ªa.?ngel L¨®pez-Soto

Empiezo a escribir este art¨ªculo c¨®modamente sentado en una butaca de las l¨ªneas a¨¦reas de Portugal, disfrutando de vinos de Oporto y de una comida exquisita, lo que no siempre es evidente en un avi¨®n. Voy a hacer en ocho horas el trayecto de Lisboa a Salvador de Bah¨ªa, el mismo viaje que en 1808 emprendi¨® el rey Juan VI de Portugal y toda su corte huyendo de las tropas de Napole¨®n. Aquel fue un viaje ¨¦pico y peligroso que dur¨® tres meses y medio, en barcos de vela mal calafateados y pobremente avituallados. Junto a la corte abandon¨® Portugal un 10% de la poblaci¨®n, toda la ¨¦lite: funcionarios, curas, comerciantes, administradores, arquitectos, m¨¦dicos, etc¨¦tera. El pa¨ªs se desangr¨®. Por primera vez en la historia, un rey y su corte abandonaban la metr¨®poli para irse a las colonias. Nunca hab¨ªa ocurrido algo semejante. Aunque el pueblo lo ve¨ªa como un traidor, don Juan hab¨ªa abordado su nave llorando, el coraz¨®n desgarrado. No, no era un traidor. Siempre hab¨ªa antepuesto el deber a cualquier otra consideraci¨®n. Razones de estrategia le hab¨ªan impulsado a tomar aquella decisi¨®n muy a su pesar. Se enfrent¨® a un dilema tremendo: para salvar el imperio ¨Cmucho mayor que el propio Portugal¨C tuvo que sacrificar la metr¨®poli.

Hoy, el resultado de aquella determinaci¨®n se ve por la ventanilla del Airbus: all¨ª abajo desfilan las tierras de Brasil, el pa¨ªs m¨¢s extenso y poblado de Sudam¨¦rica, una de las grandes potencias emergentes del mundo, una naci¨®n unida e incre¨ªblemente homog¨¦nea a pesar de su flagrante ¨Cy a veces sangrante¨C diversidad. Fue precisamente la decisi¨®n de aquel rey bonach¨®n lo que propici¨® el nacimiento de Brasil. En Espa?a, cuando Carlos IV quiso hacer lo mismo ¨Chuir a M¨¦xico para escapar de los franceses y salvar el imperio¨C ya era demasiado tarde. El resultado est¨¢ a la vista: el imperio espa?ol se desmembr¨®, pero el portugu¨¦s consigui¨® mantener sus colonias americanas unidas. Para eso sirven los reyes.

Bah¨ªa es depositaria de la cultura negra, guardiana de las tradiciones, m¨ªtica y ca¨®tica

El avi¨®n hace un c¨ªrculo antes de iniciar la maniobra de descenso. Los ¨²ltimos rayos de sol se reflejan en las aguas del Rec?ncavo, la bah¨ªa que dio su nombre a la ciudad cuando los primeros exploradores, deslumbrados por tanta belleza, fundaron San Salvador de Bah¨ªa de Todos Los Santos. Oficialmente Salvador. Pero el pueblo, m¨¢s identificado con la naturaleza que con Jes¨²s, sigue llam¨¢ndola Bah¨ªa. Es el mismo pueblo, abigarrado y barroco, que recibi¨® a los reyes de Portugal en su huida de Napole¨®n, despu¨¦s de aquella espantosa traves¨ªa. ?Qu¨¦ decepci¨®n al verlos llegar! ¡°?Estos son los reyes?¡±, se preguntaban con ojos muy abiertos los esclavos, los mulatos, los colonos portugueses. Les costaba creer que aquellos individuos sucios, malolientes y todav¨ªa medio mareados eran la encarnaci¨®n de la m¨¢s alta autoridad del vasto imperio portugu¨¦s, s¨ªmbolos de una civilizaci¨®n que hab¨ªa descubierto el mundo. Dicen ¨C?ser¨¢ leyenda, ser¨¢ verdad?¨C que a las bahianas les sorprendi¨® mucho el turbante que llevaban la reina, la espa?ola Carlota Joaquina de Borb¨®n, y sus damas de compa?¨ªa. Creyeron que esa deb¨ªa ser la moda que imperaba en Europa, y la adoptaron. No pod¨ªan sospechar que la reina llevaba turbante para esconder su cr¨¢neo rapado al cero a causa de la plaga de piojos que hab¨ªa invadido el buque.

