Humillados por diferentes
La vida de entre 4.000 y 5.000 homosexuales qued¨® marcada en la Espa?a franquista por la Ley de Peligrosidad Social Esta es la historia de personas que pagaron con c¨¢rcel y represi¨®n su orientaci¨®n sexual
Estos tiempos en los que todos somos m¨¢s iguales ante la ley que antes, en los que una pareja homosexual puede contraer matrimonio sin complicaciones, montar sus negocios, ascender en la mayor¨ªa de sus trabajos reconociendo su condici¨®n, juntarse en fiestas y celebraciones callejeras, levantar la bandera de sus barrios, disfrutar y reafirmar su identidad sexual en una cabalgata multitudinaria que convoca a cientos de miles de personas, no son como aquellos apenas lejanos en los que un mero gesto afeminado en p¨²blico pod¨ªa costar la c¨¢rcel, o una palabra con aire alocado, la humillaci¨®n sin paliativos.
Estos tiempos en los que dos hombres o dos mujeres pueden andar de la mano y besarse por la calle, criar hijos, compartir tardes, comidas y Navidades con las familias contrarias, no son como aquellos en los que para buscar plan hab¨ªa que adentrarse en rincones l¨²gubres y oscuros, o a la salida de un cine esperaba camuflada la polic¨ªa secreta para meterte en el calabozo, hacerte comparecer ante un juez que te consideraba un enfermo, te abroncaba y te met¨ªa seis meses en la c¨¢rcel aplicando la ley de peligrosidad social ¨C?vigente hasta 1995!, aunque con los art¨ªculos referentes a la homosexualidad derogados en 1979¨C o anteriormente la de vagos y maleantes.
Era la manera de escarmentar y de curar lo que resultaba una plaga para el r¨¦gimen de Franco, un tiempo que se prolong¨® en el inicio de la democracia y que marc¨® la vida de entre 4.000 y 5.000 personas de esa condici¨®n, condenadas en c¨¢rceles de oscura memoria como Badajoz, Fuerteventura, Nanclares de la Oca, Huelva, la Modelo de Barcelona o Carabanchel, adonde iban a parar la mayor¨ªa de homosexuales arrestados por ning¨²n motivo m¨¢s all¨¢ del capricho represor imperante y en los que a veces, de manera absurda, se les divid¨ªa entre activos (Huelva) y pasivos (Badajoz). Atrocidades fijadas hoy en esos lugares con carteles conmemorativos y denunciadas por asociaciones como la de Ex-Presos Sociales, que ayuda a que las v¨ªctimas sean compensadas por el Estado.
Historias que se han contado en libros como Redada de violetas, de Arturo Arnalte, o que est¨¢n a punto de ver la luz ¨Csi la financiaci¨®n para terminarlo se lo permite¨C en documentales como Invertidos, la ley contra el deseo, de Mart¨ªn Costa. Seres humanos que dejaron su inocencia, su sentido de la vida y su dignidad entre las paredes de aquellas celdas por el mero hecho de no ocultar su condici¨®n, de negarse a travestirse en la aparente normalidad sus cuerpos de hombres cuando quer¨ªan ser mujeres y comenzaban a tomar hormonas, h¨¦roes de una avanzadilla que hoy contempla con mucha m¨¢s naturalidad la identidad sexual en la sociedad moderna si la comparamos con pa¨ªses como Francia, donde los homosexuales son apaleados en la calle despu¨¦s de que el presidente Hollande anunciara la aprobaci¨®n del matrimonio gay.
Pero es que incluso en aquellos tiempos no hemos ido muy alejados del entorno europeo. Javier Ugarte, doctor en Filosof¨ªa por la Universidad de Oviedo y estudioso del asunto, fundador de la revista Orientaciones, asegura que, en el continente, las legislaciones tambi¨¦n eran represivas. Pero hay diferencias. ¡°En Europa se abordaba como una cuesti¨®n psiqui¨¢trica; aqu¨ª, por influencia de la Iglesia, se convert¨ªa en un asunto moral¡±. Y tambi¨¦n social para el r¨¦gimen: ¡°En Espa?a se trataba de aplicar una represi¨®n de clase. Se penalizaba m¨¢s a los solteros. Si eran casados, las penas se dulcificaban con tal de que volvieran al seno de la familia¡±.
