El ¨²ltimo disparo en Europa
Viajamos a Bielorrusia, el ¨²nico pa¨ªs europeo que aplica la pena capital Los presos son ejecutados de un tiro en la cabeza. Les avisan con dos minutos de antelaci¨®n. Las autoridades no devuelven el cad¨¢ver a sus familias Se celebra en Madrid el V Congreso Mundial contra la Pena de Muerte
El aviso lleg¨® con dos minutos de antelaci¨®n. Los funcionarios sacaron por separado a Vladislav Kovalev y Dima Konovalov de sus celdas del s¨®tano del SIZO n¨²mero 1, la ¨²nica c¨¢rcel en albergar un corredor de la muerte en Bielorrusia. Tras informarles de que el presidente no les hab¨ªa indultado, fueron conducidos a una habitaci¨®n contigua. El verdugo empu?¨® la pistola y dispar¨® en la nuca de Kovalev y de Konovalov. En ese orden, seg¨²n inform¨® la televisi¨®n p¨²blica. Asesinados en el centro de Minsk, la capital, en el patio trasero del Parlamento de Bielorrusia. Era marzo de 2012. Ten¨ªan 25 a?os. Hoy sus seres queridos siguen sin enterrarlos. Los ejecutados a muerte en ese pa¨ªs postsovi¨¦tico no tienen derecho al descanso eterno: los cad¨¢veres jam¨¢s se entregan a las familias. Muy pocas protestan, persuadidas de que no sirve de nada o simplemente atemorizadas.
Las chimeneas de unas f¨¢bricas anuncian la llegada a V¨ªtebsk, ciudad cercana a Rusia. El paisaje es blanco y helador, y la arquitectura, mon¨®tonamente comunista. Por la calle Repina apenas pasean dos octogenarias. ¡°?Ven¨ªs a contar la mierda en la que vivimos?¡±, lanzan desconfiadas a la fot¨®grafa, que apunta con su c¨¢mara a los bloques de apartamentos, blancos y azules, de cinco alturas y desvencijados por el fr¨ªo: unos 10 grados bajo cero en marzo. En el cuarto piso nos invita a un t¨¦ caliente Lyubov Kovaleva, madre de Vladislav Kovalev, una mujer valiente. La familia de Dima Konovalov, que es vecina, guarda silencio.
Los recuerdos, el desgarro y la tristeza de Lyubov apelmazan el ambiente. Hace un a?o que muri¨® su hijo. ¡°Le asesinaron¡±, matiza. En una mesilla del sal¨®n hay varias fotograf¨ªas de Vlad. Tambi¨¦n hay flores, un cresp¨®n negro y una vela. En la pared, tres cuadros de la Virgen Mar¨ªa en versi¨®n iconogr¨¢fica ortodoxa completan el altar. ¡°El 11 de marzo de 2012 vi a mi hijo con vida por ¨²ltima vez. Le visit¨¦ en prisi¨®n y le not¨¦ muy nervioso. Dos d¨ªas despu¨¦s, el abogado fue a la c¨¢rcel, pero los funcionarios ya no le dejaron entrar¡±. El certificado de defunci¨®n lleg¨® la siguiente semana: ¡°Vladislav Kovalev, fallecido el 15 de marzo¡±. Una casilla estaba en blanco: ¡°§±§â§Ú§é§Ú§ß§Ñ §ã§Þ§Ö§â§ä§Ú¡± (¡°causa de la muerte¡±). Como un crimen perfecto: sin huellas y sin cad¨¢ver.
