Un Rey para mi generaci¨®n
El desgaste de la figura del Monarca y la nueva realidad social aconsejan un relevo
La situaci¨®n procesal de la infanta Cristina de Borb¨®n en la causa que se instruye en un juzgado de Palma de Mallorca por el caso N¨®os acent¨²a el desgaste que sufre, de forma acelerada, la figura institucional del rey Juan Carlos. Que el Rey tenga a una de sus hijas pendiente de aclarar definitivamente su situaci¨®n ante la justicia debe de resultar muy doloroso en lo personal, pero tal circunstancia debe de ser obviada desde la Casa del Rey para centrar toda la preocupaci¨®n en abordar los nuevos desaf¨ªos a los que se enfrenta la instituci¨®n, evitando que la inacci¨®n (o una acci¨®n equivocada) acabe imponi¨¦ndose como m¨¦todo de resoluci¨®n de problemas en la jefatura del Estado.
Sin embargo, no es mi intenci¨®n detenerme a analizar estos hechos. Entiendo que, al margen de ellos, existe una realidad previa que ha erosionado a la Corona y que nos invita a valorar si dicho desgaste puede ser encauzado por su actual titular o si, por el contrario, el Rey ha contribuido de forma significativa a ello gracias a una serie de circunstancias ¡ªalgunas de naturaleza end¨®gena y otras de car¨¢cter ex¨®geno¡ª que lejos de hacer factible una mejor¨ªa, permiten m¨¢s bien anticipar una situaci¨®n cada vez m¨¢s complicada. Si, como entendemos, estuvi¨¦ramos en el segundo de los escenarios, la estabilidad de la Monarqu¨ªa en Espa?a demandar¨ªa probablemente un relevo relativamente r¨¢pido en la persona del pr¨ªncipe de Asturias. Deteng¨¢monos a analizar las circunstancias que explican, a mi juicio, un escenario como el descrito con el desenlace propuesto.
Los enredos han sacado a la luz una forma de proceder alejada de la imagen que don Juan Carlos se esfuerza en ofrecer
Mencionar las circunstancias end¨®genas que han contribuido a un deterioro de la figura del Rey nos exige detenernos en un dato puramente objetivo. As¨ª, el historial cl¨ªnico m¨¢s reciente de don Juan Carlos nos previene sobre un desgaste f¨ªsico m¨¢s que evidente a causa de la edad, de la intensidad con la que se ha vivido y, por supuesto, de la acumulaci¨®n de intervenciones quir¨²rgicas de distinta naturaleza y gravedad. No ser¨ªa esta cuesti¨®n, sin embargo, la que sugiriera la apertura de un debate sucesorio si no fuera porque las reiteradas bajas m¨¦dicas del Rey interfieren en su propia disponibilidad para tripular la Corona en un tiempo de zozobra, m¨¢s all¨¢ de las dificultades para atender convenientemente la agenda institucional.
Con todo, es verdad que los problemas de salud de don Juan Carlos no son los que han contrariado a la sociedad espa?ola rompiendo el viejo idilio que esta ha mantenido, sin fisuras, con su Rey. Cuando se supo que don Juan Carlos hab¨ªa viajado a ?frica a cazar elefantes despu¨¦s de haber asistido en familia a la misa de Pascua en Palma de Mallorca, la sociedad interpret¨®, sin embargo, que se trataba de algo m¨¢s que de una equivocaci¨®n personal susceptible de merecer ser perdonada. Esta percepci¨®n se vio confirmada cuando la acompa?ante del Rey ha declarado, sin pudor alguno, ser responsable de supuestas gestiones confidenciales y delicadas a favor del Gobierno de Espa?a. Todo este enredo, no del todo aclarado p¨²blicamente, ha sacado a la luz una forma de proceder alejada de la imagen que el propio Rey y su entorno se esfuerzan en ofrecer.
La cuesti¨®n del presupuesto p¨²blico de la Casa del Rey y las finanzas privadas del Rey tampoco parece una cuesti¨®n balad¨ª. Hasta ahora el tema no ha ocupado una intensa atenci¨®n medi¨¢tica, pero es muy probable que no permanezca silenciado mucho tiempo. Las cuentas de la Casa del Rey y su sometimiento a los principios de transparencia y publicidad es una exigencia que, m¨¢s all¨¢ de lo que declare finalmente la Ley de Transparencia, se deriva de algo tan obvio como que la Casa del Rey es una parte m¨¢s, aunque resulte una parte especial, de la Administraci¨®n del Estado sostenida por presupuesto p¨²blico. Pero si delicada ha sido siempre la gesti¨®n p¨²blica de las cuentas de la Casa del Rey, mucho m¨¢s complicado de presentar es el relato, todav¨ªa no abordado, en torno a la herencia, la existencia de una cuenta en Suiza, la tributaci¨®n de la misma y, por supuesto, el alcance real de la siempre rumoreada fortuna personal del Monarca.
