Jos¨¦ Mar¨ªa Maravall: ¡°Me gusta demasiado estar en la oposici¨®n¡±
Asegura que sigue agitado por dentro, aunque parece blindado. Argumenta que por ¡°carecer de sentimiento de culpa¡± Amigo de Felipe Gonz¨¢lez, fue ministro de Educaci¨®n y Ciencia, pero ¨¦l siempre ha preferido andar, buscar, conocer. Ahora le gustan sus nietos y Madrid, una ciudad que se le desdibuj¨® desde el coche oficial
Dice que su padre, el historiador Jos¨¦ Antonio Maravall, era un hombre centrado y que ¨¦l no lo es, que lleva una vida agitada, y que por ser as¨ª le puso los pelos de punta a su familia cuando era un estudiante. Aquel joven Maravall tambi¨¦n pon¨ªa nerviosos a los guardias de Franco, que lo llevaron a prisi¨®n dos veces.
Jos¨¦ Mar¨ªa Maravall (Madrid, 1942) se licenci¨® en Derecho con premio extraordinario. Profesor universitario, fue ministro de Educaci¨®n y Ciencia entre 1982 y 1988.
Pero esa, la de un hombre descentrado, no es la impresi¨®n que desprende Jos¨¦ Mar¨ªa Maravall, que fue ministro de Educaci¨®n de Felipe Gonz¨¢lez cuando se estren¨® el socialismo en el poder, y que padeci¨® una revuelta estudiantil que a ¨¦l le puso los pelos de punta. Entonces (era la ¨¦poca del Cojo Manteca, recu¨¦rdese) la polic¨ªa reprimi¨® a los estudiantes que se levantaron contra su ley, y ¨¦l asumi¨® aquellos cristales rotos ofreci¨¦ndose a hablar con los que estaban al frente de la revuelta. En este pa¨ªs de ordeno y mando, los suyos entendieron que hab¨ªa claudicado.
?l no entendi¨® que su actitud representara una claudicaci¨®n: hab¨ªa ido a ver a los chicos, estuvo en el hospital con una alumna que hab¨ªa sido herida por la polic¨ªa, recibi¨® a los delegados de los estudiantes, estudi¨® sus propuestas, les dijo qu¨¦ pod¨ªa conceder y qu¨¦ era imposible dar¡ Se hab¨ªa comportado como es ahora tambi¨¦n, un pol¨ªtico de educaci¨®n anglosajona que piensa que probablemente el otro tiene tambi¨¦n algo que ofrecer. Alg¨²n tiempo despu¨¦s, en su coche de profesor de la Complutense, acogi¨® como autoestopistas a aquellos que le fueron a ver al ministerio en medio de la revuelta. ¡°?Qu¨¦ tal todo?¡±, le dijeron los chicos. ¡°Nunca hubiera cre¨ªdo que un d¨ªa ¨ªbamos a coincidir en el mismo coche¡±, les dijo.
Las fuerzas de seguridad que hab¨ªan reprimido la revuelta no eran ¡°mantequillas Arias¡±, le hab¨ªa dicho el ministro del Interior, que entonces era Jos¨¦ Barrionuevo. Ahora ¨¦l recuerda aquellos incidentes con la paciencia perturbada de un profesor que entonces estaba a la vez en los dos sitios de la mesa, en el de los estudiantes y en el del ministro. Porque en cierta manera este maestro ya veterano que goza discutiendo ¡°con mis doctores¡±, los que preparan sus tesis con ¨¦l, sigue siendo como un estudiante que escribe sus libros sobre sus rodillas en lugar de acogerse a las ventajas del cuarto en el que apila libros, apuntes y recuerdos. Es, dice, la costumbre de criar a los chicos mientras trabajaba en casa.
Es muy poco bullicioso, a pesar de esa idea que tiene de s¨ª mismo como hombre que agitaba a los padres y que sigue agitado por dentro. Antes, dice, era muy inquieto, iba y volv¨ªa, aceptaba conferencias en Rusia, en Nueva York. ¡°Ahora me cuesta m¨¢s¡±. A veces la vida es como una hoja, va y se posa. ¡°S¨ª, estoy m¨¢s asentado en Madrid de lo que ha sido mi costumbre¡±.