La pesadilla hab¨ªa empezado el 11 de abril de 2011: una bomba detonada en el metro de Minsk mat¨® a 15 personas e hiri¨® a 200 en la estaci¨®n de Oktyabrskaya, situada en la avenida principal de la capital, la misma del Parlamento de Bielorrusia, del edificio del KGB y de la plaza de la Victoria. Las autoridades clamaron venganza y en 24 horas la polic¨ªa detuvo a Kovalev y Konovalov. ¡°El KGB les interrog¨® sin abogado y les dio una paliza. Los chicos admitieron el crimen a las cinco de la ma?ana¡±, denuncia Lyubov, que sostiene que su hijo no hizo nada. El presidente del pa¨ªs, Alexandr Lukashenko, apareci¨® en televisi¨®n ese d¨ªa, dinamit¨® la presunci¨®n de inocencia y anunci¨® ¡°el castigo m¨¢s severo¡±.
Bielorrusia es el ¨²nico pa¨ªs de Europa (y de la antigua URSS) que todav¨ªa aplica la pena de muerte. Se exponen a ella los hombres de entre 18 y 65 a?os. Hasta hoy, y seg¨²n datos no oficiales, 326 personas han sido ejecutadas desde la disoluci¨®n sovi¨¦tica. Bielorrusia es tambi¨¦n el ¨²nico excluido del Consejo de Europa (aparte del Vaticano) debido a las sistem¨¢ticas violaciones de derechos humanos: persecuci¨®n y desaparici¨®n de opositores, represi¨®n policial, falta de libertad de expresi¨®n¡ Situado entre la Uni¨®n Europea y Rusia (tambi¨¦n es fronterizo con Ucrania), est¨¢ gobernado desde 1994 por Lukashenko, apodado desde Occidente como ¡°el ¨²ltimo dictador de Europa¡±. Como otros s¨¢trapas, lleg¨® al poder leg¨ªtimamente. Arras¨® en sus primeras elecciones con un discurso populista: logr¨® un 80,1% de los votos en la segunda vuelta (un 44,8% en la primera). En un momento econ¨®micamente muy duro, Lukashenko tir¨® de la nostalgia, y la gente apoy¨® la idea de que ¡°cualquier tiempo pasado fue mejor¡±.
¡°Cualquier cambio lleva muchas complicaciones¡±, replica Stanislav Shushk¨¦vich, exmandatario de Bielorrusia entre 1991 y 1994, uno de los perdedores de aquellos comicios. Este hombre, que firm¨® la disoluci¨®n de la URSS (los llamados Acuerdos de Belazheva) junto al expresidente de Rusia, Bor¨ªs Yeltsin, y al de Ucrania, Leonid Kravchuk, se lamenta: ¡°Lukashenko destruy¨® la poca democracia que hab¨ªamos construido¡±. Y es que, una vez en el poder, aquel exdirector de un sovj¨®s (explotaci¨®n agr¨ªcola colectiva en los ochenta) vir¨® hacia el pasado y empez¨® a ama?ar elecciones. En 1995 convoc¨® un refer¨¦ndum y en 1996 otro: recuper¨® la bandera y escudos bielorrusos sovi¨¦ticos, y mantuvo la pena de muerte, propuesta esta ¨²ltima votada por el 86% de los ciudadanos.
Los abogados tienen miedo: ¡°Es mala idea que quedemos¡±, dice el letrado de Kovalev
¡°No es buena idea que quedemos. No tengo nada que decir¡±. Stanislav Abrazej, el abogado de Kovalev, lo deja claro por m¨®vil. Teme perder su empleo. El Gobierno proh¨ªbe a los letrados hablar de los casos con la prensa. ¡°Lo contratamos tras un mes. Nadie quer¨ªa hacerse cargo y ¨¦l fue valiente. Antes del juicio, solo le dejaron visitar a mi hijo una vez, unos minutos y vigilado por funcionarios. Yo tambi¨¦n tuve una ¨²nica visita, en septiembre¡±, relata Lyubov.
