Errores garrafales
En las condenas de Isabel Pantoja y Ortega Cano, sus sentencias parecen un poco eso: Hechas a medida. Sus vidas est¨¢n cruzadas en nuestra imaginaci¨®n popular.
![Boris Izaguirre](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F7b8b74bf-5f1d-4b01-8847-c9bf6c40ac81.png?auth=f6b06c3c9498b62f626c67c774208e0231ea936db05c60e25245a269e232faeb&width=100&height=100&smart=true)
Si Ortega Cano hubiera sido parlamentario de la Asamblea de Madrid, habr¨ªa disfrutado de un bonotaxi de 3.000 euros al a?o y adem¨¢s una tarjeta de peaje gratis. Estas ventajas le habr¨ªan podido salvar de cometer el error garrafal que le ha llevado a verse en la situaci¨®n actual, condenado a dos a?os y medio de c¨¢rcel por provocar un accidente vial que cost¨® la vida a otro conductor. Sereno o embriagado, habr¨ªa regresado en taxi gratis y por autopista de peaje.
Todos cometemos errores. Comprar un palacete que despu¨¦s se convierte en una pesadilla. Navegar con un narcotraficante gallego. Conducir peligrosamente. Morder a otro jugador en pleno partido, como Luis Su¨¢rez en el encuentro entre el Liverpool y el Chelsea. Lo del futbolista uruguayo hincando con ganas sus dientes en el jugoso y bien definido b¨ªceps de un contrincante fue calificado como canibalismo por la prensa, para algunos fue un anuncio de lo dif¨ªcil que puede ser la convivencia con los pa¨ªses emergentes, pero fue sobre todo un eslab¨®n m¨¢s en una cadena de equivocaciones. El club donde juega el can¨ªbal reincidente Su¨¢rez, el Liverpool, lo necesita casi tanto como el Bar?a necesita a Messi. O igual que el duque de Palma necesita a su esposa. No se atreven a expulsarlo de la plantilla como reclaman de todos lados. El jugador roedor calific¨® su actuaci¨®n, su mordida, como un error, la palabra clave para conseguir la compasi¨®n y, con ella, la posibilidad de una justicia a la medida.
El Rey ha decidido reaparecer en el D¨ªa de Sant Jordi, quiz¨¢ alentado por la antigua leyenda de san Jorge
Como en las condenas de Isabel Pantoja y Jos¨¦ Ortega Cano, sus sentencias parecen un poco eso: hechas a medida. Pantoja tuvo un juicio largo; el de Ortega Cano fue m¨¢s veloz, como su temeraria conducci¨®n aquella noche de regreso a Yerbabuena. Las vidas cruzadas de Ortega Cano y Pantoja est¨¢n unidas en nuestra imaginaci¨®n popular de muchas maneras. El torero es el viudo de Roc¨ªo Jurado, la misma que durante muchos a?os se bati¨® en duelo con Pantoja por ser la aut¨¦ntica reina del folclore. Isabel es a su vez viuda de Paquirri, el c¨¦lebre torero muerto en la plaza de Pozoblanco. Quiz¨¢ esta zarzuela de coincidencias y emociones haya calado hondo en los jueces. Les haya hecho poner en solfa lo que de verdad se juzgaba: el uso indebido de fondos p¨²blicos, en el caso de la Pantoja, y conducci¨®n temeraria con accidente mortal, en el caso de Ortega Cano. Pero la justicia, que es ciega, pero no sorda, puede enternecerse con la cultura medi¨¢tica y los recuerdos.
El Rey ha decidido reaparecer en el D¨ªa de Sant Jordi, quiz¨¢ alentado por la antigua leyenda de san Jorge ajusticiando ese drag¨®n po¨¦tico y feroz de la cola ensangrentada que se convert¨ªa en las rosas que hoy se regalan el 23 de abril. Lo medieval y lo cursi tambi¨¦n se cruzan como Isabel Pantoja y Ortega Cano. Y all¨ª, en su querida Zarzuela, apareci¨® el Monarca con tan buen aspecto que muchos pensaron que quiz¨¢ visit¨® al ilustre mago Enrique Monereo. O a lo mejor acudi¨® a la popular alquimista Maribel Y¨¦benes. El hecho indudable es que el Rey eclips¨® completamente al caballero de Bonald, la jornada en que le entregaban su merecido Premio Cervantes. En la foto de ese d¨ªa, el poeta es una an¨¦cdota, un verso suelto. De ¨¦l vemos su perfil mientras todo el foco es para los monarcas. En cualquier caso, la l¨ªrica estaba en el aire, y los Reyes, sobre la misma alfombra. Y aunque la dicha de verlos juntos escasea, la fuerza de la poes¨ªa lo hizo posible. La Reina sonre¨ªa mientras el Rey, apoy¨¢ndose en el borde del escritorio, aferrado, pero no sin elegancia real, lisonjero, d¨ªjole a Bonald: ¡°Ojal¨¢ yo me viera como t¨² a tu edad¡±, recuperando ese car¨¢cter jovial y carisma fuera de control que tantos aplausos cosecha entre sus lacayos. Para luego agregar otra verdad importante: que est¨¢ preparado para dar guerra. Seguro y confiado en su formaci¨®n castrense le habl¨®, as¨ª, de guerra al poeta. ?Como si lo que le sucede en su casa y en su reino no nos la estuviera dando a todos, se?or! Otro frente de batalla ya ha estallado en M¨¦xico. Los diarios Exc¨¦lsior y El Universal informan de que ¡°el presidente del Instituto N¨®os, Urdangarin, aprovech¨® la buena relaci¨®n del Rey con el expresidente Felipe Calder¨®n¡± para hacer negocios en ese pa¨ªs. Los mails de Torres bailan a ritmo de mariachi.
La frase de la noche se la dijo un m¨¢nager a una exestrella. ¡°V¨¢monos, que nos vemos buscando trabajo¡±
En la misma semana que se anunciaron las abismales cifras del paro, Madrid se vio asediada por fiestas comerciales. Revistas, joyer¨ªas y hasta unas fajas fueron celebradas en festines que rivalizaban con la crisis. Un error hacer coincidir la desgracia con bienvenidas a la primavera. Pero quiz¨¢ el error m¨¢s garrafal fue el de los guionistas de la gala de los Premios Iris de la Academia de la Televisi¨®n. Instaron a Maril¨® Montero a que ejerciera de generala orden¨¢ndoles a los premiados que no dedicaran sus premios a sus familiares m¨¢s directos. La reacci¨®n fue un diluvio de agradecimientos a vivos y muertos delante de una audiencia desesperada por que acabara la gala y sirvieran la paella. Entre canap¨¦s, premiados y desempleados se preguntaban si ten¨ªan proyectos. La frase de la noche se la dijo un m¨¢nager a una exestrella. ¡°V¨¢monos, que nos vemos buscando trabajo¡±.
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