Gentes que saben demasiado
El chantaje, esa violencia sin armas, es un factor casi fijo de la corrupci¨®n
Por qu¨¦ hay quien se obstina en hacer m¨¢s pel¨ªculas si Coppola ya hizo El Padrino? Me gustar¨ªa que la frase fuera m¨ªa, pero es de la cosecha de un catedr¨¢tico de Econom¨ªa llamado Felipe Serrano.
?Por qu¨¦ hay quien se obstina en inventar f¨®rmulas para robar si puede leer los peri¨®dicos espa?oles? No hay d¨ªa sin sobresalto. Cada mes, al menos, hay un asunto que hace tiempo habr¨ªa sido el esc¨¢ndalo del a?o.
Pero no hay que amilanarse. En algunos aspectos de la corrupci¨®n conseguimos superarnos. En concreto, en la modalidad de la pr¨¢ctica del chantaje, que aparece ya como una costumbre habitual para repartir, si no dividendos, s¨ª pagos de culpas, expiaciones o exculpaciones.
La corrupci¨®n tiene, como todo en la vida, m¨¢ximas que son inevitables. La primera es que exige m¨¢s de un participante. A cada corruptor le corresponde un corrompido, al menos. Y las relaciones entre ellos, dada la materia con que se engrasan, jam¨¢s pueden ser de confianza. Quien deposite su confianza en alguien que le est¨¢ comprando favores no es acusable de ingenuidad, sino de estupidez, porque enga?ar al Estado, a los amigos, a una empresa, denota lo suficiente. Quien propone el enga?o es tan culpable del mismo como quien lo acepta. Ambas partes son dignas de desconfianza.
En un libro muy reciente (La ola que arras¨® Espa?a, RBA) un antiguo encargado de obra llamado Guillermo Valc¨¢rcel, hace una aguda y muy divertida narraci¨®n sobre los or¨ªgenes y el desarrollo de la cultura del ladrillo, que es la mayor responsable de la situaci¨®n de postraci¨®n que vivimos. El libro empieza con una estupenda narraci¨®n en la que un encargado con experiencia le dice a un ne¨®fito que en la construcci¨®n no puede fiarse de nadie. El nuevo le pregunta que si tampoco de ¨¦l, y recibe la terminante respuesta: ¡°No. Ni de ti mismo¡±.
Mientras las cosas van bien, no hay problemas. El problema se presenta cuando en un pa¨ªs hay jueces, fiscales, medios de comunicaci¨®n y (s¨ª, los hay, s¨ª) ciudadanos y pol¨ªticos, que no est¨¢n por la labor. En los dos ¨²ltimos casos, se suele producir lo de estar en contra de la corrupci¨®n a t¨ªtulo individual. No es frecuente que un partido pol¨ªtico, por ejemplo, destape la corrupci¨®n que ha tenido lugar en su seno.
Llegado el asunto a las instancias judiciales, hay que saber qui¨¦n est¨¢ implicado, y se piden testimonios y pruebas. Y es ah¨ª cuando entra el chantaje. ?De d¨®nde viene esta espantosa manifestaci¨®n de violencia sin armas (ha desaparecido ETA, por el momento)? Sin duda, de los modales de la construcci¨®n. Pero parece haber algo m¨¢s.
Por ejemplo, las escuelas de Negocios. El presunto Diego Torres est¨¢ ah¨ª. A¨²n no sabemos si es culpable o no, pero act¨²a como si lo fuera: va sacando papeles poco a poco, en las dosis adecuadas, con el aparentemente obvio fin de intimidar a su exsocio, I?aki Urdangarin y a su respetable familia. Torres se ha convertido en el mejor propagandista de la Rep¨²blica desde que falleci¨® Manuel Aza?a a base de seleccionar correos electr¨®nicos.
Por ejemplo, los partidos. Ya sab¨ªamos que en ellos anidaba la corrupci¨®n por muchas razones, entre otras la falta de transparencia y la cercan¨ªa a los poderes que daban licencias urban¨ªsticas. Pero lo del chantaje parece una novedad. Luis B¨¢rcenas, del que a¨²n no sabemos si es o no culpable, raciona la informaci¨®n de modo que la c¨²pula del PP tiembla cada ma?ana y su portavoz se va inventando las historias m¨¢s disparatadas en funci¨®n de lo que se va sabiendo y es casi imposible de explicar. Si es B¨¢rcenas el autor de las presiones a base de informaci¨®n, est¨¢ consiguiendo, al menos, achantar al mism¨ªsimo presidente del Gobierno, que no es capaz ni de despedirle ni casi de mencionar su nombre.
Por ejemplo, los partidos nacionalistas que no han alcanzado la independencia. Sabemos que cuando Catalu?a consiga las aspiraciones de Artur Mas, la corrupci¨®n desaparecer¨¢ de all¨ª. No habr¨¢ m¨¢s casos de saqueo de fondos como el del Palau, ni m¨¢s conexiones con la mafia rusa, ni blanqueo de dinero por parte de los hijos de Jordi Pujol. Pero mientras llega el anunciado d¨ªa, en el seno de Converg¨¨ncia se est¨¢ produciendo algo que suena a chantaje: micr¨®fonos, seguimientos, esp¨ªas¡ Como si la pol¨ªtica catalana estuviera en manos de alg¨²n expresidente de un club de f¨²tbol que fuera m¨¢s que un club.
Hace a?os, durante el franquismo, cuando unos periodistas comenzaron a investigar el llamado caso Sofico, las cosas eran m¨¢s claras: sonaba una llamada en la Redacci¨®n, alguien preguntaba por el encargado del asunto, y le dec¨ªa que si segu¨ªa con ello le iba a dar dos tiros.
Eso es fair play. Cuando uno sabe en qu¨¦ lado de la trinchera est¨¢, se la juega de otra manera.
Pero ahora se ha extendido la costumbre de chantajear al socio, al amigo o al camarada. No se puede uno fiar ni del encargado de obra.
Tambi¨¦n estaba en El Padrino: ¡°Hazle una oferta que no pueda rechazar¡±.
Jorge M. Reverte es periodista y escritor.
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