A la imposibilidad de preparar bien el juicio se unieron m¨¢s problemas. ¡°La falta de independencia judicial en Bielorrusia es preocupante. La selecci¨®n de los jueces no se basa en criterios objetivos ni transparentes. Son nombrados por el presidente Lukashenko con el consejo del Ministerio de Justicia y el presidente del Tribunal Supremo¡±, explica la ONG brit¨¢nica Penal Reform International en un informe sobre la pena de muerte en Bielorrusia publicado en 2012. ¡°Los acusados tienen derecho a apelar al Supremo contra la decisi¨®n del juzgado de primera instancia. Sin embargo, algunas sentencias de muerte se han impuesto directamente por el Supremo, actuando este como juzgado de primera instancia y, por tanto, negando el derecho a apelar¡±. As¨ª fue en el caso de Kovalev y Konovalov.
El juicio se inici¨® el 15 de septiembre. Una apuesta al todo o nada, con el crupier del lado del Estado. El tribunal no admiti¨® ni una protesta de la defensa por todas las de la acusaci¨®n, seg¨²n varios testigos. Desde dos jaulas met¨¢licas, Kovalev y Konovalov observaron el proceso inm¨®viles durante dos meses. Con su vida en juego, las pruebas fueron d¨¦biles. Ni restos de explosivos, ni un trocito del macuto donde estaba la bomba. Nada. Solo un v¨ªdeo de las c¨¢maras de seguridad del metro, donde se ve a una persona con una bolsa de deportes. Seg¨²n la acusaci¨®n, se tratar¨ªa de Dima Konovalov, aunque su cara no se distingue. En una investigaci¨®n paralela, el FSB (servicio secreto ruso) dijo que el v¨ªdeo hab¨ªa sido editado y manipulado, y que la altura y complexi¨®n del acusado no coincid¨ªan con las de la persona del v¨ªdeo. La opini¨®n rusa se ignor¨®.
La condena a muerte se bas¨®, adem¨¢s de en el v¨ªdeo, en la admisi¨®n del crimen por parte de los acusados en las horas posteriores a su detenci¨®n. Shushk¨¦vich, el exmandatario bielorruso, reflexiona: ¡°El caso me recuerda a los tiempos tempranos de la URSS, cuando ten¨ªamos de procurador del Estado a Andr¨¦i Vyshinsky (autor intelectual de la Gran Purga de Josef Stalin). El principal motivo para acusar y sentenciar era el reconocimiento de culpa. Si se consegu¨ªa, no hac¨ªan falta m¨¢s pruebas¡±. M¨¦todo que animaba a la pr¨¢ctica de torturas.
Quien conoce bien a la justicia es Viasna (¡°primavera¡± en bielorruso), una de las principales organizaciones de derechos humanos y que lucha contra la pena de muerte. Su l¨ªder, Ales Bialatski ¨Cnominado al Nobel de la Paz 2012¨C, est¨¢ en prisi¨®n desde agosto de 2011 acusado de evasi¨®n de impuestos. Una excusa del poder para apartar a un enemigo inc¨®modo, dicen sus compa?eros. La polic¨ªa tambi¨¦n clausur¨® la sede, y Viasna tuvo que mudarse a un piso de 80 metros cuadrados en los que ya compart¨ªan fines e ideas otras dos organizaciones dirigidas por un matrimonio: Inna Kuley, responsable de la ONG Solidarnost, y Alexandr Milinkevich, el l¨ªder europe¨ªsta del partido Movimiento para la Libertad y excandidato a presidente. ¡°Todos tenemos miedo. Somos humanos¡±, asegura Valent¨ªn Stefanovich, al frente de Viasna mientras Bialatski est¨¢ encerrado. Sobre el juicio a Kovalev y Konovalov se?ala: ¡°Hay algo que el sumario no resuelve. Si ellos cometieron el atentado, ?por qu¨¦ lo hicieron?¡±.
