En la tumba de?Tutankam¨®n
En mayo de 1923, la revista ¡®National Geographic¡¯ daba cuenta de la ceremonia oficial de la apertura de la tumba de Tutankam¨®n, descubierta por Howard Carter el 4 de noviembre de 1922. Este es el relato que escribi¨® Maynard Owen Williams (1888-1963), veterano viajero y fot¨®grafo. Fue el primer corresponsal oficial de la publicaci¨®n en el extranjero.
Probablemente, ning¨²n otro cementerio de esta importancia se encuentre situado en un lugar tan excepcional como las tumbas de los reyes egipcios en Tebas.
Frente al templo de Karnak, en la orilla occidental del Nilo, el horizonte aparece quebrado por abruptos acantilados calizos cuyo color var¨ªa de hora en hora. Aqu¨ª la naturaleza cambia su tez seg¨²n va transcurriendo el d¨ªa: comienza suavemente seductora bajo el vaporoso velo producido por esas candilejas que son los primeros rayos del sol; pasa a mostrarse inclemente bajo el feroz foco de luz del mediod¨ªa y termina oscuramente misteriosa bajo el incandescente cielo del atardecer. La monoton¨ªa de ricos campos que tan familiar resulta en el llano delta del Bajo Egipto da paso aqu¨ª a los ¨¢ridos y bald¨ªos terrenos en los cuales ladrones de tumbas y cient¨ªficos llevan tanto tiempo buscando los lugares donde se ocultan los faraones.
Diez mil turistas se han arremolinado en el lugar donde acaba de realizarse el ¨²ltimo descubrimiento. Otros arque¨®logos que buscaban en el pajar de caliza de El-Qurn esa aguja que es la entrada a la tumba real de Tutankam¨®n llegaron a pocos pasos del lugar donde, al cabo de diecis¨¦is a?os de esfuerzos, lord Carnarvon y Mr. Howard Carter hallaron su recompensa.
Un mont¨®n de botellas vac¨ªas de agua mineral, justo al otro lado del estrecho camino, se?ala el punto donde Theodore M. Davis y Arthur Weigall detuvieron sus trabajos tras haber descubierto la tumba de la reina Tiy. M¨¢s all¨¢, casi en l¨ªnea recta, se encuentra la tumba de Horemheb, sucesor de Tutankam¨®n. Para entrar en ella saltaron por la parte superior de la oculta entrada a la mayor c¨¢mara del tesoro hollada por arque¨®logos, cientos de a?os despu¨¦s de que unos ladrones de tumbas huyeran de all¨ª presas del miedo. Tanto en el tiempo como en el espacio, Mr. Davies, el excavador norteamericano a quien tantos descubrimientos se deben, encuadr¨® la tumba que hoy d¨ªa es el centro de todas las miradas.
El rey fue enviado al otro mundo con un ajuar como nunca se hab¨ªa descubierto
Tutankam¨®n es el rey que retorn¨® al seno de Am¨®n, dios de Tebas, restableciendo all¨ª la residencia real despu¨¦s de que su suegro Akenat¨®n, o Amenofis IV (escrito tambi¨¦n Amenhotep), tras haber cortado de forma espectacular con el poderoso sacerdocio de esta ciudad, trasladara su capital a Tell el-Amarna. Como agradecimiento por este retorno, que encamin¨® hacia Tebas las futuras glorias de Seti I y Rams¨¦s II, am¨¦n de conservar la hegemon¨ªa espiritual de los sacerdotes locales hasta que pudieron hacerse tambi¨¦n con el poder temporal, el rey Tutankam¨®n fue enviado a su viaje por el otro mundo equipado con unos vasos y un ajuar funerario como nunca antes se hab¨ªa descubierto.
Resulta poco probable que la propia tumba, comparativamente peque?a, llegue a tener algo m¨¢s que un inter¨¦s pasajero; pero el rico conjunto de raros y valiosos bienes funerarios que llenaban a rebosar el lugar donde se ocultaba Tutankam¨®n contiene seguramente maravillas del lejano pasado como nunca antes haya visto el hombre moderno.
