K2, la monta?a de las monta?as
Empieza donde todas las dem¨¢s acaban. Simboliza la ¨¦pica de los grandes exploradores que han intentado, muchos de ellos sin ¨¦xito, coronar su cima Esta es la cr¨®nica de once a?os persiguiendo el sue?o de conquistar un colmillo helado en el caos geol¨®gico de la cordillera del Karak¨®rum Y es tambi¨¦n la?historia del doloroso tributo que unos aventureros pagaron por ello
¡°El K2 es la monta?a que m¨¢s he amado en la vida y la que peor me ha tratado. Y encima se ha llevado a un amigo¡±. Esta amarga reflexi¨®n de Juanjo San Sebasti¨¢n, un alpinista con pinta de boxeador y alma de poeta, la compartimos todos los amigos que vivimos con ¨¦l hasta tres intentos a su cumbre a lo largo de once a?os. Entonces, ?por qu¨¦ volv¨ªamos a ella una vez tras otra? Quiz¨¢, parte de la respuesta se encuentre en las fotograf¨ªas que acompa?an a esta narraci¨®n. M¨ªrenla, emergiendo como un colmillo helado del seno del m¨¢s fabuloso caos geol¨®gico del planeta, el Karak¨®rum. Sus l¨ªneas vertiginosas y desafiantes componen una pir¨¢mide de cristal, el ochomilm¨¢s bello y dif¨ªcil, un pico majestuoso y despiadado, la monta?a m¨¢s cruel e imponente del mundo. Por ello se ha ganado el honroso t¨ªtulo de monta?a de las monta?as. Empieza donde todas las dem¨¢s acaban. Ni siquiera el Everest, que tan solo le supera en altitud, le disputa ese calificativo. Para comprender la magnitud de las dificultades que les separan baste comparar los datos de cu¨¢ntos alpinistas ¨Cm¨¢s de seis mil en el caso de la cima del mundo, apenas trescientos en el K2¨C han logrado su cima. Si subir es una aut¨¦ntica haza?a, hay que tener en cuenta que uno de cada doce alpinistas que llegan a su cima, a 8.611 metros, no regresan para contarlo¡ Entre ellos, nuestro amigo Atxo Apell¨¢niz.
Primera entrega de una serie dedicada a las expediciones emblem¨¢ticas del programa de Televisi¨®n Espa?ola ¡®Al filo de lo imposible¡¯. Su creador narra el recuerdo de aquellos hitos.
El papel protagonista que ha jugado el K2 en la historia de la aventura contempor¨¢nea comenz¨® a escribirse cuando, a mediados del siglo XIX, un oficial brit¨¢nico llamado Thomas George Montgomerie pos¨® su mirada sobre el Karak¨®rum. Lo hizo a 200 kil¨®metros de distancia, a trav¨¦s del teodolito con el que estaba cartografiando la mayor concentraci¨®n de altas monta?as del planeta. Sin mucha imaginaci¨®n, el capit¨¢n Montgomerie comenz¨® a numerar los picos de oeste a este, dando el nombre a aquella mole gigantesca con la K de Karak¨®rum y el n¨²mero 2, pues el 1 hab¨ªa sido adjudicado ya al cercano Masherbrum. As¨ª, el Chogori, la Gran Monta?a, qued¨® bautizado para la posteridad con un remedo de f¨®rmula trigonom¨¦trica.
Para todos los que form¨¢bamos el grupo que part¨ªa hacia Pakist¨¢n aquel irrepetible verano de 1983 ¨Cy sobre el que acabar¨ªa creando el proyecto televisivo de Al filo de lo imposible¨C, el K2 ya simbolizaba uno de esos lugares anclados para siempre en ese apartado del cerebro donde se guardan las emociones que tanto avivaron las lecturas de juventud. A los pies del K2 todo parec¨ªa colosal, desmesurado, abrumador, casi inhumano. Por contra, las sensaciones, la pasi¨®n desplegada, la fe en lo improbable y la amistad se convirtieron en humanas como nunca antes hab¨ªan sido ni probablemente nunca m¨¢s ser¨ªan. All¨ª descubr¨ª lo mejor y lo peor que las personas llevamos dentro y que se manifiesta en esos momentos extremos donde no es posible la impostura. De all¨ª volv¨ª con amigos que desde entonces son como hermanos. Fue entonces cuando conoc¨ª a Abdul Karim, el m¨¢s famoso porteador balt¨ª, que ser¨ªa trascendental en nuestras vidas y que, m¨¢s all¨¢ de las muchas expediciones compartidas, se convertir¨ªa en un amigo entra?able como solo pueden serlo quienes comparten una pasi¨®n que ha construido su vida. La fama de Karim es m¨¢s que merecida. Si en lugar de portear cargas por un pu?ado de rupias se hubiera dedicado a escalar esas mismas monta?as estar¨ªamos ante un ochomilista de ¨¦lite, a la altura de los mejores alpinistas occidentales. En 1978, Karim fue al K2 por primera vez, despu¨¦s de ganarse literalmente el puesto a pulso. Cuando se present¨® ante el gran Chris Bonington, este le desech¨® por d¨¦bil y peque?o. Sin pens¨¢rselo dos veces, Karim abraz¨® al corpulento alpinista brit¨¢nico, le levant¨® en vilo y ech¨® a correr por el pasillo del hotel con tan peculiar carga. Obvio es que Bonington no tuvo m¨¢s opci¨®n que contratarle.