En tiempos de la URSS, el motivo para sentenciar era el reconocimiento de culpa¡±
¡°El juicio fue un espect¨¢culo mal dirigido¡±, opina Pavel Levinov, detenido como sospechoso de los atentados ¡°solo por ser de V¨ªtebsk, la misma ciudad que ellos¡±. Pas¨® 10 d¨ªas en un calabozo: ¡°Tem¨ª por mi vida. Es t¨ªpico que se acuse a alguien falsific¨¢ndolo todo, aislando a la persona para preparar un escenario¡±. La presi¨®n psicol¨®gica, dice, fue muy fuerte: ¡°La celda ten¨ªa 10 metros cuadrados. La compart¨ªamos siete personas. Solo hab¨ªa un poco de luz natural. Dorm¨ªamos sobre un altillo, sin colch¨®n ni s¨¢banas, en turnos. En una esquina, a la vista, hab¨ªa un lavabo y un agujero para orinar y defecar. Los olores eran terribles. La comida consist¨ªa en gachas, una especie de croquetas de carne, con m¨¢s rebozado que carne, y t¨¦. Los guardas y el jefe de la c¨¢rcel me dijeron que me quedaba poco tiempo de vida¡±. Pero, tras semana y media, abrieron la celda y sali¨®. Sin explicaciones: ¡°No s¨¦ lo que pas¨®¡±.
La pena de muerte es una ¡°tradici¨®n sovi¨¦tica¡±, oiremos. Pero en realidad es anterior. Los zares ya la aplicaban. Lenin perdi¨® en la horca en 1887 a su hermano mayor, Alexandr, por intentar asesinar a Alejandro III, pen¨²ltimo zar de Rusia. Eso s¨ª, 30 a?os m¨¢s tarde, el peque?o de los Uli¨¢nov se tom¨® la revancha cuando bajo su liderazgo triunf¨® la Revoluci¨®n de Octubre y Nicol¨¢s II y su familia fueron fusilados, acabando con casi cuatro siglos de monarqu¨ªa rusa. Hoy Lenin sigue vigente en la mentalidad de la clase dirigente. Una estatua suya preside la entrada al Parlamento bielorruso, adonde entramos tras una burocr¨¢tica espera.
¡°Trabaj¨¦ durante m¨¢s de 20 a?os en el sistema judicial antes de ser diputado. Le¨ª la sentencia de Konovalov y Kovalev con mucho inter¨¦s. Quer¨ªa encontrar algo que me hiciera dudar de su culpabilidad, pero sinceramente no hall¨¦ nada¡±, defiende Nikol¨¢i Samoseiko, exjuez, responsable de la comisi¨®n parlamentaria sobre asuntos de pena de muerte y diputado dispuesto a hablar. En persona, en su despacho, bajo la vigilancia de un retrato de Lukashenko, parece desconfiado: su mirada, sus contestaciones cortantes, sus prisas cuando le fotografiamos¡ ¡°El juicio y las investigaciones fueron correctos, ratificados por estructuras internacionales, incluida la Interpol¡±, zanja.
En rueda de prensa en Minsk un mes despu¨¦s de los ataques, el secretario general de Interpol, el estadounidense Ronald K. Noble, calific¨® de ¡°terroristas¡± a los detenidos y alab¨® la ¡°profesionalidad¡± del KGB a pesar de su mala fama. En nuestro viaje escuchamos ejemplos de torturas cada d¨ªa. Impresiona el testimonio de Andr¨¦i Bondarenko, exconvicto y l¨ªder de Platforma, una modesta organizaci¨®n que lucha por los derechos de los presos. Cuenta una atrocidad tras otra: desde agentes que le meten un bote de espray por el ano a un detenido para que confiese hasta otros que desnudan a un sospechoso en mitad del bosque nevado, le obligan a tirarse al suelo y le orinan encima; desde celdas de 25 metros cuadrados para 50 personas hasta campos de trabajo.