Hoy Salvador es una ciudad de tres millones de habitantes, algo ca¨®tica, que lucha por subirse al tren del desarrollo brasile?o. De camino al centro circulamos entre un sinf¨ªn de rascacielos a medio acabar, coronados por un bosque de gr¨²as. Muchos de los edificios terminados parecen vac¨ªos¡­ ?habr¨¢ burbuja? Oficialmente no, nos dice el conductor. Se necesitan ocho millones de viviendas para satisfacer la creciente demanda de la nueva clase media brasile?a, esa que Lula ha sacado de la pobreza en los ¨²ltimos veinte a?os. Pero los hombres de negocio son m¨¢s esc¨¦pticos: ¡°Se est¨¢n construyendo casas para gente que no puede comprarlas¡±. El caso es que no hay luces en esas moles de hormig¨®n. A m¨ª, la fiebre especulativa a la que se dedican tantos brasile?os que compran sobre plano para vender nada m¨¢s terminada la construcci¨®n me trae inevitables recuerdos¡­ todas las burbujas se parecen.

El conductor nos muestra orgullo??so el estadio de f¨²tbol en construcci¨®n, el modern¨ªsimo Arena Fonte Nova, que luce un techo con estructura met¨¢??li??ca, adem¨¢s de un restaurante pano??r¨¢mico, un museo del f¨²tbol, tiendas, hoteles y una sala de espect¨¢culos.

Uno no puede menos que preguntarse si estar¨¢ listo para 2014, as¨ª como los accesos, las autopistas, los puentes elevados¡­ Todo est¨¢ a medio hacer, no solo aqu¨ª, sino en las otras grandes ciudades tambi¨¦n. Las autopistas est¨¢n en obras, los aeropuertos son vetustos y est¨¢n saturados¡­ Ante la inquietud del COI, muchos espa?oles dicen que si le hubieran dado los Juegos a Madrid, se hubieran ahorrado esa incertidumbre. Pero es f¨¢cil ser agorero, y yo me fio: de un pa¨ªs que ha sido capaz de levantar de la nada, en menos de cinco a?os, su capital ¨CBrasilia¨C se puede esperar de todo.

Hace veinte a?os que no ven¨ªa a esta antigua capital de Brasil, marcada por haber sido durante siglos el centro de importaci¨®n de esclavos africanos. Depositaria de la cultura negra, guardiana de las tradiciones, es una ciudad m¨ªtica, pobre y ca¨®tica, que parece resurgir de sus cenizas. Desde que su centro hist¨®rico, el Pelourinho, barrio antiguo que debe su nombre a la picota donde encadenaban a los esclavos para azotarlos en p¨²blico, fue declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, se han invertido ingentes cantidades de dinero en su rehabilitaci¨®n. Ya no respira este barrio el hedor de la espantosa miseria de anta?o. La zona era tan peligrosa que no hab¨ªa hoteles, estaba tan deteriorada que no exist¨ªa una sola vivienda sana. Era un conjunto trist¨®n, de fachadas leprosas. Lo recuerdo en blanco y negro, y ahora sin embargo el Pelourinho es en colores.

En las callejuelas pasamos frente a una escuela de samba, un sal¨®n de belleza, una pajarer¨ªa, un restaurante que despide aromas a aceite de coco¡­ El hotel donde nos instalamos el fot¨®grafo ?ngel L¨®pez-Soto y yo tiene siete habitaciones y es, como su nombre indica, un Solar dos Deuses. Pertenece a un empresario espa?ol llamado Jos¨¦ Iglesias, que contribuye as¨ª al renacer del barrio. Desde las habitaciones, coquetamente decoradas en el m¨¢s puro estilo colonial, se escuchan los ruidos de la calle, el grito de un vendedor ambulante, la canci¨®n de un borracho, la algarab¨ªa de ni?os persigui¨¦ndose. Suben efluvios de sancocho de cangrejo, de tortuga guisada, de acaraj¨¦s fritos (bu?uelos de habichuelas) y dem¨¢s delicias de la cocina bahiana, rica en especias.