Antoni Ruiz i Saiz ¡°Con este pod¨¦is hacer lo que os d¨¦ la gana porque es maric¨®n¡±
Una ma?ana, con 17 a?os, Antoni Ruiz i Saiz se despert¨®, decidi¨® afrontar su vida con franqueza y le confes¨® a do?a Libertad, su madre, que era homosexual. Ven¨ªan de una familia republicana a la que le hab¨ªan transformado el oremus a base de estopa, as¨ª que la buena se?ora se asust¨® y se lo cont¨® a su hermana. Su hermana, a su vez, se escandaliz¨® y se lo coment¨® a una monja perteneciente a las legionarias de la Virgen de los Desamparados. La monja se lo chiv¨® a la polic¨ªa y una madrugada, cuatro secretas entraron a buscarle a su casa en Xirivella, a las afueras de Valencia.
La maldita cadena de miedo, desconcierto y alarma acab¨® con la transparente confesi¨®n ¨ªntima entre madre e hijo en la c¨¢rcel. "Con los a?os llegu¨¦ a perdonarla. Era una mujer muy poco preparada, mi padre muri¨® cuando yo ten¨ªa siete a?os, no ten¨ªamos medios para sobrevivir y si yo me iba pens¨® que se quedaba sin ingresos", confiesa hoy Antoni en el mismo sal¨®n de la casa donde habl¨® con ella.
Hoy ¨¦l vive all¨ª con David, su marido. Pero ese viaje, desde la primera salida de su domicilio rumbo a varias c¨¢rceles hasta los d¨ªas felices junto a su esposo, ha sido muy largo. Cuando lo comenz¨® ya hab¨ªa muerto Franco. Era el a?o 1976. Pero la represi¨®n daba sus ¨²ltimos coletazos.
Antoni trabajaba como pastelero. No ganaba mal, pero el curro se le termin¨® en cuanto un polic¨ªa le ech¨® dentro de un calabozo atestado de camioneros en huelga con un aviso: "Con este pod¨¦is hacer lo que os d¨¦ la gana porque es maric¨®n".
"Cualquier homosexual al que pillaran sab¨ªa lo que le esperaba dentro", recuerda Antoni. Adem¨¢s, ese polic¨ªa le ten¨ªa ganas. "Me dijo que me hab¨ªa visto muchas veces por la estaci¨®n de autobuses". El juez fue m¨¢s fino. "Me indic¨® que me iban a mandar a una especie de colegio".
Pero el colegio no era m¨¢s que las celdas de Carabanchel y Badajoz. All¨ª se encontr¨® con un cura caritativo que avis¨® a su familia: "?Ustedes saben realmente d¨®nde est¨¢ su hijo¡?". Al poco tiempo sali¨®. Pero le obligaron a quedarse a 100 kil¨®metros de su casa, desterrado en D¨¦nia. En la calle se convirti¨® en un apestado. No recuper¨® su trabajo y no encontr¨® nada nuevo. Decidi¨® prostituirse. "Un polic¨ªa me dijo que en la calle del Mar se ejerc¨ªa entre hombres". Conoci¨® a gente muy influyente de Valencia, entre ellos alg¨²n dirigente de Falange, hall¨® protecci¨®n y cuando se enamor¨® de un empleado de banca decidi¨® dejarlo.
Luego vino el trabajo. "Sal¨ª del pozo y decid¨ª desarrollarme como persona". Fue olvidando aquello y apechugando con sus consecuencias m¨¢s ¨ªntimas. La democracia corr¨ªa como un galgo a su lado. O eso cre¨ªa¡ Hasta que en 1995, paseando por la calle de Caballeros de Valencia, dos polic¨ªas municipales le paran en un control, le piden el carn¨¦ y, tras comprobar sus datos, uno le dice al otro: "No tiene nada, pero ten cuidado con ¨¦l, que es maric¨®n".