La Uni¨®n Europea y Estados Unidos hace tiempo que vetaron a Lukashenko, tambi¨¦n se?alado por Naciones Unidas. Al presidente no parece preocuparle. Sus viajes de Estado le llevan a estrechar la mano de dirigentes como el iran¨ª Mahmud Ahmadineyad o el cubano Ra¨²l Castro. Tambi¨¦n era amigo del fallecido mandatario venezolano Hugo Ch¨¢vez. En su velatorio, Lukashen?ko estaba en primera fila junto con su hijo peque?o, Nikol¨¢i, de siete a?os, nacido de una relaci¨®n extramatrimonial con una enfermera, a la cual se lo ha arrebatado. La presencia del ni?o en actos p¨²blicos es habitual, y a veces lleva al cinto una pistola ba?ada en oro. De la mano del padre, visit¨® la estaci¨®n de Oktyabrskaya tras el atentado.
Durante la investigaci¨®n preliminar, Kovalev hab¨ªa inculpado a Konovalov, que no abri¨® la boca en el juicio. ¡°Le maltrataron, le ten¨ªan atontado. Creemos que era la t¨¢ctica, silenciarle y obligar a Kovalev a declarar contra su compa?ero. Pero en el juicio lo neg¨®, aunque sab¨ªa que le pod¨ªan condenar a muerte¡±, explica Ludmila Gryaznova, directora de la Alianza de los Derechos Humanos y que sigui¨® el juicio como p¨²blico.
Hac¨ªa creer a los presos que no los matar¨ªamos de inmediato. Pero les quedaban dos minutos¡±
Un 30% de la poblaci¨®n, seg¨²n sondeos no oficiales, cree que el atentado fue una conspiraci¨®n del poder y ejecutado por el KGB, en un momento de baja popularidad del presidente tras un nuevo esc¨¢ndalo electoral. ¡°Fue un complot para distraer la atenci¨®n. Adem¨¢s, la econom¨ªa iba muy mal y en mayo se acab¨® devaluando la moneda un 56%¡±, se?ala Gryaznova.
Adem¨¢s de los atentados del metro, en el juicio se atribuyeron a Kovalev y Konovalov otras dos explosiones menores en V¨ªtebsk y en Minsk en 2005 y 2008. ¡°En uno de esos ataques hubo una bomba que no explot¨®. Se investig¨® y se encontraron huellas de un miembro de Almaz (los servicios antiterroristas bielorrusos). En el juicio, el abogado pidi¨® que se interrogara a esa persona. Pero le contestaron: ¡®No puede, est¨¢ de vacaciones¡±, apunta Yulia Khlashchankova, de la organizaci¨®n Belarusian Helsinki Committee, la ¨²nica ONG de derechos humanos legalmente registrada. ¡°A las dem¨¢s les han ido quitando los permisos¡±, se?ala. Por ejemplo, Viasna, ilegal desde 2003 y cuyos miembros se arriesgan a una pena de hasta tres a?os.
¡°En Bielorrusia tenemos un problema muy grave con la oposici¨®n. En cualquier pa¨ªs tiene que haber una oposici¨®n constructiva, que colabore con el Estado para que tome las decisiones correctas. Pero aqu¨ª solo quiere molestar al poder y act¨²a bajo el principio de que cuanto peor, mejor. El juicio a Kovalev y Konovalov es un ejemplo de esto, muchas personas hablaron de un proceso injusto y acusaron a las autoridades sin motivo. ?Hab¨ªa pruebas de sobra para acusar a 10 personas!¡±, defiende Samoseiko en su despacho. ?l y el resto de diputados (110 en la C¨¢mara de Representantes y 64 en el Consejo de la Rep¨²blica) son leales al presidente. Desde mediados de los noventa, las elecciones no son reconocidas por la UE y EE UU. El 19 de diciembre de 2010 (cuatro meses antes del atentado), en las ¨²ltimas presidenciales, siete de los nueve candidatos opositores fueron detenidos en la noche electoral junto a 800 personas que protestaban frente al Parlamento.