Llegu¨¦ a Luxor el 17 de febrero, cruc¨¦ el r¨ªo y me dirig¨ª a pie hacia las tumbas de los reyes. Hab¨ªan pasado casi once a?os desde la ¨²ltima vez que las visit¨¦, pero mis recuerdos del acontecimiento son v¨ªvidos. (¡) Esta vez no me apresur¨¦ hacia mi objetivo. Quer¨ªa caminar lentamente y con calma, intercambiar saludos en ¨¢rabe con j¨®venes aldeanas de blanca sonrisa, sentir el sol de ?frica contra mi espalda y ver pasar a los r¨ªgidos camellos camino de los ca?averales.
A PIE, CAMINO DEL VALLE DE LAS TUMBAS. El frescor de la ma?ana todav¨ªa flotaba en el aire. Grupos de prisioneros alisaban y rociaban con agua el camino que su majestad Isabel, la reina de los belgas, iba a utilizar a la ma?ana siguiente cuando llegara para realizar la primera visita regia a Tutankam¨®n en m¨¢s de treinta siglos. (¡)
Mientras atravesaba un poblado de paredes de barro cuyas estrechas callejas se encontraban casi a oscuras bajo esa c¨¢lida luz carente de capacidad reflectora, una ni?a de unos diez a?os dej¨® de pelar con sus resplandecientes dientes una ca?a de az¨²car para desearme un d¨ªa dichoso y ofrecerme compartir sus reservas.
(¡) Me detuve a almorzar en una cantina cerca del templo construido por Hatshepsut, la hermana, esposa y reina de Tutmosis II. En el valle, una hilera de vagonetas descargaban basura en lo alto de la empinada pendiente.
En el lateral del muro que forma la delgada partici¨®n entre esta ca?ada y el anfiteatro de las tumbas de los reyes, cientos de hombres y ni?os estaban trabajando para el Museo Metropolitano de Nueva York. Se detuvieron a comer sus magros almuerzos entre los montones de tierra donde hab¨ªan estado trabanjado duro. (¡)
LA ESPERA EN LA TUMBA. El sol del mediod¨ªa picaba e iba camino de quemar. Me ech¨¦ mi pesada c¨¢mara al hombro y comenc¨¦ a subir el empinado camino. As¨ª es como uno debe acercarse a ese infierno en las colinas donde se escondieron los m¨¢s grandes faraones y en el cual no m¨¢s de dos o tres yacen sin haber sido tocados por la mano del hombre moderno.
Mientras dejaba atr¨¢s la tumba de Seti I y giraba hacia la entrada inferior del valle vi a lo lejos una peque?a tienda blanca, una garita de madera para el guarda armado, el revoltijo de maderas que utilizan los arque¨®logos y el muro nuevo de piedras irregulares que oculta la entrada al mausoleo de Tutankam¨®n.
Hab¨ªa dos corresponsales sentados, y otro m¨¢s vagabundeaba por all¨ª a la espera de noticias. Llevaban semanas esperando bajo la deslumbrante luz del sol, obligados por la fuerza de las circunstancias a ser detectives m¨¢s que escribas; pues, de forma repentina y sin avisar, alg¨²n maravilloso tesoro pod¨ªa ser sacado en su tosco, pero manejable, transporte, pa??ra ser conducido apresuradamente a otra tumba utilizada como almac¨¦n y laboratorio de conservaci¨®n.
De vez en cuando, alg¨²n rumor se escapaba de la entrada para ser evaluado y considerado antes de ser descartado o confiado al tel¨¦grafo.
Tambi¨¦n hab¨ªa por all¨ª un fot¨®grafo de prensa, vestido con un tarboosh para hacerse menos conspicuo entre la masa de musulmanes. (¡)
Estos son los hombres que intentan informar al mundo de las ¨²ltimas noticias relativas a este gran descubrimiento.