Antoni se sorprendi¨®. "Perdone¡, ?qu¨¦ dice?". Y ellos le responden: "Si quieres saber algo m¨¢s, te buscas un abogado". Hasta esa esquina del Estado de derecho han llegado los estragos de la represi¨®n. Antoni encontr¨® una defensa de oficio y pele¨®. "No paramos hasta que en 1999 se hace la ley de protecci¨®n de datos y con ella se borran los archivos en los que constaban homosexuales fichados en la ¨¦poca en que estaba vigente la ley de peligrosidad social". Lo celebraron a la valenciana. El Tribunal Superior de Justicia los quem¨® en p¨²blico. "Fue una falla", recuerda Antoni. Aquello le hizo tomar conciencia. Hoy lidera la Asociaci¨®n de Ex-Presos Sociales, para no permitir el olvido de las v¨ªctimas.
Rampova: "A este hijoputa hay que meterlo en la c¨¢rcel"
Francesc Oliver se presenta una tarde ventosa de primavera por los alrededores de El Cabanyal, el barrio valenciano donde vive, y pide una copa de co?ac. Le tiemblan las manos al sostenerla. De la izquierda sobresalen sus u?as largas y pintadas. Es complicado adivinar el color de sus ojos ni la destreza de su mirada porque la lleva oculta tras unas gafas de sol. Hay que quedar por la tarde. Por la ma?ana no est¨¢ para nadie: "Todav¨ªa tomo ansiol¨ªticos".
A Francesc le llaman Rampova. Es su nombre art¨ªstico, el que adopt¨® para sus espect¨¢culos de variedades, que mezclan el rock duro con fuerte contenido social y los bailes picantes. Artista quiso ser toda la vida. Porque le atra¨ªa la far¨¢ndula y porque no le qued¨® m¨¢s remedio desde que le apresaron por primera vez a los 14 a?os, un episodio que no ha olvidado ahora, a sus 56: "Yo hab¨ªa tenido relaciones con chicos de mi edad. Aqu¨ª, en la huerta, era muy com¨²n. Pero ese d¨ªa me fui con un hombre casado". Una rata dio la alerta. "La vi pasar y me puse a gritar tipo Psicosis". La polic¨ªa andaba por all¨ª y los arrest¨®.
A ¨¦l lo llevaron al calabozo y a su ligue se lo pasaron por alto, pero no se libr¨® de la humillaci¨®n. Le condujeron hasta su casa y al dejarlo all¨ª le dijeron a su mujer: "Que sepa que su marido ha estado con una bujarrona".
"A m¨ª me daba igual", dice Rampova. "Yo era la maricona del barrio". En su casa de aire republicano no hab¨ªa problema. "Mi padre dec¨ªa que m¨¢s le val¨ªa tener un hijo como yo que un hijo cura". Pero todav¨ªa no era consciente de lo caro que aquello se pagaba hacia 1971 en la calle. Pas¨® unos cuantos d¨ªas en el calabozo y cuando lo presentaron ante el juez exclam¨®: "A este hijoputa hay que meterlo en la c¨¢rcel".
Al ingresar en la Modelo alguien le?advirti¨®: "Aqu¨ª m¨¢s vale ser fea, porque eres invisible". Pero Rampova no contaba con esa suerte. "A esa edad yo no ten¨ªa nada que envidiar a Greta Garbo¡", admite. Y eso no conven¨ªa si te met¨ªan en el pabell¨®n de los invertidos, como lo llamaban. All¨ª trataron de curarle con electrochoques. Por la noche, los funcionarios hac¨ªan la vista gorda y dejaban pasar a los presos comunes.
Entonces llegaba lo m¨¢s duro. Las violaciones. "En 30 d¨ªas que estuve, no s¨¦ cu¨¢ntas veces me violaron, a m¨ª y a otros. Los hab¨ªa muy divinos, gente que se parec¨ªa ya a David Bowie antes de que David Bowie existiera". El c¨ªrculo de represi¨®n era perfecto. Detenci¨®n en la calle, juez con reprimenda y funcionarios que te echaban a las fieras. Si no se arreglaba por las buenas, entonces por las malas.
Pero Rampova quer¨ªa seguir siendo ¨¦l mismo. Al salir, una amiga le advirti¨®: "Vete de la ciudad porque en cuanto haya una redada te van a meter preso". Se larg¨® a Barcelona. "A casa de mi t¨ªa, gemela de mi madre". All¨ª enferm¨® de afici¨®n al cine. "Supe diferenciar entre cinefilia y cinefagia. Entre Ozores y la nouvelle vague". Pero un d¨ªa en que se sent¨® junto a alguien inapropiado en la oscuridad de una sala, volvieron a meterle preso.
