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Hay aplicaciones y servicios digitales que no piden dinero, pero s¨ª valiosos datos
"Gratis¡± es una de esas palabras que usamos y escribimos igual que los romanos de hace m¨¢s de 2.000 a?os. Podemos, pues, maravillarnos ante ella como lo har¨ªamos si nos mostraran unos hallazgos arqueol¨®gicos bajo el teatro de M¨¦rida.
El Diccionario de la Real Academia define ¡°gratis¡± sin mucha dedicaci¨®n:
¡°Gratuito (de balde). Gratuitamente (de gracia)¡±.
Pr¨¢cticamente como la definici¨®n de 1780, edici¨®n en la cual se dec¨ªa en esa misma entrada:
¡°Lo mismo que de gracia, o de balde¡±.
Y si uno busca ¡°gratuito¡±, encuentra:
¡°De balde o de gracia¡±.
Y en ¡°de balde¡± hallar¨¢:
¡°Gratuitamente, sin coste alguno¡±.
Y en ¡°de gracia¡± leeremos esta definici¨®n:
¡°Gratuitamente, sin premio ni inter¨¦s alguno¡±.
Nos ayuda a salvar ese c¨ªrculo el Diccionario del espa?ol actual, dirigido por el acad¨¦mico Manuel Seco.
¡°Gratis: sin pago o compensaci¨®n a cambio¡±.
Resumimos nosotros, pues: ni hay pago ni hay compensaci¨®n: se recibe algo sin coste ni inter¨¦s alguno. Quiz¨¢ pudi¨¦ramos afinar m¨¢s: ¡°A cambio de nada¡±.
La tecnolog¨ªa suele buscar contrapartidas. En este mundo casi nadie regala nada
La publicidad de las insistentes aplicaciones del smartphone o tel¨¦fono listo (quiz¨¢ deber¨ªamos reservar eso de ¡°inteligente¡± para algo que fuera capaz de razonar) nos insiste en que descarguemos gratis tal o cual aplicaci¨®n.
Ya empezamos asumiendo que semejante tarea es una ¡°descarga¡±, aunque no cambiemos nada de sitio ni parezca de gran esfuerzo el empe?o, ni nos d¨¦ calambre alguno, ni aliviemos a nadie de un peso ni saquemos los bultos de un cami¨®n de mudanzas. Aqu¨ª el elemento descargado no desaparece de un lugar para trasladarse a otro, sino que contin¨²a donde estaba a pesar de que obtengamos de ¨¦l una r¨¦plica o un servicio. Pero es una descarga, vale. Aceptamos descargar como equivalente de obtener o conseguir, o replicar o instalar, o copiar; y hasta aceptamos bajar como acci¨®n de mover algo que no estaba arriba, ni a ninguna altura conocida, que sepamos, y que adem¨¢s se queda en el mismo lugar para que lo descarguemos una y otra vez sin moverlo siquiera.
Todo eso lo aceptar¨¢ la Academia y lo tenemos en el uso cotidiano.
Pero la palabra ¡°gratis¡± est¨¢ en otro costal. Su viejo sentido en lat¨ªn y en espa?ol se mantiene vivo. Y ahora se aplica a una realidad distinta, qui¨¦n sabe si con la misi¨®n de enga?arnos. Nos esconden el significado tan agradable, tan grato (obtener algo ¡°a cambio de nada¡±, por generosidad, por placer, gratis et amore) y nos dan otro parecido pero no igual (obtenerlo ¡°a cambio de algo de lo que no nos damos cuenta¡±).
En efecto, al bajarnos o descargarnos determinadas aplicaciones o servicios no pagamos nada en el acto (al menos as¨ª sucede con una parte de lo que se nos ofrece en ese escaparate que llevamos en el bolsillo); pero eso no supone que nos salga gratis.
Igual que censurar¨ªamos por pleon¨¢sticas las expresiones ¡°gratis total¡± o ¡°totalmente gratis¡±, entendemos que lo gratuito no tiene grados: o una cosa es gratis del todo, o no es gratis. Solo con que costara un c¨¦ntimo ya no ser¨ªa algo gratuito.
Si un vecino le da de comer a un mendigo a cambio de que le pinte la puerta, no le est¨¢ pidiendo dinero; pero tampoco le alimenta gratis.
Y si recibir algo gratis signific¨® siempre que nos lo regalan, que no damos nada a cambio, no sucede eso en nuestros tel¨¦fonos listillos. Los tr¨¢mites para descargar o bajar el servicio o para suscribirnos obligan a responder ante distintos requerimientos, que var¨ªan en cada caso: n¨²mero de tarjeta, correo electr¨®nico, datos personales...
Lo mismo sucede en algunos restaurantes, en ciertas tiendas donde resolvemos olvidos imperdonables o en comercios que nos ofrecen hacernos socios ¡°gratuitamente¡± de un club de clientes. Pero si uno emprende el proceso para tal suscripci¨®n, se encontrar¨¢ enseguida con un formulario donde se le reclaman algunos datos innecesarios para el fin propuesto. Por ejemplo, una red de gasolineras solicita, al ofrecer ¡°gratis¡± su tarjeta de socio, datos como ¡°ingresos anuales brutos del solicitante¡± o ¡°ingresos anuales brutos del c¨®nyuge¡±, adem¨¢s de otros que conciernen solo a la intimidad del veh¨ªculo.
No nos piden dinero, pero nos dan algo... a cambio de algo. No es a cambio de nada.
Quien nos reclama tales detalles personales ¡ªespecialmente las empresas de tecnolog¨ªa y comunicaci¨®n digital¡ª podr¨¢ usarlos en su propio beneficio. Los cruzar¨¢ tal vez con lo que ya sabe de nosotros: d¨®nde vivimos, por d¨®nde nos movemos, qu¨¦ recorridos y destinos buscamos en ¡°c¨®mo llegar¡±, cu¨¢nto dinero manejamos, qu¨¦ pron¨®stico meteorol¨®gico nos interesa... Y obtendr¨¢ de ello una rentabilidad para segmentarnos en los estudios de mercado y ante los anunciantes, quienes nos asediar¨¢n luego con publicidad personalizada; o qui¨¦n sabe si los emplear¨¢ para juzgarnos aptos o rechazarnos cuando se d¨¦ la ocasi¨®n de que pidamos algo al poseedor de nuestros datos.
As¨ª pues, la descarga, la serie de descargas o el uso de servicios aparentemente gratuitos no nos salen gratis, sino que damos mucho a cambio. Damos informaci¨®n sobre nosotros mismos, muy valiosa para el que la obtiene.
A unos les importar¨¢ m¨¢s y a otros menos. Depender¨¢ de sensibilidades, o de prejuicios, o de prudencias, tal vez de ideolog¨ªas, quiz¨¢ de haber le¨ªdo o no a Orwell. Pero la tecnolog¨ªa suele buscar contrapartidas. En ese mundo casi nadie regala nada; aunque diga que lo ofrece gratis.
El problema ahora es si nos podremos bajar de ah¨ª.
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