Es el ochomil m¨¢s bello y dif¨ªcil. Un pico despiadado. Apenas 300 alpinistas alcanzaron su cima
Para aquel grupo de novatos que ¨¦ramos, la ayuda de Karim, siempre sonriente, valiente y animoso, result¨® esencial durante la expedici¨®n de 1983 a la vertiente suroeste del K2 en la que, a pesar de las deserciones, hicimos un estupendo trabajo que no se vio coronado, por unos 350 metros de desnivel, con el premio de la cima. Desde entonces, Karim siempre ha formado parte de mis amigos y mi vida. Desde hace 13 a?os estoy tratando de devolverle, en alguna medida, tanto como ha hecho por nosotros. Hemos dedicado algo de dinero y todo nuestro talento en un proyecto de ayuda y cooperaci¨®n en Hush¨¦, el pueblo de Karim, en colaboraci¨®n con la ONG aragonesa Sarabastall, que me permite visitar todos los veranos, y alg¨²n invierno, a mi amigo Karim, ya retirado de las grandes expediciones. La memoria de lo que ha vivido escalando las grandes monta?as es su tesoro m¨¢s preciado. ¡°En invierno, cuando no se puede salir de casa, cuando estoy dormido, sue?o con las monta?as y recuerdo a los amigos¡±. Karim se se?ala la sien y cierra los ojos. ¡°Entonces pienso¡¡±. Las arrugas que hoy cercan la vivaz e inteligente mirada de mi amigo y los estratos del fondo del mar que surcan las laderas de la monta?a de las monta?as son en realidad l¨ªneas escritas de una misma historia, la del alpinismo, en uno de los m¨¢s asombrosos paisajes de cuantos se pueden encontrar en el planeta Tierra.
El primero en ver de cerca el K2 en todo su amenazante esplendor fue otro oficial brit¨¢nico que ven¨ªa de atravesar a pie el desierto de Gobi, por lo que no deb¨ªa ser alguien que se impresionase con facilidad. Francis Younghusband fue el primer occidental en cruzar el Karak¨®rum por el inaccesible paso de Muztagh. Este explorador y militar brit¨¢nico jugar¨ªa un papel clave en lo que se llamar¨ªa ¡°el gran juego¡±, estando a punto de provocar el primer gran conflicto entre rusos y brit¨¢nicos. M¨¢s tarde ser¨ªa el impulsor de las primeras expediciones al Everest en los a?os veinte. Lo primero que pens¨® un tipo as¨ª, curtido en las m¨¢s dif¨ªciles y peligrosas aventuras, al ver el K2 fue: ¡°Me quita el aliento, (¡) a pesar de mi temperamento, nunca habr¨ªa llegado a pensar que a alguien se le ocurriera alg¨²n d¨ªa escalar una de aquellas monta?as¡±.