Y disfruta Madrid. ¡°Siempre he tenido una relaci¨®n de amor-odio con la ciudad¡±. La parte de amor se ha incrementado; le encanta ¡°patear Madrid¡±. Y le gusta trabajar de noche. Como un estudiante. Ahora el profesor tiene cuatro doctorandos a su cargo; ¡°ellos me sacan a cenar, tenemos broncas monumentales sobre cosas que han escrito. Son muy francos y yo tambi¨¦n lo soy, y alcanzamos la brutalidad en ocasiones¡±.
Una especie de may¨¦utica radical, quiz¨¢. En todo caso es una discusi¨®n ¡°enriquecedora¡± que le ha devuelto a otros tiempos, cuando era profesor en Inglaterra y se relacion¨® con otros maestros y con sus alumnos y aprendi¨® a aceptar que el otro quiz¨¢ sabe m¨¢s. Luego quiso llevarlo a la pr¨¢ctica, pero en Espa?a no hab¨ªa mucha costumbre.
Como a otros de su generaci¨®n (Solchaga, Solana¡), la pol¨ªtica lo levant¨® de la ense?anza. En 1979 entr¨® en la comisi¨®n ejecutiva del PSOE; luego estuvo seis a?os en el Gobierno. Ah¨ª se acabaron los j¨®venes estudiantes y tambi¨¦n se acab¨® Madrid. Un pol¨ªtico es alguien que va en un coche para asistir a un mitin, a un consejo; la ciudad es un paisaje al borde del camino que hacen otros. ¡°Madrid se me desdibuj¨®¡±. Sali¨® de ese vientre, volvi¨® a dar clases y se reencontr¨® con la ciudad.
El ejercicio del poder era un par¨¦ntesis, dice, para disfrutar de lo mejor que para ¨¦l tiene este compromiso p¨²blico: las campa?as electorales. Un compa?ero suyo le dijo un d¨ªa: ¡°Lo malo de mi relaci¨®n con la pol¨ªtica es que me gusta demasiado estar en la oposici¨®n¡±. Y mientras est¨¢s en el poder, las campa?as electorales te devuelven en cierto modo al puesto del aspirante, que es el sitio de la oposici¨®n.
De educaci¨®n anglosajona, piensa que probablemente el otro tiene tambi¨¦n algo que ofrecer
Se recorri¨® Espa?a; armaba con Joaqu¨ªn Almunia y una comisi¨®n de cinco personas el armaz¨®n de las campa?as y sal¨ªa a vender socialismo: la que hubo despu¨¦s del 23-F, la de la defensa de la Constituci¨®n, la del refer¨¦ndum andaluz, las campa?as electorales, por la reconversi¨®n industrial¡ El profesor trasplantado a la calle. ¡°Como chiquillos¡±. De excursi¨®n por una Espa?a que entonces a¨²n aspiraba a no ser conocida ni por la madre que la pari¨®.
¡°Era prolongar la ¨¦poca estudiantil¡±. Un desbordamiento de energ¨ªa al que ¨¦l respond¨ªa con una incapacidad que le acompa?a, no sabe decir que no. ¡°Tomaba el tren en Granada, y ven¨ªa a discutir con Paco Bustelo y con Pablo Castellano a un hangar a Madrid. Me encantaba ese debate constante, esa exploraci¨®n de Espa?a, esas relaciones personales crecientemente profundas¡±. Fue tambi¨¦n embajador informal, en misiones para estudiar qu¨¦ se hac¨ªa por esos mundos con los misiles de crucero y con los Pershing. Eso le puso a Felipe Gonz¨¢lez una idea en la cabeza: pod¨ªa ser el profesor Maravall ministro de Exteriores. Jos¨¦ Mar¨ªa dijo no.
Esa parte de la moneda le gustaba, andar, buscar, conocer. ¡°La parte oficial no; hab¨ªa una c¨¢mara de televisi¨®n que me grababa desde que sal¨ªa por la puerta¡±. Eso es insoportable, y no solo por eso, pero tambi¨¦n por eso, dej¨® el cargo y no quiso prolongarse en otro puesto.
Para ¨¦l Felipe era Isidoro, un joven sevillano que iba a La Granja a discutir con ¨¦l, con Ignacio Quintana, con otros, textos de Marcuse. Cuando cay¨® Rodolfo Llopis, Isidoro se hizo carne y adopt¨® el nombre de Felipe Gonz¨¢lez. Desde entonces, sin altibajos aparentes, quien fue su presidente sigue siendo un amigo, y un referente.