El Pelourinho ahora es en colores. En sus calles fermenta una vida oscura y m¨¢gica

Hace algo m¨¢s de cien a?os, desde estas mismas ventanas, cuyas casas pertenec¨ªan a los due?os de molinos de az¨²car, los habitantes ve¨ªan azotar a los esclavos. Ahora los descendientes de aquellos esclavos son los que ocupan el barrio, en cuyas callejuelas fermenta una vida oscura y m¨¢gica. Este es uno de los conjuntos arquitect¨®nicos m¨¢s grandes y mejor preservados del mundo. Dicen que cuenta con 365 iglesias, una por cada d¨ªa del a?o. Lo curioso es que si ha sobrevivido al paso del tiempo, ha sido gracias a las prostitutas Es precisamente porque el Pelourinho fue refugio de la prostituci¨®n callejera m¨¢s abyecta por lo que el barrio se ha salvado. Ning¨²n empresario quer¨ªa invertir en un lugar tan mal frecuentado. No en vano los bahianos hablan de ¡°Bah¨ªa de Todos los Santos¡­ y de todos los pecados¡±.

El espectro de Jorge Amado, gigante de la literatura que supo tan bien identificarse con la alegr¨ªa de su ciudad, planea sobre el Pelourinho. Su antigua casa, convertida en museo, atesora el universo de marineros, ladrones, prostitutas, brujos, vagabundos, ni?os perdidos y mujeronas generosas que pueblan su prol¨ªfica obra. Los intelectuales brasile?os le reprochan haber contribuido a ofrecer al mundo una imagen exclusivamente folcl¨®rica de su pa¨ªs. Pero eso es olvidar que ha sabido contar la realidad del Brasil profundo con enorme talento. Sab¨ªa que el pesimismo es un lujo de ricos, y el optimismo, un don de los pobres. Y ¨¦l era demasiado optimista para la ¨¦lite algo acomplejada y estrecha de tan vasto pa¨ªs que mira para otro lado cuando se le recuerda la violencia en la Amazonia, el trabajo esclavo que todav¨ªa existe, los mendigos fumadores de crack, la cara oscura del otro Brasil, el que no brilla.

Amado, que tuvo una fe heroica en la vitalidad de su pueblo, a pesar de las condiciones desesperadas de unos pobres que solo sal¨ªan adelante gracias al crimen y la delincuencia, estar¨ªa sonriendo hoy si viese el ¨¦xito del Brasil actual. Pero no por ello se olvidar¨ªa del lastre que todav¨ªa acumula y cuya expresi¨®n m¨¢s abyecta es la violencia que azota las grandes ciudades y las vastas extensiones del interior y que a su vez deriva de la tremenda desigualdad. Hay terratenientes que son due?os de fincas del tama?o de B¨¦lgica y hordas de campesinos sin nada, muchos de ellos agrupados en torno al Movimiento de los Sin Tierra. El misterio es: ?c¨®mo un pa¨ªs con tanta desigualdad, con tantos desequilibrios regionales y raciales, con tanta violencia, consigue mantenerse tan unido? Porque aqu¨ª todos, ricos y pobres, blancos, negros e ind¨ªgenas, nordestinos o sure?os, todos exhiben su brasilidade con inmenso orgullo. Gente simple, amable, abierta, alegre y optimista. La respuesta est¨¢ en la historia, y en un hecho concreto. Los portugueses consiguieron imponer su idioma en todo el territorio, lo que no consiguieron los espa?oles ni en M¨¦xico ni en Per¨², por ejemplo. De modo que en las callejuelas del Pelourinho solo se oye hablar portugu¨¦s entre negros y mestizos. Ese es el aglutinante que ha mantenido unida a esta naci¨®n tan dispar.

Es curioso c¨®mo en un pa¨ªs con una alt¨ªsima tasa de analfabetismo existe una literatura casi oral, pr¨®xima al cuento, novelas que se pueden leer en voz alta ante una multitud de campesinos y que tienen la capacidad de emocionar y de hacer so?ar a gente que nunca lee. En este reino de la televisi¨®n sobrevive lo que llaman la literatura de cordel, que engarza con los sue?os y las curiosidades de los brasile?os pobres. Claro que los mismos que miran a Jorge Amado por encima del hombro desprecian esta literatura del pueblo en oposici¨®n a la alta cultura reservada a los iniciados. Todos los pa¨ªses se parecen; todas las ¨¦lites, tambi¨¦n.