Era suficiente que alguien opinase que aquella escalada era imposible para que inmediatamente se empezara a pensar en realizarla. Sin duda, la m¨¢s extravagante de aquellas primeras tentativas fue la llevada a cabo por Aleister Crowley en 1902 cuando, junto a su amigo Oscar Eckenstein, intent¨® escalar el K2 por primera vez, lo cual era una proeza muy adelantada a su tiempo. Pero estos pioneros eran hombres excepcionales, fuera de lo corriente, en el m¨¢s estricto sentido de la palabra. Lo era, desde luego, Aleister Crowley, uno de los personajes m¨¢s peculiares que han visitado el Karak¨®rum. Era conocido por su libertaria actitud frente al sexo, las drogas y la pr¨¢ctica del ocultismo y la magia negra. La puritana sociedad victoriana pronto lo calific¨® como La Gran Bestia 666. Todav¨ªa en 1947, a?o de su muerte, la prensa le consideraba ¡°el peor s¨²bdito de la Gran Breta?a¡±, valoraci¨®n que seguro le hubiera enorgullecido. Crowley y Eckenstein hab¨ªan realizado escaladas muy dif¨ªciles en los Alpes y compart¨ªan su desprecio por el todopoderoso Alpine Club (que se defin¨ªa a s¨ª mismo como ¡°un selecto club de caballeros que ocasionalmente escalan)¡±, al que tildaban de ¡°notablemente innoble¡±. Tras un sinf¨ªn de desventuras ¨Cque incluyeron una detenci¨®n en Cachemira por instigaci¨®n de su odiado Alpine Club¨C, ambos amigos por fin pudieron iniciar la escalada de la arista noreste del K2. Cuando se encontraban a unos seis mil metros se inici¨® una disputa que Crowley no dud¨® en zanjar apuntando a su compa?ero de cordada con el pistol¨®n que sol¨ªa llevar en la mochila. De los 68 d¨ªas que permanecieron de expedici¨®n, durante solo ocho hizo buen clima. En su relato, Crowley apunt¨® que ¡°el tiempo fue bastante normal, es decir, horrible¡±, algo que luego he podido corroborar en las m¨²ltiples expediciones que he realizado en el Karak¨®rum. Obviamente, no llegaron ni muy alto ni muy lejos.
Al llegar a los pies del K2, todo parec¨ªa colosal, desmesurado, abrumador, casi inhumano
La expedici¨®n m¨¢s completa de estos tiempos pioneros, si tenemos en cuenta la amplitud de la zona explorada, los datos que aport¨® del Karak¨®rum e, incluso, los logros alpinos conseguidos, fue la dirigida en 1909 por el aventurero de sangre azul Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos. Este hijo del ef¨ªmero rey de Espa?a Amadeo I ¨Cde hecho, naci¨® en el Palacio Real de Madrid poco antes de que su padre abdicase y regresaran a su Italia natal¨C ya hab¨ªa realizado incre¨ªbles gestas en Alaska, en el Polo Norte y en las legendarias Monta?as de la Luna, en ?frica, antes de dirigirse al Karak¨®rum. La expedici¨®n del duque fue la primera de gran envergadura al Himalaya, y se prepar¨® hasta el m¨ªnimo detalle, como siempre acostumbraba a realizar Luis de Saboya. El n¨²mero de porteadores superaba los 500 y llevaban consigo 225 kilos en monedas, pues no quer¨ªan ser pagados en billetes. Su expedici¨®n explor¨® la monta?a desde el flanco noreste al suroeste, rode¨¢ndola por el sur, salpicando de nombres latinos esta zona del Karak¨®rum. Pero lo m¨¢s importante es que Luis de Saboya y sus compa?eros supieron leer la monta?a y descubrir la arista m¨¢s vulnerable para ascender a su cumbre, que fue bautizada en su honor como Espol¨®n de los Abruzos. Para intentar demostrar sus acertadas previsiones, el propio Luis de Saboya y dos compa?eros escalaron m¨¢s de mil metros de aquella empinada arista. Desde entonces, el K2 qued¨® asociado a Italia, de igual manera que el Everest era brit¨¢nico, y el Nanga Parbat, alem¨¢n.
Esta monta?a no solo te seduce por su belleza, sino que te obliga a enfrentarte a tus miedos
Y, efectivamente, ser¨ªa una expedici¨®n italiana la que resolviera el problema enunciado, cuarenta y cinco a?os antes, por uno de los aventureros m¨¢s notables del siglo XX. El 31 de julio de 1954, Aquille Compagnoni y Lino Lacedelli se convertir¨ªan en los primeros seres humanos en poner los pies en la cima de la monta?a de las monta?as. Con ellos no estuvo Walter Bonatti, un joven alpinista que hab¨ªa sido decisivo para ese triunfo que enorgulleci¨® a toda Italia, levant¨¢ndose una pol¨¦mica que acompa?ar¨ªa hasta su muerte a todos sus protagonistas. De Bonatti se ha dicho que ¡°ha sido el alpinista m¨¢s puro que jam¨¢s ha existido¡±, sin duda, uno de los m¨¢s grandes aventureros del siglo XX y una de las personas que m¨¢s han influido en mi forma de pensar, tanto a nivel personal como de monta?a. Una de las grandes fortunas que me ha deparado mi vida de aventuras ha sido la de compartir una s¨®lida amistad con Walter Bonatti, hasta su muerte en septiembre del 2011, y la pasi¨®n por una monta?a: el K2. Seguramente porque esa monta?a ejerci¨® en nuestra vida una influencia superior a cualquier otra. Probablemente porque el K2 es una monta?a diferente y no solo te seduce con su belleza, sino que te obliga a enfrentarte a tus miedos, al abismo de tu propio interior. La aventura del K2 siempre te marca, para bien y para mal, y para nosotros dos, con treinta a?os de diferencia, siempre hubo un antes y un despu¨¦s del K2.
