Churchill, Roosevelt y Juan XXIII
La Gran Recesi¨®n ha cuestionado uno a uno los postulados ideol¨®gicos que la revoluci¨®n conservadora, defendida por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, hizo hegem¨®nicos durante m¨¢s de un cuarto de siglo
A Jos¨¦ Luis Sampedro
El objetivo de la revoluci¨®n conservadora que naci¨® a principios de los a?os ochenta era sustituir a Winston Churchill, Franklin Delano Roosevelt y Juan XIII como iconos del siglo XX, por Thatcher, Reagan y Juan Pablo II. Roosevelt era el vencedor de la Gran Depresi¨®n con una pol¨ªtica de regulaci¨®n de la econom¨ªa y de protecci¨®n social a los que se quedaban por el camino, molidos por el sufrimiento, y tanto Churchill como ¨¦l representaban los valores de los aliados, triunfadores de la II Guerra Mundial. Juan XXIII hab¨ªa comenzado el aggiornamientode la Iglesia cat¨®lica y puesto en funcionamiento ese ox¨ªmoron denominado ¡°cristianismo de rostro humano¡±.
La revoluci¨®n conservadora que lideran Thatcher y Reagan ten¨ªa dos fases ideol¨®gicas: primera, acabar con el Estado de bienestar nacido del miedo al poder de atracci¨®n del comunismo (una especie de revoluci¨®n pasiva dentro del sistema); y segunda, liquidar los contenidos educativos y culturales permisivos de Mayo del 68. Era pues una acci¨®n doble, compuesta por intereses econ¨®micos liberales y valores pol¨ªticos conservadores, que dos d¨¦cadas despu¨¦s retoman y actualizan los neocons de todo el mundo y que tiene su c¨¦nit en los EE UU de George W. Bush, con los Rumsfeld, Cheney, Kagan, Kristol¡ Y prende por necesidad: el fracaso del anterior paradigma dominante, el keynesianismo, para hacer frente a un fen¨®meno nuevo, la estanflaci¨®n, mezcla de precios altos y econom¨ªa paralizada, consecuencia en buena parte de las dos crisis del petr¨®leo de los a?os setenta. El keynesianismo hab¨ªa dome?ado el desempleo pero no la inflaci¨®n. A este reto se enfrentan los conservadores.
Durante m¨¢s de un cuarto de siglo la revoluci¨®n conservadora ha sido hegem¨®nica en el terreno del pensamiento, las ideas y las pol¨ªticas econ¨®micas. Los atentados terroristas de principio de siglo acentuaron sus rasgos m¨¢s duros, pero entonces ya se vio, aunque en dosis homeop¨¢ticas para lo que sucedi¨® despu¨¦s, que la f¨®rmula para salir de la recesi¨®n consist¨ªa en introducir paladas de dinero p¨²blico en el sistema. La Gran Recesi¨®n que comienza en el verano del a?o 2007 pone en cuesti¨®n sus postulados centrales, mucho m¨¢s teorizados por Thatcher y sus think tanks que por Reagan y sus muchachos (que se convirtieron en representantes de un keynesianismo de derechas ¡ª¡°keynesianismo bastardo¡±, lo denomin¨® Joan Robinson¡ª al dejar a sus herederos un gigantesco d¨¦ficit p¨²blico motivado por las inversiones p¨²blicas en la guerra de las galaxias y en el aparato militar, con el objeto de acabar con un comunismo exhausto). Entre esos postulados destacan los siguientes:
Se trataba de acabar con el Estado de bienestar y con la cultura que estall¨® en Mayo del 68
El Estado es el problema, el mercado la soluci¨®n. Pero hoy sabemos que las principales dificultades derivadas de un sector financiero con pies de barro y de econom¨ªas reales con paro y empobrecimiento de las clases medias son propias de Estados d¨¦biles, demediados, no del Ogro Filantr¨®pico de Octavio Paz ni de leviatanes. Para arreglar esos problemas de mercados que no funcionan y tienden al oligopolio se precisa de Estados y supervisores fuertes. La soluci¨®n al sistema financiero ha pasado por la continua intervenci¨®n en el mismo del sector p¨²blico, con el dinero de los contribuyentes en juego, hasta el punto de que ha vuelto a conjugarse el verbo nacionalizar. El ¨²nico momento en que la revoluci¨®n conservadora, orgullosa, se activa y deja quebrar Lehman Brothers bajo el principio de que cada palo aguante su vela, es cuando todo el tinglado est¨¢ a punto de desmoronarse. Los planes de estabilizaci¨®n son mecanismos administrativos, y por tanto al margen del mercado, que buscan reequilibrar las posiciones de poder en el seno de la econom¨ªa. As¨ª como la socializaci¨®n de p¨¦rdidas.