Pelourinho, en el casco antiguo de la ciudad.
Pelourinho, en el casco antiguo de la ciudad.?ngel L¨®pez-Soto

Y hablando de literatura, despu¨¦s de haber explorado bien el Pelourinho y haber disfrutado de la otra Bah¨ªa, la moderna del litoral con sus bares donde se degustan n¨¦coras con cerveza a precio todav¨ªa m¨®dico y se escucha samba y bossa nova en garitos animados, donde huele a mar y a marihuana, nos evadimos de la gran urbe para asistir a la Flica, la Feria del Libro de Cachoeira, el festival literario de la peque?a ciudad colonial de Cachoeira, escondida al fondo del Rec?ncavo, en la desembocadura del r¨ªo Paraguaz¨², a sesenta kil¨®metros de Salvador. Atravesamos campos de palmeras, de ¨¢rboles de cacao, de ca?a de az¨²car, sembrados de antiguos molinos abandonados. Nos detenemos en Santo Amaro, pueblo del az¨²car, con sus casas bajas de estilos colonial y art d¨¦co, todas decr¨¦pitas. No podemos ver a la carism¨¢tica do?a Can¨®, conocida en todo Brasil por haber alumbrado dos genios de la m¨²sica, Caetano Veloso y Maria Beth?nia. Nos dicen que est¨¢ enferma y, en efecto, pocos d¨ªas despu¨¦s de nuestro paso por el pueblo, la ¡°matriarca¡±, quien aseguraba que el secreto de la longevidad era vivir rodeado por la gente que uno ama, muri¨® a los 105 a?os. La despidieron con unos funerales grandiosos.

Cachoeira, en la ribera izquierda del r¨ªo Paraguaz¨², es una de las ciudades m¨¢s bellas del Brasil colonial. Hay muchas otras, sobre todo en el Estado de Minas Gerais, como Ouro Preto, la primera capital, Mariana, Diamantina, S?o Jo?o del Rei¡­ perlas que han sobrevivido a la falta de respeto que los brasile?os sienten por su pasado. Cachoeira es una joya cuyas calles flanqueadas de edificios antiguos milagrosamente conservados descienden hacia el r¨ªo. Su festival literario anual recibe a autores que vienen del mundo entero para compartir unos d¨ªas de charlas, comidas y conciertos. Aqu¨ª se juntan el Brasil moderno y el antiguo. La organizaci¨®n, a cargo de j¨®venes de una edad media que no alcanza los treinta a?os, es perfecta. A¨²nan lo mejor de ambos mundos: son simp¨¢ticos, entusiastas y vitalistas, como el pueblo brasile?o en general, pero pertenecen a esa amplia clase media muy formada, cosmopolita e hiperconectada que podr¨ªa darse en cualquier otro pa¨ªs desarrollado. El contraste lo da el entorno, compuesto en un 90% de poblaci¨®n negra, en su mayor¨ªa pobres, y hasta muy pobres.

Nos alojamos en el Convento do Carmo, parcialmente convertido en hotel tipo parador. Las habitaciones, antiguas celdas encaladas, dan al claustro, que hace de patio y de sala de estar. La otra mitad del convento alberga un museo de arte sacro, uno de los m¨¢s interesantes del pa¨ªs. La sacrist¨ªa contiene cinco armarios floridos con cinco estatuas de Cristo en su interior tra¨ªdos de Macao por un artista de Cachoeira que se fue a las colonias en busca de fortuna. Son Cristos un tanto especiales, con ojos achinados y bigotes que caen en punta de cada lado. Cristos mestizos que simbolizan el ideal brasile?o de la mezcla universal.

Sorpresa, L¨®pez-Soto insiste en presentarme a su novia. No sab¨ªa que tuviera una aqu¨ª, en un lugar tan remoto. Pero es tan lig¨®n y de gusto tan ecl¨¦ctico que ya estoy curado de espanto¡­ Me lleva por unas callejuelas hasta una casa cuyas puertas est¨¢n abiertas, y donde no parece haber nadie. Todo limp¨ªsimo y humilde. Entramos en la cocina, en una habitaci¨®n, en otra¡­, llamamos, pero no obtenemos respuesta. Finalmente, en el saloncito de la entrada descubrimos el cuerpo tendido de una anciana. L¨®pez-Soto se r¨ªe al ver mi cara de asombro mientras observo las grandes manos negras de aquella mujer tumbada, sus dedos enormes, el contraste de las yemas blancas, la piel del rostro como cuero arrugado, las mejillas enjutas, los labios anchos, el turbante deshecho. La respiraci¨®n es profunda, y la cadencia inspira una paz infinita. Permanecemos un buen rato sentados en ese cuarto frente a la M?e Filhinha, su novia, la gran sacerdotisa del candombl¨¦, que es el rito afrobrasile?o de los negros. Una religi¨®n que se remonta a los tiempos cuando la Iglesia cat¨®lica consigui¨® prohibir los cultos africanos, persiguiendo a sus sacerdotes y a sus fieles. Entonces los esclavos, movidos por la necesidad de proteger sus dioses en esa tierra extranjera, los mezclaron con los santos del cristianismo. As¨ª naci¨® el culto sincr¨¦tico conocido como candombl¨¦.