UN AIRE DE MISTERIO, INCLUSO A PLENA LUZ DEL D?A. Este cementerio sobrecalentado, que al d¨ªa siguiente ser¨ªa el escenario de una recepci¨®n y un pic-nic para la realeza, era un lugar silencioso. Los corresponsales hablaban en cuchicheos, como si una charla en voz alta fuera a violar los secretos del lugar. Un aire de misterio flotaba pesadamente sobre el paraje, como solo un misterio puede hacerlo a plena luz del d¨ªa. (¡)
FELICIDAD Y TENSI?N EL D?A DE LA APERTURA OFICIAL. Tras la cena me sent¨¦ en el vest¨ªbulo del gran hotel tur¨ªstico de Luxor y observ¨¦ la tragicomedia de la v¨ªspera de la apertura oficial, donde la alegr¨ªa de Bruselas el d¨ªa antes de Waterloo se combinaba con una tensi¨®n que era evidente para todos.
No toda la tensi¨®n se encontraba del lado de los ansiosos reporteros que tanto tiempo llevaban enfrascados en una enervante lucha por conseguir noticias; pues estos se hab¨ªan adelantado a los mism¨ªsimos excavadores a la hora de contarle al mundo que el muro que conduc¨ªa a la c¨¢mara interior hab¨ªa sido horadado el d¨ªa antes y se hab¨ªa podido ver el esperado sarc¨®fago. (¡)
PREPARATIVOS PARA LOS REGIOS VISITANTES DE LA TUMBA. El domingo, a primera hora de la ma?ana, cabalgu¨¦ hacia el lugar de la apertura oficial. Por el momento solo hab¨ªan llegado unos pocos visitantes, pero el escenario estaba dispuesto para el gran acontecimiento del d¨ªa.
A la izquierda se encontraba la tumba de Rams¨¦s IX, en cuyo umbr¨ªo corredor, la sultana y los funcionarios egipcios aguardar¨ªan despu¨¦s la llegada de la reina belga. Justo m¨¢s all¨¢, una empinada escalera conduc¨ªa a la tumba sin importancia a la que fue conducida desde Tell el-Amarna la momia del rey hereje Akenat¨®n, a quien Manet¨®n se neg¨® a mencionar.
LA TUMBA DE AKENAT?N, UTILIZADA COMO CUARTO OSCURO DEL FOT?GRAFO. Si el esp¨ªritu del gobernante que intent¨® liberar a su pueblo del modo de hacer de los sacerdotes y de unas manidas convenciones para establecer el monote¨ªsmo en su imperio siguiera rondando por el lugar, ?qu¨¦ estar¨ªa sintiendo ahora! Pues su tumba estaba siendo utilizada como cuarto oscuro por el fot¨®grafo oficial, bajo cuya luz roja revelaba extra?as im¨¢genes de los tesoros que se estaban encontrando al otro lado del camino¡ hallazgos de una magnificencia desconocida por Akenat¨®n.
(¡) Seg¨²n aumentaba la temperatura de la jornada, fueron llegando peque?os grupos de visitantes; pero como no se hab¨ªa pretendido convertir esto en una fiesta popular, la multitud nunca lleg¨® a contar con m¨¢s de 200 personas. (¡)
LA REINA ENTRA EN LA TUMBA. Entonces lleg¨® lord Allenby en su autom¨®vil, para situarse cerca de la barrera y dar la bienvenida a la reina.
Lleg¨® un veh¨ªculo; descendi¨® una figura vestida de blanco; hubo numerosas presentaciones, especialmente a los funcionarios egipcios presentes, y la reina, con Mr. Carter abriendo camino, lord Carnarvon a su izquierda y con la hija de este justo detr¨¢s, baj¨® la pendiente que conduce a la boca de la tumba. Al cabo de unos instantes, su majestad hab¨ªa penetrado en el umbr¨ªo portal tras el cual Tutankam¨®n, si en verdad su momia se encuentra bajo ese inmenso baldaquino dorado, esperaba silencioso su llegada.
El siguiente detalle de verdadero inter¨¦s fue el polvo visible en la espalda de lord Allenby cuando sali¨®, quiz¨¢ media hora despu¨¦s. Un hombre no llega al desierto con un inmaculado clavel en la solapa y luego se mancha de polvo la espalda accidentalmente. El sarc¨®fago llena la c¨¢mara tan completamente, que el distinguido ingl¨¦s tuvo que arrimarse a la pared para poder llegar a la esquina.