La desregulaci¨®n como meta. En 1986, Margaret Thatcher lidera el big bang en la Bolsa de Londres. La City londinense deviene en el para¨ªso de la desregulaci¨®n y la innovaci¨®n financieras, hasta cotas verdaderamente dif¨ªciles de entender incluso para los expertos. Desde entonces se ha hecho mucho dinero en esos mercados, pero la titulizaci¨®n de hipotecas y otros cr¨¦ditos, los productos derivados, los fondos de alto riesgo, o los instrumentos opacos que han estado en el origen de la Gran Recesi¨®n que arranca de EE UU, tienen en la City su patria y su versi¨®n m¨¢s sofisticada.
El capitalismo popular. La adquisici¨®n de acciones en empresas de las que no se conoc¨ªa ni siquiera su actividad, por el mero hecho emulador y gregario de que el vecino est¨¢ ganando mucho m¨¢s dinero que t¨², form¨® parte de la nueva econom¨ªa, ese paradigma ef¨ªmero, con fuerte presencia medi¨¢tica, que dec¨ªa que se hab¨ªan acabado los ciclos econ¨®micos simplemente por la aplicaci¨®n conjunta de las entonces nuevas tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n y la informaci¨®n, y la flexibilidad empresarial. Ello acab¨® con los primeros efectos nefastos en la econom¨ªa real de las hipotecas de alto riesgo. Ya sabemos lo que ocurri¨®: la sociedad de propietarios, que pretend¨ªa hacer de cada individuo un poseedor de vivienda propia, gener¨® la burbuja inmobiliaria que ha estado en el origen de nuestros problemas actuales. Los desahucios se explican precisamente por lo anterior.
Entre las ideas, las ideolog¨ªas y los intereses suele haber una interacci¨®n compleja. Los mercados financieros estaban interesados en defender la desregulaci¨®n; la ideolog¨ªa del libre mercado de Thatcher y Reagan les hizo un gran servicio. Pero si la econom¨ªa es una ciencia social, sus postulados tienen que ser probados. Esta crisis ha cuestionado esos supuestos ampliamente difundidos por la revoluci¨®n conservadora. Esta, que es poli¨¦drica en sus efectos, gener¨® mucha riqueza pero la reparti¨® muy regresivamente: hasta hoy, Gran Breta?a y EE UU han sido las sociedades m¨¢s desiguales y con m¨¢s falta de cohesi¨®n del mundo desarrollado. En estos momentos en que se hace balance de un mito, conviene recordar a sus perdedores. Que son realidad tangible.
El thatcherismo gener¨® mucha riqueza y la sociedad m¨¢s desigual del mundo desarrollado
Posdata. Hay un aspecto poco recordado, pero muy siniestro, en la biograf¨ªa de Margaret Thatcher: la protecci¨®n y el cari?o dados al general Pinochet cuando este tuvo que aguardar en Londres a la petici¨®n de extradici¨®n, por delitos contra la humanidad, hecha por el juez Garz¨®n. Thatcher, que multiplic¨® los tactos de codos p¨²blicos y las tazas de t¨¦ con el dictador chileno, declar¨® en el congreso del Partido Conservador, en octubre de 1989, que la persecuci¨®n a Pinochet se deb¨ªa a ¡°una venganza de la izquierda internacional por la derrota del comunismo, por el hecho de que Pinochet salvara a Chile y salvara a Latinoam¨¦rica¡±. Thatcher y Pinochet no solo estaban unidos por sus intereses (el apoyo de Chile a Gran Breta?a en la guerra de las Malvinas), sino por sus simpat¨ªas por un sistema econ¨®mico, el neoliberalismo, que ha tenido hasta ahora sus momentos m¨¢s puros bajo la dictadura militar chilena, con la hegemon¨ªa de los Chicago Boys y su ap¨®stol, Milton Friedman, en la misma.
El peri¨®dico El Mercurio, de Santiago contiene en su hemeroteca la fant¨¢stica historia con la que Pinochet cuenta su ca¨ªda del caballo y su conversi¨®n a la religi¨®n liberal¡ en la econom¨ªa: ¡°Este es un viaje sin retorno del modelo econ¨®mico. (¡) Agradezco al destino la oportunidad que me dio de entender con mayor claridad la econom¨ªa libre o liberal¡±. En el Chile de Pinochet la f¨®rmula fue una f¨¦rrea dictadura pol¨ªtica acompa?ada de una privatizaci¨®n casi absoluta de la econom¨ªa y la desaparici¨®n de cualquier s¨ªntoma de protecci¨®n social. Lo que los economistas de la Escuela de Chicago so?aron, pero no pudieron experimentar ni siquiera en la Gran Breta?a de Thacher o en los EE UU de Reagan (por las resistencias que los ciudadanos impon¨ªan a las consecuencias socialmente m¨¢s dolorosas de sus pol¨ªticas), lo hicieron en el Chile militar, sin sindicatos libres ni sociedad civil organizada. Sobre todo ello no hay ni una palabra de condena de Thatcher.
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