El candombl¨¦ es la religi¨®n de la alegr¨ªa y la m¨²sica. Aqu¨ª los dioses vienen a cantar y disfrutar

La mujer se despierta y nos mira, exactamente igual que si estuviera viendo unos marcianos con antenas sentados en su sal¨®n. Pero no dice nada. Nos observamos mutuamente hasta que cierra de nuevo los ojos y empieza a emitir unos ronquidos suaves, puntuados por su respiraci¨®n acompasada. ¡°Vaya novia te has echado, Soto¡±, le digo mientras aparecen familiares, que disculpan el cansancio de la gran dama. Y es que la M?e Filhinha, la madre de santo del mayor grupo de candombl¨¦ de Cachoeira, est¨¢ a punto de cumplir los 109 a?os. Est¨¢ cansada por el siglo y pico que lleva a sus espaldas y por los preparativos de su cumplea?os, que promete ser un gran evento y al que nos invitan gracias a los buenos oficios de Soto, que saca una retah¨ªla de fotos de anteriores viajes donde vemos a su novia con unos a?itos menos, aunque siempre anciana, d¨¢ndole grandes abrazos. Es lo bueno de viajar con un fot¨®grafo viajado, ¨¦l ya ha pasado por aqu¨ª, me abre las puertas y me hace de gu¨ªa.

El cumplea?os de la M?e Filhinha fue el m¨¢s surrealista de los que he presenciado en mi vida. No se cumplen todos los d¨ªas 109 a?os. Vestida como una reina, con fald¨®n blanco hasta los tobillos y tocada de un turbante, nos recibi¨® sentada en el terreiro de su casa, un patio encalado donde se llevan a cabo las ceremonias. Recib¨ªa con su sonrisa inmensa a los que ven¨ªan a felicitarla, algunos de pueblos de los alrededores, otros del mismo Salvador. A su alrededor, mujeres m¨¢s j¨®venes, tambi¨¦n vestidas de blanco, mov¨ªan sus caderas al son de unos tambores que un par de afrobrasile?os tocaban con destreza. Las sillas se fueron ocupando y pronto el lugar se llen¨® de gente. Soto y yo ¨¦ramos los ¨²nicos extranjeros, y lo que nos gust¨® es que no nos hicieron especial caso: no era un sitio para turistas.

Mientras se caldeaba el ambiente aprovech¨¦ para observar el altar y los accesorios del culto: una estatua de escayola de San Jorge a caballo, asimilado en el pante¨®n del candombl¨¦ al orixa Oxossi, dios de la caza. Pronto, al son de los tambores, algunas mujeres se pusieron a temblar, otras miraban fijamente un punto que solo ellas parec¨ªan ver. El dios que hab¨ªan invocado con sus bailes empezaba a tomar posesi¨®n de sus cuerpos. Soto y yo acompa?¨¢bamos dando palmadas y abriendo mucho los ojos. De pronto se oy¨® un grito agudo, el primer trance. Un joven se cay¨® y enseguida las mujeres le ayudaron a levantarse. La M?e Filhinha presid¨ªa la funci¨®n, imperturbable, con la sonrisa tierna de quien lo ha visto ya todo. Como M?e-de-Santo, su papel consist¨ªa en facilitar el paso de los dioses que buscaban su camino entre los cuerpos. De modo que, siempre con un pa?uelo empapado de colonia en la mano, secaba el sudor del rostro de las j¨®venes que giraban a su alrededor y sosten¨ªa a las que vacilaban¡­

Mezclarse para sobrevivir, fusionar ¡®el otro¡¯, quiz¨¢ resida all¨ª el ¨¦xito de este pa¨ªs