"Ya sab¨ªa lo que me pod¨ªa pasar. Prefer¨ªa suicidarme. Le ped¨ª a mi t¨ªa unas cuchillas, la convenc¨ª". Pero le rescat¨® el amor. "Me enamor¨¦ de un argentino y eso me salv¨® la vida". No pudo evitar otras desgracias. "Como la muerte de Rosaura¡". Las palizas, las humillaciones, las vejaciones en grupos, quedaban registradas en los papeles oficiales como suicidios.
Eusebio Valderrama: "El patio de la c¨¢rcel parec¨ªa el d¨ªa del orgullo gay"
Cosas de la vida. Eusebio Valderrama ve desde el sal¨®n de su casa la ventana de la celda donde pas¨® su primera condena en la c¨¢rcel de M¨¢laga. Hoy, este bailar¨ªn tiene una calle en la ciudad donde naci¨®. Y no es para menos.
Su obra mayor es la vida que ha llevado y lleva hoy como artista del baile retirado y escritor volcado entre la memoria y la poes¨ªa. Si el genio de Manuel Chaves Nogales viviera, dudar¨ªa entre la historia del maestro Juan Mart¨ªnez, aquel bailaor que qued¨® atrapado en la revoluci¨®n rusa y se lo cont¨® tal cual fue, y la de Valderrama, que vivi¨® la represi¨®n franquista, fue pintado por alg¨²n genio del siglo XX y bail¨® ante el sah de Persia o Sadam Husein.
"Nac¨ª en el Perch¨¦. En el colegio me gustaba jugar con las ni?as. A los cuatro a?os ya sent¨ª la llamada de unas casta?uelas cuando mi Pepe las toc¨® en el piso de arriba y yo me fij¨¦ en ¨¦l. Desde entonces pasamos toda la vida juntos". Estall¨® la guerra y vol¨® la ni?ez. "Nunca se me olvidar¨¢n las hileras de muertos, algunos con sus partes cortadas y metidas en la boca". La muerte iba en serio. Y la vida como ¨¦l la sent¨ªa, tambi¨¦n. Convencido de su condici¨®n, se fue a Barcelona. "All¨ª todo estaba m¨¢s permitido".
Una vez regres¨® de vacaciones a M¨¢laga y le arrestaron. "Nos hab¨ªamos sentado Pepe y yo juntos en un asiento y por eso me detuvieron. ?l se escap¨®". Eusebio pag¨® con 90 d¨ªas y alguna paliza, pero no delat¨® a su amigo. La siguiente redada fue en Madrid. Iba solo por la Gran V¨ªa y llevaba una americana azul con botones dorados. Un polic¨ªa le llam¨® la atenci¨®n: "?Ad¨®nde vas mariconeando por la calle con esa pinta?".
A Carabanchel¡ "All¨ª nos obligaban a m¨ª y a otras locas a limpiarles la celda a los presos pol¨ªticos. El patio de esa c¨¢rcel parec¨ªa el D¨ªa del Orgullo Gay". Se larg¨® al exilio. Vivi¨® en Francia, en Italia, en Grecia. De cada pa¨ªs guarda un saco de an¨¦cdotas ambientado entre los alrededores de su espect¨¢culo de baile espa?ol. "En Atenas, unos se?ores muy amables nos invitaron a champ¨¢n. Uno solt¨®: 'Vamos a brindar por la boda de su hijo'. ?Qui¨¦n es su hijo?, pregunt¨¦. 'Mi hijo es el pr¨ªncipe y se casa ma?ana', respondi¨® el padre del rey".
En Francia, un pintor andaluz los contrat¨® para su cumplea?os. "Durante el espect¨¢culo nos pint¨®. Al ver el dibujo no nos gust¨®. '?Quita, qu¨¦ horror!', le dijimos". Pablo Picasso, se llamaba. "Pero a esas alturas, ?qui¨¦n co?o sab¨ªa qui¨¦n era Picasso!".
Silvia: "Me fui prostituyendo hasta que me metieron presa"
Si a Domingo, en Las Palmas de Gran Canaria, o a Juan y a Alfonso, gemelos, en Granada, cuando eran ni?os les hubieran preguntado a cada uno de ellos por separado qu¨¦ querr¨ªan ser de mayores, habr¨ªan respondido que abogados, m¨¦dicos, artistas¡ Pero al un¨ªsono tambi¨¦n habr¨ªan declarado lo que finalmente consiguieron: ser mujer.
