Por dos o tres trajes
Esas palabras no se pueden borrar, se han instalado en el historial de la permisividad
El expresidente Francisco Camps puede pasear ahora su suprema absoluci¨®n con leg¨ªtimo orgullo, pues un inocente es un inocente es un inocente, que dir¨ªa Gertrude Stein, pero ni ese tribunal, ni ¨¦l, ni nadie, ser¨¢ capaz nunca de despojarlo de la incierta honra de haber dado con su famoso caso nombre o palabras a una de las peores etapas de nuestra historia nacional de la corrupci¨®n.
Esas palabras no las dijo ¨¦l, dicho sea en el honor del que fue honorable president. Las dijeron en su defensa los que creyeron que as¨ª defend¨ªan su inocencia de las otras palabras escuchadas en las grabaciones que el jurado y el Supremo y el p¨²blico en general tuvieron a su disposici¨®n a lo largo de meses y meses de conocimiento habitual de la ignominiosa charla de G¨¹rtel.
Esas palabras fueron ¡°por dos o tres trajes no se vende nadie¡±. Lo dijeron porque, en efecto, al principio del caso parec¨ªa que el tema (el Tema, ?si nos oye don Fernando L¨¢zaro!) se reduc¨ªa a dos o tres trajes que el ¨ªnclito presidente hab¨ªa aceptado de aquella trama de Correa, a la que sus cong¨¦neres del Gobierno de la Generalitat Valenciana premiaron con ping¨¹es negocios.
Lo que quer¨ªan decir, en suma, era que alguien en el ejercicio del poder puede aceptar regalos y prebendas de dudoso origen y de a¨²n m¨¢s dudoso fin, y que una vez aceptado que eso fue as¨ª nadie tiene derecho a restarle legitimidad al hecho. La cuesti¨®n (o el tema) se aceler¨® un d¨ªa en que un periodista de Abc, ?ngel Exp¨®sito, le pregunt¨® a Camps en un almuerzo p¨²blico si ¨¦l se pagaba sus trajes, puesto que hab¨ªa sido puesto en entredicho por ese hecho precisamente.
Claro, dijo, ¨¦l se pagaba sus trajes. A partir de ah¨ª, en las tertulias, en las convencionales y en las period¨ªsticas, en las que divide el mundo en buenos y malos o en las de los que creen que si el otro no parece honesto, el otro tiene derecho tambi¨¦n a no parecerlo, e incluso a no serlo, aquella frase (¡°?por dos o tres trajes!¡±) alcanz¨® el dudoso honor del trending topic y se esgrimi¨® como un esparadrapo para callar las voces de aquellos que creen que la est¨¦tica es una parte fundamental de la ¨¦tica.
En el juicio aquel se airearon las conversaciones; fueron tremendas, sonrojaron en las casas, y desataron en los acusados (Camps, Costa, otros) caras de circunstancias en las que uno no sab¨ªa si leer circunspecci¨®n o lamento o nada. Y quedaron absueltos, sucesivamente, por la m¨ªnima y luego por goleada, esta vez en la suprema instancia del Tribunal Supremo. Cosa juzgada. Lo que pasa es que en el juicio de la historia chiquita, la que se queda martilleando en la cabeza como si fuera una gota malaya, esas palabras, ¡°por dos o tres trajes¡±, no se pueden borrar, se han instalado en el historial de la permisividad con la misma machacona insistencia con que sonaron en su momento como excusa para explicar las compa?¨ªas intolerables de los servidores p¨²blicos.
Unos no se acuerdan de lo que hicieron; otros explican que lo que hicieron en realidad lo hicieron otros, o en nombre de otros; otros insultan; aquellos gritan. Habr¨¢ que decir que las palabras importan, como un dardo, y que una vez lanzadas ya no tiene retorno ni aunque los jueces digan que no importa por qu¨¦ se dijeran.
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