Era como la directora de orquesta de una fiesta que iba subiendo de tono sin que los profanos supi¨¦semos hasta d¨®nde iba a llegar. Nada que ver con las religiones cristiana, budista o hinduista, basadas en la oraci¨®n individual y el silencio. Esta es una religi¨®n del ruido y la ayuda mutua, de la alegr¨ªa y la m¨²sica. Aqu¨ª los dioses vienen a cantar y a disfrutar en los cuerpos de quienes toman posesi¨®n, no a amenazar o a castigar con penitencias. Por primera vez not¨¦ que algunos hablaban en dialectos africanos y nada m¨¢s salir del trance recuperaban la conversaci¨®n en portugu¨¦s. El candombl¨¦ existe como tradici¨®n de un pueblo de esclavos, seres humanos despose¨ªdos de s¨ª mismos que a trav¨¦s del rito recuperaban su identidad colectiva, el v¨ªnculo que los un¨ªa a su pasado y a sus or¨ªgenes, y de all¨ª al mundo. Al cabo de un rato, la M?e Filhinha se acerc¨® a Soto, le coloc¨® las manos en la frente y le pidi¨® que abriese los brazos, las palmas hacia arriba, y que respirase profundamente. Yo me cruc¨¦ de brazos, pero enseguida uno de los asistentes me dijo que no, que deb¨ªa soltarlos, que la energ¨ªa deb¨ªa fluir¡­ Pens¨¢ndolo bien, cruzar los brazos es un reflejo de alguien que se cierra sobre s¨ª mismo, lo que no facilita la libre circulaci¨®n de los dioses. Y ya est¨¢, no pas¨® nada m¨¢s, despu¨¦s de Soto me toc¨® a m¨ª abrir los brazos y cerrar los ojos, y en lugar de dar la bienvenida a alg¨²n dios, pensaba en la inmensidad de Brasil, en lo lejos que est¨¢bamos en aquel momento de los ultramodernos centros comerciales de S?o Paulo con sus helipuertos y su deslumbrante lujo, del hospital puntero Albert Einstein, de la vanguardista universidad de Campinas, de la limpia y met¨®dica Curitiba, de la blanca Porto Alegre¡­ Siempre me sorprender¨¢ que este territorio gi??gantesco, sometido a poderosas fuerzas centr¨ªfugas, no se haya fragmentado. Brasile?os de edades distintas, razas distintas, niveles de vida diferentes, acentos diversos, comparten el mismo amor a su patria, la misma brasilidade.

Al rev¨¦s que las colonias espa?olas, Bra??sil logr¨® su independencia sin apenas derramamiento de sangre. M¨¢s tarde, en 1888, aboli¨® la esclavitud sin el enfrentamiento que hab¨ªa marcado el mismo proceso en los Estados Unidos de Am¨¦rica. Y su transici¨®n de imperio a rep¨²blica tambi¨¦n se hizo suavemente. ?Cu¨¢l es el secreto de Brasil? Quiz¨¢ sea lo que ellos llaman el jeitinho, concepto que no tiene f¨¢cil traducci¨®n, pero que se puede explicar por gesto, en el sentido de tener un gesto, de siempre facilitar la salida de una situaci¨®n, de estar siempre abierto a las concesiones rec¨ªprocas. Un pragmatismo que les hace adaptables, como lo han sido a la hora de recibir a hordas de inmigrantes del mundo entero, convirtiendo sus grandes ciudades en algunas de las m¨¢s cosmopolitas del mundo. Y siempre hay alguna explicaci¨®n escondida en los pliegues de la historia: quiz¨¢ los primeros colonos, muy escasos para semejante extensi¨®n de tierra, tuvieron que pactar con los aut¨®ctonos y aprendieron as¨ª a adaptarse a sus costumbres. La fusi¨®n total la consiguieron uni¨¦ndose a las mujeres locales, a las indias, y luego, a las mulatas y las afrobrasile?as. Mezclarse para sobrevivir: fusionar el otro en una armon¨ªa general. Quiz¨¢ resida all¨ª el ¨¦xito de Brasil, un gran pa¨ªs desigual donde la felicidad no parece depender del bienestar econ¨®mico. Un pa¨ªs homog¨¦neo donde se respira libertad y tolerancia. Donde el desenfado y la alegr¨ªa se contagian al visitante.

En el avi¨®n de regreso, entre Lisboa y Madrid, echo un vistazo a la hoja plastificada que describe el tipo de avi¨®n en el que viajamos: es un Embraer 195. Un avi¨®n enteramente construido en Brasil y que vuela en aerol¨ªneas del mundo entero, incluidas las espa?olas¡­

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