Lacayos
El mercado es una criatura mercurial y caprichosa, lo mismo que su prima la del riesgo, esa pelmaza
La pasada semana me asom¨¦ a los peri¨®dicos con temor, como siempre me sucede ¨²ltimamente, y, zas, result¨® que ese preciso d¨ªa el mercado estaba euf¨®rico, mire usted por d¨®nde. El mercado tiene esas cosas, hay que cogerle el tranquillo: de repente se levanta de buen humor y todo es alegr¨ªa y tintineo, pero lo habitual es que se despierte como un ogro, ¨¢vido y violento. Es una criatura mercurial y caprichosa, lo mismo que su prima la del riesgo, esa pelmaza.
Y aqu¨ª estamos todos perdiendo las posaderas por ellos, por decirlo en plan fino. A m¨ª el mercado y su parienta me recuerdan a una pareja de arcaicos arist¨®cratas, a los t¨ªpicos se?ores tir¨¢nicos que tienen aterrorizados a sus pobres siervos. Los lacayos, o sea, nosotros, nos levantamos todos los d¨ªas angustiados despu¨¦s de habernos deslomado desde las cinco de la ma?ana limpiando la cocina, preparando el suntuoso desayuno y encendiendo el fuego, esto es, cumpliendo todas las duras tareas que nos ordenan; y nos acercamos de puntillas y aguantando el aliento a ver con qu¨¦ cara ha amanecido la bestia de nuestro amo: ?Estar¨¢ de morros? ?Estar¨¢ contento? De su voluble, inconsistente y enigm¨¢tico humor depende nuestro futuro y sobre todo la vida de la creciente riada de desamparados que se agolpa extramuros a las puertas del castillo, arrojados a la intemperie por los malos modos del se?or y su prima.
Y lo peor es que su comportamiento es tan impredecible, tan veleidoso, que nadie entiende un pimiento de lo que hace. Por ejemplo, en el peri¨®dico que hablaba de la euforia dec¨ªan: ¡°Ayer tocaban letras y, de forma sorprendente, al Estado le bast¨® con comprometer un exiguo inter¨¦s¡±. Ya digo, desconcierta hasta a los supuestos especialistas. Es lo que tienen los d¨¦spotas: son arbitrarios. Estamos en el siglo XVII, como mucho a principios del XVIII. Todav¨ªa no hemos llegado a la guillotina.
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