Como ministro, el ¨²nico enfrentamiento no fue el que tuvo con los estudiantes. ¡°El m¨¢s terrible fue el que hubo con la Iglesia. No imaginaba que iban a llegar a extremos personales tan inapropiados para esa instituci¨®n¡ Y el de los estudiantes, claro, fue muy tremendo. Ten¨ªamos a toda la progres¨ªa del mundo mundial en el ministerio, y nos montan aquello. Nos caus¨® gran estupor ver aquella columna de cuatro mil o cinco mil estudiantes avanzando por la calle de Alcal¨¢. Unos d¨ªas antes, Miguel, mi hijo mayor, me hab¨ªa dicho: ¡®Oye, ?no se te ocurrir¨¢ quitar la selectividad de septiembre?¡¯. Si ¨¦l lo dec¨ªa es que algo estaba pasando. Y pas¨®¡±.
En medio del jaleo muri¨® el padre. ?l hab¨ªa sido un profesor republicano que, luego, como otros, acept¨® el franquismo. Cuando Jos¨¦ Mar¨ªa tuvo uso de raz¨®n pol¨ªtica, el padre acept¨® el activismo antifranquista del hijo. ¡°Era un hombre t¨ªmido que escond¨ªa una infinita calidez¡±, que le ense?¨® a su hijo a amar a Albert Camus y a mirar las pel¨ªculas de Claudia Cardinale. Jos¨¦ Mar¨ªa era el mayor de cuatro; a los 7 a?os ya recitaba de memoria La chanson de Roland. Y en la adolescencia el padre lo llevaba a la librer¨ªa de S¨¢nchez Cuesta, en Madrid, a que se familiarizara con las primeras lecturas serias de su vida ?(Graham Greene, Tagore, Hemingway), ¡°hasta los primeros textos de Marx que tengo ah¨ª¡±. A los 14 a?os estaba en el Colegio Estudio cuando la Falange entr¨® a arrasarlo; ya ¨¦l sab¨ªa que el pa¨ªs era oscuro, ¡°pero desconoc¨ªa que adem¨¢s esa oscuridad pod¨ªa tomarla con el sitio donde estudi¨¢bamos¡±. Luego vinieron los partidos de la izquierda clandestina, el progresivo crecimiento de un progresista. La madre, Mar¨ªa Teresa, era vasca, ¡°fuerte, delgada, indestructible¡±, una de las primeras mujeres universitarias.
Contra m¨ª o contra otros, me alegra que la gente defienda aquello en lo que cree¡±
?Y este pa¨ªs ahora? ¡°Vivimos una ¨¦poca de sufrimiento y oscuridad. Siniestro. En pol¨ªtica se est¨¢n perdiendo pilares esenciales de lo que es ya este pa¨ªs. La democracia consiste en arreglar los problemas, y me alegra que la gente se manifieste para reclamarlo. Contra m¨ª o contra otros, que se manifieste, que la gente defienda aquello en lo que cree. Frente a la situaci¨®n, compromiso, y yo soy optimista porque creo en el compromiso¡±.
La educaci¨®n est¨¢ en la calle, es el tema m¨¢s caliente. Otra vez. ?Qu¨¦ piensa de esta ley que llaman ¡°Wert¡±?, ?qu¨¦ no le gusta?
¨CLo peor, la discriminaci¨®n que arbitra. Que el Estado pague con dinero p¨²blico la discriminaci¨®n de g¨¦nero, con pruebas desde los 11 a?os que son rev¨¢lidas, significa volver al pasado creyendo que con eso superaremos el fracaso escolar. Hablan del informe PISA y lo manipulan de mala manera. Espa?a tiene un sistema educativo universal desde hace 35 a?os, Francia lo tiene desde hace m¨¢s de un siglo. Lo que llaman fracaso escolar se produce sobre todo por aquellos hijos de padres que no tuvieron ning¨²n tipo de educaci¨®n. Si Espa?a tuviera los niveles de escolarizaci¨®n de Francia no habr¨ªa ninguna diferencia, pero es que adem¨¢s estamos en el mismo nivel que Luxemburgo o que Austria.
T¨ªmido como un maestro anglosaj¨®n, tiene la mirada escrutadora de quien se ha pasado la vida examinando o convenciendo. Parece inexpugnable, por eso le pregunto qu¨¦ le blinda, y ¨¦l dice: ¡°Carecer de sentimiento de culpa¡±.
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