Mikalai Statkevitch era uno de esos candidatos, en prisi¨®n desde ese d¨ªa, sentenciado a seis a?os por desorden p¨²blico. Su fotograf¨ªa est¨¢ en el despacho de Inna Kuley, responsable de Solidarnost, y esposa de Alexandr Milinkevich, candidato en 2006, detenido durante unos d¨ªas en unas protestas muy similares a las de 2010. ¡°En Bielorrusia en realidad no hay elecciones. A mi partido no le dejaron casi participar en la comisi¨®n electoral. De 70.000 interventores, yo solo ten¨ªa una persona. En cuanto a los observadores internacionales de la OSCE, no pod¨ªan acercarse a menos de 10 metros del recuento¡±, explica Milinkevich.
Si hay un episodio oscuro relacionado con la oposici¨®n al poder, este acaeci¨® en 1999, cuando desaparecieron el exministro del Interior Yuri Zajarenko; el ex vicepresidente del Parlamento y exjefe de la Comisi¨®n Electoral Central Victor Gonchar; el periodista y c¨¢mara personal del presidente, Dmitri Zavadski, y el hombre de negocios Anatoli Krasovski. Nunca se supo nada de ellos ni aparecieron sus cad¨¢veres. Es vox p¨®puli que fueron asesinados. ¡°Los mat¨® un escuadr¨®n de la muerte creado por Lu?kashenko¡±, afirma Stefanovich, de Viasna.
El juicio y la investigaci¨®n fueron correctos. No hall¨¦ nada que me hiciera dudar¡±
Curiosamente, quien sabe del tema es el coronel Oleg Alkaev, exjefe de la prisi¨®n SIZO n¨²mero 1 de Minsk entre 1996 y 2001. Hoy vive en el exilio, en Berl¨ªn, adonde huy¨® porque sab¨ªa demasiado. Alkaev public¨® en 2006 un libro en ruso titulado Pelot¨®n de fusilamiento, donde detalla las ejecuciones, pero tambi¨¦n arroja luz sobre el misterio de Zajarenko, Gonchar, Zavadski y Krasovski. Cuando contactamos con ¨¦l por primera vez, a finales de 2011, estaba de acuerdo en reunirse con nosotros. Sin embargo, a inicios de 2013, cuando este reportaje estaba en marcha, se ech¨® atr¨¢s. Quer¨ªa dinero a cambio, algo a lo que EL PA?S no accedi¨®.
En su libro, Alkaev explica c¨®mo el 16 de septiembre de 1999, el d¨ªa de las desapariciones, le llama el coronel Kadushkin, jefe del Comit¨¦ de Ejecuci¨®n del Ministerio del Interior: ¡°Me dijo que el ministro, Yuri Sivakov, necesitaba que le prestara la pistola especial con silenciador de la prisi¨®n¡±, esto es, la misma con la que se llevan a cabo las ejecuciones. ¡°Su ayudante recogi¨® el arma PB-9 con dos cargadores¡±, recuerda Alkaev, a quien le pareci¨® rara la petici¨®n, ya que Sivakov pod¨ªa obtener un arma nueva f¨¢cilmente: ¡°Por alguna raz¨®n prefiri¨® una con no muy buena reputaci¨®n¡±. Dos d¨ªas m¨¢s tarde devolvieron la pistola. ¡°La utilizaron por dos razones. Porque era dif¨ªcil de encontrar y porque era un mensaje. Se aplicaba la pena de muerte, pero no como la decisi¨®n de un juez, sino como la del presidente de la Rep¨²blica¡±, denuncia Stefanovich, de Viasna.
