¡°Suciedades y desvar¨ªos¡± del Bolsh¨®i
La trama en el teatro ruso se complica tras el despido fulminante de su primer bailar¨ªn
Como si de un follet¨ªn por entregas se tratara, el drama interno del Teatro Bolsh¨®i de Mosc¨² ha vuelto a saltar a las p¨¢ginas de diarios por el despido fulminante del primer bailar¨ªn georgiano Nicolai Tsiskaridze (Tbilisi, 1973) tras m¨¢s de 20 a?os dentro de la casa. Es como si, semana s¨ª, semana no, alguien tuviera la necesidad de mirar debajo de la alfombra donde indolentemente se han barrido durante d¨¦cadas las m¨¢s variadas rencillas, algunas de ¨ªndole art¨ªstica, y otras no tanto.
En la floreciente nueva Rusia, con su auge econ¨®mico y contra todo pron¨®stico, se ha seguido mimando el ballet como su principal bandera de exhibici¨®n, su escaparate incluso m¨¢s all¨¢ de las artes esc¨¦nicas. El ballet ruso es una lustrosa marca que debe ser protegida y financiada pr¨¢cticamente sin l¨ªmites. Lo entendieron as¨ª los triunfantes bolcheviques tras la revoluci¨®n de octubre de 1917 y lo entendieron literalmente igual los art¨ªfices de la perestroika. El ballet es un arte pol¨ªtico, pura pol¨ªtica, lo adornes como lo adornes. Ya lo explic¨® hace a?os de manera sapiente Martine Kahane (decana de la Biblioteca de la ?pera de Par¨ªs) en referencia a los or¨ªgenes fundacionales del g¨¦nero, desde Catalina de M¨¦dicis a Luis XIV; zares y zarinas siguieron el molde. Y la pol¨ªtica se ha colado con su consabida opacidad, sus m¨¦todos y sus nefastas consecuencias, hasta el forro de los tut¨²s, hasta en env¨¦s de los decorados en trampantojo. No en balde, todo lo que sucede sobre la escena es una dorada ficci¨®n mayor, una construcci¨®n ef¨ªmera e ideal que no deja ver miserias, que cubre piadosamente un mundo de intriga, rivalidad y despiadada competencia.
El core¨®grafo Yuri Grigorovich (Leningrado, 1927) dirigi¨® el Bolsh¨®i con mano de hierro desde 1964 a 1995. Su salida de la poltrona directiva tambi¨¦n fue sonada, se le acus¨® de manipular los presupuestos, estancar el progreso de la agrupaci¨®n y favoritismos varios. Con el paso de los a?os, un victorioso y ahora renqueante Grigorovich ha vuelto a la casa para estrenar su versi¨®n de La bayadera y afianzar que sus obras (Espartaco, Cascanueces entre otros) siguen siendo los platos fuertes (y exportables) del repertorio activo del Bolsh¨®i. Ese viaje circular no ha estado exento de pol¨¦mica. Grigorovich aup¨® a Tsiskaridze, que con su verbo afilado, mov¨ªa adem¨¢s una nutrida quinta columna dentro del gigantesco conjunto y aspiraba a la misma silla. Despu¨¦s vinieron varios directores que duraron poco tiempo hasta Serguei Filin, un buen bailar¨ªn con ideas renovadoras. Entre otras cosas, contrat¨® a David Hallberg (Rapad City, Dakota, 1983) como bailar¨ªn principal y aquello super¨® las iras de los contrarios: un yanqui en la corte moscovita. Poco despu¨¦s Filin sufri¨® el ataque con ¨¢cido y el solista de la casa, Pavel Dimitrichenko, sigue en prisi¨®n acusado de ser quien contrat¨® al mat¨®n. Tsiskaritze y su entorno han llegado a poner en dudas la naturaleza y magnitud del ataque con ¨¢cido a Filin y siguen hablando de ¡°acoso¡± y ¡°persecuci¨®n interna¡±, adem¨¢s de hablar de escabrosos asuntos (nunca probados) relativos a inducci¨®n a la prostituci¨®n, drogas y malversaci¨®n.
La n¨®mina de agraviados en ambos bandos es numerosa y los casos m¨¢s medi¨¢ticos han sido los de las bailarinas Svetlana Lunkina y Anastasia Voloshkova. La primera se march¨® a Canad¨¢ con sus hijos y dijo a la prensa sentirse amenazada junto a su familia; la segunda vivi¨® un largo proceso desde su despido en 2003 cuando Anatoli Iks¨¢nov, el poderoso administrador del Bolsh¨®i argument¨® el sobrepeso de la bailarina. Ella lo neg¨®, pleite¨® en los tribunales y gan¨®; ahora ha dicho de nuevo: ¡°El Bolsh¨®i es un inmenso burdel¡± y tambi¨¦n ha salido, v¨ªa redes sociales, a defender a Tsiskaridze (que opina que el Bolsh¨®i qued¨® tras la restauraci¨®n ¡°como un resort turco¡±). Iks¨¢nov, desde su puesto, solo ha respondido: ¡°No hago comentarios sobre suciedades y desvar¨ªos¡±.
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