El patr¨®n que hab¨ªa permitido dise?ar el armaz¨®n de nuestra Monarqu¨ªa da pruebas evidentes de fatiga
El patr¨®n que hab¨ªa permitido dise?ar el armaz¨®n de nuestra Monarqu¨ªa y el estilo que impuso su titular da pruebas evidentes de fatiga. La rapidez con la que se han desarrollado algunos acontecimientos han demostrado las dificultades que implica no haber aclarado tres conceptos parecidos pero no coincidentes: la familia real, la familia del Rey y la Casa del Rey.
La confusi¨®n ha derivado en serias dificultades para limitar los riesgos de contagio cuando ha sido necesario apartar a algunos miembros de la familia real motivado por un comportamiento poco ejemplar. No abordar legalmente las diferencias entre unos y otros conceptos ha provocado que fuera a trav¨¦s de la web oficial de la Casa del Rey como se han anunciando oportunas actualizaciones sobre una obsoleta concepci¨®n de la familia real seg¨²n ha exigido la situaci¨®n familiar de los afectados o la propia realidad jur¨ªdico-procesal de sus miembros.
El ¨²ltimo servicio de la Corona al pa¨ªs podr¨ªa ser aceptar un relevo antes de lo imaginado?
Si, como se ha indicado, existen razones end¨®genas suficientes que permiten explicar el desgaste que ha sufrido la figura del Rey, no se pueden ignorar aquellas otras razones de car¨¢cter ex¨®geno que tambi¨¦n han contribuido a evidenciar las limitaciones de un Monarca sobrepasado por los acontecimientos y por la propia realidad pol¨ªtica del momento. Es obvio que Espa?a no es la misma que se dej¨® acompa?ar por un Rey que acept¨® sin reservas la Constituci¨®n de 1978. Lo que entonces se valor¨® como gestos que merec¨ªan reconocimiento por resultar audaces, hoy son actos de una pasmosa normalidad democr¨¢tica. Para la mayor¨ªa de espa?oles es parte de la memoria y, en todo caso, de los archivos de nuestra historia reciente, aquella noche del 23 de febrero en la que un Rey uniformado se gan¨® el respeto de la sociedad civil. Los ¨¦xitos del pasado nadie los discute, pero el cr¨¦dito acumulado entonces no es suficiente para conducir un presente que definen y juzgan quienes han nacido, se han educado y tienen como referente otra Espa?a muy distinta a la de la Transici¨®n. Al margen de los problemas por los que atravesamos, la Espa?a de hoy es una democracia moderna necesitada, eso s¨ª, de algunos ajustes importantes, es un pa¨ªs que sigue comprometido con la integraci¨®n europea y que debe fortalecer su cr¨¦dito internacional, tiene unos medios de comunicaci¨®n consolidados que ya no admiten pactos de silencio, se asienta sobre una sociedad cr¨ªtica que exige instituciones honorables que se legitimen por el ejercicio responsable de sus competencias y dispone de un tejido industrial y empresarial que compite, al margen de apoyos, en el mercado exterior.
Esta Espa?a necesita, tambi¨¦n, una Jefatura de Estado que se acomode a la nueva realidad que exige el pa¨ªs: un Rey acad¨¦micamente bien formado, un Rey habituado a una forma de actuar m¨¢s profesionalizada, un Rey que sea referente para esa generaci¨®n que ha crecido en democracia, un Rey sin m¨¢s servidumbres que la que le imponga su propia condici¨®n real. En suma, un Rey de nuestra generaci¨®n y para nuestra generaci¨®n.
Espa?a es un pa¨ªs generoso que sabe poner en su justo t¨¦rmino una hoja de servicios como la que, sin duda, puede acreditar Su Majestad. Sin embargo, no ser¨ªa leal ignorar que el ¨²ltimo servicio al pa¨ªs puede pasar por un relevo antes de lo que el propio don Juan Carlos hubiera, quiz¨¢, imaginado. No valorar adecuadamente el ritmo con el que se desarrollan los acontecimientos es un error que puede colocarnos, en breve, en un debate distinto al que estamos planteando, en el que poco importe ya destacar las virtudes del Pr¨ªncipe y de la persona con quien comparte la vida. No ignoro que tiempo es lo que puede necesitar quien est¨¢ en disposici¨®n de reclamar siquiera el derecho a elegir el momento m¨¢s adecuado para escenificar, sin presiones, la decisi¨®n que en estas l¨ªneas se reclama. Pero ser¨ªa oportuno precisar que solo si se acepta la propuesta puede tener sentido asumir una nueva dosis de paciencia.
Mariola Urrea Corres es profesora titular de Derecho Internacional P¨²blico de la Universidad de La Rioja.
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