En 1954, a pesar de su juventud, Bonatti fue seleccionado para formar parte del grupo italiano, donde jugar¨ªa un papel esencial al transportar las decisivas botellas de ox¨ªgeno para que sus compa?eros pudieran subir a la cumbre al d¨ªa siguiente. Pero aquella acci¨®n estuvo a punto de costarle la vida, al ser abandonado a su suerte por sus dos compa?eros a 8.000 metros de altitud y tener que pasar una noche terrible al raso junto a un porteador hunzaki. Solo su legendaria fortaleza, mental y f¨ªsica, le permiti¨® salir con vida. Pero a su regreso a Italia no se reconoci¨® su papel en la conquista del K2 y, adem¨¢s, tuvo que hacer frente a una campa?a insidiosa de mentiras y descalificaciones. Bonatti nunca se dobleg¨® y estuvo peleando cincuenta a?os por su honor y la verdad. Al final, con cincuenta a?os de retraso, el Club Alpino Italiano no tuvo m¨¢s remedio que admitir que su actuaci¨®n en el K2 hab¨ªa sido decisiva y que lo que Bonatti hab¨ªa contado era exactamente toda la verdad en ¡°el caso del K2¡±, con lo cual su figura quedaba ¡°rehabilitada¡±. Bonatti, con cierta iron¨ªa amarga, les contest¨® que ¨¦l no necesitaba rehabilitarse, quienes lo necesitaban eran ellos. Fue el triunfo de la honestidad frente a la mentira, de la ¨¦tica frente al abuso de poder.
Francis Younghusband fue el primer occidental en cruzar el Karak¨®rum por el paso de Muztagh
En mi tercera expedici¨®n al Karak¨®rum, en 1986, en la que escalamos el Chogolisa y el Broad Peak, tuve la oportunidad de coincidir con varios grupos al pie del K2 que hab¨ªan decidido concentrar sus fuerzas y realizar un ¨²ltimo intento por la arista de los Abruzos. Entre ellos se encontraba el veterano alpinista austriaco Kurt Diemberger y su compa?era Jullie Tulis. Unos d¨ªas antes, en una entrevista, Kurt me confes¨®: ¡°Ojal¨¢ cambie el tiempo y pueda por fin llegar a la cumbre del K2¡±. En efecto, su deseo se cumpli¨® y, junto a su compa?era y otros cinco alpinistas de diversas nacionalidades, logr¨® llegar a la cima que m¨¢s hab¨ªa deseado. Sin embargo, durante la bajada, estall¨® una fuerte tormenta que atrap¨® a todos a ocho mil metros durante cinco d¨ªas. En el campo base les dieron por muertos, pues parec¨ªa imposible que alguien pudiese resistir tantos d¨ªas a semejante altitud sin botellas de ox¨ªgeno. En una retirada dram¨¢tica y a la desesperada, solo regresaron al campo base los m¨¢s veteranos: Willy Bauer y Kurt Diemberger, quien hab¨ªa tenido que abandonar a su compa?era en una tienda. En un solo verano hab¨ªan perecido 13 personas, m¨¢s que todas las fallecidas en expediciones precedentes. Una lac¨®nica frase de Kurt Diemberger resume no solo su terrible experiencia en el K2, sino la historia de la relaci¨®n entre el hombre y la monta?a m¨¢s hermosa y dif¨ªcil de cuantas existen en el planeta: ¡°Hemos realizado nuestro sue?o en el K2 y hemos dado todo lo dem¨¢s a cambio¡±.