¡°Al principio no me sent¨ªa c¨®modo. Pero despu¨¦s vi que era un trabajo como cualquiera. Yo comunicaba al preso que iba a ser ejecutado. Le hac¨ªa creer que no lo matar¨ªamos inmediatamente, que primero ser¨ªa llevado a otro lugar. La persona sal¨ªa pensando que le quedaba un poco de tiempo, pero en realidad iba a ser ejecutada en dos minutos. Creo que era m¨¢s sencillo morir as¨ª, pensando que hab¨ªa esperanza¡±, detall¨® Alkaev, que particip¨® en 134 ejecuciones, en una entrevista concedida en 2009 a Amnist¨ªa Internacional. ¡°Normalmente los familiares que ven¨ªan eran las madres. Cuando se les dec¨ªa que su hijo ¡®se hab¨ªa marchado de acuerdo con su sentencia¡¯, quer¨ªan recuperar el cad¨¢ver. Yo no pod¨ªa responder¡±, a?adi¨® sin desvelar el destino de los cuerpos.
¡°Una imagen t¨ªpica de la pena de muerte en Bielorrusia es cuando las madres intentan encontrar los restos de sus hijos¡±, explica Stefanovich. Es el caso de Svetlana Zhuk. Su hijo Andr¨¦i fue ejecutado en 2010, acusado de robar un furg¨®n blindado y de asesinar a las dos personas que lo conduc¨ªan. Acudimos a conocerla a su casa, en Soligorsk, a 180 kil¨®metros de Minsk. Conocida como la ciudad de los mineros, fue construida a partir de 1958 alrededor de la mina de potasio all¨ª descubierta y que ha convertido a Bielorrusia en el tercer productor mundial de este metal. Svetlana nos recibe, a prop¨®sito, en horario laboral de su marido. Dice que est¨¢ roto. Ella saca fuerzas para luchar en solitario y proclama la inocencia de su hijo.
Al contrario que el caso de Kovalev y Konovalov, el de Zhuk no levant¨® la misma polvareda ni tuvo la misma resonancia internacional. Svetlana recuerda como si fuera ayer el d¨ªa que entendi¨® que su hijo hab¨ªa muerto: ¡°Fuimos a la c¨¢rcel a visitarle. Nos dijeron: ¡®Lo hemos llevado a otro sitio¡¯. Supliqu¨¦ que me informaran. Finalmente un funcionario dijo que esper¨¢semos a la certificaci¨®n¡±. El papel oficial, del tama?o de medio folio, reposa inerte ante nosotros. Comprobamos la casilla ¡°§±§â§Ú§é§Ú§ß§Ñ §ã§Þ§Ö§â§ä§Ú¡± (causa de la muerte) y vemos que est¨¢ vac¨ªa.
¡°Fuimos al cementerio del norte en Minsk para tratar de averiguar algo. Pero all¨ª nos aseguraron que no entierran casos as¨ª¡±, relata la mujer, que ha llegado a acudir a videntes para buscar el cuerpo de su hijo. Dos d¨ªas despu¨¦s de conversar con ella, acudimos al camposanto con la idea de ver aquel lugar al que fue desesperada. En un d¨ªa terrible climatol¨®gicamente, cuando entramos estamos solos. El ruido del viento y nuestras pisadas sobre la nieve, que cubre por la rodilla seg¨²n avanzamos entre las tumbas, nos sobrecogen.
Que no se devuelvan los cad¨¢veres es amoral, la esencia de las dictaduras¡±
¡°Que no devuelvan los cuerpos es medieval y b¨¢rbaro. Es amoral, la esencia de las dictaduras¡±. El excandidato a presidente Alexandr Milinkevitch es tajante. En un asunto que toca a las creencias religiosas ¨Csin cad¨¢ver no hay posibilidad de enterrar a la persona acorde a su religi¨®n¨C tratamos de recabar la opini¨®n de las dos confesiones principales: la mayoritaria ortodoxa (alrededor del 80% de la poblaci¨®n practica esta fe) y la cat¨®lica. Estos ¨²ltimos se niegan a quedar personalmente. Se ci?en al escrito oficial sobre el asunto, del arzobispo Tadeush Kandrusevich, que critica la pena de muerte por atentar contra la dignidad humana.