UNA VISTA DEL INTERIOR DE LA TUMBA. El lunes, el d¨ªa despu¨¦s de la apertura oficial, entr¨¦ en la tumba formando parte del primer reducido grupo de corresponsales.
Fue un coleccionista de sellos en Beirut quien me hizo comprender las precauciones adoptadas por los excavadores el primer d¨ªa, cuando la entrada interior fue revelada a los corresponsales. Cuando hice amago de coger uno de sus tesoros con la mano desnuda casi grit¨® de dolor. R¨¢pidamente me pas¨® unas delicadas pinzas con las cuales pude examinar el sello a placer. (¡)
Hab¨ªa entre nosotros algunos que eran capaces de comprender gran parte de lo que observamos; pero mi estudio de los tesoros egipcios hab¨ªa tenido lugar de forma apresurada hac¨ªa m¨¢s de diez a?os.
Esto es lo que vi:
Unas empinadas escaleras conduc¨ªan a una pendiente que terminaba en una puerta de hierro nueva, tras la cual hab¨ªa una fuerte luz. En esos d¨ªas, las tumbas del Valle de los Reyes casi pod¨ªan publicitarse anunciando: ¡°Dotadas de los ¨²ltimos adelantos¡±, pues varias de ellas han sido provistas de iluminaci¨®n para mayor comodidad de los visitantes, y Mr. Burton, para poder realizar su trabajo fotogr¨¢fico oficial, posee una l¨¢mpara el¨¦ctrica de alta energ¨ªa que iluminaba la primera c¨¢mara en la que entramos como si estuviera a plena luz del d¨ªa.
El sol picaba. Me ech¨¦ mi pesada c¨¢mara al hombro y comenc¨¦ a subir el camino
Justo detr¨¢s de esa luz, apantallada por un tosco tablero, se encontraba una de las dos figuras de tama?o casi natural. R¨ªgida por culpa del artista, e indefensa en su vano intento por proteger de pie la tumba real, lleva una maza dorada en una mano y un largo bast¨®n tambi¨¦n dorado en la otra, con un guardamano en forma de hoja de palma bajo el pu?o. Las partes de la estatua que representan la piel son oscuras, casi negras, color que en el arte egipcio diferencia la figura masculina de la femenina.
Las fotograf¨ªas oficiales de esta estatua y su gemela, situada frente a ella al otro lado de la puerta, en el extremo derecho de la c¨¢mara transversal, hacen f¨²til la descripci¨®n de estas figuras guardianas. (¡) Mir¨¢ndose una a otra a trav¨¦s del espacio sobre el que supuestamente hab¨ªan de formar una barrera, las estatuas tienen un aspecto ausente¡, mientras nos miran desde el siglo XIV antes de Cristo. (¡)
UNA DECORACI?N MARA??VILLOSA EN EL SARC?FAGO. Entre estas dos estatuas se encuentra la entrada a la c¨¢mara interior, bloqueada con tablones nuevos, de tal modo que nadie pueda pasar a la c¨¢mara propiamente dicha.
La distancia entre el inmenso sarc¨®fago y los toscos muros es tan escasa, que uno tendr¨ªa que pasar con cuidado. Tableros nuevos, separados del sarc¨®fago mediante suaves protecciones, resguardaban esa esquina de la enorme caja en la cual se espera que repose Tutankam¨®n. Resulta evidente que, despu¨¦s de que lord Allenby se ensuciara la espalda, se adoptaron nuevas precauciones para proteger esta incomparable reliquia del pasado.
Las palabras no bastan para describir el efecto de la decoraci¨®n de esta gran caja, de la cual solo es visible una esquina. Los ojos secretos te miran llenos de reproche a media altura del borde del lado derecho, y una serpiente agita impotente sus anillos desde unos convenientes pliegues cerca de la parte superior.