Sin convertirse en una obsesi¨®n ni en una espina que hab¨ªa que sacarse a toda costa, el Chogori segu¨ªa en el recuerdo mientras escal¨¢bamos monta?as de todo el mundo, del Everest al Cerro Torre. Como les ha ocurrido a muchos otros alpinistas antes que nosotros, el K2 se fue convirtiendo en nuestra m¨¢xima aspiraci¨®n. Sin siquiera hablar de ello, present¨ªamos que, tarde o temprano, volver¨ªamos a enfrentarnos con ese pico fascinante, bello, peligroso, simb¨®lico. Muchas veces me pregunto ahora si todo lo que hicimos en esos intensos a?os no fue sino recorrer un largo camino de aprendizaje que un d¨ªa terminar¨ªa por conducirnos a su cumbre. Por fin, en el verano del 1994 lleg¨® ese momento. Quiz¨¢ no fuera el mejor, pero lo aceptamos como inevitable de tan seguros como est¨¢bamos de que ese d¨ªa iba a llegar. Pero no lo dudamos ni un momento. Hay ocasiones en las que uno se tiene que enfrentar a su destino y mirarle de frente a los ojos. Y eso es lo que hicimos. No hubo el menor titubeo. Sorteamos los engorrosos problemas econ¨®micos de siempre y nos fuimos a por el K2. Est¨¢bamos seguros. Aquella vez, la tercera, ser¨ªa la definitiva.
Durante once a?os perseguimos un sue?o encadenado a la cumbre. Conseguirlo nos cost¨® un amigo
Era una experiencia nueva, pues hab¨ªamos elegido la vertiente norte del K2, en la regi¨®n china de Xinjiang. La marcha de aproximaci¨®n, con camellos bactrianos, nos depar¨® conocer uno de los lugares m¨¢s inh¨®spitos e inaccesibles de la Tierra. Un paraje remoto donde se suceden glaciares, barrancos, altos collados y r¨ªos caudalosos, que hay que cruzar y convierten esta marcha en una de las m¨¢s peligrosas del Karak¨®rum. Luego hizo buen tiempo y fuimos r¨¢pidos y eficientes. El 30 de julio alcanzaron la cumbre, despu¨¦s de una veloz y mod¨¦lica escalada, Jos¨¦ Carlos Tamayo y Sebasti¨¢n de la Cruz; pero la monta?a ya nos hab¨ªa dado un aviso de que su lado oscuro siempre puede hacer su aparici¨®n. I?aki Ochoa de Olza hab¨ªa tenido que dejar la expedici¨®n con varias fracturas despu¨¦s de una aparatosa ca¨ªda de m¨¢s de sesenta metros cuando se dirig¨ªa a la cumbre en un primer intento. No supimos entender la se?al de advertencia que nos mandaba la monta?a. Desgraciadamente, la c¨¢mara se hab¨ªa congelado y era una excusa perfecta para que otra cordada intentara filmar la cumbre. Cinco d¨ªas despu¨¦s, el 4 de agosto, Juanjo San Sebasti¨¢n y Atxo Apell¨¢niz viv¨ªan la prisa, el cansancio que no deja tiempo para la contemplaci¨®n, solo para la urgencia del que sabe que le va la vida en ello, mientras recorr¨ªan los ¨²ltimos metros antes de la cumbre. Al mismo tiempo, unas nubes grises comenzaban a abrazar la monta?a presagiando la tragedia que se estaba iniciando a 8.611 metros. Durante d¨ªas lucharon juntos, ya que Juanjo decidi¨® no abandonar, pasase lo que pasase, a Atxo, mucho m¨¢s debilitado. Solo Juanjo regres¨® con vida al campo base y con sus manos gravemente congeladas. Entonces comprendimos en toda su cruel veracidad la frase de Kurt Diemberger. Hab¨ªamos dado todo a cambio¡
No existe en la vida m¨¢s certeza que el camino que recorremos. Y que ese sendero tendr¨¢ un final. De nuestra voluntad depende que sepamos vivir ese camino con la intensidad de quien se empe?a en elegir y es consciente de sus consecuencias. Durante once a?os perseguimos un sue?o encadenado a la cumbre del K2, pero conseguirlo nos cost¨® el m¨¢s doloroso de los tributos, un amigo. Treinta a?os de aventuras me han hecho saber que el tiempo no solo se mide en d¨ªas, se mide en profundidad e intensidad, en pasi¨®n por perseguir y hacer realidad los sue?os. Esa era la vida que ¨¦l y nosotros compart¨ªamos. De estas certezas y dudas se nutre mi historia.
La expedici¨®n de Sebasti¨¢n ?lvaro y el equipo de 'Al filo de lo imposible, en im¨¢genes.
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