La Iglesia ortodoxa, que en Bielorrusia depende del patriarca Cirilo (en Mosc¨²), tiene un documento similar, en el que se afirma que ver¨ªan ¡°con buenos ojos¡± la abolici¨®n de la pena capital. El texto dice: ¡°La Iglesia act¨²a con los ¨®rganos policiales y judiciales para erradicar la criminalidad¡±. Hablamos con el padre Alexandr Shramko, ortodoxo, para que nos lo aclare. ?l, dice, est¨¢ ¡°de acuerdo con la opini¨®n cat¨®lica¡±. Sin embargo, nos explica la ortodoxa: ¡°Se preferir¨ªa eliminar la pena de muerte, pero no es obligatorio. La Iglesia subraya que tiene en cuenta todas las opiniones, las de la sociedad y las del Estado, y que en los libros sagrados no se dice que se tenga que prohibir la pena de muerte¡±.
El diputado Samoseiko tuerce el gesto: ¡°Yo tampoco encuentro la l¨®gica a que no se devuelvan los cuerpos. Pero es complejo y hay que resolver el tema en general. Imagina que a partir de ma?ana se cambia la norma. ?Cambiar¨ªa algo?¡±. Cuando le decimos que quiz¨¢ s¨ª, exclama: ¡°A m¨ª no me tienes que convencer de nada. Si me preguntas si estoy personalmente a favor o en contra de la pena de muerte, te digo que en contra. Pero el objetivo del grupo parlamentario que presido no es manifestarse en ning¨²n sentido¡±.
¡°La Rep¨²blica de Bielorrusia casi ha llegado a la moratoria¡±, defiende Samoseiko. Aunque el uso del castigo capital sigue vigente, se aplica poco: 47 ejecutados en 1998, 2 en 2012. El descenso se debe al cambio del c¨®digo penal en 1999. Hasta entonces, la m¨¢xima pena, aparte de la muerte, era de 15 a?os de c¨¢rcel. La modificaci¨®n introdujo la cadena perpetua y la posibilidad de condenar a 25 a?os de prisi¨®n. ¡°La opini¨®n p¨²blica no est¨¢ preparada para la moratoria. El atentado aument¨® la gente favorable a la pena de muerte, y la opini¨®n del presidente de la Rep¨²blica es clara. De momento no est¨¢ dispuesto a cambiar nada¡±, termina. Desde las ONG se cree que para Lukashenko el asunto es una baza que podr¨ªa jugar de cara a mejorar su imagen en el exterior.
Ajena a los c¨¢lculos pol¨ªticos, Lyubov Kovaleva agradece la solidaridad de quienes, p¨²blica o an¨®nimamente, le han apoyado: ¡°Cuando dijeron que los hab¨ªan ejecutado, alguien puso en la plaza principal de V¨ªtebsk un retrato de mi hijo con un cartel: ¡®Le mat¨® Lukashenko¡¯. Dur¨® un tiempo, hasta que alguien lo colg¨® en Internet y entonces lo quitaron¡±. En la estaci¨®n de metro de Oktyabrskaya aparecieron flores, velas y un mensaje, ¡°15+2¡±, en alusi¨®n a las v¨ªctimas de los atentados m¨¢s Konovalov y Kovalev. La madre de este, convertida en un s¨ªmbolo de la lucha contra la pena de muerte, abre dos cajas de cart¨®n. En una aparecen las cartas que le mandaba su hijo desde prisi¨®n. En la otra, Lyubov conserva decenas de misivas de apoyo de personas que no conoce. Palabras de consuelo desde Bielorrusia y del extranjero: Suecia, Francia, Lituania, Polonia¡Lo que jam¨¢s recibi¨®, dice, son las flores que le enviaban. A la entrada de su calle, el KGB se encarg¨® de impedirlo.
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