La estructura parece ser de madera, cubierta con pan de oro, o de oro algo m¨¢s grueso, que es bastante brillante y tiene un delicado friso de lapisl¨¢zuli o esmalte de fayenza que la cruza. (¡)
Si bien la vista de la c¨¢mara interior, en cuyo muro derecho hay una peque?a, pero colorida decoraci¨®n mural, fue tan decepcionante en extensi¨®n como satisfactoria en cuanto a calidad, la vista de la c¨¢mara en la que nos encontr¨¢bamos fue un gran desencanto.
La figura lleva una maza dorada en una mano y un largo bast¨®n en la otra
La enorme cantidad de tesoros que hab¨ªa atestado esta c¨¢mara hab¨ªa sido desa??lojada, dej¨¢ndola pr¨¢cticamente vac¨ªa. A la derecha, las dos estatuas guardianas del rey, que no pod¨ªan proteger sus marchitas formas; a la izquierda, unos pocos tesoros, incluidos dos vasos de alabastro (¡). Cerca de la parte inferior del rinc¨®n izquierdo del muro posterior, una peque?a barrera de delgados tableros impide ver la c¨¢mara que hay m¨¢s all¨¢, sobre la cual corre el rumor de que est¨¢ repleta hasta el techo de ofrendas funerarias.
CONVERSACI?N DENTRO DE LA TUMBA. (¡) Antes de salir escuch¨¦ por casualidad dos comentarios. Un hombre de la asociaci¨®n de la prensa estaba discutiendo con el superintendente sobre la decoraci¨®n del sarc¨®fago:
¨CEs un horrible art nouveau.
¨CS¨ª, muy Luis XIV, replic¨® el superintendente.
¨CSupongo que, si la momia est¨¢ all¨ª dentro, llevar¨¢ algunas joyas exquisitas, dijo una dama presente.
¨CSi est¨¢ intacta, llevar¨¢ m¨¢s adornos que un floreciente maharaj¨¢, fue la respuesta. (¡)
DE VUELTA A LUXOR. Cabalgu¨¦ de vuelta hacia Luxor. Los ghaffirs, que tan derechos luc¨ªan ayer cuando pasaba la reina, ahora se acuclillaban en el polvo. (¡) Un tren de ca?a de az¨²car anuncia con un silbido su salida hacia Armant, y la misma ni?a que hace dos d¨ªas se ofreci¨® a compartir su ca?a de az¨²car con un vagabundo a pie viene ahora a pedirme baksheesh mientras voy montado sobre Marconi [un burro], cuya longitud de onda era corta e irregular.
En el Nilo se balanceaba una fea embarcaci¨®n con velas de mariposa de un blanco inmaculado. Las buganvillas de la orilla, una v¨ªvida masa de p¨²rpura contra los muros amarillos del gran hotel, contrastaban con las polvorientas columnatas del templo de Luxor al otro lado del r¨ªo. Seg¨²n alcanzo el embarcadero puedo oler el caf¨¦ que est¨¢n haciendo los arrieros de burros en sus burdos refugios de ca?a.
Cruzamos el Nilo de ese particular modo que pone las lejanas colinas en movimiento alrededor de cada punto de su orilla, y llegamos inmersos en el glorioso atardecer al gris embarcadero de Luxor, repleto de turistas de los grandes hoteles y de tres vapores que acababan de arribar.
Entr¨¦ en una tienda para dejar mis rollos de pel¨ªcula y me di cuenta de que la influencia de Tutankam¨®n todav¨ªa se dejaba sentir en el mundo, porque una mujer de blanco estaba diciendo:
¨CEspero que consigamos un pase, porque me vuelven loca las momias, y dicen que esta ser¨¢ la mejor de todas.
Pero la momia de Tutankam¨®n, en caso de que est¨¦ esperando all¨ª, mirando con ojos ciegos la tapa que no tardar¨¢ en ser levantada, todav¨ªa no ha sido liberada de las ataduras de la tumba a la cual fue conducida por sus amigos para preservar su cuerpo y protegerlo del mundo.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Miguel Parra.
EL PA?S presenta la colecci¨®n 'Historia', de National Geographic, editada con motivo de su 125 aniversario. M¨¢s informaci¨®n en www.historiangelpais.com
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