Su historia se asemeja. Y es tan cara, tan dura, que asombra. Nacer hombre en los a?os cuarenta o cincuenta y querer ser mujer ten¨ªa un precio. La cabezonada se pagaba con c¨¢rcel, exclusi¨®n social, humillaciones que llevar con la cabeza alta y represi¨®n. Pero se salieron con la suya. No dieron sus brazos a torcer y entre las hormonas clandestinas y el sue?o de torcerle la voluntad a la naturaleza, y de paso al Dios en que a menudo cre¨ªan, lo lograron. Lo que parec¨ªa una debilidad a ojos de la sociedad, con los a?os resulta de justicia juzgarlo por lo que realmente es: un acto heroico.
En casa de Domingo, a nadie le cab¨ªa en la cabeza que hubiese salido tan afeminado. Ni a su madre ni a sus hermanos. Era bueno en el colegio, estudiaba. "De haberme quedado, habr¨ªa hecho Medicina o Derecho, pero me fui a Barcelona porque quer¨ªa ser mujer", asegura Silvia Reyes (en las im¨¢genes de esta doble p¨¢gina, en su ¨¢tico del Ensanche).
All¨ª lleg¨® para trabajar en hosteler¨ªa e ir hormon¨¢ndose. Pero al ver su aspecto ya travestido, no le dieron trabajo. "Me fui prostituyendo hasta que me metieron presa". Despu¨¦s sali¨® e hizo espect¨¢culos de strip-tease, principalmente en Suiza. Hoy mira hacia atr¨¢s jovial y sin cuentas, a gusto con su piel, en plena y espl¨¦ndida madurez, pese a la dureza del viaje.
Trinidad, en cambio, con su hermana B¨¢rbara, en Granada, no encontraba obst¨¢culo en que su madre les dejara vestirse con sus ropas cuando se llamaban Juan y Alfonso. Empezaron a tomar hormonas desde muy pronto y llevaban tan a gala su travestismo incipiente que ni les humillaban casi por la calle m¨¢s all¨¢ de las risitas.
Tambi¨¦n probaron c¨¢rcel. "All¨ª encontramos travestidos con tanta coqueter¨ªa que se pintaban los labios con bet¨²n", asegura. Y es que la fuerza que te invade por dentro cuando eres determinante no hay quien la pare. "Decidir ser mujer es muy serio. No vale con ponerse vestidos y andar con tacones. Una se?orita debe tener modales, est¨¦ o no est¨¦ operada", afirma Trini en su casa de Granada, poblada de retratos de ella y de B¨¢rbara, su hermana, en la ¨¦poca que formaron las Dollys Sisters. "Yo he llegado a actuar hasta en Las Vegas", dice.
B¨¢rbara muri¨® joven. Pero antes pasaron su temporada por la c¨¢rcel de Huelva despu¨¦s de unas cuantas palizas en los calabozos. "Nos rozaban en el patio, cuando entr¨¢bamos se montaba un esc¨¢ndalo entre aquellos presos comunes. Hab¨ªa de todo, criminales, terroristas, gente con unas pintas rar¨ªsimas¡". Al salir, destierro. Se fueron a Mallorca. All¨ª pod¨ªan ser lo que quisieran. "En Granada tampoco nos afectaron muchos traumas. Cuando nos echaban en cara que actu¨¢ramos as¨ª, dec¨ªamos: 'Federico Garc¨ªa Lorca tambi¨¦n era homosexual, ?qu¨¦ pasa?".
Trinidad ha vuelto a su tierra. Un derrame le oblig¨® a dejar el trabajo y regresar junto a su familia a ejercer de t¨ªa abuela. Lejos quedan los d¨ªas en que se les atravesaban las lecheras de la polic¨ªa y les deten¨ªan. Hoy se siente una se?ora bien respetable y rememora la infancia en la que Juan y Alfonso sal¨ªan a la calle disfrazados de ni?os con pantalones cortos cuando su verdadero atuendo fuera el de los trajes que tomaban prestados a su madre sin que ella se los negara nunca.
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